miércoles, 14 de octubre de 2015

Rebeldía








Rebeldía


Me asombra la rapidez con la que algunas personas entran y salen de mi vida



   





 Original, o etimológicamente, la  rebeldía es un acto de guerra en contra de algo o alguien (del latín bellum, guerra).

   Este término se usa con frecuencia en psicología para denominar un estado de ánimo mayoritario en la fase adolescente de la vida. El adolescente “declara la guerra”, se rebela,  al orden establecido en la casa de los padres y frente al orden cultural y social constituido. Es su manera de desarrollar y  afianzar su personalidad y de declararse individuo frente a los demás. Lo más frecuente suele ser que se junte, en este intento, con personas de su mismo grupo de edad y cree, o piense crear, una forma diferente de manifestarse ante los demás.

   Parece claro que biológica y socialmente esta fase puede ser constructiva para el grupo, que suele tolerar este periodo, si no con aceptación, al menos con resignación. La rebeldía genera o puede generar formas diversas que aportan novedad al grupo. Casi todos hemos pasado por esa fase, por lo que el nivel de tolerancia viene generado y propiciado por el recuerdo propio.

   Cuando un adolescente no genera estos impulsos rebeldes es frecuentemente tachado de “sobreadaptado”, o visto con cierto desprecio por sus iguales.

    En una fase posterior, el adolescente rebelde acaba reconociendo que hay cosas que ha podido cambiar y otras que no. Es lo habitual que acabe integrándose en el torrente social de una forma más o menos adaptada, aportando a los demás la creatividad de su forma rebelde de entender el mundo.

   La rebeldía está, en consecuencia,  vinculada biológicamente a una edad, a una fase de la vida. De adulto, sin embargo, cada persona mantiene un nivel mayor o menor de tolerancia frente a las normas o comportamientos sociales: un nivel de “rebeldía”. Pero el adulto entra en una fase de diálogo con sus pares, si logra integrarse, incluso manteniendo una posición diferente.

   Hablo aquí de la rebeldía entendida desde un punto de vista psicológico. Este término es usado también desde otros ámbitos, como el médico, el político, el militar o el artístico (recordemos el film “Rebelde sin causa” con el icónico actor James Dean).
En  terapia Gestalt no se encuentra en la lista de los mecanismos de interrupción del contacto.  Se suele afirmar decir que la rebeldía es un “ajuste” de la personalidad frente a circunstancias de espacio y tiempo.  Como todo ajuste, puede ser circunstancial o hacerse “crónico”. Mientras permanece poco o totalmente inaccesible a la conciencia, se trata de un mecanismo que puede ser perturbador, especialmente pasado el período de pubertad y hacerse crónico. Al dirigir la energía frente a situaciones que ya no pertenecen al presente, la persona puede verse envuelta en circunstancias penosas cuando no dolorosas para ella y para quienes le rodean. Por otro lado, contemplar el mundo desde la rebeldía ( o una relación con la autoridad) no permite una deseable y  sana evolución de la persona, que no puede o no llega a adaptarse a circunstancias distintas.

   Frente a la rebeldía frente a todo del adolescente, los padres (en una familia saludable) ponen límites que no son rígidos, en un constante tira y afloja, en el que el amor y el cuidado está presente.

   Pero cuando esta situación se produce frente a personas o instituciones que ya no son parentales, puede generar violencia y desasosiego y perjudicar seriamente la vida del adulto convertido en un “eterno adolescente”.

   Es particularmente notorio  en los casos en que buscamos refugio o consuelo, o simplemente consejo, ante una persona en la que confiamos o incluso  damos autoridad. El recuerdo adolescente nos puede llevar, bien a aceptar plena y confiadamente la autoridad o sabiduría que negamos a los padres o, por el contrario, a oponernos sin razón alguna (y en contra de nuestros propios intereses), al desconocer los secretos vericuetos de nuestra mente a la que damos  ciegamente crédito.

   En ocasiones, se menciona la rebeldía como una forma de interponerse en el contacto auténtico entre el terapeuta y su cliente. Este último rechaza las devoluciones de su terapeuta al estar inmerso en una forma irreal de ver la relación. A veces el terapeuta interpreta la rebeldía de su cliente para no reconocer su propia dificultad para hacer las devoluciones adecuadas.     Esta es especialmente frecuente en la orientación analítica clásica que acepta la “transferencia” como un hecho ineluctable que se produce en el marco de la relación de terapia.

   Ni la obediencia ciega ni la rebeldía son situaciones permanentes o verdaderas, o al menos no en todo tiempo y espacio. En quien confiamos hoy, podemos desconfiar después con la misma ceguera y falta de rigor. Pueden reproducirse situaciones del pasado en que acudimos a nuestro niño inseguro o a nuestro adolescente rebelde.

   Por ello es conveniente y necesario evaluar.

   Está claro que las reglas familiares las marcan los padres en su hogar. Cuando el hijo o la hija adultos no aceptan sus principios fundamentales han de elegir entre la discusión permanente o marcharse de la casa parental. Y está claro también que en el hogar de los hijos no mandan (o no deberían mandar) los padres.  Esto es válido para todos los órdenes aunque, en el orden social y cultural, quien rompe los vínculos es tachado de “marginal” o “marginado”.

   La evolución de la vida del individuo está marcada por fases de “crisis”, como son la infancia, la prepubertad, la adolescencia, la madurez, la llegada de la ancianidad… Todas ellas dan paso a formas diferentes de percepción y modos de vida.

   Sin embargo, esta evolución se ve a veces obstaculizada, cuando no interrumpida, si no hemos podido soltar lo viejo, lo que ya no sirve,  y aceptar lo que viene. En este proceso vital, la memoria y la concepción del “yo frente a lo que me rodea” es fundamental. Nos proporciona solidez y seguridad.

   Cuando escuchamos que la vida es un proceso, es precisamente a esto a lo que se refiere. Aún cuando, en ese paso, tengamos la sensación de que el observador que somos sigue siendo el mismo “de siempre”. Y lo es. Y también no lo es. Sigue siendo el mismo para que podamos asumir y responsabilizarnos de toda la existencia. Y no continua siendo el mismo en la medida en que la “Gestalt” de la vida está en constante cambio, observador incluido.

   La adaptabilidad al cambio de circunstancia interior y exterior es un asunto fundamental para poder vivir con vitalidad y con aceptación.

   Fuera de eso queda el anhelo, la melancolía o los estado de ansiedad y depresivos.

   Por ello, analizar la propia rebeldía, desde donde nos mueve a cada uno,  y a qué metas nos lleva,  es asunto principal de vida y de análisis de carácter.

   En un proceso terapéutico ambas partes han de estar conscientes de sus propios asuntos y percepciones.  En el asunto que nos concierne, sobre todo en lo que conlleva el rol de terapeuta, para no dejarse enganchar o arrastrar por la falsa percepción desde la rebeldía de su orientado. Pero también para no incluir la suya de forma inconsciente o automática.

   En el marco del crecimiento personal (espiritual si se prefiere) es importante confiar. Como decía el Buda, confiar sí pero poniendo a prueba las cosas que se escuchan o perciben. Parece una paradoja pero no lo es. Sin confianza no hay aprendizaje, y menos a ese nivel. El rebelde no puede aprender de otro, ni siquiera percibir adecuadamente lo que recibe,  pues tiene toda su energía puesta en “la guerra”. En la contra. Permanece siempre enfrentando lo que el otro le ofrece, afianzado en sus afirmaciones dialécticas para no dejarse vencer.

  Quien se entrega ciegamente, sin libertad, no puede aprender desde sí mismo.  Puede acabar o decepcionado o maniatado a verdades ajenas, como tantas veces repite Krishnamurti en su discurso.

   Ambas son fases de un proceso. Ambas han de terminar en el aprendizaje consciente.

   Todos hemos hecho la guerra exterior o interior, o ambas. Muchos hemos pensado que era mejor “hacer el amor y no la guerra”.

   Sin embargo, es la adaptación la que nos puede decir cuando es más útil una o la otra. A veces, hay que aceptar con modestia lo que nos viene propuesto desde fuera. Otras hay que pelear el propio juicio y afianzarse.

  Irving Yalom cita un estudio acerca de la rebeldía y de la obediencia como rasgos rígidos de la personalidad en la que dice textualmente:

“la dependencia o defensa extremas del salvador origina una patología caracterizada por pasividad, oralidad, inadecuación y carencia de funciones autónomas. En el extremo opuesto, la independencia, o la creencia de que uno es especial, puede acarrear una patología caracterizada por expansividad, síndromes paranoides, agresión o compulsividad”

   En realidad estas tendencias extremas pueden vivirse originalmente en la familia de origen y repetirse ciegamente después, por activa o por pasiva. Este sería el orden psicopatológico del asunto.

   En el aprendizaje, hemos de haber pasado esta etapa de inconsciencia para poder entregarnos con libertad. Libertad entendida como conciencia clara de lo qué es lo que necesito y a donde o a quien me dirijo a encontrarlo.

   La rebeldía es una herramienta. La confianza ciega también.

   Pero son de un orden,  de una etapa de vida, o de una circunstancia vital, que necesita atención plena en el ahora.


No hay más infierno que nuestras ansias

Lucrecio