Transferencia positiva y
negativa
La forma de transferir emociones pasadas al terapeuta tendría dos
posibilidades básicas:
En la transferencia positiva
se ponen en el terapeuta las emociones positivas o afectos que han quedado
frustrados o no han podido ser depositados anteriormente en las figuras del
pasado (que serían principalmente parentelas).
Esta transferencia no se debe confundir con lo que viene
llamándose la transferencia relacional
y que es la que se produce durante el
proceso terapéutico a consecuencia de adentrarse en la mutua confianza. A veces
se habla de ella como “vínculo”, pues es
el lazo que permite la comunicación sincera de uno con el otro. En este sentido,
siempre es positiva cuando se da (al ser la confianza algo “positivo”).
Verdaderamente no es una transferencia,
sino la posibilidad de mantener una relación de certeza y de intimidad entre el terapeuta y el cliente, para poder comunicarse sin raparos.
La transferencia positiva
hace que el cliente deposite en su terapeuta emociones personal o socialmente
aceptables, como la calidez, la magnanimidad, la protección, la bondad, la
sabiduría, la valentía, la atracción erótica o sexual…Estas cualidades
quisieron o necesitaron ser puestas en los padres o figuras primarias y no
pudieron o no se dieron originalmente de forma conveniente, quedando frustradas
o incompletas. Al ser necesarias para el funcionamiento e integración organísmico,
se pueden tratar de depositar en el terapeuta a fin de afianzarse y resolverse.
Es importante que éste se dé cuenta de lo que se produce, para que el paciente
reconozca estas necesidades insatisfechas de las que no se puede hacer cargo en
el presente. Y es imprescindible que el terapeuta lo perciba, ya que podría llegar a “creerse” que esas
emociones son “reales” (desde un deseo narcisista o de una situación contra-transferencial). Ante la deseada
disolución de las situaciones inconclusas (transferenciales), el terapeuta que
no se percate se encontraría ante un espejismo que le situaría en la penosa
situación de no poder aceptar que lo que parecía “real” no lo es ya. Esto es
algo que a muchos nos ha pasado o podido pasar, particularmente al tratar de
ver al paciente como amigo, hija amorosa o recipiendario de amor…, cuando lo
que está realmente pasando es ese espejismo transferencial. Gestálticamente se
trataría de un asunto inadecuadamente concluso.
En la Transferencia negativa
se depositarían en el terapeuta las emociones negativas que no pudieron ser
puestas en las figuras primarias. Así el odio, el rencor, la desconfianza, la
indiferencia, la rabia, la frustración y otros emociones negativas. El
terapeuta puede verse inmerso en esta situación y no saber como reaccionar, si
no percibe que se trata de algo no dirigido específicamente hacia él. Al igual
que en la positiva, habrá de poder distinguir lo que es real de lo imaginario,
para colocar los límites sin entrar en una defensa personal y egóica, o en la
propia desvaloración.
En la literatura analítica se habla también del término de “neurosis de transferencia”, con el que se pretende definir la alteración de la
relación entre terapeuta y cliente, por la que este último mantiene una actitud
ciega y exigente hacia su terapeuta para que se comporte como su ideal
(neurótico). De esta manera, no suelta la figura de padre o madre ideal y
“salva” toda situación de contacto real con esta exigencia. Cualquiera que sea
la actitud del terapeuta (más o menos transparente) intentará verle por ejemplo como “la madre ideal” o “el cabrón
que no para de fastidiarme”.
Es importante subrayar una vez más que, para que la relación
humana sea verdadera, es esencial que el terapeuta establezca los límites entre
lo auténtico y lo falso y no se deje "tentar” por la omnipotencia propia o
la impotencia ajena. Para ello, precisará no aceptar lo irreal y “declarar” o
“confrontar” las deformaciones que su paciente pretende interponer entre ambos
para no asumir su responsabilidad de adulto en el presente.
En este sentido, el trabajo terapéutico desde la transferencia es
esencial a un proceso. Si no está convenientemente finalizado es posible que la
persona busque otras “ayudas”, para tratar de “colocar” esas situaciones
frustradas o frustrantes, manteniendo la idea grandiosa o deformada sin poder
concluirla. Como terapeuta he podido ver que, en ocasiones, los clientes buscan
cambiar de terapeuta para poder concluir lo que consideran imposible con el
actual. Ello puede ser debido a una insuficiente clarificación de la
transferencia o de la contratransferencia.
Finalmente, es interesante ver en un proceso como, en la relación
el paciente o cliente, pasa por poner al terapeuta lo positivo o lo negativo, generalmente de forma
alternativa. En ambas situaciones se dificulta el trato autentico, sobre todo
en la medida en que el terapeuta no lo percibe o lo tolere.
Se habla también (particularmente en la literatura psicoanalítica)
de la transferencia (y
contratransferencia) sexual. Es en realidad una variante de las anteriores,
especialmente de la positiva.
En la terapia psicoanalítica fue, y en buena medida sigue siendo,
uno de los factores determinantes de la terapia, tanto por el vínculo como por
la interpretación de las vivencias del paciente.
En Terapia Gestalt es una
asunto más, que `puede tener mayor relevancia en algunas personas que en otras.
Es importante distinguir en este asunto, al igual que en la
transferencia positiva o negativa, que
hay actitudes del terapeuta que pueden provocar reacciones positivas, negativas
o sexuales por parte del cliente. Estas actitudes no tiene porqué ser
contratransferenciales, sino poco conscientes o, a veces, poco éticas. Puede
suceder que el terapeuta se auto-engrandezca o no sepa mantener una postura
suficientemente distante o equilibrada. Y, con ello, provoque situaciones indeseables
en la relación. Sin que ello suceda precisamente porque hay algo
“transferencial” por la otra parte.
La posición del terapeuta requiere un grado de consciencia alto.
Casi siempre también de una supervisión acerca de las reacciones que le provoca
su cliente. Es importante que el “campo” esté clarificado por su parte.
Por ello, debemos distinguir entre atracción sexual (posible, ordinaria
y natural) y transferencial. Esta última tiene matices de situaciones pasadas
no conclusas que se depositan el terapeuta (y, eventualmente, pueden ser
inadecuadamente correspondidas por el terapeuta). Una vez más el terapeuta debe
saber distinguir muy bien entre lo que es presente y lo que está fuera (en el
pasado/futuro).
Puede ser que, como se ha mencionado por algún autor, la
sexualidad no sea sino una parte, importante, de la persona, como igualmente lo
son las relaciones de poder, el afecto o las necesidades económicas. En
cualquier caso, el terapeuta no está ahí para aprovecharse de ninguna, en
función de su rol. No solamente no sería ético, sino además poco funcional para
la relación entre ambos. La literatura y los chismes estás llenos de casos en
que un aprovechamiento de la transferencia da lugar a penosas consecuencias (no
solamente penales).
Que puede existir esa transferencia o proyección sexual en el
terapeuta, sin duda. Y viceversa, también.
Que la responsabilidad profesional del terapeuta se ve implicada,
absolutamente. Que no solamente por el hecho de ser sexual, sino también en los
ámbitos afectivo, económico, o de poder: seguramente.
En todos los casos, hemos de poner atención al presente y no
despistar una situación relacional con otra.
La transferencia en el sentido sexual ha de ser tratada con la
misma delicadeza y presencia que las demás y suele tener menor duración en el
tiempo. Habitualmente, cuando no se evita, no se exagera, ni se le da más
importancia que la que pueda tener en el contexto de la vida del cliente y de
la relación terapéutica, suele disolverse en el amplio contexto del vínculo entre las dos personas.
Aún cuando la transferencia
se produce, analíticamente, en la relación paciente/ terapeuta, la situación
transferencial fuera de una terapia también existe. Por ejemplo, todos hemos podido ver como alguien “nos cae
mal o bien”, sin saber exactamente las causas. Muchas veces puede tratarse de
una analogía que nos lleva a personas o situaciones pasadas no conclusas y que
han permanecido sin tener acceso a la consciencia. Al darnos cuenta,
recuperamos la vista y la experiencia se hace más rica y variada. Disponemos de
mayor diversidad en el contacto.
El encuentro verdadero, el contacto entre dos personas
existencialmente hablando, precisa de una atención intensa. Las nieblas del
pasado, los traumas, los asuntos negativos dejados atrás, las idealizaciones,
ponen trabas a esta posibilidad.
Por ello, quienes buscan ese encuentro necesitan liberar esas
“cargas” para que puedan enriquecer y enriquecerse con el contacto con el o lo otro.
Y aquí radica, a mi juicio, el valor del análisis de la transferencia, de su tratamiento personalizado y del enfoque presente que tratamos en terapia Gestalt.
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