“Salir del bosque húmedo… hizo que encontráramos el punto óptimo que
combina una saludable competencia con un alto grado de cooperación. El flujo y
reflujo de la oxitocina y la testosterona”
Paul
Zak: “La molécula de la felicidad”
1.- El yo y su sede.
El descubrimiento de los agentes que modifican la actividad del cerebro ha proseguido de forma constante desde mediados del siglo XX. Son ya docenas el número de moléculas descubiertas que modifican la actividad cerebral y por tanto la percepción de la “realidad”. A partir de diferentes estados anímicos han podido encontrarse un mayor número de unas que de otras, un flujo mayor de oxitocina, la molécula que favorece la empatía y la sensación amorosa, o de testosterona, a la que se atribuyen factores como la agresividad y las percepciones y reacciones de defensa y ataque.
El descubrimiento de los agentes que modifican la actividad del cerebro ha proseguido de forma constante desde mediados del siglo XX. Son ya docenas el número de moléculas descubiertas que modifican la actividad cerebral y por tanto la percepción de la “realidad”. A partir de diferentes estados anímicos han podido encontrarse un mayor número de unas que de otras, un flujo mayor de oxitocina, la molécula que favorece la empatía y la sensación amorosa, o de testosterona, a la que se atribuyen factores como la agresividad y las percepciones y reacciones de defensa y ataque.
Así mismo, el
estudio de las localizaciones de
las distintas emociones y
funciones en el cerebro se conocen cada vez mejor, gracias a las
modernas técnicas que permiten el estudio de este complejísimo órgano (como por
ejemplo la tomografía cerebral computarizada).
El cerebro,
como el resto de nuestro organismo, ha evolucionado y sigue evolucionando en la
historia. Desde que los primeros homínidos aparecieran en la Tierra, hace
millones de años, no ha cesado de cambiar. Arrastramos, al parecer, las
consecuencias de distintas etapas, a lo largo de las cuales hemos pasado de un
cerebro reptiliano, en el que las emociones no existían, a un cerebro que es
sede de nuestra vida emocional, además de ser el de nuestra conciencia de seres
individualizados.
Para muchos,
tal vez la mayoría, de los estudiosos de la ciencia biológica humana, nuestra
conciencia es una consecuencia de esta evolución cerebral. Para los
científicos, el yo es un subproducto, un derivado de la evolución.
Por eso, raramente entran en
discusión filosófica acerca del espíritu, del alma o de la consciencia. Estos
son asuntos que quedan en el territorio de filósofos o de gente de ideas
religiosas.
El mundo de la
ciencia, el de las valoraciones “objetivables”, se limita a describir como se
producen las ideas, una de las cuales es la de sentirse como ente independiente
del resto de la creación.
La
interrelación entre moléculas que alteran el estado del cerebro, y por tanto de
nuestra percepción, es uno de los estudios más fascinantes de la biología
actual. Su aprendizaje ha impregnado de una manera sustancial a la psicología (y
por supuesto a la medicina), hasta el punto de que las neurociencias y la
neuropsicología han entrado de lleno en los estudios del hombre.
Recientemente,
terminé de leer una valiente publicación del investigador Paul J. Zak acerca de
la interrelación principalmente entre oxitocina y testosterona, que enfatiza el
carácter bioquímico de nuestras emociones. A pesar de que echo de menos el que no pone suficiente énfasis en la vinculación
entre organismo psíquico y físico, es bien importante como destaca que la aparición de las
sustancias cerebrales puede ser consecuencia de las emociones que se suscitan
en cada momento, de la misma manera que viceversa.
2.- El cambio de paradigma.
La ciencia así llamada occidental, se ha envalentonado con los descubrimientos de la información genética, de las áreas y localizaciones cerebrales de las facultades sensoriales y otras habilidades. También de las ya mencionadas sustancias catalizadoras de estados anímicos y de nuevos y sofisticados aparatos de medición cerebral.
La ciencia así llamada occidental, se ha envalentonado con los descubrimientos de la información genética, de las áreas y localizaciones cerebrales de las facultades sensoriales y otras habilidades. También de las ya mencionadas sustancias catalizadoras de estados anímicos y de nuevos y sofisticados aparatos de medición cerebral.
De esta
manera, los “científicos” ven como algo innegable que el “sí mismo” (o yo)
tiene su sede en el cerebro y consideran que, tarde o temprano, la así llamada
consciencia alcanzará su lugar de comprensión entre los artilugios que el
cerebro ha diseñado para ponerse al frente de la evolución humana.
Estas
afirmaciones del conjunto casi completo de la ciencia siguen siendo
confrontadas (cuando no perseguidas) por sectores de la sociedad, en particular
aquellos que echan raíces en estamentos religiosos, de naturaleza
mayoritariamente conservadora e inmune a los descubrimientos científicos. Casi
siempre se arrastran muy antiguas afirmaciones acerca de la naturaleza del
humano y de la conciencia.
Las
contradicciones pueden interpretarse como un choque de paradigmas. Paradigma, siguiendo
a T. Kuhn, es una afirmación que es base para muchas otras y que se suele
mantener incólume hasta que otra viene a derribarla y a instalarse en su lugar.
Un ejemplo clásico es el paradigma de la Tierra como centro inmóvil del Universo,
que fue base del pensamiento medieval y que fue sustituido al colisionar con el
nuevo paradigma de “eppur si muove”
de Galileo, tras tener que luchar contra el inmovilismo propiciado por la
Iglesia cristiana.
3.- Ciencia y espiritualidad.
No todos los religiosos son tan conservadores como los oponentes de Galileo. Tal vez debido a la misma desgracia de la invasión china de su país, tal vez por su carácter curioso, el líder de los budistas tibetanos, el Dalai Lama Tenzin Gyatso, ha promovido muchos encuentros entre hombres de ciencia occidentales y religiosos budistas.
No todos los religiosos son tan conservadores como los oponentes de Galileo. Tal vez debido a la misma desgracia de la invasión china de su país, tal vez por su carácter curioso, el líder de los budistas tibetanos, el Dalai Lama Tenzin Gyatso, ha promovido muchos encuentros entre hombres de ciencia occidentales y religiosos budistas.
Cuentan con la
ventaja respecto del mundo cristiano que el budismo es una religión o corriente espiritual en
la que la idea de dios o no existe o está fuertemente disuelta -según las
variantes del budismo- bajo conceptos como la “luz clara” o la “consciencia
universal” (permítaseme la simplificación). En estas concepciones no hay una
subjetividad divina ni, para la mayoría, una consistencia en la idea del yo,
que suele ser definido como un producto de la mente.
Pues bien, el
Dalai promovió , como digo, una serie de encuentros, en los que se trató en
particular del tema de la localización del yo y de la manera de entender la
conciencia. A este respecto, recomiendo la lectura de “Dormir, soñar y morir”, un libro en que se recoge una de las
reuniónes mediada por el propio Dalai con científicos “occidentales”. Es rico
en ideas acerca de cómo entender la subjetividad, el sentido de la existencia y
las relaciones entre ciencia occidental y budismo.
Lo interesante
para mi del asunto es que, por encima y al margen de creencias religiosas (en el caso budista, de la
reencarnación), el concepto de sí mismo de
buena parte de nuestra ciencia y el de la tradición budista (al menos de una
importante sector del budismo) coinciden admirablemente. Además el Dalai, lejos
de paternalizar el asunto y de imponer ideas, se interesa por las fórmulas más
modernas de entender el cerebro en tanto sede de la conciencia.
Aporta además
un antiguo paradigma tibetano y es que,
para ellos, el sentido del yo y de la consciencia tendría su sede en el
corazón. Es una afirmación difícil de mantener después de que los trasplantes
han demostrado que el yo no parece verse seriamente afectado por el trasplante
cardíaco y sí en cambio cuando acontecen daños cerebrales.
Por su parte,
el Dalai se muestra partidario de seguir investigando y de recoger con técnicas
occidentales las impresiones y sensaciones de `personas que son capaces de
alcanzar estados de conciencia elevados, a través de técnicas meditativas para seguir avanzando en la indagación.
4.- Vías de conocimiento.
Si el sí mismo es un derivado del cerebro, alcanzado para que la evolución siga su curso por el "mejor" camino o si es una entidad diferente del cuerpo, ha sido un tema que siempre ha fascinado a la razón del hombre en cualquiera de sus tiempos o espacios. Filósofos, religiosos, o científicos, entre otros, nos han dado opiniones o experiencias subjetivas.
Si el sí mismo es un derivado del cerebro, alcanzado para que la evolución siga su curso por el "mejor" camino o si es una entidad diferente del cuerpo, ha sido un tema que siempre ha fascinado a la razón del hombre en cualquiera de sus tiempos o espacios. Filósofos, religiosos, o científicos, entre otros, nos han dado opiniones o experiencias subjetivas.
Creo que se
trata de un asunto que importa a todos, al menos a quienes l nos hemos
afanado en pensar acerca de qué es el hombre y qué es ser hombre.
Son diversas
las vías en que podemos alcanzar
conocimiento. Ninguna tendría porqué ser incompatible con las demás: la investigación
científica, la experiencia
meditativa, la experiencia orgíástica de la danza derviche, la integración de
experiencias psicotrópicas con ayuda de la razón, la experiencia iluminativa o
la práctica del tantra son algunas de ellas, sin pretender apurar todos los caminos.
También, y para
mi sin genero de duda, es una vía la comprensión de los fenómenos mentales que nos permite
la ciencia actual, con su estudio cada vez más profundo del cerebro, la
antropología y la ciencias de la evolución, y la comprensión de las variables
bioquímicas con las moléculas que alteran o inducen la cerebro a estados
diferentes. Todo ello es un elemento esencial para comprender la esencia del humano.
A cada quien
le corresponde entenderlo y entenderse.
A cada uno le
atañe su propia investigación.
Homo sum,
Humani nihil a
me
Alienum puto
(“hombre
soy: nada humano me es ajeno”)
Publio
Terencio Africano (165 a c.)
6 comentarios:
Bueno, llevo un par de días leyendo el artículo, es interesante, aunque me cuesta comprenderlo, quizás porque siempre me ha resultado complicado lo que nos dice la ciencia,la religión, la espiritualidad Al final creo que todas, tratan de llegar al mismo punto.
Me resulta más sencillo la frase final: Hombre soy: nada humano me es ajeno.
No obstante seguire leyendolo, a ver si en una de esta logro que se me ilumine la bombilla, y me resulta más fácil comprenderlo.
Gracias...
Gracias a ti Acuario. Tal vez he sido poco claro o conciso a la hora de explicar un tema profundo...
Pensando, pensando, se me ha ocurrido que el cerebro se parece a una nuez, pero menos seco, he seguido devanándome eso que se llaman los sesos para encontrar a qué más se podía parecer, y se me ha ocurrido que también se parece a los intestinos, sólo que arrebujados. Me he ido a internet y he puesto a buscar cerebro e intestinos y mí gran sorpresa ha sido encontrar un artículo que afirma que los intestinos son nuestro segundo cerebro. Para el que lo quiera leer (no tiene desperdicio) aquí va la dirección: http://www.accumalaga.es/Todas-las-noticias/Articulos/El-intestino-tu-segundo-cerebro.html
Al parecer el intestino contiene más de cien mil millones de neuronas, casi tantas como el cerebro ya conocido. Para los japoneses y otras culturas orientales, el centro y sede del individuo está en el Hara, que se localiza en el vientre. Puede que ni aquí, ni allí, pero me gusta pensar que le ha salido competidor al engreído cerebro, prefiero la democracia “orgánica” (no me refiero a aquella del régimen dictatorial que vivimos en éste país) antes que la despótica hegemonía de la cabeza coronada.
Miguel, tus artículos (casi)siempre me ofrecen algo de provecho. Un abrazo.
Interesante el artículo Cirana.
Sin duda todo nuestro cuerpo siente y resiente y esa es una de las bases de la psicosomatología.
Sin embargo, creo qeu lo que quiero decir es que la sede de la consciencia individual, de la "persona" parece estar claramente anclada en el cerebro. Una prueba de ello es que podemos vivir sin intestino y en cambio dejamos de "ser" la misma persona si se "estropea" nuestri cerebro.
Espero que este comentario sea de los que te ofrezca provecho.
UN abrazo
Hola hola,
Muy interesante reflexión a raíz de este artículo, gracias Miguel.
Siempre me ha gustado meditar sobre estas cosas, pero siempre llego al mismo sitio, tanto da que da tanto, al final somos lo que somos, esté donde esté.
Destaco la anotación que refiere a Zak, ¿qué es antes? ¿Me siento así porque mi cerebro es así? ¿Mi cerebro es así porque me siento así? Imagino que habrá de los dos..
Ahí debato en mi interior mucho, aunque al final este tema lo clasifico mentalmente en 'cosas sobre las que pensar en las que nunca llegaré al final, pero mira, el rato es divertido'..
Como si buscase el origen de la vida, los límites del Universo... qué vicio..
Es una cuestión que a mi también siempre me ha apasionado. Hasta donde entiendo mente y cuerpo se entretejen y se interinfluyen...
Tal vez el único asunto al que razonablemente puedo llegar es que sin ceurpo no hay mente ¿podría haber mente sin cuerpo?
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