lunes, 28 de noviembre de 2022


A la sombra alargada del Dr Naranjo


Me han preguntado mi opinión sobre un libro que publica la editorial La Llave, con una supuesta entrevista de Claudio Naranjo a Guillermo G. Borja (Memo) poco antes de su muerte. 


Esta es mi respuesta: 

"Hace unos dias me dieron a leer ese libro del que hablas. 


He estado a punto de hacer una respuesta publica, pero he sopesado pros y contras y creo que seria dar más relevancia de la que tiene a una publicación sin interés párala mayor parte del público . 


Creo que se trata de un escrito que, en us dia allá por 1999, y en acuerdo con Naranjo, pude detener ¡(hace más de 20 años!) , pues contiene muchas inexactitudes, habla de personas en un tono cuando menos inadecuado y revela situaciones personales, cuando no protegidas por el derecho a la privacidad dentro de la terapia, que merecen mi profunda desaprobación. 


Por otra parte, el Guillermo entrevistado es un personaje cercano a morirse que, en presencia de su maestro que le incita a hablar de personas cercanas a su entorno, da contestaciones para la galería (si no para complacer a su maestro) más que desde su corazón o desde la verdad. 


Ni que decir tiene que hay personas mencionadas que ya no pueden ni siquiera responder, pues ya fallecieron. A otras, como yo mismo, no seles ha dicho nada de la publicación y menos dado sitio para opinar sobre un asunto que (al menos a mi) concierne. 


Opino que se trata una vez más de la explotación del recurso  de  C. Naranjo para vender libros y que se aprovechan de su buen nombre y del de Guillermo G. Borja. 


Pero, sobre todo, hay chismografía barata en provecho de quienes todos/as podemos imaginar



A Guillermo no le hacen favor. Gran parte de sus afirmaciones no se sostienen sacadas de su contexto.  Me ha hecho a mi mismo reflexionar sobre si vale la pena seguir sus "consejos”, sacados del espacio y tiempo en que los hizo, y que a veces parecen auténticos despropósitos. 


Y eso es lo que me sale decir".

lunes, 21 de noviembre de 2022

NOVIEMBRE 2022

Reflexión en el tren

 


Noviembre está siendo un tiempo cálido. El viento sur de esta tarde me trasladaba al Mediterráneo y la luz tenue del Ebro me traía de nuevo a la realidad presente. A un tiempo la suavidad del clima y el contraste con mis recuerdos de otras épocas, en que el frio y las nubes eran constantes un otoño tras otro.


El cambio del clima en tan poco lapso de mi vida me desorienta. Me cuesta imaginarme que en el último periodo de mi existencia esté pasando todo esto y tan velozmente. Y es que mis recuerdos claros del último medio siglo me llevan, como en el mismo tren que me transporta a velocidades insospechadas,  a este contraste en tan solo un breve tiempo.


No es ya tan solo el recuerdo de niño, sino también de joven, lo que me lleva a pensar en que lo que hoy sucede parece ser de film de ficción. En especial el vuelco de las comunicaciones que ha revolucionado la forma y el fondo de nuestras relaciones y de nuestros movimientos. Hay quien me dice que llamar por teléfono resulta invasivo y que hay que hacerlo por mensaje. Y me rio al ver que tantas personas están cerca y siguen pendientes de sus mensajes, incapaces hoy de sostener una normal conversación.


Mientras ,en tan solo 30 años, nos preguntamos si la vida en nuestro planeta resultará posible debido al brutal cambio climático, al incremento de la población y a la no menos violenta explotación de los recursos naturales. ¿está realmente pasando esto? Si. Es fácil de comprobar… ¿Puede que haya otros factores que influyen?, puede… pero es así.

Mientras se habla de ello, nuestros representantes y encargados de mirar por ello, parece que vieran a otro lado ¿Cómo es posible? ¿no tienen hijos?


Y mi fantasía es que andamos en un tren a gran velocidad que va inevitablemente a dejarnos en un precipicio, mientras seguimos hablando en el vagón restaurante, tomando un vino o discutiendo de misiles rusos…


Pero la cuestión está en ¿realmente podemos hacer algo individualmente? ¿Podemos fiarnos en que el conductor frenará, o que se construirá una desviación que nos aleje de la catástrofe?

Cuando en estos días observo los procesos personales de quienes están cerca de mí, me doy cuenta de que casi siempre seguimos en el vagón cafetería, discutiendo o desviando la atención del hecho principal que es el precipicio al que vamos.


 Es algo natural, inherente a nuestra naturaleza automática.

 MI padre repetía la frasecita irónica, cuando el otro le interrumpía para hablar de sus propios asuntos: “hablemos de Vd. que es lo importante”. Cuando se trata de uno mismo el resto tiene tendencia a desaparecer.

El aire sigue dulce y tibio, y me dejo llevar, pues ahora mismo es lo que puedo hacer. Y soy bien consciente de que el tren sigue su carrera desenfrenada…

 

 

 

domingo, 14 de junio de 2020

LA LUJURIA Y LA INVASION DEL OTRO




Con el título de la lujuria finalizo el recorrido por los pecados capitales, o errores de visión pasional.

Puede que este último resulte más denso, a lo que he podido recoger de algún comentario. Ya me diréis qué os parece y si la flecha ha dado en el blanco.

Miguel Albiñana






LA LUJURIA Y LA INVASION DEL OTRO

 






“Los siete pecados capitales son la verdadera naturaleza del hombre. Ser codicioso. Tener odio. Tener lujuria. Por supuesto que tienes que controlarlos, pero si te hacen sentirte culpable por ser humano, vas a quedar atrapado en un ciclo infinito de pecado y arrepentimiento del que no puedes escapar.”
Marilyn Manson



 

 

    La palabra castellana lujuria proviene del latín, una vez más. Luxus, que da el vocablo “lujo” en español, evoca abundancia. En castellano, se dice de una “naturaleza lujuriosa” refiriéndose a exuberante en vegetación, o en aromas, frutos y flores. Es interesante c comprobar cómo una palabra deriva en otra, hasta el punto de llegar a abandonar su sentido original para incorporar otro distinto.

 

    Hoy día, decir de alguien que es lujurioso está lejos de significar abundancia. La palabra es peyorativa, e incluye un juicio negativo de valor que se refiere al deseo sexual desordenado, manifestado o no, y que es sinónimo del pecado de la lujuria. Se dice, por ejemplo, de una persona lujuriosa que “sus ojos manifestaban deseo sexual” (o su gesto, o su movimiento) sin que sea necesario que haya avances en la acción.



 

«Las cosas en sí no atormentan a los hombres, sino las opiniones que tienen de ellas».

 

Epícteto

 

   Según enseña la Iglesia cristiana, la lujuria, como todos los pecados cristianos, se produce por “pensamiento, palabra, obra u omisión”. Es frecuente entenderla únicamente por obra, sin embargo, es obvio que el pensamiento y la palabra lo pueden ser también. Parece más difícil imaginárselo por omisión.

 

    La acción de la persona lujuriosa conlleva un desprecio hacia la voluntad, libertad o elección de quien está enfrente. Una mirada lujuriosa no toma en cuenta el sentimiento que produce en quien la recibe. Y, por supuesto, lo mismo sucede cuando se trata de palabras o acciones (me pregunto cómo se puede ser lujurioso/a por omisión y por el momento no se me acurren ejemplos…).

 

   La lujuria, al igual que los pecados capitales hermanos, es un desbordamiento de la pasión hecha acción (aunque, desde luego, también pensamiento y emoción). Sin embargo, incluso entendida únicamente como desorden sexual, nace de un impulso sano. La atracción sexual, el deseo de contacto y su culminación en el intercambio sexual, es algo que forma parte del bagaje biológico animal, en este caso del humano: tiene su razón de existir.

 

    En el cristianismo, se ha atribuido importancia particular a la lujuria sobre todo en función de una moral anti o contra sexual. El hecho de que, desde el primer milenio de nuestra era, los religiosos y las religiosas cristianas tuvieran prohibida la sexualidad, en todas sus formas y manifestaciones, alejó cada vez más el placer de la sexualidad en una vida que se pretendiera religiosa y profunda. Se quiso alabar la contención sexual como forma de acercamiento a Dios, pero en realidad todo se transformó en represión y en dominación, tanto interna del individuo, como externa desde la violencia del poder religioso y político.  Se aceptó mantenerla, en los laicos, como mal menor, para la reproducción de la especie (véase Agustín de Hipona). Los ideales se superpusieron a la realidad.

 

    El siglo XIX europeo (y el de las colonias británicas devenidas independientes), y su moral “victoriana”, terminó por dejar la expresión sexual en las catacumbas, como algo de lo que no se debía ni siquiera hablar. Se llegó a transformar en algo secreto, prohibido, casi un tabú. El escritor Oscar Wilde lo ha descrito con ironía, cuando no con amargura, entre otras obras en su “retrato de Dorian Grey”.

 

    Todavía hoy en día, la Iglesia católica se erige como defensora de la moral sexual tradicional, y deja así, infelizmente, más alejados, cuando no arrumbados, otros asuntos de enorme trascendencia social e individual, como son el desastre ambiental actual que conlleva el cambio climático, la pobreza desenfrenada en amplias áreas de población mundial y la injusticia en general.

 

     Al igual que cualquiera de los deseos que nos acaecen, la sexualidad tiene manifestaciones sanas, que lleva a satisfacerla y, como tal, una vez satisfecha y concluida, a poderse sentir plena y dispuesta para una acción diferente. En el juego tan gestáltico de “contacto-retirada”, la satisfacción del deseo sexual es un lujo, un gozo, que alegra y da sentido a la vida. El contacto físico, erótico sexual, da plenitud a la existencia y conlleva, tras su satisfacción, la retirada necesaria para que el organismo se prepare a una acción diferente.

 

    Considero que el punto relevante a efectos de comprender la manifestación neurótica del “pecado-error” es éste: se trata de lograr “una acción distinta”. Nunca habrá de ser la misma, aunque se realice con la misma persona. Los actos que nacen de las pasiones son repetitivos y automáticos. Tienen un movimiento mecánico y de falta de consciencia. Le sucede a la lujuria, como al resto de las pasiones, que arrastran, impelen, obligan al sujeto a realizar acciones (pensamientos también y expresiones emocionales) que no están sujetas, subordinadas, a una verdadera libertad personal e individualizada. A un auténtico contacto con la necesidad verdadera.

 

    Por ello, en el cristianismo en particular, se han opuesto a las pasiones las virtudes, que desde su etimología de “fuerza”, encauzan los ímpetus exaltados e inconscientes a objetivos que permitan calibrar qué realmente hace falta y qué es un producto de una fuerza enajenada. 

 

     Por otra parte, frente a la pasión sin fronteras, aparecen las limitaciones, las barreras culturales, sociales y legales. Esos limites pueden ser necesarios y vitales para el equilibrio personal y social, y también devenir castrantes y perversos cuando no toman en cuenta la dignidad y la libertad humanas.

 

    Y, sobre este último punto, emerge nuevamente la palabra “limite” que, lejos de significar obstáculo, pretende poner al humano en su posición de ser con potencia creadora, pero no omnipotente ni impotente. Los límites a nuestra acción (y al pensamiento y la emoción) nos hacen humanos, ya que reconocen y consideran al otro, así como a la sociedad en la que vivimos. Son contornos, cotos que nos recuerdan la transitoriedad, la existencia de la “otredad”, el que no vivimos solos, ni confinados en nuestra propia existencia, en la fantasía de nuestro ego.

 

    En nuestra lengua, distinguimos el vocablo lujuria del de lascivia. En este caso, suele referirse a un deseo desordenado de orden mental, que no siempre conlleva una acción inapropiada hacia el otro (aunque puede tenerla). El origen semántico nos lleva a “excitación” y los diccionarios lo asimilan a la lujuria, interpretando que es un deseo desordenado de placeres sexuales. En la medida en que la lascivia no deja espacio, o menos del necesario, para la realización de otras actividades, se convierte en un vicio. Vicio entendido como desviación de la energía manifestada de forma común en los demás seres humanos, es decir fuera de lo que se considera “normal”. Y si vicio es dejarse llevar por una pasión, virtud va a ser la manera de corregir el impulso para darle forma, para sacar creatividad de la fuerza pasional. Hoy por hoy se considera una forma “patológica”, enferma el vicio, que toma el vocablo de manía. Cualquiera de los pecados capitales tiene una forma maniaca. El maniaco se ve desbordado por un impuso que, controlado, es calificado de normal.

 

    En cada uno de los desordenes pasionales, calificados como “pecados capitales”, hemos visto una similitud con las descripciones que hace el Eneagrama del carácter con cada una de las pasiones. Es cierto que, en este último, se añade a los siete tradicionales el miedo y la vanidad, que no están descritos como tales en la actual concepción cristiana de los pecados capitales. Sabemos que, históricamente, no siempre fueron siete, aunque hace ya siglos que este número no ha sido revisado por la institución eclesiástica.

 

   En el caso de la lujuria, la tradición eneagrámica, que llega a la actualidad a través de Oscar Ichazo y de Claudio Naranjo, desde el linaje de Gurjieff, se refiere al eneatipo lujurioso dándole una amplitud y significado diferentes. 

 

    En el “eneatipo” lujurioso no se produce nada más un impulso sexual desordenado, sino un desarreglo que comporta un avance invasivo hacia los demás, en todos los ordenes, tanto a nivel individual como colectivo. Esa invasión se manifiesta, o puede manifestar, sexualmente pero también en el hecho de considerar lo propio como superior a lo ajeno y como un derecho a obtenerlo por encima del derecho de los demás.  El lujurioso eneagrámico es persona sin prejuicios morales suficientes (en su nivel menos “desarrollado espiritualmente”), que satisface sus deseos sin tomar en cuenta los del otro u otros. Se habla aquí de un carácter invasivo que, ante todo, busca su propia satisfacción. Tiene un paralelismo, en la psicología tradicional, con lo que se engloba dentro de los caracteres psicopáticos, con lo que se quiere decir que hay pocos prejuicios y pocos limites morales que no sean los propios. Se suele añadir que es un carácter originado y desarrollado a consecuencia de un anhelo oculto de venganza ante la falta de amor recibido desde la temprana infancia.

 

    No me extiendo sobre los detalles eneagrámicos del o de la lujuriosa, ya que existen manuales en donde quedan reflejados, por activa y por pasiva, como son los “tipos ocho” (lujuriosos). 

 

Como sucede en todas las representaciones del carácter, es poco frecuente encontrar que todos los descriptores habituales de los caracteres de la literatura eneagrámica coincidan en una persona. A efectos de conocer la lujuria como tipo eneagrámico, nos interesa en especial que el/la lujurioso/a eneagrámico/a busca la satisfacción de sus deseos, no solamente sexuales, atravesando las fronteras del contacto sin permiso, o al menos sin permiso explicito, de los demás, e incluso sin previo aviso. Frente a la represión moral se opone una contra-represión caracterológica.

 

    Corresponde decir aquí, al igual que en todos los demás errores capitales del carácter, que     existen tipos lujuriosos que tienen dentro de sí ese impulso y lo saben manejar sin caer en la exageración de la pasión. Así como puede pasar con losvanidosos, los miedosos y demás. Otros, por el contrario, se dejan arrastrar por su pasión y hacen difícil, cuando no llena de sufrimiento, la vida propia y la de los demás. Se trata de una confusión entre el limite y la represión. De ahí la necesidad de reflexionar y meditar profundamente sobre el propio carácter pues su debilidad es también su fuerza.


 

“Es una cosa monstruosa lo que voy a decir, pero lo diré igual: encuentro


 en muchas cosas más restricción y orden en mi moral que en mis 


opiniones y mi lujuria menos depravada que mi razón.”


Michel de Montaigne 

 

 

 

   Esta cita resume ese delgado tejido entre dar libertad al impulso personal y dejarse arrastrar por el mismo.

  El pensador renacentista francés expone aquí su reflexión sobre cuanto lleva al humano a restringirse y a dejar de lado su libertad desde sus razonamientos y su moral introyectada. Montaigne se refiere aquí a la lujuria entendida como impulso que proviene desde lo más profundo del ser: el ánimo que nos guía más allá de nuestra razón y que, una vez descubierto, puede dar razón a nuestra existencia.

 

    Como todo lo que percibimos, podemos tomarlo como un arma de dos filos. Una hoz que de un lado siega el trigo y, del otro, también los cuellos.


     En mi experiencia personal, tuve un maestro encuadrado en este tipo de carácter, así como un hermano, que fue mi padrino, y también un grandísimo amigo. Cada uno de ellos, de forma diferente, fueron evolucionando en su vida pasando por la invasión y desde ahí por la comprensión propia y de los demás con momentos de profunda ceguera. Y puede que, de los tres, lo que más recuerdo en este presente actual es su fraternidad. Ello sin que pueda olvidar una impulsividad y un deseo casi permanente de intensidad que en su momento me desbordaba (ahora ya no), y me sacaba de la comodidad existencial, a la vez que me enseñó una manera diferente de entender mi existencia, desde la experiencia de la que hablan las palabras de Montaigne.

 

    Así como toda persona “vanidosa” no es un “Ken” o una “Barbie” desalmada, tampoco toda persona “lujuriosa” es una psicópata violenta. Esta es la gran dificultad a la hora de entender los caracteres, cualquiera que sea el punto de vista que queramos disponer. Las descripciones que suelen ofrecer los manuales son para hacernos una idea, no para aceptarlo al pie de la letra.

 

    Está bien, como reflexión final, el observar 

La Lujuria, de El Bosco

que las personas son complejas, evolucionan en el tiempo y en el espacio; ciertamente tienen un núcleo fijo, que es el que llamamos carácter, que es más lo que las “caracteriza” y parece darles una unidad a la par que les impide evolucionar. Pero, por encima de todo, son, y están sometidas a una evolución constante. Un movimiento al que con frecuencia se pone resistencia por temor, por pereza, por ira…

 

    Aquello que se resiste a evolucionar es precisamente el “carácter”, que es rígido y teme romperse si cambia. En otras tradiciones se le denomina “ego”.

 

    Y es la flexibilidad, la adaptación, la claridad de miras, ante un mundo del que formamos parte, y que está siempre en cambio, lo que nos permite alcanzar la sabiduría y, por encima de todo, la paz interior.

 

   Contemplarse compasivamente, permanecer con la mente abierta, curiosa y aceptante, es posiblemente la única forma de entender el carácter. 

 

    También el de la lujuria.


“La lujuria merece tratarse con piedad y disculpa, cuando se ejerce para aprender a amar”

 

Dante Alighieri


 




 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 3 de junio de 2020

Pedro de Casso (1935-2020)

Pedro de Casso

El pasado 31 de mayo falleció mi gran amigo y compañero Pedro de Casso. Se fue pacíficamente, como él era, en su domicilio.

Pedro ha sido un hombre muy significativo en la Terapia Gestalt en España y en la AETG. 
Coincidimos la primera vez en el centro Ciparh hace ya años, y recuerdo una oleada de afecto y simpatía mutua que se prolongó hasta ahora. 

Pedro poseía una mente brillante, puesta al servicio de su quehacer terapéutico y, desde hace ya años, en la publicación de libros y obras principalmente gestálticos. 
Colaboró con muchas escuelas en la enseñanza de la Gestalt, además de haber sido representante en la asociación europea de terapia Gestalt y miembro de la junta directiva de la Aetg, que me tocó presidir en aquellos años 2003-2007.  Le propuse como miembro de honor, merecidísimo, de la Asociación, lo que se cumplió por aclamación en Mallorca en el año 2008.

Siempre arrimó el hombro a las dificultades y tenia ese buen tono que no dejaba de ser firme cuando necesario. Hombre de palabra era, como se decía antes, todo un caballero.

Su vida se repartió a veces en el amor, y supo hacer frente a esas dificultades, a veces contradictorias, con las que he empatizado siempre.

Su partida es triste, pues nos deja sin su amorosa compañía.

Al mismo tiempo, pienso que, en la inevitabilidad de la muerte, él supo llevar su vida por buen camino, siempre con metas hábiles para el espíritu y sin dejar de lado la visión dionisíaca de la vida.

Su familia, su mujer, sus amigos y compañeros, sus pacientes y sus alumnos, todos lloramos la desaparición de Pedro y nos esforzamos por pensar que, allá donde esté estará bien, pues su vida lo merece.

Un abrazo querido Pedro de Casso de tu amigo,

MIGUEL ALBIÑANA

miércoles, 29 de abril de 2020

El orgullo como error



ORGULLO


"Donde hay Soberbia, habrá ignorancia. Mas donde hay Humildad habrá Sabiduría. "
Salomón


Las palabras tratan de describir mentalmente cosas, sensaciones, sentimientos, experiencias en general. Son representaciones, sonoras o no, que nos ayudan a comunicarnos con nosotros mismos, pero también con nuestra memoria, para una optimización de la vida individual y colectiva.
Mas, como toda descripción simbólica, implica y relaciona al que la realiza y al que la recibe. 

Por ejemplo, al describir qué entendemos por orgullo cada persona tiene ya una visión de lo que lo es, o de lo que se imagina que es, por medio del aprendizaje y de la figura ya establecida en la mente, unida a unas sensaciones (emocionales, corporales) que han quedado gravadas en la memoria. 
Cada persona al pronunciar la palabra orgullo, de forma automática la asocia a una experiencia pasada, a un significado ya aprendido.
Orgullo quiere expresar, de forma general, una sensación que acompaña a una persona que tiene un punto de vista de sí mismo, un concepto, más allá de sus cualidades reales u objetivas. Esta imparcialidad a su vez, la aporta la visión de los otros, quienes evalúan esa cualidad mediante parámetros subjetivos y aprendidos.

De esta manera, una persona se manifiesta como altiva o arrogante en función de la percepción del otro, de acuerdo con medidas previamente asimiladas.
El orgullo, como todas las cualidades o defectos de la emoción, se origina y va sedimentando desde temprano en la evolución personal, y en función del entorno familiar, cultural y social.

A veces, he escuchado que existen dos tipos diferentes de orgullo: positivo y negativo. Mi forma de entenderlo es diferente. Creo que se trata de una palabra que adopta dos significados. Pero que, en realidad, podría describirse con dos vocablos diferentes.
Se habla de orgullo positivo cuando la persona está “legítimamente satisfecha de sí misma, de sus cualidades y acciones”. Desde una dimensión axiológica, y para quienes se interesan en el Perfil de valores de Hartman (PVH), son quienes poseen una dimensión intrínseca desbloqueada y objetiva. Por tanto, su ser, su esencia más profunda, está nutrida y conoce y actúa en función de su ser intrínseco verdadero.
 Veamos esta definición:

(El orgullo es una) … “estima apropiada de sí mismo, que proviene de la ambición moral de vivir en consecuencia plena con valores personales racionales” (Eyn Rand)


En esta cita, la filósofa reúne en una persona con orgullo adecuado la concurrencia de los valores “racionales”, es decir establecidos por un orden moral interno (sistémico) con la percepción de sí mismo (orden intrínseco), que califica de “apropiada”. Es propia, de uno mismo, y está conectada con lo esencial de uno mismo. El valor interno sistémico, definido como ambición moral, alude a la implicación del individuo por expresarse en su vida (en sus pensamientos, emociones y acciones) de una forma acorde con ellos. Ser consecuente con sus valores internos.


El orgullo, enfocado de esta manera, fue uno de los valores principales del mundo clásico, en especial en la antigua Grecia. El héroe heleno tiene una percepción “orgullosa” (que no vanidosa) de sí mismo y es motivo de gloria.
En esta misma línea, el filósofo Nietzsche considera al orgullo como sinónimo de soberbia digna. Si vemos un árbol magnífico, o una obra de arte que nos fascina, a veces podemos exclamar ¡es soberbio! Para el alemán, una persona soberbia no tiene que dignificarse ni curarse con humildad, pues lo importante es vivir con los propios valores y cualidades y no empequeñecerlas. Vivir con valentía y superación personal es motivo de orgullo y un recordatorio de que debemos vivir con honestidad personal absoluta.
Como este tipo de orgullo es una cualidad, y no una pasión o defecto, por el momento propongo llamarlo autoestima. Es decir, estima propia (que no depende del juicio de los demás) por lo más esencial de uno mismo, y no por lo que podemos calificar de aspectos “egóicos” o sobredimensionados. También porque no depende ni busca el juicio ni la aprobación de los demás.

En francés, se dice de las personas orgullosas, en sentido negativo, que tienen “l’orgueil mal placé”, el orgullo situado en el lugar equivocado.

Veamos ahora el orgullo entendido como una pasión, una fuerza que arrastra a la persona a expresiones de sí mismo más allá, o incluso fuera, de la realidad. Un pecado, o error de visión, que tiene consecuencias internas y externas y que desencaja y perturba el contacto verdadero consigo mismo y con los demás.

El diccionario consultado encuentra en el vocablo orgullo algo similar a la altivez, a la soberbia o pundonor, e incluso a la vanidad. La persona orgullosa siente arrogancia y se sitúa por encima de los otros, hasta el punto de despreciar, por una parte, al que no está a la altura de sus expectativas y, por otra, a quien no coloca a su persona en la altura imaginada e imaginaria.
En otro de los diccionarios de la red, he topado con estas descripciones como manifestaciones del orgullo: “Las manifestaciones típicas del orgullo son la rebeldía, el autoritarismo, la envidia, la crítica, el malhumor, el enfado, la arrogancia, etc.” Y he observado que la mayoría de las personas que se consideran incluidas dentro de lo que se estima orgullo están de acuerdo con que estas expresiones son frecuentes en ellas y, en todo caso, más habituales que en las que no se consideran orgullosas.
A veces, el orgullo conlleva manifestaciones que se pueden confundir con la ira:

 Popularmente, se llama también soberbia a la rabia o al enfado que muestra una persona de manera exagerada ante una contrariedad. Y es considerado por la teología católica uno de los siete pecados capitales”.
(la cita es de Rosa Itzel Casillas)

Se describe aquí a una persona que se deja arrastrar fácilmente por sus emociones de enfado. Se trata de un pecado capital, o error grave, es decir que lleva a un máximo distanciamiento de Dios. 
Por su parte y ya en el siglo XIV, en su Divina Comedia, Dante coloca a Satanás en el centro del infierno por su terrible pecado de querer ser como Dios. Atribuirse cualidades que no le pertenecen y que merecen, para Dante y su época, el más severo castigo. Esta sería la máxima expresión del orgullo.

La distinción entre ira, orgullo y vanidad es sutil en ocasiones.  
En el Eneagrama del carácter se tratan como tres pasiones diferentes: la persona orgullosa se va a caracterizar por un encanto y una capacidad de seducción personal que no se da en los iracundos, que son poco a nada seductores. En tanto que se va a diferenciar de la vanidad en que su capacidad para perder los estribos emocionales es mucho mayor que la vanidosa. El vano, o vanidoso, busca mantener una imagen falsa con la que se identifica; cuida más las formas y teme perder la compostura. El y la orgulloso/a se considera principalmente libre de expresarse y hace de la libertad emocional su bandera personal. 
Llevado al terreno del exceso o límite emocional (que clínicamente se engloba en lo que se conoce como trastorno) el orgullo así entendido está en el territorio de:

 “Existe además el narcisismo patológico, diagnóstico de uso habitual en psiquiatría y de connotaciones negativas. Este designa un rasgo de la personalidad, caracterizado por una baja autoestima acompañada de una exagerada sobrevaloración de la importancia propia y de un gran deseo de admiración por los demás” (Dicciomed).

En esta descripción, se enuncia que, bajo la sobre-valoración de la importancia personal, subyace y se esconde una baja autoestima, es decir un concepto pobre de sí mismo que es encubierto con sobre-importancia. De esta manera, esta descripción coincide también con la hipótesis del Eneagrama del carácter que afirma que el orgullo tiene un trasfondo de envidia, de carencia. Esta falta se recubre, desde la infancia, con la búsqueda ansiosa de importancia personal, en sus numerosas modalidades, así como de una autosuficiencia falsa. Visto desde otro punto de vista, la carencia amorosa verdadera queda recubierta de una pseudo-abundancia. “Para no descubrir lo que me falta, te seduzco o te ofrezco eso mismo de lo que carezco”.
Encuentro sumamente importante entre personas orgullosas la descripción que suelen hacer del concepto “humillación”. El diccionario lo califica de:

“Ofensa que alguien o algo causa en el orgullo o el honor de una persona”:"sufría reviviendo el recuerdo de las humillaciones y los agravios que tuvo que soportar".

El sentido de la ofensa está vivo en el orgulloso. Sin embargo, su localización es complicada. Está tan profundamente recubierta de sobre importancia, y también de ira, que reconocerlo es un asunto complejo y sumamente doloroso. Así como el envidioso hace bandera de su sufrimiento, el orgulloso, recordando o reviviendo la humillación, entra generalmente en cólera, de forma activa reaccionando y, de manera pasiva, retirándose con grandes ampulosidades y emociones escondidas.
Almaas, exdiscípulo de Naranjo, pone énfasis en la humillación como puerta de entrada a la salida espiritual del eneatipo orgulloso. Estima que solamente tocando profundamente esta sensación se puede encontrar el verdadero ser o esencia personal.

Así pues, podemos aplicar a esta explicación del orgullo el dicho de: “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Tocar la carencia, la necesidad, será una salida, difícil, para el orgulloso y la orgullosa.

Aquel que es demasiado pequeño tiene un orgullo grande”

Voltaire)

En la siempre interesante Wikipedia, he encontrado estas manifestaciones del orgullo, que he contrastado con personas que se identifican con esta pasión y que estiman que han acertado bastante en su núcleo caracterológico:

1.   Rebeldía ante la autoridad establecida,
2.   Autoritarismo al mandar.
3.   Envidia de los valores de otros.
4.   Crítica de los envidiados.
5.   Creer siempre tener la razón y achacar sus propios errores a otras causas externas (Tirar la pelota fuera).

Y, seguramente también, atribuirse y exhibir los éxitos como trofeos y culpar a los demás de sus propios fracasos. Porque esto es una señal del carácter infantil, al que gran parte de los y las orgullosas pertenecen.
La jovialidad, la alegría aparente, la facilidad para seducir, la inocencia como compostura inconsciente, la niña o el niño eterno, son formas de no asumir la responsabilidad del adulto. Y también son formas de mantener la permanente seducción y facilidad para emocionarse. La emocionalidad pasa a ser la más importante de las manifestaciones y el estandarte de la persona “sincera”. 
Esto hace de este carácter personas atrayentes o atractivas, por la sensación que ofrecen en apariencia de sincera emocionalidad y afectuosidad a primera vista.
Al igual que una carta del Tarot, el carácter puede ser visto de dos maneras, dependiendo si está boca arriba o boca abajo. Lo mismo puede dar connotaciones positivas y/o negativas. Toda una serie de factores pugnan por abrirse dependiendo de las circunstancias y del contacto que se produzca.
Y es esa emocionalidad, con frecuencia tan exagerada cuando traspasa la sensibilidad normal, la que es un factor que habitualmente se tiene por “histérico” Se entiende aquí la palabra como exageración o desviación emocional, aunque también herramienta de evitación de la verdadera afectividad. 

Mi intención ha sido reflexionar acerca del orgullo como pasión que domina a determinados caracteres. En ningún caso denigrar a uno en función de sus defectos o pecados. Ciertamente, estar demasiado satisfecho de sí mismo dificulta el progreso espiritual. Si es más o menos que quien se tiene por poca cosa, esa es una cuestión que dejo a los expertos o más sabios o simplemente a la reflexión individual. 

En los 80s, cuando conocí a Claudio Naranjo, algunos alumnos teníamos la impresión de que el orgullo le parecía una pasión más difícil de tratar que las otras del Eneagrama. Fue una elucubración el pensar que hubiera caído en las redes amorosas de una persona orgullosa y seductora y que eso le tenia “en contra” de ese especial carácter. Y no hay nada inhumano en ello. Hemos visto cómo Dante se hace eco de esta pasión cristiana condenándola más que ninguna, sin que por ello tengamos que aceptar esa categorización.

Por mi parte, estimo absurdo condenar a una pasión más que a otra, pues todas tienen grados de locura, con independencia de la que sea.

Corresponde a cada persona mirarse. Y eso implica verse en los ojos de los demás, que son quienes nos pueden dar alguna retroalimentación de cómo nos percibimos.
El camino espiritual está lleno de trampas, de dificultades, de asperezas. Especialmente al principio, es necesario cuidar la atención para no perderse.
Un buen maestro es necesario. Pero es imprescindible saber auto-cuidarse, sin rencor ni autocompasión. 
Ni rebajarse ni ensalzarse más de la cuenta. 
Tal es el trabajo de la persona orgullosa.

“A través del orgullo, nos engañamos a nosotros mismos. Pero en el fondo, bajo la superficie de la conciencia, una voz suave y apagada nos dice: algo no está bien”
C. Jung