Transferencia y
proyección.
La proyección es un mecanismo “de defensa” (palabra psicoanalítica
que evidencia la dureza de la realidad “atacante”) por el cual se pone en el
otro un pensamiento o emoción personal, al resultar imposible asumirlo como
propio. En general, con la proyección situaríamos en otras personas aspectos pertenecientes
a uno mismo y no reconocidos, y que
suelen ser juzgados como moralmente reprochables o negativos, aunque también
pudieran ser “positivos”.
Como todos los mecanismos de interrupción del contacto, o formas
de eludir el contacto verdadero, al hacerlo consciente, y poder asumir lo que
es propio y lo que es ajeno, puede convertirse en un aliado y por tanto en una herramienta
de terapia. Nos sirve, usado con consciencia, para delimitar la “frontera de
contacto” con el otro y para mantenernos en nuestra propia manera de percibir
la realidad, sin confundirla con la ajena. Viene a ser como un banco de pruebas
acerca de qué es mío y qué del otro.
Al ser lo transferencial una situación inconsciente, y enraizado
en una escenario “irreal”, tanto la proyección como la “transferencia” pueden
darse sin una base de realidad objetiva.
Las personas con tendencia proyectiva pueden verse inmersas en
ideas persecutorias o paranoides, como si creyeran disponer de un radar que trata constantemente
de captar y de controlar todo y de darle un sentido acorde con su forma de
percibir la realidad. Por tanto, es muy dudoso que las personas paranoides
dispongan de una “sobre-intuición” (como a veces pretenden), ya que pueden
estar cargadas de tintes personales y de ideas falsas basadas en percepciones
pasadas o fantasías futuras.
Siendo vocablos inmersos dentro de la literatura y la teoría
psicoanalítica, debemos intentar ver qué significado tienen en Terapia Gestalt,
que ha tomado muchas ideas y vocablos de ella.
Casi ninguno de los “teóricos” de la Gestalt pone mucho interés en
lo términos de transferencia o contratransferencia. He revisado una buena
cantidad de autores y apenas unas citas acerca del asunto transferencial merecen
su atención. Es verdad también que, al día de hoy, los terapeutas gestálticos
aceptan (no sin reticencias) las experiencias de transferencia de los clientes, incluso a nivel teórico. Sin embargo,
no le atribuyen el mismo significado que la teoría freudiana y sobre todo no le
dan el mismo tratamiento.
La labor del terapeuta gestaltista no pasa por “animar”, ni menos por provocar, la transferencia. Al ser una terapia basada
en el contacto “real” y de relación presente con uno mismo, la misma situación
de acercamiento terapéutico tendría la tendencia de ir disolviendo la transferencia
cuando se produce. Además el TG pretende
trabajar más desde la perspectiva emocional o corporal que intelectual, dado
que es más posible alcanzar las vivencias pre-racionales de esta manera. El TG
no se detiene a explicar lo que está
sucediendo, sino que procura entrar en contacto con la vivencia auténtica del
otro, usándose a sí mismo en la experiencia para poder “disolver” lo
transferido a medida que se va produciendo.
En TG (y en esto radica una diferencia más con el tratamiento
psicoanalítico), no se trata de explicar la situación pasada y su parecido con
el presente, sino de “concluir” emocionalmente lo vigente de aquellas
vivencias. Ello tiende a evitar que una figura de autoridad sea revivida como
si se tratara de la situación originaria en el “allá y entonces”. Ambos,
cliente y terapeuta, trabajan desde el presente trayendo “aquí y ahora” la
situación pasada inconclusa. Con ello, el terapeuta se compromete a asumir la
“transferencia” de las figuras pasadas en el presente.
Actualmente, la figura teórica de la transferencia se acepta por
la mayor parte de los gestaltistas contemporáneos (algunos, usando el dicho
gallego dicen que “no creen en las meigas
pero haberlas haylas”). Sin embargo, tiene, como hemos visto, matices
diferentes, así como es disímil la forma de entenderla y trabajarla.
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