martes, 21 de agosto de 2018

La Pereza











La  pereza

               “Después de la de conservarse, la primera y más poderosa pasión del hombre es la de no hacer nada”
J. J. Rousseau

    
   Una palabra trae a la mente una imagen. A su vez, la imagen suele asociar a una emoción, la cual incluye recuerdos o  expectativas.
   Un término es también una asociación de otros pensamientos, que conllevan juicios de valor: casi siempre relacionados con lo bueno o malo, o el gusto y disgusto.
   Así por ejemplo, para mi, pereza conlleva un juicio moral de disgusto, que puede ir acompañada de una imagen de mi madre diciendo que no hay que dejarse llevar por ella. Que hay que rechazarla y sustituirla por la virtud de la diligencia. A lo mejor, incluso, que es algo “pecaminoso”. Y de ahí, la idea cristiana de que es “la madre de todos los vicios”…que nos lleva a la perdición.
   Ahora bien, ¿qué entiendo yo ahora mismo, en este presente de mi vida, por “pereza”?
   Sin duda se trata de una falta de ánimo para realizar tareas, que puede tener causas diversas.
   Dejando de lado las que puedan tener su origen en enfermedades físicas o emocionales, esa falta de ánimo, ese dejarse caer, puede que nos lleve a una falta de acción que es en sí el significado más común de la pereza. No hacer aquello que debemos hacer para nuestra conservación o la del entorno.

  
  Causas hay muchas, posiblemente tantas como mentes.Al abandonarse a la sensación de la  pereza, no hay incentivo que nos mueva. Y caemos en la inacción. Dejamos de hacer aquello que podría beneficiarnos. Enlazamos así con el significado latino de pereza que viene siendo una actitud de estar “flojo”.
   Pensemos la de veces que hemos dicho “no lo hago: me da pereza”. Cuando lo que queremos decir, en lo más intimo, es “no me compensa”. “Ven a dar un paseo.” “No. Me da pereza”. Tal vez preferimos decir pereza en lugar de miedo o cualquier otra emoción todavía más criticable.
    Así,  la palabra pereza forma constantemente  parte de nuestro presente, de nuestro futuro.
    La pereza asociada a la no acción,  motivada por deseos más o menos conscientes, es algo que está bastante claro y nítido.

Ahora quiero hablar de otro significado de pereza.

    Imaginemos que tengo que ponerme  a escribir mi  trabajo para la Escuela o mi tesina. Es algo que necesito bastante, pero no es imprescindible. Ahora me pongo a cocinar. Luego a lavar los platos. Más tarde a dar un paseo con mi pareja, algo que parece necesario en esta hermosa tarde de verano. Luego llamo a mi amiga, necesitada de mi ayuda y buenos consejos.    
 Al colgar me doy cuenta de que he prometido a mi novio ayudarle en un escrito que tiene que redactar para la Universidad. Posteriormente pienso que es necesario hacer un poco de meditación…

    Bien. No puede decirse que haya estado perezoso. No he parado en todo el día. Ahora me siento cansado y mañana he de madrugar. ¿Y la tesina? Ayyy…
   Digamos, dede la Gestalt, que he “deflectado” mi prioridad en una serie de acciones que están correctas , pero que son secundarias.
Pero eso no arregla gran cosa.

Ahora hablemos de otro tipo de pereza diferente.

   En ocasiones, el pensamiento de saber que la vida que estoy llevando no es la que quiero y necesito llevar puede aparecer en mi mente. Casi siempre acompañada de una sensación que puede llegar a ser ingrata, ansiosa o crítica.
   La idea de mi mismo, el yo, puede, ante esta imagen, buscar posibles vías de solución. Encauzar lo que podría o no buscar como salidas por soluciones .
   Sin embargo, aun cuando esto es posible que suceda, es tambien posible que alejemos esa idea que supone una desagradable forma de dejar lo que viene siendo “mi zona de confort”.    Como decía alguien: “después de lo que me ha costado estar en el confort, ¡ahora quieres que lo deje”!
   Y ese molesto pensamiento es descartado, para continuar en la rutina que me adormece, pero al menos no me inquieta. Me siento a ver la tele o a tomar una caña con los amigos, o a hacer el amor con mi pareja. O bien me pongo a trabajar como desesperada.

   Con el tiempo, esas inquietudes de niña, de adolescente o de joven, van dando paso a una inercia. Ese despertar podríamos llamar de la consciencia, o del yo auténtico, del espontáneo, del que busca ser, se va marchitando.
   El resultado es diverso. Encontramos a nuestro derredor a personas obsesivas, apáticas
 tristes o melancólicas, agresivas o iracundas, cobardes o vanas…. Puede que la pereza haya dado frutos diversos, formas diferentes de manifestarse. O, simplemente, se haya quedado en una forma consciente inmóvil, apagada, sin vida interior.
   Seguramente no se trata de una pereza de no hacer cosas,  de inactividad. Es una actitud que conlleva un cansancio interior, una especie de depresión interna.
   Sí. En este sentido la pereza es la madre de todos los vicios, incluido el propio, el de la propia pereza.
   La falta de interioridad, la superficialidad al abordar las situaciones, la negación de la propia trascendencia, es la pereza interior. La sustitución de la riqueza del contacto por la simpleza, que no por la simplicidad. Tergiversar el sentido de la vida a través de la falsa vulgaridad, de usar citas pasadas en lugar de emociones presentes. Y cada quien puede hacer una lista de actividades que denotan su pereza interior. Por mi parte incluyo la conversación acerca de asuntos intrascendentes o sobre los que no tengo ninguna posibilidad de cambiar, el uso constante de las redes sociales, el abuso de escuchar noticias, la constante huida de la soledad, la falta de motivación y de sus causas… Seguro que cada lector/a añade muchas más.

   Todo eso está presente en la pereza por así llamarla “espiritual”.

 

Si pudiéramos hablar de un mundo en que la consciencia se asemeja a lo que antiguamente se llamaba “espíritu”, el alejamiento del contacto con el yo profundo nos da la dirección hacia la pereza espiritual. Se trataría entonces de un adormecimiento de esta sensación de viveza, ligada al contacto verdadero con uno mismo y con lo que nos rodea. La rendición a una forma de  vida en que la alegría interior, la sensación amorosa, y muchas de las que habitualmente llamamos virtudes, nos pone de manifiesto el universo dormido de la persona perezosa.
   Para los perezosos espirituales la cuestión es no complicarse demasiado con razonamientos acerca de uno mismo, y estar en una especie de presente en que la consciencia desaparece bajo distintas formas de hacer lo cotidiano.

  



Y bien dijo Agustín de Hipona:

Los hombres están siempre dispuestos a curiosear y averiguar sobre las vidas ajenas, pero les da pereza conocerse a sí mismos y corregir su propia vida.”


martes, 7 de agosto de 2018

Vacar

Vacacionar

Las nubes se agarran a los picos grises, macizos, que se elevan poderosos. Un fino tapizado verde recorre la rugosa piel de las montañas. Al fondo, la música constante de la cascada que se prolonga en el horizonte, interrumpida por el diferente canto de las aves.
El castaño a mi lado es el refugio de varios pajarillos, que juguetean y se persiguen alborotados.
Cerca, ramas entrelazadas de glicinias desbordan sus hojas como melenas de mujeres jóvenes.
Mis pensamientos se van con el cielo gris perlado, que deja traslucir una luz intensa todavía de verano y que insiste en anunciar lluvias próximas. Lluvias bienvenidas por el bosque seco, que esta mañana atravesamos, dejando atrás viejos y centenarios castaños, algunos ya abatidos por la edad. Ver sus enorme troncos derrumbados, abrazados a plantas más jóvenes que parecían recibirlos en su ultimo momento de vida.
Y recordando a Quevedo, miré los muros de mi propia patria, algo desmoronados y tal vez cansados por la edad, en busca de metas menos valerosas.
La naturaleza siempre recordada, refugio frente a mentales desdichas, concretizacion forzada para un yo disperso. Pies que caminan y recuerdan el inmediato ahora. El aire que entra. Y que sale al ritmo necesario según va el esfuerzo requerido.
En el bosque, en el campo, en la montaña solamente cabe ir al ritmo que marca el entorno. No hay más allá. Una distracción es tropiezo, golpe, arañazo, caída.
Un pensamiento es una pérdida del momento, un árbol no visto, una ardilla furtiva que desaparece, una bocanada de aromas que no llegan a percibirse.
Grita el cuervo, se queja la urraca, traquetea el carpintero.
La cascada sigue murmurando mientras las nubes bajan más, encerrando los picos entre sus velos.
Poner el presente en palabras me coloca de nuevo en estado de menos yo. Es una acercamiento a lo meditativo.
Mi respiración se hace más tranquila.
Los fresnos brillan, vivaces, ofreciendo sus ramas a los gorriones juguetones.
Vacacionar puede que se origine en vacar, en vaciar, en hacer espacio.
En estos tiempos el frescor, lo verde, lo húmedo, el silencio y los momentos sin pre-ocupaciones se parecen bastante a la felicidad.

“Qué descansada vida
La del que huye del mundanal ruïdo
Y sigue la escondida senda
Por donde pocos hombres en el mundo han sido”