martes, 28 de junio de 2011

La Evolución


La Evolución

La historia de la evolución de nuestra especie es un asunto apasionante. Acabo de terminar el libro de J Mosterin que se llama “El pensamiento arcaico”, a donde me llevó otro interesante libro, de Marina, acerca de “El misterio de la voluntad perdida”. Marina, en muchas de sus obras, intenta llegar a conclusiones acerca de cómo se ha ido formando el criterio del humano y cuales son los errores en que la razón, a través del devenir filosófico, ha incurrido en su siempre insaciable busca de conocimiento.

Y es que , como es difícil saber qué pensaban nuestros antepasados antes de que se inventara la escritura e incluso antes de que el habla, como medio de comunicación de ideas, alcanzara niveles sofisticados, solemos imaginar a los humanos primitivos como seres muy parecidos a nosotros.

Sin duda lo debieron ser en algunos aspectos, como el instinto básico de conservación o de reproducción. Se me hace que fueron sobre todos los lazos sociales, desarrollados hace realmente muy poco, los que nos lanzaron como especie a un salto cuántico. Quiero decir que, desde que la tribu se amplió y más todavía desde que devino relativamente sedentaria. La llegada de la agricultura, los asentamientos de las tribus, permiten diferenciar el trabajo y tener tiempo libre para otras cosas que para cazar o recolectar y se va desarrollando la observación y el pensamiento y con ello la necesidad de compartirlo.

Mosterín recorre brevemente el Paleolítico (“la piedra antigua”) y el Neolítico (“la piedra nueva”) para pasar seguidamente a describirnos los principales asentamientos humanos en Mesopotamia, la India y Mesoamérica. Aporta muchos datos interesantes, sobre todo por la sencillez de su descripción y la facilidad de su lectura. Sin embargo, mientras leía, echaba en falta un esfuerzo de imaginación (que comprendo que como historiador no quiera hacer) para descifrar lo que realmente pensaban esos antepasados. Por ejemplo, el mundo maya es descrito como una civilización cruel y violenta, centrada en las clases dominantes, en el rey, en los dioses y la lectura tardía de sus jeroglifos solamente nos permite conocer ese “pensamiento”, que sin duda pertenece a la arqueología religiosa más que del pensamiento propiamente dicho.

La obsesión del humano por la vida tras la muerte, por la divinización de las fuerzas de la Naturaleza, o su abstracción posterior, es sin duda interesante. Pero también lo es saber de qué hablaban, cuales serían sus noches y sus días, como eran sus rituales amorosos, que sentirían cuando forjaban sus hachas o empezaran a vaciar las calabazas o a decorarlas…

Todo eso es una enorme incógnita antes de que la escritura apareciera en la cultura humana. Algo que hoy surge como algo dado, pero que es el resultado de un proceso de decenas, de cientos, de millones de años.

Pienso que conocer nuestro pasado nos puede ayudar y no poco a relativizar los problemas psicológicos, al entender mejor la vida como un proceso del que somos un pequeño, pequeñísimo, eslabón en la cadena de la vida, de la vida humana.

lunes, 27 de junio de 2011

Estío


El estío

El verano en esta ciudad es denso y pesado. Ahora hace ya tres semanas que no llueve y el aire es seco y la piel busca la sombra…Pareciera que todo debería detenerse ante el fuego del sol. Y sin embargo la ciudad sigue a su ritmo, casi siempre enfurecido. Los turistas abarrotan las tiendas, en donde el aire acondicionado revive y despierta los deseos de compra de los visitantes, que permanecen desperezando sus cuerpos ahítos de calor,

Mientras, fuera, los motores siguen echando más fuego a la lumbre de la calle. Y , para asombro del paseante, nada se detiene en la calle. Las estaciones en una ciudad son una materia casi puramente de prendas de vestir. Los mismos ciudadanos se van quitando ropa, según la temperatura se va haciendo más alta y cuando el verano se va, van añadiendo prendas para que se note que el otoño ya está aquí, lo que harán de forma más visible en invierno cuando el frío llegue a la ciudad.

Sin embargo, casi nada cambia, pues la ciudad es inasequible a las estaciones y tan sólo los parques pueden orientar al ciudadano acerca de lo que sucede en la naturaleza. Y puede que únicamente los parques le recuerden que forma parte de ella y que el organismo es sensible a esos cambios, que el tiempo se encarga de evocar.

viernes, 10 de junio de 2011

Mirar atrás


En ocasiones el pasado me produce una sensación de profunda tristeza, una melancolía interior, una nostalgia que me lleva. La sucesión de recuerdos, gratos o ingratos, la película de la vida filtrándose por la memoria me seduce tanto que solamente puedo estar ahí, en la remembranza.
He llegado a pensar que el pasado, que brinda esa aparente seguridad de lo ya sucedido, me seduce apartandome del presente o de la planificación del acto futuro.
Una vez, una supuesta adivina creo que me dijo que, próximo a dejar esta existencia, sentiría una profunda tristeza. Es algo que uno de mis seres más queridos me dijo que sentía cuando estaba preparandose a partir. Cuando me lo externó lo entendí tan bien... pues era una persona que amaba apasionadamente la vida y la dura enfermedad no pudo quitarle su deseo de vivir y de experimentar hasta el último momento, por doloroso y cruel que fue.
Cuando experimento esta sensación quisiera poder compartirlo. No buscando ningún consuelo, que bien sé que nadie puede darlo si no es desde una óptica religiosa o de esperanza. No. Más bien queriendo ser escuchado, como un pequeño se lamenta de su desdicha, o un animal herido, que no pretende ser curado sino solamente ansía una caricia.
Me pregunto si parte de esta sensación será lo que, desde la experiencia, la filosofía conoce como vacío existencial, angustia ante lo efímero.
Conozco diversos "remedios" para esta sensación y muchos de ellos son eficaces, principalmente volver al presente y no volver la cabeza ante la ruta pasada, para no convertirse en estatua de sal. Es cierto: funcionan.
Y sin embargo, algo me sigue diciendo en mi interior que esta delicada tristeza tiene razones que la razón no comprende y no me la quiero quitar. Puede que me sucediera como a Machado:

"En el corazón tenía la espina de una pasión
Logré arrancármela un dia
Ya no siento el corazón
Aguda espina dorada
quien te pudiera tener
en el corazón clavada"

Y es que esta dorada espina es un recordatorio permanente de que mi vida pasa, veloz y efímera y que es conveniente recordarlo, aunque sea para no sucumbir a la sombra, a la falsa percepción de que lo único que existe es el presente...
Ya que el presente tampoco existe.