sábado, 26 de mayo de 2012

Espacio y tiempo: el grano de arena

El grano de arena se acomodó lo mejor que pudo en la masa infinita de la duna, entre millones de millones de otros granos... No podía dejar de pensar en su existencia infinitesimal, junto a tantos y tantos compañeros que formaban aquella mole que el viento, con su poderoso soplo, arrastraba y movía en el espacio.
En uno de esos movimientos se dio cuenta de que lo que le unía a sus vecinos era menos de lo que pnsaba pues el soplo de aire lo hizo correr ladera abajo.
Sin embargo, ese mínimno desplazamiento obligó a los otros granos a acomodarse y de forma repentina se produjo un despendimiento de arena, que al principio parecía leve y acabó arrrastrando a enormes cantidades de individuos, que se precipitaron ladera abajo.
 La duna perdió su forma y como tal desapareció.
 Terminó su existencia como tal para dar paso a otra forma, en que los granos de arena parecían haber encontrado una nueva manera de convivencia, aparentemente estable...

viernes, 18 de mayo de 2012

Muerte y vida IV parte (final)





Termino este artículo acerca de la muerte/vida, una dualidad permanente, con esta IV parte, que espero que sepais disculpar por larga y con la que quiero dejar patente mi apuesta por la vida, ya que soy de los que creen que "nacemos para vivir y no para morir", siendo la muerte la conclusión inevitable de la vida, al tiempo que la idea y la experiencia simbiótica que se da en cada momento de la existencia.
No vivimos en la actitud de muerte, y sin embargo nuestros actos, pensamientos y emociones tienen tanto más sentido cuanto que son acompañados de la inequívoca presencia de su finitud.
Gracias a todos los que me acompañais con vuestros comentarios, dudas o experiencias. Sois para mi compañeros inseparables de este blog.
La práctica totalidad del artículo fue escrita por mi para la Revista de la AETG/2011.


"... como vuesa merced  mejor sabe, todos estamos sujetos a la muerte y que hoy somos y mañana no, y que tan presto se va el cordero como el carnero y que nadie puede prometerse en este mundo más horas de vida que las que Dios quiera darle; porque la muerte es sorda y, cuando llega a llamar a las puertas de nuestra vida, siempre va de priesa  y no la harán detener ni ruegos, ni fuerzas,  ni ceptros, ni mitras, según es pública voz y fama..."


(Sancho a Don Quijote)



Es preciso entender esa angustia en un contexto evolutivo y apoyarse en los descubrimientos actuales, producto del desarrollo de la ciencia en sus diversas ramas. La antropología, permite ver al Hombre como un ser consecuencia de una inmensa e intensa evolución planetaria. La sociología, ayuda a considerar al Hombre en relación a los hechos culturales  (y por tanto también religiosos) que tiñen su manifestación individual y colectiva y pueden diseñar un aprendizaje. Un aprendizaje en el que, adaptando los manidos términos o instancias psicoanalíticos, lo super-yoico, los valores e ideas aprendidas, influyen y confluyen con lo yoico (la consciencia de sí) y con lo instintivo (ello). La psicología grupal, familiar e individual, enraizada en lo anterior, y que enmarca y comprende la personalidad de cada individuo, trasluce las fuerzas y debilidades del carácter y de la capacidad para a hacer frente al mundo y a la imagen de sí y permite a cada quien aceptar la realidad interna y externa, dentro de sus propias posibilidades.
 El terapeuta encuadra la problemática de la muerte, tanto el hecho objetivo como la angustia existencial que conlleva, en la vida personal e intransferible de cada individuo, pero, a un tiempo, en el contexto familiar, social y cultural en el que cada persona vive, pues somos hijos de un espacio y de un tiempo. También le ayuda a entender lo que sucede, así como  a experimentar las sensaciones y vivencias de cada momento, del “aquí y ahora”.
El acompañamiento de personas en trance de morir es una práctica muy valiosa y que cada persona puede experimentar. Existen hoy asociaciones que permiten a los interesados acompañar y ayudar a personas en este trance. Para mi, fue una situación que iluminó y dio significado a lo que se conoce como las etapas en el camino hacia la muerte (Kubler-Ross). Además, escuchar las vivencias a una paciente, que aceptó la tarea de acompañar  hasta su final a un moribundo, a quien no conocía, me hizo comprender cuanto puede ayudar a una persona (y más si es obsesiva)  el  vivir de cerca algo tan duro y tan vivo como la enfermedad y la muerte,  y entenderlo en el contexto de la existencia, paso a paso,  de una manera gestáltica. Y, por supuesto, la ayuda tan grande que supone para el moribundo ese desinteresado acompañamiento. La muerte hace pequeños, relativiza, el resto de los problemas o vicios del carácter.
Personalmente, he vivido la muerte como idea y como fenómeno cercano. En mi etapa mexicana, tuve una experiencia en la que traspasé el umbral de la consciencia  del yo y me perdí en un estado de locura (situación que tiene similitudes con la muerte), a manera de despersonalización, algo muy cercano a morir, según lo imagino. La sensación era, según recuerdo, de no lograr integrar mi “yo” y  estar con percepciones mentales de estar perdido en un mundo de imágenes borrosas y sinsentido. Nada pasaba, como estar en un limbo, hasta que entró la consciencia de ese estado y sobrevino la angustia al no poder “regresar” a las sensaciones ordinarias de la vida. Fue -pienso- la fe en la supervivencia y en mi organismo y  la confianza en mi terapeuta lo que me permitió regresar a un estado “normal” y, ya de vuelta y repuesto, pude alcanzar una mayor alegría ante el hecho de vivir.
Durante otro  tiempo, permanecí realizando experimentos en los que trataba de vivir la muerte en vida. Era como imaginar y traer al presente lo que sería estar muerto para, de esa manera, poder estar preparado cuando llegara. También vinieron las terapias “de la muerte”  , metiéndonos en un ataúd y haciendo procesiones tenebrosas y tragi-cómicas. Aquello solía hacer despertar a los “muertos en vida” y reintegrarlos a la consciencia de estar vivos (existe la leyenda de que el emperador Carlos V, entre otros, preparaba así su muerte, haciéndose meter en un féretro ).
 Esto hoy me parece casi absurdo o innecesario, aunque al yo de entonces le interesaba en exceso. Era una etapa. Y lo veo innecesario porque, mientras hay un hilo de vida, de conciencia, es inútil tratar de traspasar nada, pues todo puede ser remitido a esa conciencia de vida. Lo mismo las experiencias cercanas a la muerte (relatadas, entre otros, por R. Moody), que las prácticas por medio de sustancias psicotrópicas (que describe, entre otros, S. Grof), que los éxtasis místicos (o meditativos) en sus diferentes manifestaciones. No niego su validez y conveniencia como experiencia, enriquecedora para la vida;  pero se trata de una práctica de, para y en vida, pues de la muerte nadie ha regresado para contarlo. Es verdad que, dicen los filósofos experimentados,  quien no teme a la vida tampoco teme a la muerte. Y puede que lo contrario sea también verdad: quien no teme a la muerte tampoco teme a la vida y por tanto puede sostenerla con plenitud.
Pienso que el terapeuta adiestrado (y no solamente él) puede hacer acompañamientos fundamentales y muy útiles en esta temática tan profunda y difícil. Siempre recuerdo con agradecimiento y afecto a mi última terapeuta, ya fallecida, que supo mostrarme caminos de crecimiento en momentos en que mi vida atravesaba situaciones reales de peligro. Trabajaba con ella desde la óptica gestáltica, el día a día, y la tarea con los sueños fue de enorme utilidad, ya que tenía por entonces mucha actividad inconsciente que me alarmaba. En una ocasión, en que me hacía ver una parte de mi sueño, se encaró a mi y me espetó algo así: “no te veo preparado para  morir, tus figuras son intensamente vivas y es más la angustia que padeces que la realidad”. Efectivamente, estaba disponiendo prematuramente el terreno, metiéndome anticipadamente en un catafalco presente/futuro, y dejando de lado la enorme cantidad de experiencias que estaba viviendo y podía vivir todavía. La angustia alejaba el presente. Recuerdo la frase que Henkel hace decir a su personaje el inspector: “hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir”…
 Cuando la muerte como idea se transforma en hecho, la vivencia cambia del todo. Esa fue para mi la inmensa diferencia de pensar que podía  morir a estar cercano  a pasarlo, cuando mi corazón falló y sentí que mi tiempo se había terminado. Pero nada me autoriza a pensar que lo viví ya que, una vez más, el impulso de vida de mi organismo se colmó  al llegar la ayuda a tiempo. La visión que estaba teniendo  de que la puerta se cerraba se esfumó y la instalación de un mecanismo ingenioso para mi corazón hizo que la vida entrara de nuevo a raudales. No era tiempo de morir. De abrir esa escotilla que Memo no encontraba, cuando cercano ya a morir, se lamentaba de no hallarla para poder partir. Puede que muriera en el momento en que la vio: era la puerta trasera, la que conduce a la muerte, mientras que la que se franqueaba para mi era todavía la de delante, la que se abre a la vida.
Son estas experiencias las que más me han sido útiles a la hora de entender la muerte y al que va morir. Para mi no se trata ya de dar esperanzas  o ideales que no siento. Tampoco de quitárselas al que sí las tiene: ilusiones de seguir viviendo o de pasar a “mejor vida”. Lo principal es estar en el presente de quien va a morir y atravesar cada momento, cada etapa, al igual que, en lo ordinario, es estar en el presente de quien vive, o de conducirlo empáticamente hacia esa vivencia. La entrega al presente, tan liberadora en la terapia de los vivos, es igualmente sanadora para los que van a partir.
 A este respecto, hace poco, tuve esa sensación con la obra (escrita y luego producida en film) que narra el paso hacia la muerte del periodista T. Terzani,  admirablemente narrada por su hijo, quien representa, desde las entrevistas que hace a su padre moribundo, al terapeuta gestáltico.
Se trata ciertamente de permitir que la persona pueda expresar lo que atraviesa (en sensaciones, en palabras, en gestos), sin llevarlo ni conducirlo a ningún lugar: hay una necesidad, en Terzani, de recorrer toda su vida profesional, su pensamiento familiar, social y político,  su forma liberal y anarquista de ver la vida,  su rebeldía ante el poder y los poderosos, ante los que mancillan la libertad en nombre de la revolución o de la democracia, toda esa vida marcada por la libertad personal y sin embargo emocionalmente vinculada a la mujer que le acompañó más de cuarenta y cinco años, y a la que le dedica frases en las que el amor va más allá que cualquier pensamiento libertario…
Me atrajo encontrar algunos asuntos en que, como no podía ser menos, me sentí identificado. El ideario de Krishnamurti, entre lo que destaco el que el pensamiento (el pensar acerca de) es precisamente lo que nos impide captar la realidad en toda su dimensión, puesto que la limita, le pone una forma pre-determinada: una vez más la fórmula gestáltica de que “una rosa es… una rosa… una rosa… una rosa…” y la percepción es única, en tanto que la descripción es rica y variada, necesaria aunque deformante.
Y relata la experiencia de plantar patatas podridas, que en la primavera darán plantas nuevas, esta imagen que tanto tiene que ver con la semilla que muere y germina de nuevo, en una planta similar pero diferente, que contiene toda la esencia de la anterior y sin embargo una existencia distinta. Toda una filosofía de la muerte, existencial, hegeliana en tanto que la muerte es portadora de vida y por ende necesaria: el antiguo mito agrario de tantas corrientes espirituales, luego religiosas. Por ello, su hijo Folco, imbuido de hinduismo y de ánimo experiencial, se atreve a aseverar que toda la filosofía “alemana” acaba siendo inútil ante la vivencia ( y uno se pregunta: bueno, ¿porqué solamente la alemana?) que nos implica directamente con la vida, a  su vez imbricada con la descomposición, con la muerte. Hay algo de “eterno retorno” nietzschiano en este desposorio entre vida y muerte, en este constante devenir en el que no puede existir lo uno sin lo otro.
Principalmente, destaco su aseveración de que la vida tiene que ser recorrida de forma libre y con la menor cantidad de ataduras posible. Y ¡Cuidado!: ataduras no significa no compromiso, sino implicarse esencialmente con aquello que nos hace libres ante los demás, ante lo demás, con individualizarse. No hay más ligazón que la de tratar en cada momento de “ser uno mismo”, de hacer aquello en lo que se cree, que se siente, que nos mueve hacia ; y eso sí,  nos hace más ricos y más sabios. Terzani afirma y concuerdo, que eso nos hace más felices o felices durante más tiempo de nuestra vida.
 Y, sin pretender ser exhaustivo, hay un momento en que  dice ¡No! Se atreve a desobedecer a su guía, al Viejo Maestro de la Montaña de los Himalayas, quien le urge que abandone a su familia para poder ser más libre en el momento de la muerte, que está siendo el de la vida. Ese ¡No! vuelve a hacerle paradójicamente libre, pues su propio compromiso va más allá de cualquier atadura, de cualquier ideología, de cualquier “maestro”.
 Y me acordé de Sheldom Kopp , cuando recoge la frase oriental de “si encuentras a Buddha en el camino…¡mátalo!” Mátalo porque, en ese momento de vida, ya solamente es posible seguir al buda, al maestro, interior. Y es ese magnifico buda interior el que afirma que quiere la compañía de sus más allegados, hasta el momento en que haya de abordar el avión que le lleve ya fuera de esta realidad. Y es ese momento de profunda dulzura, en el que la esposa y los dos hijos se despiden y el pasajero aborda el último vuelo. A conciencia de que no ha podido resolver todo, de que hay planteamientos existenciales que quedaron sin comprender, significados ya sin importancia ante el abandono final.
Y, en este final de vida, entregado al último momento, ¡Qué importa!: marcha desnudo, habiendo dejado las ataduras del deseo y con la inmensa gratitud de haber podido vivir su vida. Claro que se trata, además, de una vida repleta de aventuras, de alegrías, de éxitos y fracasos. Pero siempre marcada por un desbordante optimismo y una fuerza vital maravillosa. Y el personaje se atreve a decir que agradece  en especial a su enfermedad,en este caso al cáncer, que le ha hecho comprender la vida de una manera diferente, en toda su plenitud.
Recordé en ese momento a una persona a la que mucho amé. Su pelea con la muerte por amor enorme a la vida y  su sufrimiento, que le hizo decir ya cercana a fallecer : “qué triste es morir”. Frase que me causó un dolor enorme en el instante, por lo mucho que la quería y al percibir la tristeza que la embargaba al dejar la vida.
 Y sin embargo, como si fuera hoy, recuerdo como el sufrimiento la fue moldeando hasta lograr aceptar la partida. Los besos con los que nos despidió, casi su única función vital intacta a los largo de aquellos días. Hasta que el cuerpo se rindió y el espíritu pudo hacerlo también.

La muerte de Tiziano, tal como la describe su hijo, me recuerda la de un “iluminado”. Siento ahora la iluminación como la aceptación de la vida como es, transitoria, relativa, efímera, ligada a la muerte, la cual recoge los restos para entregarlos de nuevo a la Naturaleza: Deus sive Natura (Spinoza)
 El recuerdo de los ausentes que partieron con aceptación no me hace sentirme triste de que ya no estén, pues permanecen en mi memoria y percibo cierta alegría porque se hayan podido ir a su manera: así como habían vivido, comprometidamente. Haciendo lo que su naturaleza les dictaba.
Esto es lo que deseo para mi vida y para mi muerte.
El acompañamiento en la muerte, es un modelo de estar en el presente, del “how and now”, de no perderse en la esperanza, sino de estar en aquello en lo que la persona está viviendo hasta el último momento.

lunes, 14 de mayo de 2012

Muerte y vida (IIIa parte)


el cielo protector

3.-Posibilidades para encarar la angustia de muerte.

Dejando ahora de lado las formas de tratar la angustia inherentes a los pensamientos religiosos, sin que suponga menoscabo de nada, veamos qué posibilidades tiene el humano de afrontar la idea de la muerte desde la razón y la observación.

a) La vida, en su dimensión de “faber”, de actividad (trabajo, arte, familia, amistad, sexo…), nos aleja de la angustia de muerte. Puede ser percibida como distracción y también como vivencia de la existencia en su plenitud: así la muerte es un hecho que llegará y que no siempre tiene que ser angustioso para el “supuesto yo”, identidad en evolución, adquirida en el curso del desarrollo del hombre como especie.
El pensamiento de muerte es consecuencia frecuente  de falta de actividad en alguno de los aspectos de “eros”, de la capacidad del humano para desarrollar actividades que le interesen. Una saludable actividad física, una creatividad constructiva, una vida social adecuada y fomentar una actividad racional con ánimo de conocimiento, son todas ellas actividades propias del humano sano. Ninguna de ellas por sí misma puede dar a la vida una forma o sentido definitivo. La crisis es sinónimo de vida y de ella salen nuevas soluciones y metas.

b) Cabe así mismo afirmar que la vida es un proceso que conduce inexorablemente hacia la muerte. Y que puede ser un camino para comprender la existencia en su totalidad. En esta totalidad habría también una solución a la angustia, en su experimentación, en su vivencia.
De ahí, las caminos al “éxtasis”, que pretenden llevar a la conciencia a una dimensión no individual, de “comunión” con el otro o con lo otro. La participación en actividades que disuelven o disminuyen la exagerada consciencia individual son fórmulas, vías para dejar de lado la obsesiva idea de que el yo necesita alcanzar una trascendencia en el tiempo y de que ese “yo” es una entidad inalterable y fija, frente al resto de las cosas que evolucionan.
Pero también el dejar de hacer, el wuwei chino, la meditación, la oración silenciosa son caminos de experiencia hacia la comprehensión, hacia la aceptación de la Realidad real.
En la aceptación de la vida/muerte está el que los estados físicos y emocionales son transitorios y en encarar este hecho de la vida, sin pretender que sea de otra manera, ni confundir el deseo de inmortalidad con un hecho cierto (por muy deseable que pueda parecer a algunos), que no se puede comprobar. Desde ahí, tan válida es la afirmación de Spinoza que considera que la muerte es un suceso al que hay que dedicar poco tiempo, pues la vida es más cierta e interesante, como la de Gurdjieff quien afirmaba que debíamos tenerla presente siempre en la existencia. Ambas, adecuadamente apreciadas, conducen a un afianzamiento de la vida, entendida como un valor en sí misma y no como un tránsito hacia la muerte.
Hacer y dejar de hacer son, ambas, experiencias para serenar la angustia y la obsesión.

viernes, 11 de mayo de 2012

el planeta Vida


Para descansar de la inseparable muerte y como regalo a nuestros sentidos, os recomiendo esta página, que me remite J,influida por las ideas "new age", pero cuya belleza de imágenes y de música es un regalo para nuestros sentidos.
la vida en sus manifestaciones variadas,el impulso que permanentemente transforma las cosas...


http://www.youtube.com/watch?v=rV383sCdn9Q&feature=share

miércoles, 9 de mayo de 2012

Muerte y vida (IIa parte)

Aún cuando el primer tramo de este escrito no ha suscitado muchos comentarios, voy a publicar esta breve IIa Parte, del mismo, que tendrá una continuación...
La muerte todo lo sacude. Como el caballero de la foto arrebata la realidad y la transforma... El Shiva o la Kali de las dos caras: con una crea y con lka otra destruye...




2.-La muerte como vivencia, como hecho socio-religioso y como idea portadora de angustia.

Estas consideraciones pretenden hacer evidente que la consciencia de vida y de muerte es un elemento esencial en la existencia del humano actual. Ciertamente, la muerte es un hecho per se, que habitualmente ha afrontarse en los otros antes de topárselo ante sí mismo, ya sea de forma irreversible, ya sea como anuncio de lo que ha de llegar. La muerte es, por tanto, un hecho “absoluto”, innegable y consustancial a la vida.
La muerte es además un hecho social. Como puede verse en la historia de la especie, y puede notarse en la actividad diaria (funerales, enterramientos etc.), con lleva unos ritos que la hacen asimilable, aceptable, y que son similares en cada pauta cultural.
En tercer lugar, la muerte es una idea. Un acontecimiento imaginado futuro y necesario, que abarca una serie de pensamientos, ligados a emociones. Y como tal idea/hecho futuro es el que más ha interesado a la filosofía y a la psicología. La muerte como suceso necesario y como hecho social han sido y son tratados en términos de grupo. La muerte como idea acontece en la conciencia intelectual y afectiva y es un fenómeno ligado a la situación de angustia, así llamada “existencial”, puesto que es inherente a la existencia. Como decía al inicio, es esta idea la que es producto principal de la evolución y en especial en función de la necesidad de afrontar las dificultades que genera en la mente la percepción de sí mismo como individuo, diferente a los demás, al tiempo que se pretende solucionar un hecho futuro, la muerte, al que se adscriben cualidades negativas (dejar de ser, o de estar).

jueves, 3 de mayo de 2012

Muerte y vida (1a parte)



Muerte y Vida, una dualidad gestáltica

 
"Nada permanece sobre la tierra, todo es transitorio, la vida solamente tiene un tiempo. Tan solo la muerte es eterna"

UrNapisti (el eterno)
(Poema de Gilgamesh
)

1.Rebelión contra la muerte: la sombra; el doble (fantasma); el alma.

La historia del Universo, en el tiempo y en el espacio, es de reciente conocimiento. Todavía a principios del siglo XX , en Europa, se debatía la edad del mismo, y por lo tanto de la Tierra, considerándola, en términos bíblicos, en miles de años. Así mismo, desde Darwin, el origen y evolución de las especies y la aparición del humano es un acontecimiento muy moderno en la mayor parte de los sistemas educativos contemporáneos. Incluso, desde ópticas regresivas, se pretende ponerlo en cuestión y regresar al "creacionismo" que se estima más digno y religioso que el evolucionismo.
Sin embargo, la ciencia avanza, muchas veces a salvo del pensamiento religioso, esotérico, precientífico o irracional, para afirmar, con cada vez mayor autoridad, que todo está en permanente evolución y nuestra especie no es una excepción: del tronco de los primates deriva el humanoide, hasta llegar al homo faber, el "hombre que hace" y luego al sapiens, "el que conoce".
Esta actitud activa humana, siempre inquieta y cuestionadora, ha determinado, a su vez, la evolución orgánica de nuestro cuerpo y en especial del cerebro, dando origen a una especie animal hasta cierto punto diferente de su origen, cuya mente le pone ante nuevos retos y nuevas consciencias. Una de estas, la que hoy me interesa, es la diferenciación del entorno, la capacidad para individualizarse, para separarse con conocimiento del resto de lo creado.
De un humano confluido con y en el universo, se pasa a un humano que, separándose, presta atención al universo y, más allá todavía, que se observa a sí mismo, en su dimensión física y psicológica. Es el humano contemporáneo, que trata de entenderse a sí mismo y al entorno del que forma parte.
E. Morín (1) afirma que es esta capacidad de des-confluirse del ambiente lo que permite al hombre dar un salto en su evolución y en la conquista de su entorno, al tiempo que le pone ante un conflicto cuasi irresoluble: la consciencia de su interinidad en el tiempo/espacio. Es decir, la inexorable mirada hacia lo efímero de su existencia, claramente perceptible, como diría el Buda, ante la obviedad de la enfermedad, la vejez y la muerte. El carácter corruptible de la materia de la que está hecho, la permanente evolución que le dirige hacia la decadencia y el final de la existencia, pone al humano ante el horror de ver su individualidad destinada al término, a la extinción. Pues, mientras formaba parte del todo, mientras era animal en estado puro, esa individualidad estaba dormida, o no aparecida, y por tanto no existía ese horror, ese espanto a morir como acontecimiento inexorable que, desde entonces, le acompaña como individuo y como especie y que el intelecto recuerda.
Siguiendo la argumentación moriniana, ante la inevitabilidad de la muerte y el hecho cierto de ver a los demás morir o muertos, el hombre sapiens va a sacar adelante una idea, asociada a su deseo de no perder la vida: la noción de que hay un doble que no perece. Ese doble, durante un tiempo, será compañero de la tribu o de la aldea y dispondrá de una serie de privilegios, en función de su capacidad para hacer daño o beneficio a los vivos que permanecen. Los enterramientos Neanderthal y luego los del "homo sapiens", quieren dejar de manifiesto que la muerte no termina con el "espíritu". Por ello, se les entierra en posición fetal, mirando al Este, al renacer del sol, a veces cubiertos de pintura roja… Es la rebelión tranquilizadora contra la muerte, creando una capa protectora contra ella. Más tarde, los brujos como casta y los sacerdotes como clase se encargarán de mantener viva esta idea esperanzadora, salvadora para la angustia humana, a la par que beneficiosa para sus intereses como clase con poder de intermediar entre vivos y muertos o entre hombres y dioses. El binomio horror-a-la-muerte/casta-sacerdotal ha tenido y tiene un enorme impacto e influencia social y política.
Si ese doble está o no relacionado con la percepción de la sombra o reflejo-espejo (en el agua), con el deseo de no perder la individualidad (afín con la supervivencia), con el espanto producido por el deterioro y corrupción del cuerpo y el lamento por la pérdida de los seres cercanos y queridos, todo ello es un largo capítulo que pertenece todavía al dominio de la investigación, entre otras, de la antropología y de las neurociencias.
Es probable que ese doble, ese espíritu del mundo de las sombras, en algún momento haya sido transformado en alma. Así lo considera Morín, al igual que otros pensadores. Un alma que ya no va a ser terrorífica, sino que queda confinada a un mundo diferente (cielo, infierno) o bien obligada a renacer, ya sea en otro cuerpo humano, o incluso animal o vegetal. Aquí, el deseo de justicia o de equidad crea un mundo paralelo en el que el premio y castigo, ya que no alcanzable en este mundo, es logrado en otro y/o queda a cargo de un Ser Superior, que puede ser bueno o malo, dios o diablo.
El binomio salvación o renacimiento aparece así como una de las formas para combatir el temor a la idea de la muerte total, absoluta: a la desaparición. Frente a ello, el materialismo propugnará la aceptación de lo efímero, como ley que alcanza al humano, y el monismo, frente al dualismo cuerpo/espíritu.