domingo, 9 de febrero de 2014

Cerebro, mente y consciencia (y III)


  
"Este mundo de espacio y tiempo que todos conocemos tan bien, es la vara con que medimos la validez de otros mundos posibles"
Gary Lachman


La consciencia.



   Existen varias significados para conciencia. Uno es el más usado por las religiones y por la ética: el deber moral sujeto a cada persona. Se parece bastante a lo que, desde Freud, se entiende como “súper-yo”: los condicionamientos familiares, sociales y culturales asumidos por el individuo y mediante los que se espera que se rija. De ahí, “actuar conforme a la propia conciencia”, o, en el plano colectivo, se habla de  “la conciencia social”…
   Otro significado es el de estar atento, similar a  estar consciente: "perdió la consciencia", se quedó dormido o se desmayó. Perder el contacto con la realidad externa.
   Al que voy a aludir es al significado de darse cuenta de la propia realidad subjetiva, como ente individual y en contacto con los demás. Ese hilo conductor que, asociado a nuestra memoria, nos permite entender nuestra vida como una unidad en el tiempo. Se parece al sentido del “yo” freudiano, aunque incluye los estados alterados de consciencia y lo que se denominó (Jung) el inconsciente individual.
 Muchos psicólogos lo asocian a la capacidad de integración del yo.
   El psicólogo y pensador estadounidense William James (1842-1910) es conocido, en especial, por sus estudios sobre la consciencia y sobre los estados alterados. James pensaba que existen distintos niveles de consciencia. Y que la racional es simplemente una de ella. Coincidía con Bergson, el cual consideraba que nuestro cerebro actúa como una “válvula” para limitar la captación de la realidad total.       De no ser por este freno, posiblemente se podrían producir efectos indeseables en una mente no preparada, al captar la realidad y su contacto en toda su dimensión.


   En este mismo sentido, en el texto sagrado hindú el Bagavad-Gita (hacia el año 300 edad antigua), Krishna (el ser divino) se muestra a Arjuna (el héroe humano) en toda su dimensión cósmica. Produce en el héroe una formidable y aterradora experiencia, que le hace entender el poder de lo divino y asumir así su responsabilidad humana.
  He citado a un filósofo, a un psicólogo y a un texto religioso, para introducir la experiencia de la consciencia  en el ámbito de lo humano.
Descartaré, al menos ahora, la dimensión de la consciencia puramente filosófica (entendida como especulación lógica) y la religiosa (entendida como asunto de pura fe), para centrarme en la experiencial y fenomenológica.
   A lo largo de los siglos, y en distinto espacios y tiempos, se han recogido experiencias de personas que han tenido vivencias de consciencia de difícil o  no posible explicación. Lo que sigue siendo real en la actualidad con nuestros actuales métodos “científicos”.

   La consciencia (estado amplio de atención y contacto) se puede referir a la captación de la realidad externa con los sentidos habituales. También a los distintos pensamientos que se producen casi sin cesar en la mente. Así mismo, a estados perceptivos poco comunes, asociados con los así llamados “estados  alterados” de percepción. Estos últimos pueden ir acompañados de la ingesta de determinadas substancias, o de prácticas que conllevan cambios de estados anímicos (tales como respiración, ayuno, deportes de riesgo, contemplación, meditación etc.)
    Uno de estos estados es el que ya he citado: experiencias de personas que han estado clínicamente muertas, es decir con el cerebro “desenchufado” y que han continuado captando realidades diferentes, algunas inalcanzables en fase normal. 
   Tanto los estudios recogidos por R. Moody (1995), por E. Kübler Ross  (2001)  o el ya citado de Van Lommel y otros, compilan las experiencias de personas que han tenido vivencias inexplicables habiendo sido dados por “clínicamente muertos”. Por supuesto que los “científicos” se apresuran a dar esclarecimientos racionales a estas situaciones. La más común es que el cerebro puede, y está diseñado para, liberar una serie de  sustancias (endorfinas) para hacer la muerte más llevadera y menos dolorosa, física y psíquicamente. Ello, siendo cierto, no pone necesariamente en cuestión lo anterior.
   Estas experiencias se suman a las de personas que han desarrollado facultades excepcionales, como transmisión de pensamiento, desdoblamiento entre cuerpo y mente, visiones de pasado o de futuro, don de lenguas no aprendidas, y un sin fin de vivencias recogidas en libros o documentos que están, casi enteramente, en manos de lo que hoy viene llamándose el mundo “esotérico”. A quienes están interesados por este tema recomiendo “Lo oculto” (2006), del escritor inglés Colin Wilson (fallecido en 2013). Es una interesante recopilación, con critica lógica suficiente, de situaciones y personas que han vivido más allá de la “normalidad”.

   Y llegamos aquí a un punto en que chocan dos parámetros diferentes de percepción: el que se asocia con la mente racional y deductiva, “masculina”, lógica, occidental y científica, vinculada modernamente al hemisferio izquierdo cerebral. Y el de la mente intuitiva, espacial, femenina, experiencial, fenomenológica, existencial, vinculada al hemisferio derecho.
   Realmente no están contrapuestos. Ambas partes nos pertenecen, histórica y actualmente. Es probable que durante un tiempo predominara el derecho, que nos conecta más íntimamente con lo universal. Y es también más abstracto, imaginativo, artístico, espiritual. 
   Hay quienes aseguran que, tal vez las dificultades y el desarrollo de la especie obligó a adaptarnos a un modo más concreto, fijo, lógico, que es el que nos ha desarrollado una civilización dominadora, expansiva, técnica y anclada en metas. Una civilización de la que estamos percibiendo sus limitaciones y peligros.
   Wilson y otros estiman con esperanza que ambos mundos pueden coincidir. Asociarse para lograr a un ser humano más completo. Así como la civilización de la Diosa cedió el paso a la del Héroe, desplazando su protagonismo, nuestra conciencia no tiene porqué ser una cosa o la otra. Podrían colaborar en beneficio de la consciencia y de la especie.
   
  Necesitamos ambas, sin duda para situaciones diferentes. Poseemos una historia que ha especializado durante miles de años a hombres y mujeres. Unos, dedicados con talento a la caza y la defensa de la tribu y otras, al sustento y cuidado de la progenie. Ello dio lugar a una diferente forma de percibir el mundo en mujeres y en hombres.
   Hoy esta especialización declina. Mujeres y hombres compiten casi en los mismos campos. El sistema familiar está en crisis en muchos centros de la civilización más “moderna”.
   Necesitamos seguir vinculados al mundo, pero también ampliar nuestras metas en un Universo cada vez menos desconocido.
   Nuestra consciencia universal cedió terreno a favor de lo concreto. Puede que sea momento de ir recuperándola poco a poco, sin por ello convertirnos en locos (Herman Hesse en el “Lobo estepario”), ni en seres mendicantes o aislados o desconectados.



¿Como hacerlo? Algunas sugerencias.

   Abrirnos a otras posibilidades, en la medida en que nos lo permiten nuestras capacidades, nuestros compromisos, nuestros miedos.
   Ahí seguimos teniendo los pasos de los “sabios que en el mundo han sido” (Horacio). Es necesario algo de retirada. El mundo con sus luces, falsas o reales, nos deslumbra. El ruido con sus voces, no nos deja escuchar el silencio. El exceso de contacto corporal nos estimula tanto que olvidamos nuestra propia piel. La asombrosa variedad de sabores y olores nos aleja de lo sencillo.
   He aquí algunas polaridades que nos pueden hacer ver en qué grado estamos absortos por una de ellas de forma mayoritaria: Simplicidad y diversidad. Contacto y retirada. Excitación y aquietamiento. Microcosmos y macrocosmos… Un trabajo interior consiste en valorar hasta donde nos dejamos embriagar por una de ellas dejando la otra sin dueño.
   A mi me sigue siendo de gran utilidad sentarme a dejar que la consciencia se dé cuenta de lo que pasa por la mente. Dejar que el observador interno contemple lo que va aconteciendo en el organismo, con la mayor cantidad de atención posible. Sea o no sea “meditación” en el sentido clásico. Poner atención a los deseos, a los pensamientos, a las sensaciones y dejarlas correr sin tratar de cambiar nada (al estilo de la meditación Vipassana). Hacer espacio para liberar y crear nuevo espacio.




Para poder integrar sensaciones inhabituales  la mente necesita permiso. Y ese consentimiento es muy sutil, pues no depende de lo que normalmente entendemos como voluntad, que suele ser racional y controladora.

 Tiempo y espacio.

Cada uno ha de ver como dárselo. 

Ya que cada uno es el encargado de conocer su propia máquina.





"Aléjate en el vacío y reposa allí con serenidad.
Todas las cosas surgen, florecen en su momento y después vuelven a a sus raíces.
Su retorno es paz"
(Tao Te Ching)

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bonito Miguel

Anónimo dijo...

http://www.youtube.com/watch?v=e9RS4biqyAc

Lo que más me ha gustado siempre es su final.

Sandovictor Hugo dijo...

Leido y compartido. Eso y mas merece este articulo;

miguel albiñana dijo...

gracias a todos por el buen ánimo. Tal vez escriba algo sobre eso... ;)

Esther dijo...

Hola Miguel. He sido alumna tuya. Eras el mejor (para mí, en aquel momento). Siempre me ha gustado tu manera de expresarte, la paz con que transmites tu verdad. Recientemente he dado con este blog. Y lo guardo para leerte de vez en cuando, me da paz. Un abrazo.

Esther dijo...

Y quiero decir algo más... estoy en un momento importante de indecisión, intentando sostenerla en vez de huir para ver si nace algo bueno de ahí... por esto, también, leerte me da paz. Y si te inspira escribir acerca de la indecisión... te leeré ojoplática y curiosa. Un abrazo

miguel albiñana dijo...

Gracias Esther. Me alegro de que compartamos esta paz. Pensaré en escribir sobre la indecisión, que es duda y posiblemente necesidad de seguridad...