"Este mundo de espacio y tiempo que todos conocemos tan bien, es la vara con que medimos la validez de otros mundos posibles"
Gary Lachman
La consciencia.
Existen varias significados para
conciencia. Uno es el más usado por las religiones y por la ética: el deber
moral sujeto a cada persona. Se parece bastante a lo que, desde Freud, se
entiende como “súper-yo”: los condicionamientos familiares, sociales y
culturales asumidos por el individuo y mediante los que se espera que se rija.
De ahí, “actuar conforme a la propia conciencia”, o, en el plano colectivo, se
habla de “la conciencia social”…
Otro significado es el de estar
atento, similar a estar
consciente: "perdió la consciencia", se quedó dormido o se desmayó. Perder el
contacto con la realidad externa.
Al que voy a aludir es al
significado de darse cuenta de la propia realidad subjetiva, como ente
individual y en contacto con los demás. Ese hilo conductor que, asociado a
nuestra memoria, nos permite entender nuestra vida como una unidad en el tiempo.
Se parece al sentido del “yo” freudiano, aunque incluye los estados alterados
de consciencia y lo que se denominó (Jung) el inconsciente individual.
Muchos psicólogos lo asocian a la capacidad de integración
del yo.
El psicólogo y pensador
estadounidense William James (1842-1910) es conocido, en especial, por sus
estudios sobre la consciencia y sobre los estados alterados. James pensaba que
existen distintos niveles de consciencia. Y que la racional es simplemente una
de ella. Coincidía con Bergson, el cual consideraba que nuestro cerebro actúa
como una “válvula” para limitar la captación de la realidad total. De no ser
por este freno, posiblemente se podrían producir efectos indeseables en una mente
no preparada, al captar la realidad y su contacto en toda su dimensión.
En este mismo sentido, en el
texto sagrado hindú el Bagavad-Gita (hacia el año 300 edad antigua), Krishna (el
ser divino) se muestra a Arjuna (el héroe humano) en toda su dimensión cósmica.
Produce en el héroe una formidable y aterradora experiencia, que le hace
entender el poder de lo divino y asumir así su responsabilidad humana.
He citado a un filósofo, a un psicólogo
y a un texto religioso, para introducir la experiencia de la consciencia en el ámbito de lo humano.
Descartaré, al menos ahora, la
dimensión de la consciencia puramente filosófica (entendida como especulación
lógica) y la religiosa (entendida como asunto de pura fe), para centrarme en la experiencial y
fenomenológica.
A lo largo de los siglos, y en
distinto espacios y tiempos, se han recogido experiencias de personas que han
tenido vivencias de consciencia de difícil o no posible explicación. Lo que sigue siendo real en la
actualidad con nuestros actuales métodos “científicos”.
La consciencia (estado amplio de
atención y contacto) se puede referir a la captación de la realidad externa con
los sentidos habituales. También a los distintos pensamientos que se producen
casi sin cesar en la mente. Así mismo, a estados perceptivos poco comunes,
asociados con los así llamados “estados
alterados” de percepción. Estos últimos pueden ir acompañados de la
ingesta de determinadas substancias, o de prácticas que conllevan cambios de
estados anímicos (tales como respiración, ayuno, deportes de riesgo,
contemplación, meditación etc.)
Uno de estos estados es el que ya he citado: experiencias de
personas que han estado clínicamente muertas, es decir con el cerebro “desenchufado”
y que han continuado captando realidades diferentes, algunas inalcanzables en
fase normal.
Tanto los estudios recogidos por R. Moody (1995), por E. Kübler
Ross (2001) o el ya citado de Van Lommel y otros,
compilan las experiencias de personas que han tenido vivencias inexplicables
habiendo sido dados por “clínicamente muertos”. Por supuesto que los
“científicos” se apresuran a dar esclarecimientos racionales a estas
situaciones. La más común es que el cerebro puede, y está diseñado para, liberar una serie de sustancias (endorfinas) para hacer la
muerte más llevadera y menos dolorosa, física y psíquicamente. Ello, siendo
cierto, no pone necesariamente en cuestión lo anterior.
Estas experiencias se suman a las
de personas que han desarrollado facultades excepcionales, como transmisión de
pensamiento, desdoblamiento entre cuerpo y mente, visiones de pasado o de
futuro, don de lenguas no aprendidas, y un sin fin de vivencias recogidas en
libros o documentos que están, casi enteramente, en manos de lo que hoy viene
llamándose el mundo “esotérico”. A quienes están interesados por este tema
recomiendo “Lo oculto” (2006), del
escritor inglés Colin Wilson (fallecido en 2013). Es una interesante
recopilación, con critica lógica suficiente, de situaciones y personas que han
vivido más allá de la “normalidad”.
Y llegamos aquí a un punto en que
chocan dos parámetros diferentes de percepción: el que se asocia con la mente
racional y deductiva, “masculina”, lógica, occidental y científica, vinculada
modernamente al hemisferio izquierdo cerebral. Y el de la mente intuitiva,
espacial, femenina, experiencial, fenomenológica, existencial, vinculada al
hemisferio derecho.
Realmente no están contrapuestos.
Ambas partes nos pertenecen, histórica y actualmente. Es probable que durante
un tiempo predominara el derecho, que nos conecta más íntimamente con lo
universal. Y es también más abstracto, imaginativo, artístico, espiritual.
Hay
quienes aseguran que, tal vez las dificultades y el desarrollo de la especie
obligó a adaptarnos a un modo más concreto, fijo, lógico, que es el que nos ha desarrollado
una civilización dominadora, expansiva, técnica y anclada en metas. Una
civilización de la que estamos percibiendo sus limitaciones y peligros.
Wilson y otros estiman con
esperanza que ambos mundos pueden coincidir. Asociarse para lograr a un ser
humano más completo. Así como la civilización de la Diosa cedió el paso a la
del Héroe, desplazando su protagonismo, nuestra conciencia no tiene porqué ser una
cosa o la otra. Podrían colaborar en beneficio de la consciencia y de la especie.
Necesitamos ambas, sin duda para
situaciones diferentes. Poseemos una historia que ha especializado durante
miles de años a hombres y mujeres. Unos, dedicados con talento a la caza y la
defensa de la tribu y otras, al sustento y cuidado de la progenie. Ello dio
lugar a una diferente forma de percibir el mundo en mujeres y en hombres.
Hoy esta especialización declina.
Mujeres y hombres compiten casi en los mismos campos. El sistema familiar está
en crisis en muchos centros de la civilización más “moderna”.
Necesitamos seguir vinculados al
mundo, pero también ampliar nuestras metas en un Universo cada vez menos
desconocido.
Nuestra consciencia universal cedió
terreno a favor de lo concreto. Puede que sea momento de ir recuperándola poco
a poco, sin por ello convertirnos en locos (Herman Hesse en el “Lobo estepario”), ni en seres
mendicantes o aislados o desconectados.
¿Como hacerlo? Algunas
sugerencias.
Abrirnos a otras posibilidades,
en la medida en que nos lo permiten nuestras capacidades, nuestros compromisos,
nuestros miedos.
Ahí seguimos teniendo los pasos
de los “sabios que en el mundo han sido” (Horacio). Es necesario algo de
retirada. El mundo con sus luces, falsas o reales, nos deslumbra. El ruido con
sus voces, no nos deja escuchar el silencio. El exceso de contacto corporal nos
estimula tanto que olvidamos nuestra propia piel. La asombrosa variedad de
sabores y olores nos aleja de lo sencillo.
He aquí algunas polaridades que
nos pueden hacer ver en qué grado estamos absortos por una de ellas de forma
mayoritaria: Simplicidad y diversidad. Contacto y retirada. Excitación y
aquietamiento. Microcosmos y macrocosmos… Un trabajo interior consiste en
valorar hasta donde nos dejamos embriagar por una de ellas dejando la otra sin
dueño.
A mi me sigue siendo de gran
utilidad sentarme a dejar que la consciencia se dé cuenta de lo que pasa por la
mente. Dejar que el observador interno contemple lo que va aconteciendo en el
organismo, con la mayor cantidad de atención posible. Sea o no sea “meditación”
en el sentido clásico. Poner atención a los deseos, a los pensamientos, a las
sensaciones y dejarlas correr sin tratar de cambiar nada (al estilo de la
meditación Vipassana). Hacer espacio
para liberar y crear nuevo espacio.
Tiempo y espacio.
Cada uno ha de ver como dárselo.
Ya que cada uno es el encargado de conocer su propia máquina.
7 comentarios:
Muy bonito Miguel
http://www.youtube.com/watch?v=e9RS4biqyAc
Lo que más me ha gustado siempre es su final.
Leido y compartido. Eso y mas merece este articulo;
gracias a todos por el buen ánimo. Tal vez escriba algo sobre eso... ;)
Hola Miguel. He sido alumna tuya. Eras el mejor (para mí, en aquel momento). Siempre me ha gustado tu manera de expresarte, la paz con que transmites tu verdad. Recientemente he dado con este blog. Y lo guardo para leerte de vez en cuando, me da paz. Un abrazo.
Y quiero decir algo más... estoy en un momento importante de indecisión, intentando sostenerla en vez de huir para ver si nace algo bueno de ahí... por esto, también, leerte me da paz. Y si te inspira escribir acerca de la indecisión... te leeré ojoplática y curiosa. Un abrazo
Gracias Esther. Me alegro de que compartamos esta paz. Pensaré en escribir sobre la indecisión, que es duda y posiblemente necesidad de seguridad...
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