miércoles, 30 de enero de 2013

Música


Música

Hoy tuve la suerte  y la dicha de escuchar música en vivo. La orquesta de San Petersburgo ofrecía,  en su programa, el concierto para piano y orquesta de Robert Schumann, ese desdichado músico alemán, muerto prematuramente en la locura.
Por un momento, la melodía, tan deliciosamente emotiva y romántica, empezó a sonar como si yo no estuviera ahí.
A ver. Estar, claro que estaba. Y sin embargo, parecía que algo en el Universo la tocaba, la hacía llegar de algún lugar no terreno y mis oídos escuchaban, dejando que entrara sin tratar de entenderla, sin descifrar nada. Y que quede claro que quien la tocaba era una estupenda orquesta dirigida por un magnífico director con un buenísimo pianista. Ellos transmitían la música….
Se me saltaban las lágrimas de alegría, supongo que del mismo hecho de poder estar ahí, sintiéndola.
No todo el concierto fue en ese estado. Posiblemente duró poco. Y con todo, la alegría permaneció toda la velada, incluida la segunda parte, ante la vibrante quinta sinfonía de Tchaikovski.
Recordé momentos pasados, en que la música clásica formaba parte de mi cotidiano, de mis descubrimiento de formas de expresión y de sentir.
Anteayer, un conocido conferenciante decía que la música no se entiende. Hoy reconocí que en realidad nunca he pretendido entenderla, aun cuando sepa de música.
Y que es una maravillosa amiga, a veces muy olvidada. Amiga que me permite reconocer mi lugar en el mundo cuando conecto con ella, cuando mi pensamiento cesa, cuando dejo que me “ocupe”, cuando le hago espacio.
Hay quien piensa que la música proviene de un espacio-tiempo no local. Que los grandes músicos saben o tienen la facultad de conectar con ese espacio no local y transformar y transcribir, a través de su don y de su trabajo, ese son, para que otros podamos escucharlo.
Y hoy reconocí el don del desdichado Schumann y del a veces tan desdichado Tchaikovski y agradecí que hayan existido.
Y que nos hayan transmitido esa maravillosa vibración que mi conciencia ha podido captar.
Y quise compartir este momento de paz vibrante, algo que me llegó a través de permitir que la música entrara, sin más.

lunes, 21 de enero de 2013

Retratos Humanos: la madre y la pasión de vivir




In memoriam: La pasión de vivir.

Pequeña y femenina, siempre en su lugar, de donde no se dejaba quitar, orgullosa y no arrogante, simpática y ayudadora, cuidada pero no dependiente de su aspecto, femenina y no feminista, tímida y decidida... Tales son algunas de las cualidades que adornaban su alma.
Siendo muy pequeña perdió a su padre en la guerra y fue instruida en términos muy conservadores por una madre enfermiza, educada y rígida.
A su alrededor, en su infancia,  merodeaban figuras femeninas frágiles, rígidas y pocas paternales. Esto hizo  de ella una persona que veía y reconocía siempre a una divinidad clemente, grandiosa y protectora, que no le impedía mantener un criterio independiente en ciertos aspectos sociales y aún morales tomando en cuenta la época en  la que nació.
 Pienso que su independencia fue el filón energético batallador y  optimista, que la acompañó a lo largo de su existencia.
Bajo un aspecto vivaz y juvenil, se escondía una persona tímida sí, pero convencida de su valía.  Que supo ir deviniendo y adaptándose a las dificultades objetivas, ralea,  graves y en su mayor parte solamente superables mediante la actitud.

Bajo el lema de “no te dejes ir, no te abandones a tus depresiones”,  encontré en ella un poderoso aliado a medida que mi vida avanzaba. Cuando miro atrás y veo las dificultades por las que he ido atravesando en mi propia trayectoria vital, que, sin ánimo de comparaciones, considero bastante más livianas que las que pasó, encuentro siempre fuerza para luchar y seguir avanzando. En su anillo familiar aparecía el lema ¡“Salta adelante”!, como un siempre hacia el frente…
Y creo que este es el positivo balance de una personalidad sencilla, optimista y creadora, que pudo pasar de que se le escapara su carrera musical, debido a férreas y conservadoras directrices familiares, a encontrar al hombre sostén y compañero de vida.
Atravesó dos guerras, una mundial y otra civil, dividida entre dos países que amaba y una difícil postguerra  siempre con energía, criando y educando a cinco hijos, además de soportar una familia política nada fácil. Pudo ver  escaparse mejores destinos en función de directrices falsamente prudentes y mantener siempre la cabeza alta y el tono aristocrático que no clasista,  en el mejor sentido del término.
Y pasar por la pérdida de la madre, del compañero de larga vida, de dos hijos… y seguir siempre con la mirada puesta primero en un presente futuro y luego en un presente permanente. Encontrar en la música, en la pintura, moderadamente en la religión, ciertamente en los viajes, en la naturaleza, en la familia, en el hogar, dones que se fueron presentando y que servían siempre para mantener un alto tono energético…
Sí. Sin duda es un ejemplo vital poderoso y amoroso.
La existencia, pero sobre todo su don de generosidad, la rodeó de personas que la estimaban profundamente cuando una enfermedad penosa y dolorosa la obligó a dejar la vida, que tanto disfrutaba. Por eso morir fue triste  para ella y para todos los que la amaban.
En sus más de ochenta años de existencia no puedo imaginar un instante en que protestara contra su destino. Sin que ello signifique que no rezongara contra la injusticia, o contra personas atrabiliarias o que no le gustaran.
Cuando la juventud física la dejó, supo encarar con ánimo la madurez,  sin dejar esa deliciosa coquetería que la hacía, incluso anciana,  tan femenina y simpática. Y el amor a la vida se manifestaba igual cuando parió a sus hijos (siempre decía que era un dolor que valía la pena sentir), que cuando caminaba por el campo admirando los hermosos árboles, las montañas, las nubes o el mar. Asando unos costillas o encendiendo el fuego de la chimenea, cultivando su jardincillo,  saboreando un plato sencillo o escuchando una conversación que, aunque no entendiera completamente, le parecía de interés.
La vimos llegar a la ancianidad con un espíritu tan juvenil, que siempre la recuerdo pasados los  ochenta años de edad, caminando por las calles de la India o de Nepal, interesada por esas nuevas civilizaciones de las que apenas sabía algo y dedicada a una de sus actividades favoritas: viajar, lo mismo a un pueblito de los alrededores de su residencia que a un país extraño a su cultura
La enfermedad la pilló un poco desprevenida. Había tenido una salud estupenda casi siempre y raramente la vimos enferma. Por eso, cuando le diagnosticaron el cáncer le costó admitirlo, tal vez porque sabía interiormente que esa era una batalla difícil de ganar.  Hasta que la enfermedad se lo impidió, pocas semanas antes de fallecer,  pudo siguió disfrutando de su existencia.
Claro está que había momentos más difíciles, más oscuros, en que veía como la energía bajaba inexorablemente. Y me acuerdo sí, de la queja amarga, de que la dificultad o el dolor físico la aplastaba. Y tan pronto podía regresaba la animosa. 
Hasta que un buen día ya no quiso levantarse de la cama, como admitiendo que era momento de terminar.
Sin embargo, recuerdo que, en las últimos fechas de su vida,  una serena aceptación la ayudó a dejar el mundo, mientras se sentía rodeada por los seres que la querían, la cuidaban y la acompañaban.
Un par de días antes de dejar por completo la vida, tuve la sensación de que ya la había dejado y  que en su cuerpo ya no estaba ella. Siempre es difícil saber como se produce el soltarse. Pero quiero pensar, puesto que nunca lo sabré, que fue así, como si finalmente ese paso también fue aceptado con valor y optimismo, cualidades que mantuvo hasta el final.
Tener cercano y disponible un buen ejemplo durante tantos años ha sido y es una gran ayuda para mi. Lo ha sido y lo es en mi vida y espero que lo sea también el día en que haya de dejarla.

lunes, 14 de enero de 2013

Desmitificación de Buda


La desmitificación de Buda.


La mitificación de los héroes religiosos es un asunto que incumbe a la practica totalidad de las creencias del humán. Parece ser una necesidad de que algo grandioso nos proteja de las inclemencias de la realidad sencilla y ordinaria. Puede que freudianamente se corresponda a la sustitución de un padre poderoso, puede que vaya en la compañía de sentirse menos “solo” en este Universo efímero y transitorio.
Recientemente, he estado leyendo acerca de otro de los grandes mitos humanos. La figura de Buda, conocido también por su nombre Sidarta Gautama (o Sidatta Gotama, como al parecer se pronuncia en el idioma pali). Un ex-monje budista se ha dedicado, desde una visión realista, no teista y sajona, a investigar en textos y en el lugar de los hechos la figura de Siddarta.
La conclusión parece  evidente:  de forma similar a los sucedido con las figura acaso históricas de Jesús, con la de Moisés o con la de Mahoma, el que se autollamó el Tatághata ha sido transformado también de ser un hombre, sin duda grande, valiente, de un coraje admirable, detractor de un sistema de castas,  creador de un método destinado a ayudarnos a entender y a superar el sufrimiento, y con el entendimiento de la realidad que da la "iluminación",  ha pasado digo a dar lugar a  toda una serie de representaciones grandiosas. Desde la divinización en imágenes (véanse las tibetanas a este efecto), para pasar a ser un semidios y por tanto reverenciado bajo formas diversas.
El libro de Steven Bachelor “Memorias de un ateo budista” trata de poner las cosas en “su sitio”, por medio de la experiencia vivida por su autor, quien, como digo, pasó una parte de su vida como monje budista, tibetano primero, y coreano (Zen) después. Posteriormente, tuvo que atravesar una crisis espiritual que le llevó a cuestionar muchos de los dogmas del budismo ortodoxo y a repasar e investigar en la historia de Sidatta hasta  dejar desnuda  de mitos, fantasías  y creencias antiguas la vida y obra  del creador del “óctuple camino”.
A mi la lectura de esta obra me ha resultado de una intensísima utilidad, en este proceso de desmitificación que llevo emprendido desde hace años y que ha bajado de los altares a figuras religiosas, filosóficas o históricas ancladas en mi mente como arquetipos o figuras incuestionables.
Poder ver al hombre, por grande que sea, en sus limitaciones, en su insuficiencia, en su marco histórico,  nos pone, al menos me pone a mi, en la tesitura de aceptar las mías y no tratar de imitar a nadie, por extraordinaria que haya podido llegar a ser esa figura. En tanto que  somos seres sociales, todos estamos abocados a contribuir al acervo y al progreso  de la humanidad. Y personas que han sabido romper con los mecanismos de confluencia social y crear sistemas nuevos han permitido avances en la concepción y forma de percibir la realidad.
Esa es, en mi opinión, la gran contribución de Sidatta el Buda, al encaminarnos a soltar el deseo, no como intención que nos lleva a la acción (como tal benéfica), sino como permanente atadura que nos lleva al sufrimiento, en la medida en que nos mantiene fuera de la realidad presente.
Las cuatro “nobles verdades”, de las que la última es la forma de liberarse del sufrimiento a través de seguir un camino compuesto por ocho conductas rectas, nos pueden conducir no a negar que el dolor forma parte del mundo, pero sí a no engancharse al sufrimiento.
Desde nuestra civilización cristiana, esa es la contribución del mensaje cristiano a través del amor, puesto que amar implica olvidarse de sí ( en el sentido egóico) y entrar en contacto con el otro y de esa manera des-identificarse también y soltar el deseo como fuente de sufrimiento..