miércoles, 29 de abril de 2020

El orgullo como error



ORGULLO


"Donde hay Soberbia, habrá ignorancia. Mas donde hay Humildad habrá Sabiduría. "
Salomón


Las palabras tratan de describir mentalmente cosas, sensaciones, sentimientos, experiencias en general. Son representaciones, sonoras o no, que nos ayudan a comunicarnos con nosotros mismos, pero también con nuestra memoria, para una optimización de la vida individual y colectiva.
Mas, como toda descripción simbólica, implica y relaciona al que la realiza y al que la recibe. 

Por ejemplo, al describir qué entendemos por orgullo cada persona tiene ya una visión de lo que lo es, o de lo que se imagina que es, por medio del aprendizaje y de la figura ya establecida en la mente, unida a unas sensaciones (emocionales, corporales) que han quedado gravadas en la memoria. 
Cada persona al pronunciar la palabra orgullo, de forma automática la asocia a una experiencia pasada, a un significado ya aprendido.
Orgullo quiere expresar, de forma general, una sensación que acompaña a una persona que tiene un punto de vista de sí mismo, un concepto, más allá de sus cualidades reales u objetivas. Esta imparcialidad a su vez, la aporta la visión de los otros, quienes evalúan esa cualidad mediante parámetros subjetivos y aprendidos.

De esta manera, una persona se manifiesta como altiva o arrogante en función de la percepción del otro, de acuerdo con medidas previamente asimiladas.
El orgullo, como todas las cualidades o defectos de la emoción, se origina y va sedimentando desde temprano en la evolución personal, y en función del entorno familiar, cultural y social.

A veces, he escuchado que existen dos tipos diferentes de orgullo: positivo y negativo. Mi forma de entenderlo es diferente. Creo que se trata de una palabra que adopta dos significados. Pero que, en realidad, podría describirse con dos vocablos diferentes.
Se habla de orgullo positivo cuando la persona está “legítimamente satisfecha de sí misma, de sus cualidades y acciones”. Desde una dimensión axiológica, y para quienes se interesan en el Perfil de valores de Hartman (PVH), son quienes poseen una dimensión intrínseca desbloqueada y objetiva. Por tanto, su ser, su esencia más profunda, está nutrida y conoce y actúa en función de su ser intrínseco verdadero.
 Veamos esta definición:

(El orgullo es una) … “estima apropiada de sí mismo, que proviene de la ambición moral de vivir en consecuencia plena con valores personales racionales” (Eyn Rand)


En esta cita, la filósofa reúne en una persona con orgullo adecuado la concurrencia de los valores “racionales”, es decir establecidos por un orden moral interno (sistémico) con la percepción de sí mismo (orden intrínseco), que califica de “apropiada”. Es propia, de uno mismo, y está conectada con lo esencial de uno mismo. El valor interno sistémico, definido como ambición moral, alude a la implicación del individuo por expresarse en su vida (en sus pensamientos, emociones y acciones) de una forma acorde con ellos. Ser consecuente con sus valores internos.


El orgullo, enfocado de esta manera, fue uno de los valores principales del mundo clásico, en especial en la antigua Grecia. El héroe heleno tiene una percepción “orgullosa” (que no vanidosa) de sí mismo y es motivo de gloria.
En esta misma línea, el filósofo Nietzsche considera al orgullo como sinónimo de soberbia digna. Si vemos un árbol magnífico, o una obra de arte que nos fascina, a veces podemos exclamar ¡es soberbio! Para el alemán, una persona soberbia no tiene que dignificarse ni curarse con humildad, pues lo importante es vivir con los propios valores y cualidades y no empequeñecerlas. Vivir con valentía y superación personal es motivo de orgullo y un recordatorio de que debemos vivir con honestidad personal absoluta.
Como este tipo de orgullo es una cualidad, y no una pasión o defecto, por el momento propongo llamarlo autoestima. Es decir, estima propia (que no depende del juicio de los demás) por lo más esencial de uno mismo, y no por lo que podemos calificar de aspectos “egóicos” o sobredimensionados. También porque no depende ni busca el juicio ni la aprobación de los demás.

En francés, se dice de las personas orgullosas, en sentido negativo, que tienen “l’orgueil mal placé”, el orgullo situado en el lugar equivocado.

Veamos ahora el orgullo entendido como una pasión, una fuerza que arrastra a la persona a expresiones de sí mismo más allá, o incluso fuera, de la realidad. Un pecado, o error de visión, que tiene consecuencias internas y externas y que desencaja y perturba el contacto verdadero consigo mismo y con los demás.

El diccionario consultado encuentra en el vocablo orgullo algo similar a la altivez, a la soberbia o pundonor, e incluso a la vanidad. La persona orgullosa siente arrogancia y se sitúa por encima de los otros, hasta el punto de despreciar, por una parte, al que no está a la altura de sus expectativas y, por otra, a quien no coloca a su persona en la altura imaginada e imaginaria.
En otro de los diccionarios de la red, he topado con estas descripciones como manifestaciones del orgullo: “Las manifestaciones típicas del orgullo son la rebeldía, el autoritarismo, la envidia, la crítica, el malhumor, el enfado, la arrogancia, etc.” Y he observado que la mayoría de las personas que se consideran incluidas dentro de lo que se estima orgullo están de acuerdo con que estas expresiones son frecuentes en ellas y, en todo caso, más habituales que en las que no se consideran orgullosas.
A veces, el orgullo conlleva manifestaciones que se pueden confundir con la ira:

 Popularmente, se llama también soberbia a la rabia o al enfado que muestra una persona de manera exagerada ante una contrariedad. Y es considerado por la teología católica uno de los siete pecados capitales”.
(la cita es de Rosa Itzel Casillas)

Se describe aquí a una persona que se deja arrastrar fácilmente por sus emociones de enfado. Se trata de un pecado capital, o error grave, es decir que lleva a un máximo distanciamiento de Dios. 
Por su parte y ya en el siglo XIV, en su Divina Comedia, Dante coloca a Satanás en el centro del infierno por su terrible pecado de querer ser como Dios. Atribuirse cualidades que no le pertenecen y que merecen, para Dante y su época, el más severo castigo. Esta sería la máxima expresión del orgullo.

La distinción entre ira, orgullo y vanidad es sutil en ocasiones.  
En el Eneagrama del carácter se tratan como tres pasiones diferentes: la persona orgullosa se va a caracterizar por un encanto y una capacidad de seducción personal que no se da en los iracundos, que son poco a nada seductores. En tanto que se va a diferenciar de la vanidad en que su capacidad para perder los estribos emocionales es mucho mayor que la vanidosa. El vano, o vanidoso, busca mantener una imagen falsa con la que se identifica; cuida más las formas y teme perder la compostura. El y la orgulloso/a se considera principalmente libre de expresarse y hace de la libertad emocional su bandera personal. 
Llevado al terreno del exceso o límite emocional (que clínicamente se engloba en lo que se conoce como trastorno) el orgullo así entendido está en el territorio de:

 “Existe además el narcisismo patológico, diagnóstico de uso habitual en psiquiatría y de connotaciones negativas. Este designa un rasgo de la personalidad, caracterizado por una baja autoestima acompañada de una exagerada sobrevaloración de la importancia propia y de un gran deseo de admiración por los demás” (Dicciomed).

En esta descripción, se enuncia que, bajo la sobre-valoración de la importancia personal, subyace y se esconde una baja autoestima, es decir un concepto pobre de sí mismo que es encubierto con sobre-importancia. De esta manera, esta descripción coincide también con la hipótesis del Eneagrama del carácter que afirma que el orgullo tiene un trasfondo de envidia, de carencia. Esta falta se recubre, desde la infancia, con la búsqueda ansiosa de importancia personal, en sus numerosas modalidades, así como de una autosuficiencia falsa. Visto desde otro punto de vista, la carencia amorosa verdadera queda recubierta de una pseudo-abundancia. “Para no descubrir lo que me falta, te seduzco o te ofrezco eso mismo de lo que carezco”.
Encuentro sumamente importante entre personas orgullosas la descripción que suelen hacer del concepto “humillación”. El diccionario lo califica de:

“Ofensa que alguien o algo causa en el orgullo o el honor de una persona”:"sufría reviviendo el recuerdo de las humillaciones y los agravios que tuvo que soportar".

El sentido de la ofensa está vivo en el orgulloso. Sin embargo, su localización es complicada. Está tan profundamente recubierta de sobre importancia, y también de ira, que reconocerlo es un asunto complejo y sumamente doloroso. Así como el envidioso hace bandera de su sufrimiento, el orgulloso, recordando o reviviendo la humillación, entra generalmente en cólera, de forma activa reaccionando y, de manera pasiva, retirándose con grandes ampulosidades y emociones escondidas.
Almaas, exdiscípulo de Naranjo, pone énfasis en la humillación como puerta de entrada a la salida espiritual del eneatipo orgulloso. Estima que solamente tocando profundamente esta sensación se puede encontrar el verdadero ser o esencia personal.

Así pues, podemos aplicar a esta explicación del orgullo el dicho de: “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Tocar la carencia, la necesidad, será una salida, difícil, para el orgulloso y la orgullosa.

Aquel que es demasiado pequeño tiene un orgullo grande”

Voltaire)

En la siempre interesante Wikipedia, he encontrado estas manifestaciones del orgullo, que he contrastado con personas que se identifican con esta pasión y que estiman que han acertado bastante en su núcleo caracterológico:

1.   Rebeldía ante la autoridad establecida,
2.   Autoritarismo al mandar.
3.   Envidia de los valores de otros.
4.   Crítica de los envidiados.
5.   Creer siempre tener la razón y achacar sus propios errores a otras causas externas (Tirar la pelota fuera).

Y, seguramente también, atribuirse y exhibir los éxitos como trofeos y culpar a los demás de sus propios fracasos. Porque esto es una señal del carácter infantil, al que gran parte de los y las orgullosas pertenecen.
La jovialidad, la alegría aparente, la facilidad para seducir, la inocencia como compostura inconsciente, la niña o el niño eterno, son formas de no asumir la responsabilidad del adulto. Y también son formas de mantener la permanente seducción y facilidad para emocionarse. La emocionalidad pasa a ser la más importante de las manifestaciones y el estandarte de la persona “sincera”. 
Esto hace de este carácter personas atrayentes o atractivas, por la sensación que ofrecen en apariencia de sincera emocionalidad y afectuosidad a primera vista.
Al igual que una carta del Tarot, el carácter puede ser visto de dos maneras, dependiendo si está boca arriba o boca abajo. Lo mismo puede dar connotaciones positivas y/o negativas. Toda una serie de factores pugnan por abrirse dependiendo de las circunstancias y del contacto que se produzca.
Y es esa emocionalidad, con frecuencia tan exagerada cuando traspasa la sensibilidad normal, la que es un factor que habitualmente se tiene por “histérico” Se entiende aquí la palabra como exageración o desviación emocional, aunque también herramienta de evitación de la verdadera afectividad. 

Mi intención ha sido reflexionar acerca del orgullo como pasión que domina a determinados caracteres. En ningún caso denigrar a uno en función de sus defectos o pecados. Ciertamente, estar demasiado satisfecho de sí mismo dificulta el progreso espiritual. Si es más o menos que quien se tiene por poca cosa, esa es una cuestión que dejo a los expertos o más sabios o simplemente a la reflexión individual. 

En los 80s, cuando conocí a Claudio Naranjo, algunos alumnos teníamos la impresión de que el orgullo le parecía una pasión más difícil de tratar que las otras del Eneagrama. Fue una elucubración el pensar que hubiera caído en las redes amorosas de una persona orgullosa y seductora y que eso le tenia “en contra” de ese especial carácter. Y no hay nada inhumano en ello. Hemos visto cómo Dante se hace eco de esta pasión cristiana condenándola más que ninguna, sin que por ello tengamos que aceptar esa categorización.

Por mi parte, estimo absurdo condenar a una pasión más que a otra, pues todas tienen grados de locura, con independencia de la que sea.

Corresponde a cada persona mirarse. Y eso implica verse en los ojos de los demás, que son quienes nos pueden dar alguna retroalimentación de cómo nos percibimos.
El camino espiritual está lleno de trampas, de dificultades, de asperezas. Especialmente al principio, es necesario cuidar la atención para no perderse.
Un buen maestro es necesario. Pero es imprescindible saber auto-cuidarse, sin rencor ni autocompasión. 
Ni rebajarse ni ensalzarse más de la cuenta. 
Tal es el trabajo de la persona orgullosa.

“A través del orgullo, nos engañamos a nosotros mismos. Pero en el fondo, bajo la superficie de la conciencia, una voz suave y apagada nos dice: algo no está bien”
C. Jung





















jueves, 23 de abril de 2020

Cambio de valores en la Sociedad Internacional



Incluyo ahora el texto que he escrito para la Asociación española de Axiología Robert S. Hartman, basado en una introducción a la mesa redonda que moderé durante las Jornadas Nacionales de 2020.




CAMBIO DE VALORES EN LA

APUNTES PARA LAS JORNADAS NACIONALES DE AXIOLOGÍA DE MADRID 2020
ABRIL, 2020

A raíz de las Jornadas nacionales de axiología celebradas en Madrid el pasado 29 de febrero y 1 de marzo, realicé una breve intervención en la quise poner de manifiesto el cambio de valores que está sufriendo el derecho internacional en esta última época. He querido completar, con esta reflexión escrita, lo anotado en aquellas interesantes Jornadas.

Poco después de las Jornadas, el Gobierno declaró el estado de alerta en España y muchos ciudadanos, empresas y organizaciones de diversos países vieron sus libertades de movimiento limitadas temporalmente, para tratar de paliar los devastadores efectos de la pandemia del COVID19. El valor libertad de movimientos cedió su puesto al de la seguridad y a la organización de la salud comunitaria.
En primer lugar, he querido partir del supuesto de una similitud entre el sujeto personal y el sujeto jurídico, en este caso los estados, en su actual configuración política.
En segundo término, he trazado un paralelismo entre sujeto individual y sujeto estatal que se relacionan con los valores intrínsecos (la esencia o individualidad de la persona y del conjunto de personas que constituyen un estado), los extrínsecos (el campo en que se juegan los valores, cómo se clasifican y qué roles se despliegan, así como qué impulsos o necesidades se ponen de manifiesto) y los sistémicos (qué orden aceptan o rechazan los sujetos, tanto desde el punto de vista interno como externo; y, en el caso de los Estados, por qué normas se rigen a sí mismos y cuales aceptan o rechazan en su convivencia con los demás estados o sujetos de derecho).
En tercer lugar, considero que los valores, como todo en el mundo, cambian o mutan. No solamente -que también- en la breve vida individual, sino sobre todo con los vaivenes sociales, culturales y morales que acompañan el devenir de las civilizaciones y del universo.
Así como podemos ver que en el Perfil de Valores Hartman (PVH) hay términos que son cuestionados (y cuestionables) por la evolución individual y social, también sucede en la organización y la convivencia de las sociedades humanas.
El concepto de Estado, tal como actualmente lo conocemos, es bien diferente del concepto medieval y por tanto sus valores. Incluso hoy día la irrupción de organismos gigantescos, como las multinacionales, han cambiado la estructura del poder en la relación entre los Estados, en los Estados mismos y en la Humanidad.
Consecuentemente, algunos importantes conceptos axiológicos, hasta el momento defendidos por la mayor parte de los Estados, están siendo puestos en cuestión, mientras se defienden otros.

Si bien los sujetos o actores del derecho internacional han sido, durante mucho tiempo, principalmente los estados y las organizaciones internacionales a los que estos pertenecían, más adelante se fueron sumando empresas de ámbito internacional y otro tipo de asociaciones, en marcos que hicieron cambiar y fluir los anteriores.
En la actualidad, empresas grandes tienen un peso mayor en una negociación que muchos estados representados en la ONU y cualquier negociación lo ha de tener siempre presente. Estados y empresas multinacionales se reparten el poder.
En lo que se refiere al punto de vista axiológico, he tratado de limitar mi observación a los grandes principios o
valores que han sustentado la convivencia entre Estados, basados respectivamente en las dimensiones intrínseca, extrínseca y sistémica.
Entre estos valores o principios voy a aludir a los siguientes:
Considero un valor de orden intrínseco el principio de igualdad entre los seres humanos, que tiene su correspondencia en la igualdad entre los Estados y, por tanto, en su voto igualitario en las Asambleas internacionales. Y a nadie se le escapaque, siendo esto verdad, la influencia del magnate de una empresa es bien diferente de la de un trabajador humilde en ella. Así, igualmente, la influencia de un pequeño estado en una votación o en una negociación, por mucho que tenga el mismo voto que China, no es la misma y está sujeta a una presión y manipulación considerable.
El hostigamiento que han sufrido algunos estados y organizaciones internacionales por parte de estados poderosos en estos últimos años es tremendo. El presidente Trump (como bastantes de sus predecesores y de muchos otros estados poderosos), gran representante político de que no todos somos iguales ante la ley, ha retirado su apoyo a organizaciones internacionales (recientemente a la OMS para su propio beneficio electoral) o ha sometido a presión formidable a estados cuyos gobiernos no eran de su simpatía o agrado, o no se correspondían con los valores considerados como únicamente legítimos.
Esto ha sucedido siempre desde que existen las organizaciones humanas. Pensemos en Roma, en la España o Inglaterra imperiales, etc. El derecho a la diversidad y a la igualdad como valor intrínseco ha sido mancillado y manipulado siempre y en todo lugar, con intensidad diversa.
Lo que hace una diferencia es que hoy la influencia de los medios de comunicación es tan enorme que el poder de convencimiento y manipulación es desmedido. Pensemos en la campaña que se hizo para convencer a la opinión pública de que Iraq tenía “armas de destrucción masiva” y de que su ejército era el “segundo más poderoso del mundo (sic)” a fin de justificar la invasión de un estado “malvado” por otro que es defensor de la justicia.
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En este sentido, el individuo cree -o se le convence de- estar ante un sistémico ideal, así como llega a suponer que el orden internacional le protege y que todos los estados somos iguales en la Asamblea de la ONU por el simple hecho de que su voto vale lo mismo. Caer en el error de esa idealización es importante. Al hacerlo se desvirtúa el campo del orden extrínseco, en el que el sistémico y el valor intrínseco se han de dar la mano y desde ahí manejar la realidad en su presente.
El intrínseco del PVH nos habla de un “bebé” como primer valor intrínseco o supremo. Así como dice el Derecho Internacional moderno que los estados son iguales ante el derecho. Un bebé y un estado son intrínsecamente valiosos por el hecho de existir, visto en esta óptica. Así también dice el tratado de las NNUU que “todos los estados tienen el derecho de existir en fronteras seguras y reconocidas”.
Hoy por hoy, esto es una meta a alcanzar, un ideal. Un valor intrínseco sometido a los vaivenes de su relación con el sistema y los roles en el mundo (dimensiones extrínseca y sistémica).
El extrínseco expone al Estado a una realidad, sometiéndole a un constante hostigamiento entre los ideales y el mundo ordinario. A un ponerse al día sobre cómo acometer las funciones y los roles diversos, de acuerdo con las posibilidades de la situación. Y también con las fuerzas ocultas, o claramente aparentes, que convierten fácilmente un valor en un desvalor o al contrario un desvalor en un valor, para beneficio de los más pudientes. Una distorsión permanente apoyada por los poderosísimos medios de comunicación de masas, en manos de los gobiernos o de las empresas multinacionales o de individuos que acaparan el poder y que, inocentemente, o no tanto, o en absoluto, divulgan bulos, incluso a través de los propios ciudadanos, cambiando la opinión social, económica, cultural o política en pocos momentos (con fake news: “noticias falsas”). Pensemos en los gobiernos medievales acusando a los judíos, o a los gitanos o al estado vecino para obtener sus propios beneficios o desviar la atención sobre otros temas.
Las organizaciones internacionales son producto de convenios o tratados que los Estados (o las empresas) se comprometen a cumplir para realizar unos fines legítimos. A veces, están sometidos a una autoridad internacional que rara vez tiene soberanía para hacer cumplir lo juzgado. Con todo y ello, son un límite al poder de los más poderosos, que buscan, hoy por hoy, imponer un orden distinto en donde el más fuerte tenga más imperio. Lo que Hitler llamó la real politik, la política realista de “tanta fuerza tengo, tanto valgo”.
Vemos como una invasión del orden extrínseco, basado en principios o valores dudosos, pone en peligro el sistémico y a su relación con lo intrínseco. Igualdad y valor interno quedan desfigurados por hechos consumados que se legitiman defendiendo un orden diferente.
A la violencia de la real politik del régimen nazi, se opuso, tras el final de cruenta II Guerra Mundial en 1945, un intento de poner fin a la fuerza como instrumento de dominio, para encontrar un orden internacional diferente. De ahí partió la creación de la actual Organización de las Naciones Unidas.
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La violencia ejercida sobre el planeta y sus recursos, la aparición del cambio climático como un hecho incontrovertible y amenazador, la potencia con la que el sistema capitalista liberal se resiste a su transformación, la asombrosa acumulación de poder en manos de pocos ciudadanos y estados o empresas, todos esos factores y otros más están cambiando el orden anterior, sin que todavía sepamos a donde nos lleva el nuevo sistema.
El derecho internacional se ha basado sobre el aforismo latino de pacta sunt servanda (“lo pactado obliga”): hay que respetar y cumplir los pactos o convenios. Ello se le complementa con rebus sic stantibus (“estando así las cosas”): siempre que las circunstancias no cambien y se mantengan los equilibrios.
Las circunstancias han cambiado, pero el principio sigue siendo el mismo: si se pacta hay que respetar lo pactado o cambiarlo de común acuerdo.
Al principio intrínseco de que todos somos iguales ante la ley se le corresponde el sistémico de que hemos de respetar la ley más allá de nuestros deseos (dura lex sed lex, la ley es dura ley pero es la ley).
El territorio donde juegan estas dos grandes dimensiones es el del extrínseco, en el que ambas fuerzas han de encontrar una fórmula para poder hacer flexible el sistémico, en tanto que preserva lo más profundo del intrínseco.
Termino esta reflexión con un intento de trazar el paralelismo entre las fuerzas que, en cada ser humano, nos ponen en jaque. Nuestro valor más profundo, que es intrínseco, juega en el terreno extrínseco apoyado o tiranizado por lo sistémico.
Es la armonía entre las tres la que permite al ser humano vivir mejor. Unos ideales exagerados son incumplibles, como lo es la vida sin ellos. El orden sistémico nos nutre, pero es, o puede llegar a ser, tiránico cuando no está en armonía con los otros dos.
Nuestra atención ha de velar por nuestro intrínseco y hacer porque entre en contacto con los órdenes extrínseco y sistémico.
En el orden internacional hay un principio de realismo que no puedes ser el único, pues es preciso respetar la dignidad de los demás y para eso se creó el derecho internacional, por frágiles que sean sus instituciones.
En tanto que ciudadanos tenemos una responsabilidad, por pequeña que sea o nos parezca, para que ese orden se cumpla. Y unos medios. A veces pequeños, a veces heroicos, para luchar por ello.
Es una responsabilidad existencial que a cada uno corresponde delimitar.
Miguel Albiñana
Miembro de honor de la AEARSH
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domingo, 19 de abril de 2020

La ira como error




LA IRA

“La ira es como el fuego; no se puede apagar sino al primer chispazo. Después es tarde.”
GIOVANNI PAPINI


    Entre las emociones que podemos distinguir con palabras se encuentra la ira. Es emoción en cuanto que lleva consigo un tono que provoca unos cambios corporales y altera el equilibrio habitual del organismo.
Por lo general, la ira viene asociada a la irritabilidad, es decir a un estado a-normal que viene inducido por el contacto con una experiencia externa de consecuencias internas. 


Etimológicamente ira, o cólera, enojo, proviene de la raíz griega “eis”, que tiene que ver con movimiento rápido o apasionado. Eis devino en eros y hieros que, a su vez, nos lleva a la palabra jerarca (podría bien ser el que detenta el ies, la ira, el poder de cons y des-trucción) en tanto que algo sagrado, pero también misterioso (jeroglífico).
Me detengo en el origen de la palabra pues, aunque pareciera que hoy en día la ira refleja una experiencia y un concepto diferente, el componente religioso, que habla de la “ira de Dios”, conlleva ese sentimiento respetable de enfado incluso violento. Un arrebato consecuente con un asunto externo, que trae consecuencias y reacciones inevitables y hasta cierto punto justificables. 

En aras de defender el bien, el orden, la justicia, el equilibrio entre las fuerzas, Dios, sus representantes, sus sucesores en el orden familiar, social, internacional, desatan la ira, la guerra, la represión, para llevar a cabo acciones que reparen y devuelvan a la humanidad al orden y al equilibrio. Shiva, la divinidad hindú, representa esa fuerza frente al creador Brahma y al preservador Visnú.

 La cuestión está en que, fuera de los escritos que se atribuyen a Dios, ¿Quién es su representante autorizado para desatar los mecanismos de su ira? ¿Quién se atribuye ser el representante del bien, de la moral, del orden, de la justicia? Porque mientras estas acciones se atribuyan y ejecuten por y a través de la Naturaleza, el humano no tiene sino tratar de encontrarle una explicación -que se suele proseguir de una expiación (véanse los ritos de los que habla J. Campbell).

Este asunto viene a colación de la ira como emoción ante una situación injusta, inmoral o cuestionable, que debe ser reprimida por quien se considera brazo derecho de dios o su legítimo representante, como quiera que entendamos ese término. Y ese o esos representantes son seres humanos que tienen a su vez intereses y motivaciones humanas.
Recordamos esa frase, que tantos niños y niñas escuchamos de nuestros padres, diciendo antes de imponernos” una punición: “¡lo hago por tu bien! A mi me duele más que a ti”, (y nos caía un castigo físico, o de otro tipo que había que aceptar como expiación).
El asunto de la ira del dios, o de Dios, o de la diosa, o de la Divinidad, o de la Naturaleza antropomórfica (ella se “venga” de los hombres porque “le hacemos daño o no seguimos la norma predicada”) es un asunto muy interesante, a la par que delicado. Con la ira de dios se pretende justificar el castigo de quien no se comporta de acuerdo con la ley y el orden establecidos.

Desde que tenemos historia los seres humanos, algunos de ellos se han mostrado como representantes de las fuerzas sobrenaturales. 
Estos apoderados han unido a su poder de jefes de la polis, lideres del clan o del pueblo, un poder religioso o cuasi divino. Ello ha causado, con frecuencia, tremendos desastres, guerras cruentas y muertes. También ha justificado la demonización de personas y pueblos en favor de otros. Es sabido que, de una manera o de otra, los vencedores han hecho todo por colocarse como representantes del orden divino, comoquiera que se le conciba. A veces se le concibe como sobrenatural y otras simplemente como un orden más justo que los demás. La propaganda del poderoso incita a seguir sus indicaciones y a justificar sus actos.

Además de ser la ira una emoción que conlleva resentimiento e irritabilidad, que provoca una serie de cambios químicos en el organismo, es también un mecanismo de salvaguardia ante situaciones de amenaza. Coacción tanto en el orden individual como social. Por tanto, evolutivamente, podemos partir de que la ira es un instrumento – en principio útil-al servicio del individuo y del grupo, un comportamiento diseñado para advertir a agresores para que detengan su proceder amenazante y evitar males mayores.
  De ahí, se ha ampliado a constituir un mecanismo que, políticamente, psicológicamente, se ha transformado en una herramienta de poder y de legitimación de la agresión.
La ira entendida como enojo violento, exento de piedad o compasión, y alejado del bien al otro, ha sido condenada por las corrientes espirituales y religiosas,

“La ira no es una característica dominante de la personalidad de Jehová. Cuando se enoja, siempre es por una razón justificada y controla perfectamente su ira “

“… Guárdate de ira, porque es un carbón vivo en el corazón de los descendientes de Adán.” (Mahoma, el Profeta)
“Los objetos de ira se perciben como obstáculo para la satisfacción de los deseos de la persona enojada.” (escrituras hindúes)
“La ira y la ignorancia nos traen la confusión y la miseria más que la paz, la felicidad, y el éxito. Es en nuestro propio interés purificarlas y transformarlas” (Gautama, el Buda)

En el cristianismo, la Ira es percibida como uno de los siete pecados capitales, las siete fuentes fundamentales de desviación emocional y causas de entrada en el infierno, una situación anímica que nos aleja permanentemente de la visión de Dios y que conlleva la desgracia eterna.

Aunque las escrituras de las distintas religiones difieren en la forma, toda ellas condenan la ira entendida como un “·dejarse llevar” `por la cólera, sin atender a sus consecuencias. Los panteones de dioses más patriarcales entienden y justifican y comprenden la ira divina como forma de castigar la insolencia y el orgullo humanos. Siendo cosa de dios padre, no se critica a Yahvé, ni a Shiva, ni a Zeus porque hasta cierto punto lo hacen “por el bien de sus hijos” los humanos tercos. Pero es casi siempre que los dioses delegan en sus sacerdotes la ejecución de su ira. Y esos interpretes de los dioses nos han causado terribles males. Eso sin contar con que la idea del dios es diferente según las culturas y sociedades y se antagonizan para justificar guerras “en el nombre de dios”.
Puede ser que el budismo sea el que más se deja llevar por la compasión, si lo separamos de los infiernos en que a veces aloja al que se aleja del dharma. La compasión y la ausencia de dioses -al menos en ramas del budismo- lo hace más misericordioso, aunque es evidente que es una cuestión de óptica.

Volviendo al cristianismo:

 “Hay quienes se llenan de ira por los vicios ajenos y se colman de cierto celo impaciente, señalando a otros con el dedo y a veces le dan arrebatos de corregirles con enojo y lo hacen como si fueran ellos los amos de la virtud. Todo esto va contra la mansedumbre espiritual. Otros, cuando se ven imperfectos se molestan contra sí mismos con impaciencia y soberbia. Su impaciencia los lleva a querer ser santos en un día”.
San Juan de la Cruz, en su libro “la noche oscura

C. Naranjo usa este texto para ilustrar la ira como pasión vista desde la sabiduría del Eneagrama. Personalmente, la encontré también en una página de cristianismo católico, para referirse de igual forma a los males que puede causar el pecado capital de la ira. 
De esta manera, podemos entender la ira en su sentido más usual, que viene siendo la emoción que arrebata y que lleva a la persona a expresar y a descargar su rabia, su furia, contra la situación que se torna agresiva para ella. Ello conlleva las consiguientes consecuencias en el organismo de descarga de adrenalina, cambios en la respiración y en el ritmo cardiaco etc. Se dice pues que una persona es iracunda en el sentido de que se deja llevar por el arrebato, por la cólera, por la rabia y la descarga sin meditar en las consecuencias.


La furia - y lo que conlleva- no es el sentido que se le quiere dar desde el punto de vista de los 9 errores o pasiones en el Eneagrama. La descarga de la cólera es común a muchos eneatipos, aunque los haya más reprimidos y represores que otros.

Es en el sentido del místico Juan de la Cruz en el que entendemos el otro significado de la ira. Se trata entonces de una pasión que lleva a corregir las imperfecciones propias y ajenas con “impaciencia”, con irritabilidad y sobre todo dejando de lado la compasión o la caridad. Puesto que los cristianos oponen al pecado de la ira la virtud de la paciencia, podemos entenderlo también como falta de paciencia, de dar a las cosas su tiempo y su expresión y no arrogarse el papel de ejecutores de las ordenes de la divinidad. 

Y podemos observar en las personas iracundas esa falta de paz interior, que los lleva a buscar la guerra santa hacia todo aquello que se desvía de lo que piensan que es la verdad, el orden, la justicia, la moral etc.
Esto aporta al iracundo una irritabilidad permanente, que a veces les hace decir, como al padre de una amiga, “ya me gustaría a mi no tener siempre la razón”. Por que les resulta impensable e inimaginable no tenerla.

En el terreno de la psicología contemporánea, he encontrado interesante la discusión, todavía no cerrada, de si la ira tiene un origen en la evolución del individuo que está en una fase de desarrollo cognitivo o no. Si lo está, podríamos dar con soluciones cognitivas y conductuales a esa desazón del iracundo/a. Si no lo está, y es pre-cognitivo, posiblemente habría que acudir a métodos más empáticos que permitieran a la persona recuperar su valor y, en frase de Carl Rogers, su capacidad organísmica.

He pretendido hablar de la ira como emoción, pero también como pasión que nos arrastra. Así mismo, observar que la ira no es siempre una expresión manifestada de la cólera, sino, más bien, una emoción reprimida, o contenida, o desviada, hacia la represión propia o ajena.
Es en este último sentido en el que hablamos del carácter iracundo, especialmente en la caracterología eneagrámica.
Y hoy la leyenda del te que estoy tomando dice textualmente: “Patience pays” (la paciencia rinde). Corregir, castigar, reprimir no tiene porqué ser la solución al error, propio y ajeno.

En momentos como los que estamos viviendo de confinamiento, no me cabe la menos duda.

“La comprensión es el factor liberador. Es lo que nos libera y permite que se produzca la transformación. En esto consiste la práctica de cuidar de la ira.”
THICH NHAT HANH