lunes, 18 de junio de 2018

MIEDO, DUDA, ESPERANZA, CULPA (y 3)




MIEDO, DUDA, ESPERANZA, CULPA (al filo de la Gestalt)



   
   
“El miedo no puede existir sin esperanza, ni la esperanza sin miedo”


   Aquí la sentencia del filósofo holandés da un significado específico a la idea de esperanza. A mi entender, se refiere a que la mente, gobernada por y desde la idea del yo fijo y permanente, busca en el futuro la seguridad para ese yo y, al no encontrarla, se enfrenta con la desconfianza que, a su vez, genera miedo y  angustia por el futuro.

  Por otra parte, la mente yoica, al fabricar para el futuro expectativas que no pueden ser confirmadas, se ve inmersa en el miedo a que no se cumplan, y permanece entonces en la ansiedad/angustia impregnada de esperanza. Es obvio que el futuro está siempre gobernado por la incertidumbre, puesto que, tanto existencial como biológicamente, la vida está sujeta a cambios imprevisibles y, en última instancia, a la muerte.

   Por eso estima Spinoza que miedo y esperanza van unidas indisolublemente. Y afirma que eliminar la esperanza hace desaparecer el miedo. El eterno presente no tiene ni esperanza ni miedo, porque simplemente es.

   Y aunque quien tiene fe en vidas futuras puede afirmar que no tiene miedo, puesto que espera una vida mejor (o peor pero sujeta a mejoría), al no poder ser confirmado, deja viva la esperanza que aparta del presente.

   Conformemente, permanecer en el presente relega toda esperanza y desvanece el miedo.

   Cuando se habla así de esperanza, se alude a una expectativa de que algo va a suceder. Ese algo, si sucede, supuestamente nos hará felices. Y si no acontece, entonces nos decepcionará y nos volverá más infelices. En este sentido, esperanza es un deseo incumplido que aguardamos que se cumpla. La duda de que se efectúe o no nos produce ansiedad por que se cumpla, y desgracia si no se origina. Spinoza, como tantos otros sabios, nos encamina a dejar de lado toda falsa expectación y a permanecer en el aquí y ahora.

  


En este sentido, la Terapia Gestalt nos induce a recoger las ideas de más o menos felicidad futuras y traerlas al presente, ya que es en el momento actual, y en donde estamos, desde donde es posible cambiar la actitud presente que es la que puede cambiar nuestro futuro. Y, para poder realizarlo, es necesario cerrar procesos inconclusos, puesto que el futuro va inmerso en la esperanza de realizar más adelante lo que no se plasmó en el pasado.

   

Me sirvo de la afirmación spinoziana para recoger la profunda relación entre miedo y duda.


   La duda es una mecanismo mental que nos plantea un dilema, con más de una solución posible, bien ante una situación a resolver, o bien que ya se resolvió pero nos plantea si fue del modo más adecuado.  En este segundo caso la experiencia se cerró “en falso”, ya que ahora pensamos que podría, o debería, haberse resuelto de otra manera. Se convierte en un asunto inconcluso con posibilidad de crear culpa.

   Mediante este tipo de culpa el  yo pretende al menos dos cosas: una: crear un aprendizaje para otra situación similar. Otra: imponerse un castigo, desdoblándose en juez y parte, para aliviar el acto erróneo y culposo del sujeto.

   En el primer caso, la duda, ante más de una posibilidad de acción,  mantiene un suspense, un tiempo en el que más de un resultado  es posible, en apariencia al menos. Por ello, tiene también un lado positivo. Nos permite reflexionar, y eventualmente elegir, entre dos o más posibilidades. Aplicando la lógica, o la deducción, podremos optar por la que consideremos más adecuada a la situación que nos acontece. Es, por ende, un fruto de las posibilidades que nos ofrece la mente humana racional en su evolución desde hace cientos de miles, millones de años.

   Pero, así como la duda tiene su ventaja, tiene también su inconveniente. Permanecer en ella, suspender la acción, trae consecuencias que pueden ser nefastas. Puede, por ejemplo, prolongar una situación mas allá de su conveniencia. La búsqueda de una resolución que sea tan perfecta o definitiva puede que acabe dejándonos suspendidos, inanes. Y  ese suspenso es el que dará lugar a la angustia y, consecuentemente,  al miedo de nuevo.

   La duda parte de un elemento intelectual (pensamiento sin acción) y busca la mejor acción posible, pasada, presente o futura. Pero, en el presente, suspender la acción más allá de lo razonable trae miedo, y aporta un elemento emocional y corporal (angustia, parálisis, sudación, etc.)

   
Cuando aparece en la mente la duda, nos impulsa a buscar seguridad en la acción. Cuando no la obtiene, al frenar el impulso, aparece el miedo y  el yo se auto-condena. Se escinde en dos voces, diferentes, una de las cuales agrede y castiga a la otra. El yo se divide entre culpable y castigador, y entonces :

“El hombre puede soportar las desgracias que son accidentales y llegan de fuera. Pero sufrir por propias culpas, ésa es la pesadilla de la vida.”

 En el momento en que la mente se contempla a sí misma y se bifurca, el juez interno se puede convertir en el más insensible y duro de todos, y esa es la “pesadilla” que produce la culpa. El yo con el que nos identificamos pasa a ser condenado por el yo ideal con el que nos igualamos también.

   La figura del yo dividido ha sido y es objeto de mucho escrito literario (véase Dostoievski en Crimen y castigo), psicológico y filosófico.

   Freud, al configurar la identidad en tres elementos que se interrelacionan y debaten, dio el inicio para hablar y debatir la lucha que se produce en el individuo entre sus ideales y su yo, que es el núcleo de la culpa.

   Ya hemos visto los elementos positivos y negativos de la culpa.

   Personalmente, y aunque acepto la tesis de que este asunto puede ser objeto de un trabajo esencial psicológico o terapéutico, pienso que la visión de la mente desde un ángulo distinto llegar a ser primordial para poner en un lugar diferente los conceptos de duda, culpa y miedo.

   Durante el trabajo introspectivo podemos darnos cuenta que el miedo, la culpa y la duda son elementos que influyen en nuestra mente y en nuestro estado mental.
La mente es un inmenso productor de pensamientos que se producen con o sin la atención de la persona. Las experiencias pasadas y las expectativas futuras están marcando la deriva mental casi constantemente, incluso durante la mayor parte del periodo de sueño. Puede que sea la forma que tiene la propia mente de poner orden en los sucesos.

   Sin embargo, lo que resulta más importante es que todo pensamiento, incluido el del miedo, es un producto de la mente que busca encontrar un equilibrio. Ese equilibrio puede estar profundamente alterado por situaciones que cuesta integrar o incluir.

   Sin que se excluya la ayuda psicológica como parte importante del proceso de integrar el miedo, la duda y la culpa, me resulta cada vez más interesante trabajar este tema desde otros ángulos. Es evidente que se ofrecen cada vez mas posibilidades: la danza, el teatro, el juego etc.…

   Me parece que afrontar este asunto desde la meditación es una herramienta importante si es que no fundamental.

   Darse cuenta de que no dejamos de producir pensamientos y que nuestra identidad no cesa de querer ser el protagonista de los mismos. Observar como se producen, a donde van. Dejarlos ir sin pretender que no vuelvan o que vengan otros. Aceptar  que eso es así. Centrarse en elementos diferentes como puede ser el mismo acto de respirar. Estos y muchos otros elementos nos pueden dar una imagen diferente de nuestro mundo racional, en el que está incrustado el miedo y también la duda y la culpa.

   No se trata de mirar a otro lado. Sino de mirar desde otro lado.

   Asumir que nuestro yo no es una idea fija, algo concreto que sufre enfermedades y logra salud permanente, sino que es un proceso en constante evolución. Una línea que parece continua, pero que, en el fondo, está compuesta por infinitos pequeños instantes a los que da continuidad el darse cuenta.

   Miedo, duda y culpa son formas en que el yo busca, a veces a la desesperada, encontrar su propia estabilidad. Puede ser que la encuentre desde la afirmación del yo. Y puede que también la encuentre al darse cuenta de la misma volatilidad de eso que se llama yo.

   Es importante, a mi juicio, que antes de lanzarse al trabajo meditativo seamos cautos. Hay momentos en que necesitamos ayuda terapéutica. Y eso no se puede obviar.

   El trabajo meditativo necesita una cierta estabilidad de la mente. Es importante para mi saber que, en caso de dificultad, hay quien nos puede guiar y aconsejar.
Por ello, casi todo los caminos, al menos en su comienzo, parten del encuentro con un maestro.

   Y se dice que el maestro aparece cuando el discípulo está preparado. Y el maestro lo es de la libertad puesto que:



“El maestro que es sincero protegerá a los discípulos y les ayudará por todos los medios posibles a crecer hacia la verdadera clase de libertad; pero le será imposible hacer esto si él mismo está aferrado a una ideología, si es en alguna forma dogmático o egoísta.”

  


 El maestro Krishnamurti siempre insiste en que es la persona la que ha de elegir su experiencia. EL egoísmo de quien guía es un obstáculo para ello. Puede que elimine provisionalmente el miedo y la duda, pero será a costa de una dependencia que obstaculizará el crecimiento.

   Miedo, culpa, duda y falsa esperanza son elementos cotidianos en nuestra vida.
Es necesario verlos sin huir de ellos. Pues tenerlos cerca nos da claves esenciales para asumir nuestra existencia.

“Acusar a los demás de nuestras propias desgracias es consecuencia de nuestra ignorancia; acusarse a si mismo es comenzar a entenderse; no acusar ni a otros ni a sí, ésa es la verdadera sabiduría.”
Epícteto de Frigia

domingo, 10 de junio de 2018

(2 )El miedo como carácter








“El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad.”
Víctor Hugo

El miedo como carácter.


   
   
    Podríamos decir que el miedo puede quedar “instalado” en la forma en que cada persona percibe el mundo. En el modo de hacer contacto con el exterior, con las personas y con el mundo en general. Pero también con uno mismo. Un miedo al hacer contacto con el exterior y otro interno al percibir la imagen de uno mismo.

   En el caso del miedo interno, podemos verlo en una escena en que percibirse en el espejo asusta o nos condena. No nos distinguimos bien o juzgamos (y condenamos) lo que nos advertimos: pensemos en una desfiguración por accidente, o en la misma vejez, si es algo que rechazamos internamente o simplemente el juicio acerca del propi yo.

   En el miedo externo a veces es lo desconocido, el miedo al monstruo, a la renovada agresión, al aislamiento, al contacto en sí mismo…

   Cuando la situaciones se van instalando en el sí mismo, a través de la infancia y del paso del tiempo, dan lugar al carácter en la persona.

   Carácter es la forma especifica en que cada individuo encara su relación con el mundo y consigo mismo. La palabra proviene del griego, y de ahí pasa al latín character. En su origen significa “el que grava”. En definitiva, lo que queda gravado de forma permanente en nuestra mente y condiciona nuestra percepción y nuestra manera de hacer el contacto. Cuando una emoción, o una forma de actuar, queda impuesta, se repite casi autónomamente, con independencia de lo que suceda dentro o fuera y sin que la voluntad o la consciencia intervengan. Esto hace que pueda resultar inconsistente a veces, pues la noche no tiene porqué dar siempre miedo: pero si se ha quedado gravado como algo amenazador, se derivará ese desasosiego en un sinfín de conductas o emociones que pueden llegar al absurdo y cuyo origen, en ocasiones, es difícil de averiguar. Un origen que, casi siempre, es multifactorial.

   Si aceptamos la hipótesis de que el contacto puede servir para mantener las condiciones de estabilidad básicas (auto-conservación), o para interrelacionarnos con los demás (sociabilidad) o bien para ir hacia el mundo en actitud de conseguir, de lograr (conquista, sexualidad, riesgo). Si vemos y aceptamos esa hipótesis, la existencia de esos tres niveles o instintos, podemos ver como el miedo puede actuar y permear en cada uno de ellos. Y, de esa manera,  protegernos, o bien obstaculizarnos, y hasta privarnos, desviarnos,  de una manera equívoca de nuestros auténticos objetivos.

   Para los que gusten del conocimiento del carácter según el Eneagrama y de ahí su forma de explicar el temperamento y clasificar al humano, el miedo da lugar a tres subtipos caracterológicos:

    Si se deriva más hacia la auto-conservación da un tipo más frágil, más dudoso, que sustituye el miedo por calidez y alianzas para preservarse y evitar sentir el miedo.
   
   Si impregna más el área social de la persona, el tipo medroso se protege mediante la búsqueda de normas que le den seguridad, de instituciones que sustituyan su propio valor y mitiguen sus limitaciones frente a los demás. De esa forma, se protege de la sensación miedosa que queda oculta.

   Si el miedo emana y se inmiscuye en el instinto de ir hacia el mundo, de la conquista, se disfraza de no-miedo y busca que no se perciba ni se distinga, creando un personaje que da miedo en lugar de el original que es el que tiene miedo y lo muestra (habitualmente llamado contra-fóbico).

   En los tres casos, el miedo retuerce y deforma a la persona original y le hace adoptar un personaje o disfraz que le aleja del ser primario, del verdadero yo. Su instinto queda empapado de esta emoción, que en su origen era útil y que, con el tiempo, se hace inadecuado cuando no ridículo.

   El miedo es una sensación principalmente emocional. Repercute casi inmediatamente en el cuerpo y da lugar a alguno de estos tres reflejos: parálisis, fuga o ataque. Las tres condicionan la respuesta futura, e influyen en el carácter o forma de ser de la persona. Las tres son igualmente positivas y negativas, dependiendo de si tienen adaptabilidad o son rígidas. Incluso en su rigidez forman parte de un mecanismo adaptativo de supervivencia. Pero, en esa mismo mecanismo, está también el problema, pues huir, o paralizarse, o atacar, no sirven para todas las ocasiones por igual. Incluso pueden ser mecanismos que nos lleven al desastre si no le ponemos consciencia.

   La adaptabilidad al medio es una de las cualidades que ha hecho posible el triunfo de nuestra especie humana. Por ello el individuo y las sociedades adaptables tienen mejores posibilidades que las rígidas. Ello sin minusvalorar la rigidez como forma de resistencia.

 Finalmente, recordemos que la sensación emocional y su repercusión corporal, pasan al intelecto o modo de pensamiento. El cual, a su vez, y desde el “yo”, construye un argumento para justificar, en el presente y futuro, cualquiera de las tres reacciones.

   La persona se hace (y la hacen) así y se piensa después y se afirma así. Valores como la prudencia, el respeto a la norma o la valentía/heroísmo, vienen a respaldar la forma en que el carácter se ha construido.

  
 El individuo puede así unir sus tres sistemas de sensación corporal y emocional con su juicio intelectual y validar sus acciones o enjuiciarlas.

 es precisamente desde el juicio, desde el sistema intelectual, por donde el miedo se va transformar por una parte en duda y por otra en culpa.