domingo, 14 de junio de 2020

LA LUJURIA Y LA INVASION DEL OTRO




Con el título de la lujuria finalizo el recorrido por los pecados capitales, o errores de visión pasional.

Puede que este último resulte más denso, a lo que he podido recoger de algún comentario. Ya me diréis qué os parece y si la flecha ha dado en el blanco.

Miguel Albiñana






LA LUJURIA Y LA INVASION DEL OTRO

 






“Los siete pecados capitales son la verdadera naturaleza del hombre. Ser codicioso. Tener odio. Tener lujuria. Por supuesto que tienes que controlarlos, pero si te hacen sentirte culpable por ser humano, vas a quedar atrapado en un ciclo infinito de pecado y arrepentimiento del que no puedes escapar.”
Marilyn Manson



 

 

    La palabra castellana lujuria proviene del latín, una vez más. Luxus, que da el vocablo “lujo” en español, evoca abundancia. En castellano, se dice de una “naturaleza lujuriosa” refiriéndose a exuberante en vegetación, o en aromas, frutos y flores. Es interesante c comprobar cómo una palabra deriva en otra, hasta el punto de llegar a abandonar su sentido original para incorporar otro distinto.

 

    Hoy día, decir de alguien que es lujurioso está lejos de significar abundancia. La palabra es peyorativa, e incluye un juicio negativo de valor que se refiere al deseo sexual desordenado, manifestado o no, y que es sinónimo del pecado de la lujuria. Se dice, por ejemplo, de una persona lujuriosa que “sus ojos manifestaban deseo sexual” (o su gesto, o su movimiento) sin que sea necesario que haya avances en la acción.



 

«Las cosas en sí no atormentan a los hombres, sino las opiniones que tienen de ellas».

 

Epícteto

 

   Según enseña la Iglesia cristiana, la lujuria, como todos los pecados cristianos, se produce por “pensamiento, palabra, obra u omisión”. Es frecuente entenderla únicamente por obra, sin embargo, es obvio que el pensamiento y la palabra lo pueden ser también. Parece más difícil imaginárselo por omisión.

 

    La acción de la persona lujuriosa conlleva un desprecio hacia la voluntad, libertad o elección de quien está enfrente. Una mirada lujuriosa no toma en cuenta el sentimiento que produce en quien la recibe. Y, por supuesto, lo mismo sucede cuando se trata de palabras o acciones (me pregunto cómo se puede ser lujurioso/a por omisión y por el momento no se me acurren ejemplos…).

 

   La lujuria, al igual que los pecados capitales hermanos, es un desbordamiento de la pasión hecha acción (aunque, desde luego, también pensamiento y emoción). Sin embargo, incluso entendida únicamente como desorden sexual, nace de un impulso sano. La atracción sexual, el deseo de contacto y su culminación en el intercambio sexual, es algo que forma parte del bagaje biológico animal, en este caso del humano: tiene su razón de existir.

 

    En el cristianismo, se ha atribuido importancia particular a la lujuria sobre todo en función de una moral anti o contra sexual. El hecho de que, desde el primer milenio de nuestra era, los religiosos y las religiosas cristianas tuvieran prohibida la sexualidad, en todas sus formas y manifestaciones, alejó cada vez más el placer de la sexualidad en una vida que se pretendiera religiosa y profunda. Se quiso alabar la contención sexual como forma de acercamiento a Dios, pero en realidad todo se transformó en represión y en dominación, tanto interna del individuo, como externa desde la violencia del poder religioso y político.  Se aceptó mantenerla, en los laicos, como mal menor, para la reproducción de la especie (véase Agustín de Hipona). Los ideales se superpusieron a la realidad.

 

    El siglo XIX europeo (y el de las colonias británicas devenidas independientes), y su moral “victoriana”, terminó por dejar la expresión sexual en las catacumbas, como algo de lo que no se debía ni siquiera hablar. Se llegó a transformar en algo secreto, prohibido, casi un tabú. El escritor Oscar Wilde lo ha descrito con ironía, cuando no con amargura, entre otras obras en su “retrato de Dorian Grey”.

 

    Todavía hoy en día, la Iglesia católica se erige como defensora de la moral sexual tradicional, y deja así, infelizmente, más alejados, cuando no arrumbados, otros asuntos de enorme trascendencia social e individual, como son el desastre ambiental actual que conlleva el cambio climático, la pobreza desenfrenada en amplias áreas de población mundial y la injusticia en general.

 

     Al igual que cualquiera de los deseos que nos acaecen, la sexualidad tiene manifestaciones sanas, que lleva a satisfacerla y, como tal, una vez satisfecha y concluida, a poderse sentir plena y dispuesta para una acción diferente. En el juego tan gestáltico de “contacto-retirada”, la satisfacción del deseo sexual es un lujo, un gozo, que alegra y da sentido a la vida. El contacto físico, erótico sexual, da plenitud a la existencia y conlleva, tras su satisfacción, la retirada necesaria para que el organismo se prepare a una acción diferente.

 

    Considero que el punto relevante a efectos de comprender la manifestación neurótica del “pecado-error” es éste: se trata de lograr “una acción distinta”. Nunca habrá de ser la misma, aunque se realice con la misma persona. Los actos que nacen de las pasiones son repetitivos y automáticos. Tienen un movimiento mecánico y de falta de consciencia. Le sucede a la lujuria, como al resto de las pasiones, que arrastran, impelen, obligan al sujeto a realizar acciones (pensamientos también y expresiones emocionales) que no están sujetas, subordinadas, a una verdadera libertad personal e individualizada. A un auténtico contacto con la necesidad verdadera.

 

    Por ello, en el cristianismo en particular, se han opuesto a las pasiones las virtudes, que desde su etimología de “fuerza”, encauzan los ímpetus exaltados e inconscientes a objetivos que permitan calibrar qué realmente hace falta y qué es un producto de una fuerza enajenada. 

 

     Por otra parte, frente a la pasión sin fronteras, aparecen las limitaciones, las barreras culturales, sociales y legales. Esos limites pueden ser necesarios y vitales para el equilibrio personal y social, y también devenir castrantes y perversos cuando no toman en cuenta la dignidad y la libertad humanas.

 

    Y, sobre este último punto, emerge nuevamente la palabra “limite” que, lejos de significar obstáculo, pretende poner al humano en su posición de ser con potencia creadora, pero no omnipotente ni impotente. Los límites a nuestra acción (y al pensamiento y la emoción) nos hacen humanos, ya que reconocen y consideran al otro, así como a la sociedad en la que vivimos. Son contornos, cotos que nos recuerdan la transitoriedad, la existencia de la “otredad”, el que no vivimos solos, ni confinados en nuestra propia existencia, en la fantasía de nuestro ego.

 

    En nuestra lengua, distinguimos el vocablo lujuria del de lascivia. En este caso, suele referirse a un deseo desordenado de orden mental, que no siempre conlleva una acción inapropiada hacia el otro (aunque puede tenerla). El origen semántico nos lleva a “excitación” y los diccionarios lo asimilan a la lujuria, interpretando que es un deseo desordenado de placeres sexuales. En la medida en que la lascivia no deja espacio, o menos del necesario, para la realización de otras actividades, se convierte en un vicio. Vicio entendido como desviación de la energía manifestada de forma común en los demás seres humanos, es decir fuera de lo que se considera “normal”. Y si vicio es dejarse llevar por una pasión, virtud va a ser la manera de corregir el impulso para darle forma, para sacar creatividad de la fuerza pasional. Hoy por hoy se considera una forma “patológica”, enferma el vicio, que toma el vocablo de manía. Cualquiera de los pecados capitales tiene una forma maniaca. El maniaco se ve desbordado por un impuso que, controlado, es calificado de normal.

 

    En cada uno de los desordenes pasionales, calificados como “pecados capitales”, hemos visto una similitud con las descripciones que hace el Eneagrama del carácter con cada una de las pasiones. Es cierto que, en este último, se añade a los siete tradicionales el miedo y la vanidad, que no están descritos como tales en la actual concepción cristiana de los pecados capitales. Sabemos que, históricamente, no siempre fueron siete, aunque hace ya siglos que este número no ha sido revisado por la institución eclesiástica.

 

   En el caso de la lujuria, la tradición eneagrámica, que llega a la actualidad a través de Oscar Ichazo y de Claudio Naranjo, desde el linaje de Gurjieff, se refiere al eneatipo lujurioso dándole una amplitud y significado diferentes. 

 

    En el “eneatipo” lujurioso no se produce nada más un impulso sexual desordenado, sino un desarreglo que comporta un avance invasivo hacia los demás, en todos los ordenes, tanto a nivel individual como colectivo. Esa invasión se manifiesta, o puede manifestar, sexualmente pero también en el hecho de considerar lo propio como superior a lo ajeno y como un derecho a obtenerlo por encima del derecho de los demás.  El lujurioso eneagrámico es persona sin prejuicios morales suficientes (en su nivel menos “desarrollado espiritualmente”), que satisface sus deseos sin tomar en cuenta los del otro u otros. Se habla aquí de un carácter invasivo que, ante todo, busca su propia satisfacción. Tiene un paralelismo, en la psicología tradicional, con lo que se engloba dentro de los caracteres psicopáticos, con lo que se quiere decir que hay pocos prejuicios y pocos limites morales que no sean los propios. Se suele añadir que es un carácter originado y desarrollado a consecuencia de un anhelo oculto de venganza ante la falta de amor recibido desde la temprana infancia.

 

    No me extiendo sobre los detalles eneagrámicos del o de la lujuriosa, ya que existen manuales en donde quedan reflejados, por activa y por pasiva, como son los “tipos ocho” (lujuriosos). 

 

Como sucede en todas las representaciones del carácter, es poco frecuente encontrar que todos los descriptores habituales de los caracteres de la literatura eneagrámica coincidan en una persona. A efectos de conocer la lujuria como tipo eneagrámico, nos interesa en especial que el/la lujurioso/a eneagrámico/a busca la satisfacción de sus deseos, no solamente sexuales, atravesando las fronteras del contacto sin permiso, o al menos sin permiso explicito, de los demás, e incluso sin previo aviso. Frente a la represión moral se opone una contra-represión caracterológica.

 

    Corresponde decir aquí, al igual que en todos los demás errores capitales del carácter, que     existen tipos lujuriosos que tienen dentro de sí ese impulso y lo saben manejar sin caer en la exageración de la pasión. Así como puede pasar con losvanidosos, los miedosos y demás. Otros, por el contrario, se dejan arrastrar por su pasión y hacen difícil, cuando no llena de sufrimiento, la vida propia y la de los demás. Se trata de una confusión entre el limite y la represión. De ahí la necesidad de reflexionar y meditar profundamente sobre el propio carácter pues su debilidad es también su fuerza.


 

“Es una cosa monstruosa lo que voy a decir, pero lo diré igual: encuentro


 en muchas cosas más restricción y orden en mi moral que en mis 


opiniones y mi lujuria menos depravada que mi razón.”


Michel de Montaigne 

 

 

 

   Esta cita resume ese delgado tejido entre dar libertad al impulso personal y dejarse arrastrar por el mismo.

  El pensador renacentista francés expone aquí su reflexión sobre cuanto lleva al humano a restringirse y a dejar de lado su libertad desde sus razonamientos y su moral introyectada. Montaigne se refiere aquí a la lujuria entendida como impulso que proviene desde lo más profundo del ser: el ánimo que nos guía más allá de nuestra razón y que, una vez descubierto, puede dar razón a nuestra existencia.

 

    Como todo lo que percibimos, podemos tomarlo como un arma de dos filos. Una hoz que de un lado siega el trigo y, del otro, también los cuellos.


     En mi experiencia personal, tuve un maestro encuadrado en este tipo de carácter, así como un hermano, que fue mi padrino, y también un grandísimo amigo. Cada uno de ellos, de forma diferente, fueron evolucionando en su vida pasando por la invasión y desde ahí por la comprensión propia y de los demás con momentos de profunda ceguera. Y puede que, de los tres, lo que más recuerdo en este presente actual es su fraternidad. Ello sin que pueda olvidar una impulsividad y un deseo casi permanente de intensidad que en su momento me desbordaba (ahora ya no), y me sacaba de la comodidad existencial, a la vez que me enseñó una manera diferente de entender mi existencia, desde la experiencia de la que hablan las palabras de Montaigne.

 

    Así como toda persona “vanidosa” no es un “Ken” o una “Barbie” desalmada, tampoco toda persona “lujuriosa” es una psicópata violenta. Esta es la gran dificultad a la hora de entender los caracteres, cualquiera que sea el punto de vista que queramos disponer. Las descripciones que suelen ofrecer los manuales son para hacernos una idea, no para aceptarlo al pie de la letra.

 

    Está bien, como reflexión final, el observar 

La Lujuria, de El Bosco

que las personas son complejas, evolucionan en el tiempo y en el espacio; ciertamente tienen un núcleo fijo, que es el que llamamos carácter, que es más lo que las “caracteriza” y parece darles una unidad a la par que les impide evolucionar. Pero, por encima de todo, son, y están sometidas a una evolución constante. Un movimiento al que con frecuencia se pone resistencia por temor, por pereza, por ira…

 

    Aquello que se resiste a evolucionar es precisamente el “carácter”, que es rígido y teme romperse si cambia. En otras tradiciones se le denomina “ego”.

 

    Y es la flexibilidad, la adaptación, la claridad de miras, ante un mundo del que formamos parte, y que está siempre en cambio, lo que nos permite alcanzar la sabiduría y, por encima de todo, la paz interior.

 

   Contemplarse compasivamente, permanecer con la mente abierta, curiosa y aceptante, es posiblemente la única forma de entender el carácter. 

 

    También el de la lujuria.


“La lujuria merece tratarse con piedad y disculpa, cuando se ejerce para aprender a amar”

 

Dante Alighieri


 




 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 3 de junio de 2020

Pedro de Casso (1935-2020)

Pedro de Casso

El pasado 31 de mayo falleció mi gran amigo y compañero Pedro de Casso. Se fue pacíficamente, como él era, en su domicilio.

Pedro ha sido un hombre muy significativo en la Terapia Gestalt en España y en la AETG. 
Coincidimos la primera vez en el centro Ciparh hace ya años, y recuerdo una oleada de afecto y simpatía mutua que se prolongó hasta ahora. 

Pedro poseía una mente brillante, puesta al servicio de su quehacer terapéutico y, desde hace ya años, en la publicación de libros y obras principalmente gestálticos. 
Colaboró con muchas escuelas en la enseñanza de la Gestalt, además de haber sido representante en la asociación europea de terapia Gestalt y miembro de la junta directiva de la Aetg, que me tocó presidir en aquellos años 2003-2007.  Le propuse como miembro de honor, merecidísimo, de la Asociación, lo que se cumplió por aclamación en Mallorca en el año 2008.

Siempre arrimó el hombro a las dificultades y tenia ese buen tono que no dejaba de ser firme cuando necesario. Hombre de palabra era, como se decía antes, todo un caballero.

Su vida se repartió a veces en el amor, y supo hacer frente a esas dificultades, a veces contradictorias, con las que he empatizado siempre.

Su partida es triste, pues nos deja sin su amorosa compañía.

Al mismo tiempo, pienso que, en la inevitabilidad de la muerte, él supo llevar su vida por buen camino, siempre con metas hábiles para el espíritu y sin dejar de lado la visión dionisíaca de la vida.

Su familia, su mujer, sus amigos y compañeros, sus pacientes y sus alumnos, todos lloramos la desaparición de Pedro y nos esforzamos por pensar que, allá donde esté estará bien, pues su vida lo merece.

Un abrazo querido Pedro de Casso de tu amigo,

MIGUEL ALBIÑANA

miércoles, 29 de abril de 2020

El orgullo como error



ORGULLO


"Donde hay Soberbia, habrá ignorancia. Mas donde hay Humildad habrá Sabiduría. "
Salomón


Las palabras tratan de describir mentalmente cosas, sensaciones, sentimientos, experiencias en general. Son representaciones, sonoras o no, que nos ayudan a comunicarnos con nosotros mismos, pero también con nuestra memoria, para una optimización de la vida individual y colectiva.
Mas, como toda descripción simbólica, implica y relaciona al que la realiza y al que la recibe. 

Por ejemplo, al describir qué entendemos por orgullo cada persona tiene ya una visión de lo que lo es, o de lo que se imagina que es, por medio del aprendizaje y de la figura ya establecida en la mente, unida a unas sensaciones (emocionales, corporales) que han quedado gravadas en la memoria. 
Cada persona al pronunciar la palabra orgullo, de forma automática la asocia a una experiencia pasada, a un significado ya aprendido.
Orgullo quiere expresar, de forma general, una sensación que acompaña a una persona que tiene un punto de vista de sí mismo, un concepto, más allá de sus cualidades reales u objetivas. Esta imparcialidad a su vez, la aporta la visión de los otros, quienes evalúan esa cualidad mediante parámetros subjetivos y aprendidos.

De esta manera, una persona se manifiesta como altiva o arrogante en función de la percepción del otro, de acuerdo con medidas previamente asimiladas.
El orgullo, como todas las cualidades o defectos de la emoción, se origina y va sedimentando desde temprano en la evolución personal, y en función del entorno familiar, cultural y social.

A veces, he escuchado que existen dos tipos diferentes de orgullo: positivo y negativo. Mi forma de entenderlo es diferente. Creo que se trata de una palabra que adopta dos significados. Pero que, en realidad, podría describirse con dos vocablos diferentes.
Se habla de orgullo positivo cuando la persona está “legítimamente satisfecha de sí misma, de sus cualidades y acciones”. Desde una dimensión axiológica, y para quienes se interesan en el Perfil de valores de Hartman (PVH), son quienes poseen una dimensión intrínseca desbloqueada y objetiva. Por tanto, su ser, su esencia más profunda, está nutrida y conoce y actúa en función de su ser intrínseco verdadero.
 Veamos esta definición:

(El orgullo es una) … “estima apropiada de sí mismo, que proviene de la ambición moral de vivir en consecuencia plena con valores personales racionales” (Eyn Rand)


En esta cita, la filósofa reúne en una persona con orgullo adecuado la concurrencia de los valores “racionales”, es decir establecidos por un orden moral interno (sistémico) con la percepción de sí mismo (orden intrínseco), que califica de “apropiada”. Es propia, de uno mismo, y está conectada con lo esencial de uno mismo. El valor interno sistémico, definido como ambición moral, alude a la implicación del individuo por expresarse en su vida (en sus pensamientos, emociones y acciones) de una forma acorde con ellos. Ser consecuente con sus valores internos.


El orgullo, enfocado de esta manera, fue uno de los valores principales del mundo clásico, en especial en la antigua Grecia. El héroe heleno tiene una percepción “orgullosa” (que no vanidosa) de sí mismo y es motivo de gloria.
En esta misma línea, el filósofo Nietzsche considera al orgullo como sinónimo de soberbia digna. Si vemos un árbol magnífico, o una obra de arte que nos fascina, a veces podemos exclamar ¡es soberbio! Para el alemán, una persona soberbia no tiene que dignificarse ni curarse con humildad, pues lo importante es vivir con los propios valores y cualidades y no empequeñecerlas. Vivir con valentía y superación personal es motivo de orgullo y un recordatorio de que debemos vivir con honestidad personal absoluta.
Como este tipo de orgullo es una cualidad, y no una pasión o defecto, por el momento propongo llamarlo autoestima. Es decir, estima propia (que no depende del juicio de los demás) por lo más esencial de uno mismo, y no por lo que podemos calificar de aspectos “egóicos” o sobredimensionados. También porque no depende ni busca el juicio ni la aprobación de los demás.

En francés, se dice de las personas orgullosas, en sentido negativo, que tienen “l’orgueil mal placé”, el orgullo situado en el lugar equivocado.

Veamos ahora el orgullo entendido como una pasión, una fuerza que arrastra a la persona a expresiones de sí mismo más allá, o incluso fuera, de la realidad. Un pecado, o error de visión, que tiene consecuencias internas y externas y que desencaja y perturba el contacto verdadero consigo mismo y con los demás.

El diccionario consultado encuentra en el vocablo orgullo algo similar a la altivez, a la soberbia o pundonor, e incluso a la vanidad. La persona orgullosa siente arrogancia y se sitúa por encima de los otros, hasta el punto de despreciar, por una parte, al que no está a la altura de sus expectativas y, por otra, a quien no coloca a su persona en la altura imaginada e imaginaria.
En otro de los diccionarios de la red, he topado con estas descripciones como manifestaciones del orgullo: “Las manifestaciones típicas del orgullo son la rebeldía, el autoritarismo, la envidia, la crítica, el malhumor, el enfado, la arrogancia, etc.” Y he observado que la mayoría de las personas que se consideran incluidas dentro de lo que se estima orgullo están de acuerdo con que estas expresiones son frecuentes en ellas y, en todo caso, más habituales que en las que no se consideran orgullosas.
A veces, el orgullo conlleva manifestaciones que se pueden confundir con la ira:

 Popularmente, se llama también soberbia a la rabia o al enfado que muestra una persona de manera exagerada ante una contrariedad. Y es considerado por la teología católica uno de los siete pecados capitales”.
(la cita es de Rosa Itzel Casillas)

Se describe aquí a una persona que se deja arrastrar fácilmente por sus emociones de enfado. Se trata de un pecado capital, o error grave, es decir que lleva a un máximo distanciamiento de Dios. 
Por su parte y ya en el siglo XIV, en su Divina Comedia, Dante coloca a Satanás en el centro del infierno por su terrible pecado de querer ser como Dios. Atribuirse cualidades que no le pertenecen y que merecen, para Dante y su época, el más severo castigo. Esta sería la máxima expresión del orgullo.

La distinción entre ira, orgullo y vanidad es sutil en ocasiones.  
En el Eneagrama del carácter se tratan como tres pasiones diferentes: la persona orgullosa se va a caracterizar por un encanto y una capacidad de seducción personal que no se da en los iracundos, que son poco a nada seductores. En tanto que se va a diferenciar de la vanidad en que su capacidad para perder los estribos emocionales es mucho mayor que la vanidosa. El vano, o vanidoso, busca mantener una imagen falsa con la que se identifica; cuida más las formas y teme perder la compostura. El y la orgulloso/a se considera principalmente libre de expresarse y hace de la libertad emocional su bandera personal. 
Llevado al terreno del exceso o límite emocional (que clínicamente se engloba en lo que se conoce como trastorno) el orgullo así entendido está en el territorio de:

 “Existe además el narcisismo patológico, diagnóstico de uso habitual en psiquiatría y de connotaciones negativas. Este designa un rasgo de la personalidad, caracterizado por una baja autoestima acompañada de una exagerada sobrevaloración de la importancia propia y de un gran deseo de admiración por los demás” (Dicciomed).

En esta descripción, se enuncia que, bajo la sobre-valoración de la importancia personal, subyace y se esconde una baja autoestima, es decir un concepto pobre de sí mismo que es encubierto con sobre-importancia. De esta manera, esta descripción coincide también con la hipótesis del Eneagrama del carácter que afirma que el orgullo tiene un trasfondo de envidia, de carencia. Esta falta se recubre, desde la infancia, con la búsqueda ansiosa de importancia personal, en sus numerosas modalidades, así como de una autosuficiencia falsa. Visto desde otro punto de vista, la carencia amorosa verdadera queda recubierta de una pseudo-abundancia. “Para no descubrir lo que me falta, te seduzco o te ofrezco eso mismo de lo que carezco”.
Encuentro sumamente importante entre personas orgullosas la descripción que suelen hacer del concepto “humillación”. El diccionario lo califica de:

“Ofensa que alguien o algo causa en el orgullo o el honor de una persona”:"sufría reviviendo el recuerdo de las humillaciones y los agravios que tuvo que soportar".

El sentido de la ofensa está vivo en el orgulloso. Sin embargo, su localización es complicada. Está tan profundamente recubierta de sobre importancia, y también de ira, que reconocerlo es un asunto complejo y sumamente doloroso. Así como el envidioso hace bandera de su sufrimiento, el orgulloso, recordando o reviviendo la humillación, entra generalmente en cólera, de forma activa reaccionando y, de manera pasiva, retirándose con grandes ampulosidades y emociones escondidas.
Almaas, exdiscípulo de Naranjo, pone énfasis en la humillación como puerta de entrada a la salida espiritual del eneatipo orgulloso. Estima que solamente tocando profundamente esta sensación se puede encontrar el verdadero ser o esencia personal.

Así pues, podemos aplicar a esta explicación del orgullo el dicho de: “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Tocar la carencia, la necesidad, será una salida, difícil, para el orgulloso y la orgullosa.

Aquel que es demasiado pequeño tiene un orgullo grande”

Voltaire)

En la siempre interesante Wikipedia, he encontrado estas manifestaciones del orgullo, que he contrastado con personas que se identifican con esta pasión y que estiman que han acertado bastante en su núcleo caracterológico:

1.   Rebeldía ante la autoridad establecida,
2.   Autoritarismo al mandar.
3.   Envidia de los valores de otros.
4.   Crítica de los envidiados.
5.   Creer siempre tener la razón y achacar sus propios errores a otras causas externas (Tirar la pelota fuera).

Y, seguramente también, atribuirse y exhibir los éxitos como trofeos y culpar a los demás de sus propios fracasos. Porque esto es una señal del carácter infantil, al que gran parte de los y las orgullosas pertenecen.
La jovialidad, la alegría aparente, la facilidad para seducir, la inocencia como compostura inconsciente, la niña o el niño eterno, son formas de no asumir la responsabilidad del adulto. Y también son formas de mantener la permanente seducción y facilidad para emocionarse. La emocionalidad pasa a ser la más importante de las manifestaciones y el estandarte de la persona “sincera”. 
Esto hace de este carácter personas atrayentes o atractivas, por la sensación que ofrecen en apariencia de sincera emocionalidad y afectuosidad a primera vista.
Al igual que una carta del Tarot, el carácter puede ser visto de dos maneras, dependiendo si está boca arriba o boca abajo. Lo mismo puede dar connotaciones positivas y/o negativas. Toda una serie de factores pugnan por abrirse dependiendo de las circunstancias y del contacto que se produzca.
Y es esa emocionalidad, con frecuencia tan exagerada cuando traspasa la sensibilidad normal, la que es un factor que habitualmente se tiene por “histérico” Se entiende aquí la palabra como exageración o desviación emocional, aunque también herramienta de evitación de la verdadera afectividad. 

Mi intención ha sido reflexionar acerca del orgullo como pasión que domina a determinados caracteres. En ningún caso denigrar a uno en función de sus defectos o pecados. Ciertamente, estar demasiado satisfecho de sí mismo dificulta el progreso espiritual. Si es más o menos que quien se tiene por poca cosa, esa es una cuestión que dejo a los expertos o más sabios o simplemente a la reflexión individual. 

En los 80s, cuando conocí a Claudio Naranjo, algunos alumnos teníamos la impresión de que el orgullo le parecía una pasión más difícil de tratar que las otras del Eneagrama. Fue una elucubración el pensar que hubiera caído en las redes amorosas de una persona orgullosa y seductora y que eso le tenia “en contra” de ese especial carácter. Y no hay nada inhumano en ello. Hemos visto cómo Dante se hace eco de esta pasión cristiana condenándola más que ninguna, sin que por ello tengamos que aceptar esa categorización.

Por mi parte, estimo absurdo condenar a una pasión más que a otra, pues todas tienen grados de locura, con independencia de la que sea.

Corresponde a cada persona mirarse. Y eso implica verse en los ojos de los demás, que son quienes nos pueden dar alguna retroalimentación de cómo nos percibimos.
El camino espiritual está lleno de trampas, de dificultades, de asperezas. Especialmente al principio, es necesario cuidar la atención para no perderse.
Un buen maestro es necesario. Pero es imprescindible saber auto-cuidarse, sin rencor ni autocompasión. 
Ni rebajarse ni ensalzarse más de la cuenta. 
Tal es el trabajo de la persona orgullosa.

“A través del orgullo, nos engañamos a nosotros mismos. Pero en el fondo, bajo la superficie de la conciencia, una voz suave y apagada nos dice: algo no está bien”
C. Jung





















jueves, 23 de abril de 2020

Cambio de valores en la Sociedad Internacional



Incluyo ahora el texto que he escrito para la Asociación española de Axiología Robert S. Hartman, basado en una introducción a la mesa redonda que moderé durante las Jornadas Nacionales de 2020.




CAMBIO DE VALORES EN LA

APUNTES PARA LAS JORNADAS NACIONALES DE AXIOLOGÍA DE MADRID 2020
ABRIL, 2020

A raíz de las Jornadas nacionales de axiología celebradas en Madrid el pasado 29 de febrero y 1 de marzo, realicé una breve intervención en la quise poner de manifiesto el cambio de valores que está sufriendo el derecho internacional en esta última época. He querido completar, con esta reflexión escrita, lo anotado en aquellas interesantes Jornadas.

Poco después de las Jornadas, el Gobierno declaró el estado de alerta en España y muchos ciudadanos, empresas y organizaciones de diversos países vieron sus libertades de movimiento limitadas temporalmente, para tratar de paliar los devastadores efectos de la pandemia del COVID19. El valor libertad de movimientos cedió su puesto al de la seguridad y a la organización de la salud comunitaria.
En primer lugar, he querido partir del supuesto de una similitud entre el sujeto personal y el sujeto jurídico, en este caso los estados, en su actual configuración política.
En segundo término, he trazado un paralelismo entre sujeto individual y sujeto estatal que se relacionan con los valores intrínsecos (la esencia o individualidad de la persona y del conjunto de personas que constituyen un estado), los extrínsecos (el campo en que se juegan los valores, cómo se clasifican y qué roles se despliegan, así como qué impulsos o necesidades se ponen de manifiesto) y los sistémicos (qué orden aceptan o rechazan los sujetos, tanto desde el punto de vista interno como externo; y, en el caso de los Estados, por qué normas se rigen a sí mismos y cuales aceptan o rechazan en su convivencia con los demás estados o sujetos de derecho).
En tercer lugar, considero que los valores, como todo en el mundo, cambian o mutan. No solamente -que también- en la breve vida individual, sino sobre todo con los vaivenes sociales, culturales y morales que acompañan el devenir de las civilizaciones y del universo.
Así como podemos ver que en el Perfil de Valores Hartman (PVH) hay términos que son cuestionados (y cuestionables) por la evolución individual y social, también sucede en la organización y la convivencia de las sociedades humanas.
El concepto de Estado, tal como actualmente lo conocemos, es bien diferente del concepto medieval y por tanto sus valores. Incluso hoy día la irrupción de organismos gigantescos, como las multinacionales, han cambiado la estructura del poder en la relación entre los Estados, en los Estados mismos y en la Humanidad.
Consecuentemente, algunos importantes conceptos axiológicos, hasta el momento defendidos por la mayor parte de los Estados, están siendo puestos en cuestión, mientras se defienden otros.

Si bien los sujetos o actores del derecho internacional han sido, durante mucho tiempo, principalmente los estados y las organizaciones internacionales a los que estos pertenecían, más adelante se fueron sumando empresas de ámbito internacional y otro tipo de asociaciones, en marcos que hicieron cambiar y fluir los anteriores.
En la actualidad, empresas grandes tienen un peso mayor en una negociación que muchos estados representados en la ONU y cualquier negociación lo ha de tener siempre presente. Estados y empresas multinacionales se reparten el poder.
En lo que se refiere al punto de vista axiológico, he tratado de limitar mi observación a los grandes principios o
valores que han sustentado la convivencia entre Estados, basados respectivamente en las dimensiones intrínseca, extrínseca y sistémica.
Entre estos valores o principios voy a aludir a los siguientes:
Considero un valor de orden intrínseco el principio de igualdad entre los seres humanos, que tiene su correspondencia en la igualdad entre los Estados y, por tanto, en su voto igualitario en las Asambleas internacionales. Y a nadie se le escapaque, siendo esto verdad, la influencia del magnate de una empresa es bien diferente de la de un trabajador humilde en ella. Así, igualmente, la influencia de un pequeño estado en una votación o en una negociación, por mucho que tenga el mismo voto que China, no es la misma y está sujeta a una presión y manipulación considerable.
El hostigamiento que han sufrido algunos estados y organizaciones internacionales por parte de estados poderosos en estos últimos años es tremendo. El presidente Trump (como bastantes de sus predecesores y de muchos otros estados poderosos), gran representante político de que no todos somos iguales ante la ley, ha retirado su apoyo a organizaciones internacionales (recientemente a la OMS para su propio beneficio electoral) o ha sometido a presión formidable a estados cuyos gobiernos no eran de su simpatía o agrado, o no se correspondían con los valores considerados como únicamente legítimos.
Esto ha sucedido siempre desde que existen las organizaciones humanas. Pensemos en Roma, en la España o Inglaterra imperiales, etc. El derecho a la diversidad y a la igualdad como valor intrínseco ha sido mancillado y manipulado siempre y en todo lugar, con intensidad diversa.
Lo que hace una diferencia es que hoy la influencia de los medios de comunicación es tan enorme que el poder de convencimiento y manipulación es desmedido. Pensemos en la campaña que se hizo para convencer a la opinión pública de que Iraq tenía “armas de destrucción masiva” y de que su ejército era el “segundo más poderoso del mundo (sic)” a fin de justificar la invasión de un estado “malvado” por otro que es defensor de la justicia.
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En este sentido, el individuo cree -o se le convence de- estar ante un sistémico ideal, así como llega a suponer que el orden internacional le protege y que todos los estados somos iguales en la Asamblea de la ONU por el simple hecho de que su voto vale lo mismo. Caer en el error de esa idealización es importante. Al hacerlo se desvirtúa el campo del orden extrínseco, en el que el sistémico y el valor intrínseco se han de dar la mano y desde ahí manejar la realidad en su presente.
El intrínseco del PVH nos habla de un “bebé” como primer valor intrínseco o supremo. Así como dice el Derecho Internacional moderno que los estados son iguales ante el derecho. Un bebé y un estado son intrínsecamente valiosos por el hecho de existir, visto en esta óptica. Así también dice el tratado de las NNUU que “todos los estados tienen el derecho de existir en fronteras seguras y reconocidas”.
Hoy por hoy, esto es una meta a alcanzar, un ideal. Un valor intrínseco sometido a los vaivenes de su relación con el sistema y los roles en el mundo (dimensiones extrínseca y sistémica).
El extrínseco expone al Estado a una realidad, sometiéndole a un constante hostigamiento entre los ideales y el mundo ordinario. A un ponerse al día sobre cómo acometer las funciones y los roles diversos, de acuerdo con las posibilidades de la situación. Y también con las fuerzas ocultas, o claramente aparentes, que convierten fácilmente un valor en un desvalor o al contrario un desvalor en un valor, para beneficio de los más pudientes. Una distorsión permanente apoyada por los poderosísimos medios de comunicación de masas, en manos de los gobiernos o de las empresas multinacionales o de individuos que acaparan el poder y que, inocentemente, o no tanto, o en absoluto, divulgan bulos, incluso a través de los propios ciudadanos, cambiando la opinión social, económica, cultural o política en pocos momentos (con fake news: “noticias falsas”). Pensemos en los gobiernos medievales acusando a los judíos, o a los gitanos o al estado vecino para obtener sus propios beneficios o desviar la atención sobre otros temas.
Las organizaciones internacionales son producto de convenios o tratados que los Estados (o las empresas) se comprometen a cumplir para realizar unos fines legítimos. A veces, están sometidos a una autoridad internacional que rara vez tiene soberanía para hacer cumplir lo juzgado. Con todo y ello, son un límite al poder de los más poderosos, que buscan, hoy por hoy, imponer un orden distinto en donde el más fuerte tenga más imperio. Lo que Hitler llamó la real politik, la política realista de “tanta fuerza tengo, tanto valgo”.
Vemos como una invasión del orden extrínseco, basado en principios o valores dudosos, pone en peligro el sistémico y a su relación con lo intrínseco. Igualdad y valor interno quedan desfigurados por hechos consumados que se legitiman defendiendo un orden diferente.
A la violencia de la real politik del régimen nazi, se opuso, tras el final de cruenta II Guerra Mundial en 1945, un intento de poner fin a la fuerza como instrumento de dominio, para encontrar un orden internacional diferente. De ahí partió la creación de la actual Organización de las Naciones Unidas.
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La violencia ejercida sobre el planeta y sus recursos, la aparición del cambio climático como un hecho incontrovertible y amenazador, la potencia con la que el sistema capitalista liberal se resiste a su transformación, la asombrosa acumulación de poder en manos de pocos ciudadanos y estados o empresas, todos esos factores y otros más están cambiando el orden anterior, sin que todavía sepamos a donde nos lleva el nuevo sistema.
El derecho internacional se ha basado sobre el aforismo latino de pacta sunt servanda (“lo pactado obliga”): hay que respetar y cumplir los pactos o convenios. Ello se le complementa con rebus sic stantibus (“estando así las cosas”): siempre que las circunstancias no cambien y se mantengan los equilibrios.
Las circunstancias han cambiado, pero el principio sigue siendo el mismo: si se pacta hay que respetar lo pactado o cambiarlo de común acuerdo.
Al principio intrínseco de que todos somos iguales ante la ley se le corresponde el sistémico de que hemos de respetar la ley más allá de nuestros deseos (dura lex sed lex, la ley es dura ley pero es la ley).
El territorio donde juegan estas dos grandes dimensiones es el del extrínseco, en el que ambas fuerzas han de encontrar una fórmula para poder hacer flexible el sistémico, en tanto que preserva lo más profundo del intrínseco.
Termino esta reflexión con un intento de trazar el paralelismo entre las fuerzas que, en cada ser humano, nos ponen en jaque. Nuestro valor más profundo, que es intrínseco, juega en el terreno extrínseco apoyado o tiranizado por lo sistémico.
Es la armonía entre las tres la que permite al ser humano vivir mejor. Unos ideales exagerados son incumplibles, como lo es la vida sin ellos. El orden sistémico nos nutre, pero es, o puede llegar a ser, tiránico cuando no está en armonía con los otros dos.
Nuestra atención ha de velar por nuestro intrínseco y hacer porque entre en contacto con los órdenes extrínseco y sistémico.
En el orden internacional hay un principio de realismo que no puedes ser el único, pues es preciso respetar la dignidad de los demás y para eso se creó el derecho internacional, por frágiles que sean sus instituciones.
En tanto que ciudadanos tenemos una responsabilidad, por pequeña que sea o nos parezca, para que ese orden se cumpla. Y unos medios. A veces pequeños, a veces heroicos, para luchar por ello.
Es una responsabilidad existencial que a cada uno corresponde delimitar.
Miguel Albiñana
Miembro de honor de la AEARSH
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