Histria, la solitaria
Hacía ya tiempo que aquél pedazo de mar fue elegido para
acallar los constantes gritos que surgían de su intimidad.
Aquí, lejos de casi todo, nada parecía turbar su aparente
calma.
Aparente, porque, dentro, la ebullición era casi constante.
Una y otra vez las preguntas quedaban sin respuesta. O peor todavía, la
respuesta parecía confirmar sus peores sospechas: nadie vendría a buscarla.
A veces, se personaba un pulpo de ojos brillantes,
amarillos, glaucos. La miraba. Pero ella evitaba sus ojos, convencida de que
no buscaba sino devorarla.
Así que cerraba su concha y permanecía un buen rato en silencio,
aletargada. Hasta que se decidía a abrir de nuevo la rendija que le permitía el
contacto con el mar.
En otras ocasiones, era una estrella de mar, grande y rugosa,
de brillante pelaje, la que aparecía y la contemplaba con sus ojillos inmersos
en su piel. Pero ella apenas le prestaba atención. No le daba mucha
consideración a aquél individuo de especie tan lejana a ella misma.
También solía pasar por allí un mero, de boca grande y
aletas poderosas, que la miraba con sus ojos saltones y conspicuos. Si bien no
merecía mejor suerte de atención, pues semejante animalote no entraba entre sus
posibles amistades.
Y qué decir de la langosta nadadora que surcaba rápida la
entrada de su casa. Le producía un terror inusitado ante la posibilidad de que
sus tenazas abrieran la sólida puerta de su concha.
La vida transcurría rápida, entre noches frías y días
aislados, viendo pasar seres inauditos, pero lejanos, y que, o no le prestaban
la atención debida, o le producían miedo o rechazo.
.................
Sin embargo, un día, en que el sol penetraba potente y
sedoso por entre las aguas, se apareció un hombre. Nadador hábil, llegó hasta
la roca en la que se encontraba Histria, firmemente pegada a ella.
Se vieron.
Ella supo que ese era el ser que había esperado toda la
vida, desde que se retiró a las profundidades, lejos de todos.
El pescador, pues eso era, separó con facilidad a Histria de
su roca. No hubo resistencia, o casi nada.
¡Por fin había sido vista y considerada como se merecía!
Satisfecha,
sintió el morral en la que fue depositada como la morada más perfecta que nunca
hubiese imaginado.
Al llegar a la barca, el pescador sacó su cuchillo, tomo a
Histria entre sus manos rudas y la abrió con facilidad. Extrajo la perla que
había dentro y arrojó de nuevo a la mar a la ostra, pues no le gustaba la carne
de esos animales.
La tiró así. Sin más. Sin importancia.
........................
HIstria, creyó morir. Su sueño hecho trizas. En segundos. Y
sin resistencia.
Cayó al fondo, sobre un acantilado.
Sentía el vacío de la perla. Pero sobre todo ¡sobre todo! El
vacío de un sueño hecho añicos.
Al rato, miró a su alrededor. Otras ostras la miraban. La
saludaron y … en ese momento comprendió.
Casi pierde la vida por no darse cuenta de que formaba parte
de una tribu a la que el pescador, por casualidad, la había devuelto.
La tan temida normalidad estaba teñida de buenas esperanzas.
.............................
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.