jueves, 3 de mayo de 2012

Muerte y vida (1a parte)



Muerte y Vida, una dualidad gestáltica

 
"Nada permanece sobre la tierra, todo es transitorio, la vida solamente tiene un tiempo. Tan solo la muerte es eterna"

UrNapisti (el eterno)
(Poema de Gilgamesh
)

1.Rebelión contra la muerte: la sombra; el doble (fantasma); el alma.

La historia del Universo, en el tiempo y en el espacio, es de reciente conocimiento. Todavía a principios del siglo XX , en Europa, se debatía la edad del mismo, y por lo tanto de la Tierra, considerándola, en términos bíblicos, en miles de años. Así mismo, desde Darwin, el origen y evolución de las especies y la aparición del humano es un acontecimiento muy moderno en la mayor parte de los sistemas educativos contemporáneos. Incluso, desde ópticas regresivas, se pretende ponerlo en cuestión y regresar al "creacionismo" que se estima más digno y religioso que el evolucionismo.
Sin embargo, la ciencia avanza, muchas veces a salvo del pensamiento religioso, esotérico, precientífico o irracional, para afirmar, con cada vez mayor autoridad, que todo está en permanente evolución y nuestra especie no es una excepción: del tronco de los primates deriva el humanoide, hasta llegar al homo faber, el "hombre que hace" y luego al sapiens, "el que conoce".
Esta actitud activa humana, siempre inquieta y cuestionadora, ha determinado, a su vez, la evolución orgánica de nuestro cuerpo y en especial del cerebro, dando origen a una especie animal hasta cierto punto diferente de su origen, cuya mente le pone ante nuevos retos y nuevas consciencias. Una de estas, la que hoy me interesa, es la diferenciación del entorno, la capacidad para individualizarse, para separarse con conocimiento del resto de lo creado.
De un humano confluido con y en el universo, se pasa a un humano que, separándose, presta atención al universo y, más allá todavía, que se observa a sí mismo, en su dimensión física y psicológica. Es el humano contemporáneo, que trata de entenderse a sí mismo y al entorno del que forma parte.
E. Morín (1) afirma que es esta capacidad de des-confluirse del ambiente lo que permite al hombre dar un salto en su evolución y en la conquista de su entorno, al tiempo que le pone ante un conflicto cuasi irresoluble: la consciencia de su interinidad en el tiempo/espacio. Es decir, la inexorable mirada hacia lo efímero de su existencia, claramente perceptible, como diría el Buda, ante la obviedad de la enfermedad, la vejez y la muerte. El carácter corruptible de la materia de la que está hecho, la permanente evolución que le dirige hacia la decadencia y el final de la existencia, pone al humano ante el horror de ver su individualidad destinada al término, a la extinción. Pues, mientras formaba parte del todo, mientras era animal en estado puro, esa individualidad estaba dormida, o no aparecida, y por tanto no existía ese horror, ese espanto a morir como acontecimiento inexorable que, desde entonces, le acompaña como individuo y como especie y que el intelecto recuerda.
Siguiendo la argumentación moriniana, ante la inevitabilidad de la muerte y el hecho cierto de ver a los demás morir o muertos, el hombre sapiens va a sacar adelante una idea, asociada a su deseo de no perder la vida: la noción de que hay un doble que no perece. Ese doble, durante un tiempo, será compañero de la tribu o de la aldea y dispondrá de una serie de privilegios, en función de su capacidad para hacer daño o beneficio a los vivos que permanecen. Los enterramientos Neanderthal y luego los del "homo sapiens", quieren dejar de manifiesto que la muerte no termina con el "espíritu". Por ello, se les entierra en posición fetal, mirando al Este, al renacer del sol, a veces cubiertos de pintura roja… Es la rebelión tranquilizadora contra la muerte, creando una capa protectora contra ella. Más tarde, los brujos como casta y los sacerdotes como clase se encargarán de mantener viva esta idea esperanzadora, salvadora para la angustia humana, a la par que beneficiosa para sus intereses como clase con poder de intermediar entre vivos y muertos o entre hombres y dioses. El binomio horror-a-la-muerte/casta-sacerdotal ha tenido y tiene un enorme impacto e influencia social y política.
Si ese doble está o no relacionado con la percepción de la sombra o reflejo-espejo (en el agua), con el deseo de no perder la individualidad (afín con la supervivencia), con el espanto producido por el deterioro y corrupción del cuerpo y el lamento por la pérdida de los seres cercanos y queridos, todo ello es un largo capítulo que pertenece todavía al dominio de la investigación, entre otras, de la antropología y de las neurociencias.
Es probable que ese doble, ese espíritu del mundo de las sombras, en algún momento haya sido transformado en alma. Así lo considera Morín, al igual que otros pensadores. Un alma que ya no va a ser terrorífica, sino que queda confinada a un mundo diferente (cielo, infierno) o bien obligada a renacer, ya sea en otro cuerpo humano, o incluso animal o vegetal. Aquí, el deseo de justicia o de equidad crea un mundo paralelo en el que el premio y castigo, ya que no alcanzable en este mundo, es logrado en otro y/o queda a cargo de un Ser Superior, que puede ser bueno o malo, dios o diablo.
El binomio salvación o renacimiento aparece así como una de las formas para combatir el temor a la idea de la muerte total, absoluta: a la desaparición. Frente a ello, el materialismo propugnará la aceptación de lo efímero, como ley que alcanza al humano, y el monismo, frente al dualismo cuerpo/espíritu.

5 comentarios:

Sandovictor Hugo dijo...

Miguel:

Este artículo y el anterior son estupendos. Las fotos son muy acertadas. Te felicito! Victor

miguel albiñana dijo...

Muchasd gracias Sandovi, me alegro sobre todo de que lo que escribo pueda ser un atractivo para los temas de los qeu lo hablo...

H dijo...

Qué imagen más tenebrosa, tanto que casi da risa, la risa histérica que en las películas solo cede a la bofetada.
Me imagino al niño girando su cabecita y viendo la temible faz de quien le sostiene en brazos y su grito de pánico y el llanto incontrolable.
Me recuerda a esas películas donde un asesino, casi siempre de rostro cubierto, va segando inexorablemente la vida de todos los demás personajes, a veces queda uno, aquel con el que nos identificamos los espectadores con un “uf…por un pelo…” Estas películas tienen en el fondo un algo tranquilizador porque nos trasmiten la fantasía de que se puede vencer a la muerte y nos distraen de la cruda realidad, y es que en la vida real, todos seremos presa de la parca…hasta el apuntador.

Unknown dijo...

Me inspira tu artículo, Miguel, a "dejarme sentir" la muerte y me llegan varias sensaciones y emociones de las que me quedo con el miedo.

Miedo a desaparecer, a dejar de disfrutar con mis sentidos, a perder el contacto con los seres queridos... y con el resto de las personas que me encuentro en el cotidiano... y entonces surge una cierta exigencia de todo lo que me queda por hacer en mi vida antes de que llegue ese momento, al tiempo que una voz más amable me sugiere volver al instante, respirar y valorar lo que sí hay, lo que sí soy. Esos son los momentos que yo llamo "de darme cuenta de que estoy viva" y también una pequeña muerte, mezcla del placer de soltarme y un cierto dolor de saber que todo pasa.

Al mismo tiempo me pregunto si la vida se apaga como una llama o bien la energía de cada ser se transforma.

Eduardo dijo...

Hola Miguel, me gustaría saber de donde ha salido esa imagen. Me tiene intrigado. Aparecía en un libro de Lengua y Literatura que tuve en el instituto. Un saludo y gracias por compartir este blog.