lunes, 29 de agosto de 2011

La cruzada va de fiesta


EL Sr Vargas

El premiado y oronobelado novelista Mario Vargas Llosa suele escribir los domingo en el diario “El País”. Vaya por delante mi admiración a un hombre que funde creatividad y laboriosidad en sus novelas, que para mi son de lo mejor de la novela contemporánea en lengua castellana.

No me pasa lo mismo cuando leo sus artículos en el diario. Casi todo lo que escribe me parece un cúmulo de tópicos, de commonplaces, de lugares comunes, a mi juicio muy distanciados de su estilo y calidad como novelista.

En esta ocasión, don Mario se alegra y considera que debemos todos alegrarnos de la visita de Herr Ratzinger a Madrid, con motivo de las Jornadas católicas de la juventud, que provocaron una masiva concentración de fieles en esta ciudad.

No contento con admirar la figura del actual papa, al que considera un hombre “de ideas, intelectual, culto e inteligente etc. etc.…”, lo cual es una apreciación personal respetable, sin duda, de alguien que dice haber leído sus obras desde un aposición agnóstica, sin bostezar (sic), Vargas estima que el catolicismo de hoy en día es activo y beligerante. Ciertamente beligerante lo es, no sé si en su Perú natal (aunque las declaraciones de su primado son casi bélicas), pero desde luego en este país, en donde obispos y chambelanes, casi siempre del brazo de políticos muy conservadores, se dedican a luchar contra la política del gobierno a favor de la igualdad de géneros, del derecho de la mujer a decidir sobre su propia vida, de la igualdad de los homosexuales o del uso de los preservativos, por no hablar del derecho del Gobierno a impulsar un sistema educativo igualitario, en el que la educación para la ciudadanía tenga un espacio, con independencia del derecho de los padres a que sus hijos sigan enseñanzas religiosas.

Pero don Mario va más allá…considera que la religión, “esa forma elevada de superstición”, puede combatir eficazmente la corrupción, mejor que la ética laica, pues esa ética no libra a la sociedad de “fuerzas destructivas, disociadoras y anarquistas”… ¡A mi parece tremendo! Que un hombre de espíritu liberal acabe diciendo lo que Napoleón: “Es imposible dirigir a un pueblo sin religión” ¡Desde luego! La religión, en connivencia con el poder, suele poner ataduras a sus ciudadanos y ahí está la historia para demostrarlo. El viejísimo matrimonio del brujo con el jefe de la tribu, del poderoso con el sacerdote, del rey con el papa en detrimento de los ciudadanos…

El artículo de D. Mario prosigue: “la cultura no ha podido reemplazar a la religión ni podrá hacerlo, salvo para pequeñas minorías…la idea de la extinción definitiva seguirá siendo intolerable para el ser humano común y corriente”… Oiga don Mario ¿es Vd. un ser humano común y corriente? Si se dice agnóstico ¿podría explicarnos que tiene Vd. que no tienen los mortales comunes y corrientes? ¿miedo quizás? Miedo de decir las cosas como son ¿podría ser?

Mire, dice que “creyentes y no creyentes debemos (el subrayado es mío) alegrarnos por los ocurrido en Madrid en estos días en que Dios paree existir”. Verá: lo que yo siento es pena, vergüenza, de que una persona como Vd. pueda decir semejantes afirmaciones, aunque como hemos visto, en política todo se vale y supongo que siempre y cuando no gane el malo de la película.

Una sola cosa buena me llega de su artículo: “nadie es perfecto”. Y Vd., que es un buen novelista, me parece un ideólogo patético y un periodista mediocre.

(Comentario a “EL País” 28/VII 2011, PG 25)

martes, 16 de agosto de 2011


Leerte después de verte.

El film acerca de tu vida y en especial de tus últimas semanas rodeado de tu familia, me había parecido insuperable, por la enorme dimensión humana con la que viene cargado tu personaje. Pero tanta fue la emoción con la que viví las imágenes, que enseguida fui a buscar la lectura, en donde mi pensamiento, mi imaginación, no está tan directamente mediatizada por las imágenes.

El libro va más allá de lo que transmite la película. Creo que la entrevista que te hace tu hijo y en la que puedes hablar de toda tu vida profesional, de tu pensamiento social y político, de tu forma liberal y anarquista de ver la vida, de tu rebeldía ante el poder y los poderosos, ante los que mancillan la libertad en nombre de la revolución o de la democracia, toda esa vida marcada por la libertad personal, sin embargo emocionalmente vinculada a la mujer que te acompañó más de cuarenta y cinco años, y a la que le dedicas frases en las que el amor va más allá que cualquier pensamiento libertario… todo esos pasos merecen ser leídos con detenimiento.

Me fascinó encontrar algunos asuntos en que, como no podía ser menos, me sentí identificado. El ideario de Krishnamurti, entre lo que destaco el que el pensamiento es precisamente lo que nos impide captar la realidad en toda su dimensión, puesto que la limita, le pone una forma pre-determinada: una vez más la forma gestáltica de que “una rosa es… una rosa… una rosa… una rosa…” y la percepción es única, en tanto que la descripción es variada y necesaria aunque deformante.

Y esta experiencia de plantar patatas podridas, que en la primavera darán plantas nuevas, esta imagen que tanto tiene que ver con la semilla que muere y germina de nuevo, en una planta igual pero diferente, que contiene toda la esencia de la anterior y sin embargo una existencia distinta. Y tu hijo Folco, que se atreve a aseverar que toda la filosofía “alemana” acaba siendo inútil ante esta experiencia (bueno, ¿porqué solamente la alemana?) que nos implica directamente con la vida.

Principalmente, con lo que me identifico es con tu aseveración de que la vida tiene que ser vivida de forma libre y con la menor cantidad de ataduras posible. Y ¡Cuidado!: ataduras no significa no comprometerse, sino comprometerse esencialmente con aquello que nos hace libres ante los demás, ante lo demás. No hay más atadura que la de tratar en cada momento de “ser uno mismo”, de hacer aquello en lo que creemos y eso si no nos hace más ricos y más sabios. Sin duda crees y yo contigo, que nos hace más felices o felices durante más tiempo de nuestra vida.

Y, no puedo ser exhaustivo, pero ese momento en que le dices ¡No! al Viejo Maestro de la Montaña, quien te exige que dejes a tu familia para poder ser más libre en el momento de tu muerte, que es el de tu vida. Ese ¡No! que vuelve a hacerte paradójicamente libre, pues tu compromiso va más allá de cualquier atadura, de cualquier ideología, de cualquier “maestro”. Y nuevamente me acordé de Kopp, cuando recoge la frase oriental de “si encuentras a Buddha en el camino…¡mátalo!" Mátalo porque, en ese momento de vida, ya solamente puedes seguir a tu buda interior. Y es ese magnifico buda interior el que te hace decir que quieres la compañía de tus más allegados hasta el momento en que abordas el avión, que te lleva ya fuera de esta realidad. Y es ese momento de profunda dulzura, en el que tu compañera y tus dos hijos se despiden y tu abordas tu último vuelo. A conciencia de que no has podido resolver todo, de que hay planteamientos existenciales que no has podido comprender, significados que quedan fuera ya.

Pero ¡qué importa! Partes desnudo, habiendo dejado las ataduras y con la inmensa gratitud de haber podido vivir tu existencia. Y además una vida repleta de aventuras, de alegrías, de éxitos y fracasos. Pero siempre marcada por un desbordante optimismo y una fuerza vital maravillosa. Y te atreves a decir que das las gracias al cáncer, que te ha hecho comprender la vida y la muerte de una manera diferente.

Recordé en ese momento a una persona a la que mucho amé. De su pelea con la muerte por amor enorme a la vida y de su sufrimiento que le hizo decir :“qué triste es morir”. Frase que me causó un dolor enorme en el instante, por lo mucho que la quería.

Y sin embargo, como si fuera hoy, recuerdo como el sufrimiento la fue moldeando hasta lograr aceptar la partida. Los besos con los que nos despidió, casi su única función vital intacta a los largo de aquellos días. Hasta que el cuerpo se rindió y el espíritu pudo hacerlo también.

Sí, Tiziano. Tu muerte me recuerda la de un “iluminado”. No puedo no sentirme triste de que ya no estés, y al mismo tiempo alegre porque te hayas podido ir a tu manera, como habías vivido. Haciendo lo que tu naturaleza te dictaba.

En tanto que periodista, tu trayectoria es apasionada y apasionante. Y las vivencias asiáticas se me hacen también tan compartibles, tan humanas.

En fin. No me he hecho seguidor tuyo, porque eso sería traicionarte y traicionarme. Mi vida es la mía y como tal pretendo seguir viviéndola hasta que se acabe, y en ese momento mi muerte será la mía, espero que sin imitaciones, ni más coraje que el que mi organismo me de.

(Comentarios al libro “Mi fin es mi principio”, de Terziano Terzani).

Una vida vivida y vívida

Leerte después de verte.

El film acerca de tu vida y en especial de tus últimas semanas rodeado de tu familia, me había parecido insuperable, por la enorme dimensión humana con la que viene cargado tu personaje. Pero tanta fue la emoción con la que viví las imágenes, que enseguida fui a buscar la lectura, en donde mi pensamiento, mi imaginación, no está tan directamente mediatizada por las imágenes.

El libro va más allá de lo que transmite la película. Creo que la entrevista que te hace tu hijo y en la que puedes hablar de toda tu vida profesional, de tu pensamiento social y político, de tu forma liberal y anarquista de ver la vida, de tu rebeldía ante el poder y los poderosos, ante los que mancillan la libertad en nombre de la revolución o de la democracia, toda esa vida marcada por la libertad personal, sin embargo emocionalmente vinculada a la mujer que te acompañó más de cuarenta y cinco años, y a la que le dedicas frases en las que el amor va más allá que cualquier pensamiento libertario… todo esos pasos merecen ser leídos con detenimiento.

Me fascinó encontrar algunos asuntos en que, como no podía ser menos, me sentí identificado. El ideario de Krishnamurti, entre lo que destaco el que el pensamiento es precisamente lo que nos impide captar la realidad en toda su dimensión, puesto que la limita, le pone una forma pre-determinada: una vez más la forma gestáltica de que “una rosa es… una rosa… una rosa… una rosa…” y la percepción es única, en tanto que la descripción es variada y necesaria aunque deformante.

Y esta experiencia de plantar patatas podridas, que en la primavera darán plantas nuevas, esta imagen que tanto tiene que ver con la semilla que muere y germina de nuevo, en una planta igual pero diferente, que contiene toda la esencia de la anterior y sin embargo una existencia distinta. Y tu hijo Folco que se atreve a aseverar que toda la filosofía “alemana” acaba siendo inútil ante esta experiencia (bueno, ¿porqué solamente la alemana?) que nos implica directamente con la vida.

Principalmente con lo que me identifico es con tu aseveración de que la vida tiene que ser vivida de forma libre y con la menor cantidad de ataduras posible. Y ¡Cuidado!: ataduras no significa no comprometerse, sino con comprometerse esencialmente con aquello que nos hace libres ante los demás, ante lo demás. No hay más atadura que la de tratar en cada momento de “ser uno mismo”, de hacer aquello en lo que creemos y eso si no nos hace más ricos y más sabios. Sin duda crees y yo contigo, que nos hace más felices o felices durante más tiempo de nuestra vida.

Y, no puedo ser exhaustivo, pero ese momento en que le dices ¡no! Al Viejo Maestro de la Montaña que te exige que dejes a tu familia para poder ser más libre en el momento de tu muerte, que es el de tu vida. Ese ¡no! Que vuelve a hacerte paradójicamente libre, pues tu compromiso va más allá de cualquier atadura, de cualquier ideología, de cualquier “maestro”. Y nuevamente me acordé de Kopp, cuando recoge la frase oriental de “si encuentras a Buddha en el camino…¡mátalo! Mátalo porque, en ese momento de vida, ya solamente puedes seguir a tu buda interior. Y es ese magnifico buda interior el que te hace decir que quieres la compañía de tus más allegados hasta el momento en que abordas el avión que te lleva ya fuera de esta realidad. Y es ese momento de profunda dulzura en el que tu compañera y tus dos hijos se despiden y tu abordas tu último vuelo. A conciencia de que no has podido resolver todo, de que hay planteamientos existenciales que no has podido comprender, significados que quedan fuera ya.

Pero ¡qué importa! Partes desnudo, habiendo dejado las ataduras y con la inmensa gratitud de haber podido vivir tu vida. Y además una vida repleta de aventuras, de alegrías, de éxitos y fracasos. Pero siempre marcada por un desbordante optimismo y una fuerza vital maravillosa. Y te atreves a decir que das las gracias al cáncer que te ha hecho comprender la vida de una manera diferente.

Recordé en ese momento a una persona a la que mucho amé. De su pelea con la muerte por amor enorme a la vida y de su sufrimiento que le hizo decir :“qué triste es morir”. Frase que me causó un dolor enorme en el instante, por lo mucho que la quería.

Y sin embargo, como si fuera hoy, recuerdo como el sufrimiento la fue moldeando hasta lograr aceptar la partida. Los besos con los que nos despidió, casi su única función vital intacta a los largo de aquellos días. Hasta que el cuerpo se rindió y el espíritu pudo hacerlo también.

Sí, Tiziano. Tu muerte me recuerda la de un “iluminado”. No puedo no sentirme triste de que ya no estés, y al mismo tiempo alegre porque te hayas podido ir a tu manera, como habías vivido. Haciendo lo que tu naturaleza te dictaba.

En tanto que periodista, tu trayectoria es apasionada y apasionante. Y las vivencias asiáticas se me hacen también tan compartibles, tan humanas.

En fin. No me hecho seguidor tuyo porque eso sería traicionarte y traicionarme. Mi vida es la mía y como tal pretendo seguir viviéndola hasta que se acabe, y en ese momento mi muerte será la mía, espero que sin imitaciones, ni más coraje que el que mi organismo me de.

(Comentarios al libro “Mi fin es mi principio”, de Terziano Terzani).

lunes, 8 de agosto de 2011

La mente compasiva


El hombre. El cerebro. La mente: la compasión.

En poco más de un siglo “la ciencia “ ha llegado a conclusiones trascendentes en relación a la evolución del Universo, del sistema solar, del planeta en el que vivimos, de la vida y su origen en la Tierra, de la aparición de los primeros seres vivos y del lento “ascenso” de la complejidad de los organismos vivos, hasta la aparición del Hombre.

Es apasionante el formidable desarrollo del cerebro en el ser humano, a partir de órganos mucho más sencillos (como el cerebro reptiliano) y como parece que todo esto ha tenido que ver con la necesidad de adaptación a circunstancias nuevas que, a su vez, se han visto influidas por la nueva forma de entendimiento. En definitiva, organismo y ambiente se han influido recíprocamente. De ello podemos ser bien conscientes en la actualidad, en la que nuestra especie está afectando decisivamente en la suerte de otras y del propio planeta, lo que a su vez va a tener una repercusión importante en nuestra propia evolución.

El neurólogo A. Damasio ha analizado este tema en un libro cuyo título es, por sí mismo, muy atractivo: “Y el cerebro creó al hombre”. Se trata de un estudio en el que la neurología se entremezcla con la biología y con aspectos filosóficos íntimamente vinculados a la evolución. Damasio entra con dardo certero en la cuestión de cómo nuestro cerebro actual es la consecuencia de la adaptación a circunstancias cada vez más complejas y de ahí que este “órgano” haya, a su vez, desarrollado capacidades cada vez más complicadas, hasta el punto de que casi podemos decir que el hombre de nuestra era es un animal bastante diferente al de hace cien mil años o incluso veinte mil en su forma de entenderse y de entender lo que le rodea.

Uno de los asuntos que me ha interesado en la obra es el que hace referencia a nuestra animalidad consciente y compasiva. Es decir el hombre se piensa a sí mismo, se ve en su pasado y en su futuro y de esta manera se cambia, se adapta y va creando nuevas capacidades acordes con las nuevas situaciones.

Una de estas capacidades “modernas” es la de la compasión, una modalidad de sentimiento que tiene funciones muy diferentes a la del resto de los animales (en general movidos por el instinto de supervivencia). La compasión entendida como la facultad para sentir el dolor de los demás ( y no solamente de los de nuestra especie) y desde ahí la posibilidad de ayuda "generosa", que puede ir incluso en contra de los intereses más “egoístas”, más dirigidos a la autopreservación personal y que es ensalzada como un valor entre los más altos en nuestra sociedad.

Pensemos en nuestros primos los monos, los chimpancés por ejemplo. Esa capacidad compasiva se da únicamente para preservarse o preservar a la especie. Y la pregunta es ¿qué hizo que nuestro cerebro desarrollara esta aptitud? Porque sin duda ha de tener que ver con una mejor homeostasis, con un equilibrio organísmico que nos hace sentir mejor (más valiosos o felices por ejemplo, ante nosotros mismos o ante la sociedad) y de ahí que el área cerebral que recoge esta disposición esté ahora entre las que nos diferencian del resto de las creaturas. El que hayamos desarrollado esta posibilidad compasiva he de decir que no nos hace ni mejores ni peores, y que esto seria ya irse a un asunto de graduación axiológica. Y además la capacidad compasiva como especie no está haciendo de manera clara que “las cosas planetarias vayan mejor”, que seamos menos destructivos como especie. Puede llegar a ser nuestra salvación o que la destrucción se produzca a pesar de la capacidad compasiva altamente vinculada a la solidaridad.

Es un asunto digno de reflexión personal, puesto que, dejando de un lado la dimensión religiosa (especialmente la religión institucionalizada), cada persona dispone de esta capacidad con independencia de que su credo le lleve a pensar en recompensas en ésta o más allá de la actual existencia. La compasión nos acerca a una mayor felicidad, nos dota de un valor personal. Como dice el Dalai Lama: “la compasión es una buena inversión. No solamente porque hace más felices a los demás, sino sobre todo porque nos hace más felices a nosotros mismos”. Con nombres diversos, las corrientes espirituales, religiosas o laicas, han puesto esa disposición en la cumbre de las virtudes humanas, llámese caridad, amor, o…compasión.

Y ahí tenemos dentro del mapa cerebral una serie de áreas que ponen de manifiesto que somos seres en disposición de ser compasivos. Es de esperar que nuestro cerebro vaya desarrollando esta disposición que –pienso- viene íntimamente vinculada al aprendizaje familiar, cultural y social.

Me considero un apasionado lector. Y con todo, el libro de Damasio se me hizo muy complejo y arduo de leer por la enorme cantidad de datos científicos que aporta.

jueves, 4 de agosto de 2011

retirada


La retirada.

La ramita seca brilla entre la yerba verde y fresca, que ilumina el sol de la tarde sueca. Un pajarillo de cola larga y bailona corretea picoteando a su alrededor, sin perder de vista a cualquier posible competidor.

La tarde es silenciosa, apenas interrumpida por el canto de pequeñas chicharras, subidas en lo alto de un tilo gigantesco y altísimo, seguramente más de dos veces centenario. Al sol se nota el calor, que produce nubes blancas y altas en el cielo suavemente azul, cargadas de humedad, mientras que la sombra es fresca y llena de vapores, de olores y de aromas diversos de las distintas plantas que parecen ensalzar el verano. Abetos y abedules compiten en el campo, junto a robles enormes, hayas, arces, serdales, fresnos de formas fantasiosas y algún álamo esbelto en busca de su lugar al sol. Debajo en el suelo obscuro y rico lleno de agua, frambuesos cargados de frutos rojos, arándanos de azul intenso y un sin fin de plantas que disfrutan del calor y de la humedad.

El lago tiene el fondo arenoso y amarillento, es extenso y surcado por barquitos con veraneantes locales rubios y limpios. Cuando nado, el agua está fría y agradable, templa mi cuerpo, y parece dorada alrededor y azul y verde en el horizonte. Los árboles se asoman al agua y dan al lugar un aspecto de paraíso, de jardín del edén, limitado por los insectos y los voraces mosquitos que salen enardecidos y feroces cuando se agita la yerba a nuestro paso. Parecen estar en su territorio, pues el bosque es denso y casi inaccesible, con especies en lucha por el espacio y el alimento de la tierra fecunda.

Hacía tiempo que no disfrutaba de tanta paz, de esa sensación de no prisa. La gran atracción del lugar es la marcha trompetera, a cargo de la banda local, que conmemora el paseo que los visitantes del balneario hacían, desde hace siglos, para poner su salud a punto, tras la cena a base de sopas de avena. Los actuales seguimos al paso y al ritmo, para finalmente hacer dos bandos que se saludan con una inclinación risueña de cabeza y se retiran casi enseguida, como si tanto contacto les hubiera saciado hasta el siguiente día.

Fuera de esto hay hermosos paseos por la tierra llana, verde y boscosa, con casitas ocultas en la vegetación, primorosamente pintadas de ocre, adornadas de macizos de flores alegres que cantan entre el rojo, el azul y el amarillo. Los caminillos conducen a lugares desconocidos pues nada indica la meta a donde llegar.

Tengo presente la maravillosa historia del viaje de Nils Hoggersön a través de Suecia, subido en su oca y contemplando las fértiles llanuras y las montañas del país. Ahora entiendo mejor lo que Selma Lagerlof describe y ama en ese cuento que tanto me gustó de niño.

Medevi Brunn, agosto 2011