viernes, 27 de marzo de 2020

El Coronavirus y la respiración





El aire es tu alimento y tu medicamento.
Aristóteles


El Coronavirus y la respiración 



Respirar puede que sea uno de los actos de los que nos solemos dar cuenta tan sólo cuando nos falta el aire. ¿Quien no ha vivido un momento de asfixia tras un ejercicio violento, o al atragantarse o aquellos que padecen enfermedades respiratorias como el asma?
Al igual que el latido del corazón, la respiración no precisa de nuestra atención consciente ni de nuestra voluntad. Como suelo recalcar en ejercicios en grupos, es “gratuita” y espontánea: no nos necesita para funcionar.
     A diferencia del latido cardiaco, la respiración puede ser detenida o modificada por el sujeto, hasta ciertos límites y sin grandes dificultades. Por ello, a veces nos ejercitamos en alargar la inspiración o la exhalación, como en el pranayama del yoga o damos grandes suspiros antes de contestar.
Se dice que, mediante ejercitación, los yoguis pueden casi detener la respiración durante un buen tiempo, e incluso el ritmo cardiaco, hasta parecer muertos, sin estarlo. Esto ha sido medido por aparatos que así lo han confirmado.
La respiración nos mantiene vivos por medio de complejos procesos fisicoquímico biocorporales y lleva la alimentación necesaria a las células para que el organismo se mantenga vivo.
Sin respiración no podemos vivir. Lo decían los
 latinos: “mortus est qui non respirat”.
La respiración está muy presente en estos días de crisis sanitaria por culpa del coronavirus. El bichito (si lo podemos llamar así familiarmente) entra en contacto con las células pulmonares y provoca o puede provocar una crisis pulmonar o neumonía que incluso acarree  la muerte. 
La respiración nos mantiene también en contacto con el mundo. El feto, hasta que nace, recibe el alimento a través de la respiración materna y por el cordón umbilical. Al hacerse organismo independiente en el nacimiento y cortarse el cordón, tiene que respirar por sí mismo. El aire, al entrar en los pulmones duele y el recién nacido llora y, con el llanto, abre sus pulmones al aire que le va a dar la vida mientras permanezca vivo.
El aliento es pues un proceso que acompaña al hecho de vivir como organismo independiente y, si bien suele ocuparnos poco tiempo el darnos cuenta de su existencia, está ahí a nuestro permanente servicio.

   En latin spirare es soplar y el prefijo re nos habla de reiteración: soplar reiteradamente es respirar y podría ser que spirare sea una onomatopeya, una forma de reproducir el sonido con una palabra que lo imita. Se es- pira al soltar el aliento (soplar afuera), y se sopla adentro in-spirando. La reiteración de ambos es el hecho de re-spirar. 
Es interesante ver como las palabras sí que tienen un sentido ¿verdad?
Así que tenemos la in, tenemos el es o ex, y tenemos el re y todo ello nos expresa la maravilla de la respiración.

     Y ahora voy a deciros para qué todo estoy esta disertación (además de para divertirse con el idioma).


Cuando me siento a la hora de la meditación son muchas las actividades que quieren proseguir. La principal es la corriente de pensamientos. En ocasiones, se trata de continuar un asunto determinado (un asunto de trabajo, una relación interrumpida, un dolor en la espalda, un miedo a pillar el coronavirus). Pero muchas veces se trata, simplemente, de un caos de ideas, de pensamientos, imágenes o recuerdos que se desatan en lo que suelo llamar mi mente.

Y es ahí donde la respiración tiene, o puede llegar a tener, un papel importante y de gran ayuda.
El aliento de vida que es la respiración puede ser un elemento de atención importante cuando la mente se desborda. Casi siempre hemos permitido que eso suceda y lo solemos seguir haciendo a lo largo del día y de la noche con los sueños.
Poner atención en la respiración es llevar la consciencia al hecho mismo de estar vivos. Aire que entra y permanece un tiempito dentro y aire que sale y nos deja casi vacíos hasta que el aire vuelve a entrar. Inspiro y espiro o exhalo.
Entra fresquito por la nariz, y sale calentito, una vez cumplida su función de nutrirnos. Casi siempre hay un breve periodo antes de que volvamos a inspirar y antes de que volvamos a espirar. Cuando la respiración es tranquila es más fácil observarlo.
Tenemos una forma de tranquilizarnos, de relajarnos, de observar y de centrar la atención sencilla, fácil y práctica.
Se dice en las escrituras budistas que el propio Buda la recomendaba como forma primera para poder llevar la atención a la calma, y de ahí poder entrar en estados más profundos o meditativos.
Por eso, tenemos que cuidar nuestra respiración como una parte esencial de nosotros mismos en tanto que seres vivos.
Y por ello es importante cuidar nuestro medio ambiente y que haya aire limpio y luchar porque nuestros gobernantes lo hagan tomando los medios necesarios.
Y viene siendo esencial en estos días procurar no enfermar y si lo hacemos, cuidar exquisitamente nuestra salud y la de los demás.

En esta época en que toca quedarse en casa, es bueno hacer ejercicios de respiración (ahora que el aire está más limpio, sin tráfico, ni aviones…) y recordar que es nuestra vida la que pasa desde nuestra nariz a nuestros pulmones y de vuelta y nos permite seguir vivos y atentos.

Más que nunca en el presente, es importante acordarse que respirar es vida.


 Los sentimientos vienen y van, como las nubes en el cielo.
 La respiración consciente es mi ancla.
 Thich Nhat Hanh






viernes, 20 de marzo de 2020

El coronavirus y la gula



Vivimos tiempos complicados. 
Debido a la pandemia del “coronavirus”, por vez primera en Europa y desde el final de la II guerra mundial, se ha pedido a los ciudadanos que permanezcan confinados en sus casas bajo pena de multas o penas graves. Esto trae consigo un cambio importante en la convivencia y en el sistema social.
La sociedad de consumo, la de la vida sobreexcitada, la que premia el movimiento sobre la calma, está, al menos estos días, en crisis. El mismo sistema económico mundial está bajo amenaza de severa recesión.
El planeta y otros de sus habitantes, ante el encierro de los humanos, pareciera recuperarse levemente de la agresión a la que se ve sometido en los últimos siglos y en especial en el último. La contaminación baja, los delfines vuelven a Venecia…
Mucho de lo que ha pasado tiene que ver con la gula, un error al que se le suele dar menos importancia que a otros. Y que, sin embargo, puede llevar mucho consigo la manipulación exagerada, la falta de una meta consistente, el engaño en favor de intereses ocultos…
Os comparto esta reflexión sobre la gula, hecha desde mi propio confinamiento.
Miguel









 La gula





La gula se relaciona con un desorden del apetito. Si el apetito es un instinto que nos lleva a nutrirnos para poder seguir desarrollando las actividades cotidianas disfrutando de ello, cuando se desorganiza, nos lleva a alimentarnos en modo de compulsión, esto es sin tomar en cuenta si es necesario o no, e incluso sin tomar conciencia del disfrute. 
Un instinto correctamente estabilizado se sacia una vez que las necesidades lo están. Siguiendo el modelo gestáltico, tras el contacto adecuado, se produce la retirada.
Más allá de esto, la gula empoderada del apetito lleva a la persona a buscar el alimento sin tomar en cuenta si esas necesidades prevalecen o no. Por tanto, se convierte en insaciable.

   En cuanto que pecado cristiano, está vinculado a la comida y a la bebida. Por ello, es uno de los siete pecados capitales y exige una vigilancia especial, comparado con otros más superficiales o veniales.
Dado qué se trata de un pecado, conviene señalar que pecado, en su acepción primaria o primigenia, es error. Un error de quien cae en el mismo.
 En general, en el cristianismo, el pecado ha venido asociado a una penitencia, una forma de castigo que compensa el mal causado y que conduce a no repetir. Los pecados, en la institución de la Iglesia, los perdona Dios a través de sus agentes terrenales, que son los sacerdotes, siempre que se cumplan una serie de condiciones para su perdón. 
Sin embargo y visto desde otra óptica, los errores son circunstancias que nos permiten enderezar nuestra dirección cuando está equivocada en relación a su meta verdadera. Un arquero, que dispara la flecha y que no acierta en la diana, puede observar, a través de su error de tiro, la forma en que la ha lanzado y desde ahí disparar de nuevo para acertar en el centro de la diana. 
De poco le serviría al arquero aceptar un castigo de su maestro para mejorar en el siguiente tiro. 



Sobre todo, tomando en cuenta que es el propio arquero el único responsable de su tiro. Y que es su falta de pericia, o de atención, la que le hace errar.
Por lo tanto, si consideramos el pecado como un error, y aceptamos qué aprendemos y necesitamos aprender de los errores, estos son la manera funcional por la que llegamos más adecuadamente a nuestras metas.

    Regresando a la palabra gula (del latín tragar, y de ahí engullir) podemos considerar no solamente el apetito desmedido de comer y de beber, sino el apetito desmedido hacia el hacer en general y a tratar de saciarse más allá de las propias necesidades.
En el conocimiento del Eneagrama, la desmesura de la gula es vista como un error principalmente intelectual que arrastra al goloso a acciones inadecuadas. El goloso no puede controlar su apetito de inventar nuevas cosas y planes, fantasías, que no lleva a cabo pero que se vende a sí mismo y a los demás: de planificar y hacer todo tipo de intenciones, principalmente para evitar detenerse en el compromiso auténtico. 
El pecado, considerado desde este ángulo compulsivo, es un mecanismo que lleva a la repetición no consciente. Su origen habría que encontrarlo en la temprana infancia, fijado a lo larga de los años a través de pensamientos y experiencias que provocan y perpetúan su automatismo.
Al igual que los demás pecados capitales, el mecanismo se produce para compensar la carencia de amor verdadero y amortigua un sufrimiento, a la par que dificulta, o incluso obstaculiza, darse cuenta del autentico dolor. Ese darse cuenta es lo que puede enderezar el tiro y dirigirse al contacto de manera diferente y sana.

   Con el tiempo, la gula produce una visión errónea del mundo y de sí mismo. En Gestalt se podría decir que el contacto verdadero queda entorpecido o distorsionado en favor del mecanismo de compensación.  

La sociedad del siglo XXI ha errado el tiro.
 El crecimiento disparatado como objetivo único, el desprecio hacia los demás habitantes del planeta, animales, vegetales y aún minerales, nos ha encaminado al desastre.
Es momento de rectificar.




domingo, 15 de marzo de 2020

Vida: excitación y calma


En estos días en que el mundo parece estar revuelto y hemos perdido la seguridad que nos daba, en la amenaza de la pandemia anunciada, es conveniente recordar que la vida es insegura y que nada permanece.
Es desde ese punto en que he escrito esta reflexión. Espero que os anime a pasar este obligado descanso en aislamiento.
Miguel

La vida: excitación y calma.

«El desapego significa no sentir ningún remordimiento por el pasado ni miedo por el futuro; dejar que la vida siga su curso sin intentar interferir en su movimiento y cambio, sin intentar prolongar las cosas placenteras ni provocar la desaparición de las desagradables. Actuar de este modo es moverse al ritmo de la vida, estar en perfecta armonía con su música cambiante, a esto se llama iluminación».
Alan Watts

    Desde el mismo momento en que la vida se produce, acogida en un ser individual, se origina una constante combinación de estos dos factores, de agitacion y de reposo, que permiten la vida y la pervivencia de los seres vivos.
En el humano, puede que la combinación se vea abundantemente alterada por el hecho de que, desde la razón, el pensamiento, el intelecto, cabe prever, al menos en parte, lo que pueda llegar a pasar, en función de lo ya sucedido. Esa maravillosa capacidad de previsión produce también la posibilidad de control y de miedo a lo desconocido, al porvenir.
Este hecho, que podemos llamar órgano humano previsor, funciona como un potencial evolutivo reciente. Ha dado enormes resultados a la hora de dominar el ambiente y alargar la vida, haciéndola más segura y previsible.

En ocasiones, el intelecto pierde incluso el punto de realidad. Nos parece que todo puede ser previsto. De ahí, por tanto, que creamos que poseemos la capacidad de evitar todas las situaciones no deseadas. Acaba, o puede terminar originando, una especie de fantasía de seguro de vida, dirigido a todos los puntos cardinales en el espacio y en el tiempo.
El humano se olvida de esa manera de su carácter de ser vivo, efímero, inseguro y rodeado de un ambiente que le altera y le cambia y que siempre termina en la muerte.
Tanta está siendo la necesidad de preverlo todo, de lograr un ambiente de seguridad, en particular en los países ricos y entre sus clases más acomodadas, que todo está sujeto a ser asegurado. Y se han creado empresas que nos compensan por las ruinas, las muertes, las enfermedades y todavía faltaría la garantía frente a la sensación de dolerse de la angustia y la perentoriedad de las perdidas, de las enfermedades y de la muerte.
En medio de esta situación, el individuo vive, como de otra manera no cabe, una angustia constante por la desgracia y por la pérdida. 
Todo el sistema económico, político, social, y religioso tiende a asegurarnos la fantasía de que, si lo hacemos bien, nada malo puede llegar a pasar. La cosa llega al paroxismo en lo religioso, con la promesa de vidas futuras de excelente calidad si nos portamos bien, somos generosos y benéficos con y hacia quienes nos rodean.
Y hay algo de esto último en lo que estoy de acuerdo. Hacer lo que normalmente se llama el bien, la cualidad de la compasión, la caridad, la ayuda al prójimo etc. suele sustraer del sufrimiento y traer una situación de felicidad en el presente. Probablemente, mucha más que el egoísmo, la falta de solidaridad, el odio y demás.
Es decir que el bien retribuye en el presente y suele traernos sino el bien al menos bien.
Sin embargo, hagamos el bien o el mal, es necesario cocinar la vida con los dos elementos mencionados: riesgo y tranquilidad. Y con la absoluta seguridad de que el cambio es constante y nos lleva a un final previsible y necesario e inevitable.
Por una parte, un escenario de permanente riesgo nos puede producir enfermedad, stress y conlleva daño. Y que también nos excita, nos mueve y nos permite una vida con cambios.
Por oetro lado, un contexto de tranquilidad, de búsqueda de seguridad y descanso, acaba con la vida como tal, que está sometida siempre al cambio y a la in-permanencia. En términos absolutos, no es real, puesto que no toma en cuenta los parámetros de la vida que son de transformación y de cambio.
Hay personas que están más polarizadas hacia y la seguridad y otras hacia el riesgo. 
Es conveniente echar una ojeada a la propia vida y ver analizar cuales han sido las condiciones en que nos hemos movido. Qué recompensas han tenido nuestras experiencias en uno y otro sentido. Y cuales han sido las consecuencias del cambio y de la seguridad.
De esta manera, podemos hacer un balance personal e intransferible de lo que nos falta -más agitación o más calma- y actuar para incluirlo en nuestra existencia.

«El significado y el objetivo de danzar es la danza. Igual que la música, se realiza plenamente en cada momento de su curso. No se toca una sonata para llegar al acorde final, y si el significado de las cosas estuviera simplemente en los finales, los compositores solo escribirían últimos movimientos».
Alan Watts





martes, 3 de marzo de 2020

Transitar

Transitar


“De cualquier forma, quien es suficientemente perseverante para transitar el camino, si es necio, llegará a ver claro; si es débil, llegará a ser fuerte.”
Confucio

   He aquí una palabra que me evoca plenitud: de imágenes, de recuerdos y asociaciones con muchas otras. Estando tan reciente la noticia de tu desaparición, Yola, mi recuerdo está cercano a los primeros grupos que hacia contigo, allá en la lejanía mexicana. Reaparece tu voz mientras suena la melodía de “los Planetas” de Holst, una obra que parecía gustarte mucho y que se repetía en las clases. 
Puede que transitar me llegue también por el movimiento planetario, ese baile constante de los planetas alrededor del sol. Esa música de las esferas, que se evocaba antiguamente como un canto que los planetas producían al girar alrededor de su estrella. Un coro que concernía a la Tierra también en su tránsito.
En un nivel más humano, reaparece que estamos en permanente tránsito desde que iniciamos la vida, en ese asombroso acto de unión entre lo masculino y femenino. Nuestros átomos, si es que podemos decirlos nuestros, transitan de una forma a otra en un proceso que no se detiene ni con la muerte. Y el pasar por la vida de nuestra existencia, en ese tiempo y en ese espacio en el que existimos, es un paso constante también, puesto que nada permanece como tal, en la medida en que pertenece a la existencia relativa.
Por tanto, cuando afirmo que transito, no solo lo hago por el tiempo y por el espacio que me han tocado, sino que ese yo mismo es tránsito también, ya que cambio junto con el espacio/tiempo en el que vivo y en compañía del resto de los seres que me circundan.
Soy una manifestación cambiante en un espacio tiempo cambiante también, en compañía del resto de los seres que llamo vivos y con los que digo no vivos, como las rocas, que también están en permanente cambio.
En ocasiones o casi siempre, me hago la ilusión de que todo muda menos ese observador-agente que soy yo. Pareciera que eso me da cierta seguridad, cuando, en verdad, si lo analizo bien, es eso precisamente lo que me mantiene inseguro y ansioso, a la espera de que mi vida transcurra y finalice.
Puede que una salida sea danzar, como los planetas, como los girávolos, como los pueblos antiguos que bailaban en rituales para alcanzar otros niveles de consciencia. Como los que bailan hoy, incluso los que lo hacen en las salas de baile, en las discotecas, en el campo… Bailar: no para olvidar la ansiedad de nuestra efímera existencia, sino para recordar el presente, que como tal no tiene calificativos, ni de efímero ni de permanente, porque esta siendo, estamos haciendo surfing sobre la existencia que no se detiene, que gira, mariposea, se desvanece para reaparecer en formas y tiempos distintos.
Siempre me ha producido admiración ver bailar a quienes se integran tanto en el ritmo que simula que su yo se constituye en el movimiento y se esfuma en un presente rítmico y evanescente.
La vida es movimiento. Y no quiero con ello decir que la vida sea estar inquieto, pues la calma tiene un movimiento propio. Y poder integrarse en ella es igualmente contacto con lo más divino de nuestra naturaleza efímera.
Trans-sitar. Moverse de sitio. De sitio temporal y de lugar. En tanto lo mismo hace nuestro cuerpo, nuestra mente y con ella nuestras emociones.
Saber que es inevitable y que sólo nos queda integrarnos en ese vaivén constante de las olas de la vida.

Y ahora resuena en mi pasado/presente el Marte de Holst y mi cuerpo gira y se mueve, busca nuevos ritmos, nuevas formas, solo, en contacto, en retirada, para entrar en contacto de nuevo. Gestalts constantes y cambiantes dentro y fuera de mi, que, cuando están en armonía, me constatan ese formar parte del Universo en transformación.

Me gusta esa frase atribuida a Perls: to get out you have to go through: para salir es preciso atravesar. No podemos imaginar lo que va a pasar porque, solamente cuando llegue, podremos hacerle frente de la manera que en ese momento sea posible. Pero, principalmente las situaciones negativas, han de ser transitadas igual que las positivas o agradables. Posiblemente la frase se pueda dirigir más a esta situación.
Y este es el punto en donde la voz suave, a la vez que firme, de Yolanda resuena en mis oídos: recordando que es necesario transitar, pasar por la experiencia, por dura, frágil, amarga, o dulce o deliciosa. 

Solamente viviendo lo que hay que vivir se logra la experiencia y, desde ahí ,la salida a una nueva posibilidad de vida.

“La vida se va como agua entre las manos”
Yolanda de los Ángeles González