Leerte después de verte.
El film acerca de tu vida y en especial de tus últimas semanas rodeado de tu familia, me había parecido insuperable, por la enorme dimensión humana con la que viene cargado tu personaje. Pero tanta fue la emoción con la que viví las imágenes, que enseguida fui a buscar la lectura, en donde mi pensamiento, mi imaginación, no está tan directamente mediatizada por las imágenes.
El libro va más allá de lo que transmite la película. Creo que la entrevista que te hace tu hijo y en la que puedes hablar de toda tu vida profesional, de tu pensamiento social y político, de tu forma liberal y anarquista de ver la vida, de tu rebeldía ante el poder y los poderosos, ante los que mancillan la libertad en nombre de la revolución o de la democracia, toda esa vida marcada por la libertad personal, sin embargo emocionalmente vinculada a la mujer que te acompañó más de cuarenta y cinco años, y a la que le dedicas frases en las que el amor va más allá que cualquier pensamiento libertario… todo esos pasos merecen ser leídos con detenimiento.
Me fascinó encontrar algunos asuntos en que, como no podía ser menos, me sentí identificado. El ideario de Krishnamurti, entre lo que destaco el que el pensamiento es precisamente lo que nos impide captar la realidad en toda su dimensión, puesto que la limita, le pone una forma pre-determinada: una vez más la forma gestáltica de que “una rosa es… una rosa… una rosa… una rosa…” y la percepción es única, en tanto que la descripción es variada y necesaria aunque deformante.
Y esta experiencia de plantar patatas podridas, que en la primavera darán plantas nuevas, esta imagen que tanto tiene que ver con la semilla que muere y germina de nuevo, en una planta igual pero diferente, que contiene toda la esencia de la anterior y sin embargo una existencia distinta. Y tu hijo Folco que se atreve a aseverar que toda la filosofía “alemana” acaba siendo inútil ante esta experiencia (bueno, ¿porqué solamente la alemana?) que nos implica directamente con la vida.
Principalmente con lo que me identifico es con tu aseveración de que la vida tiene que ser vivida de forma libre y con la menor cantidad de ataduras posible. Y ¡Cuidado!: ataduras no significa no comprometerse, sino con comprometerse esencialmente con aquello que nos hace libres ante los demás, ante lo demás. No hay más atadura que la de tratar en cada momento de “ser uno mismo”, de hacer aquello en lo que creemos y eso si no nos hace más ricos y más sabios. Sin duda crees y yo contigo, que nos hace más felices o felices durante más tiempo de nuestra vida.
Y, no puedo ser exhaustivo, pero ese momento en que le dices ¡no! Al Viejo Maestro de la Montaña que te exige que dejes a tu familia para poder ser más libre en el momento de tu muerte, que es el de tu vida. Ese ¡no! Que vuelve a hacerte paradójicamente libre, pues tu compromiso va más allá de cualquier atadura, de cualquier ideología, de cualquier “maestro”. Y nuevamente me acordé de Kopp, cuando recoge la frase oriental de “si encuentras a Buddha en el camino…¡mátalo! Mátalo porque, en ese momento de vida, ya solamente puedes seguir a tu buda interior. Y es ese magnifico buda interior el que te hace decir que quieres la compañía de tus más allegados hasta el momento en que abordas el avión que te lleva ya fuera de esta realidad. Y es ese momento de profunda dulzura en el que tu compañera y tus dos hijos se despiden y tu abordas tu último vuelo. A conciencia de que no has podido resolver todo, de que hay planteamientos existenciales que no has podido comprender, significados que quedan fuera ya.
Pero ¡qué importa! Partes desnudo, habiendo dejado las ataduras y con la inmensa gratitud de haber podido vivir tu vida. Y además una vida repleta de aventuras, de alegrías, de éxitos y fracasos. Pero siempre marcada por un desbordante optimismo y una fuerza vital maravillosa. Y te atreves a decir que das las gracias al cáncer que te ha hecho comprender la vida de una manera diferente.
Recordé en ese momento a una persona a la que mucho amé. De su pelea con la muerte por amor enorme a la vida y de su sufrimiento que le hizo decir :“qué triste es morir”. Frase que me causó un dolor enorme en el instante, por lo mucho que la quería.
Y sin embargo, como si fuera hoy, recuerdo como el sufrimiento la fue moldeando hasta lograr aceptar la partida. Los besos con los que nos despidió, casi su única función vital intacta a los largo de aquellos días. Hasta que el cuerpo se rindió y el espíritu pudo hacerlo también.
Sí, Tiziano. Tu muerte me recuerda la de un “iluminado”. No puedo no sentirme triste de que ya no estés, y al mismo tiempo alegre porque te hayas podido ir a tu manera, como habías vivido. Haciendo lo que tu naturaleza te dictaba.
En tanto que periodista, tu trayectoria es apasionada y apasionante. Y las vivencias asiáticas se me hacen también tan compartibles, tan humanas.
En fin. No me hecho seguidor tuyo porque eso sería traicionarte y traicionarme. Mi vida es la mía y como tal pretendo seguir viviéndola hasta que se acabe, y en ese momento mi muerte será la mía, espero que sin imitaciones, ni más coraje que el que mi organismo me de.
(Comentarios al libro “Mi fin es mi principio”, de Terziano Terzani).
1 comentario:
Bien!!!!!!!!!!!!! Buen final para tu artículo. Me encanta cuando hablas en forma personal. Uno siente que debe leerte dos veces y allí está el quid. No puedo leerte con gran velocidad y te lo agradezco. Hay cosas que merecen ser maceradas. Dices que es una atadura intentar ser uno mismo. Asi que no te pediré que sigas siendo tú mismo en tus artículos; pero veo carne en tus líneas.No solo fuego y lluvia que son también hermosas. Insisto humildemente. El mejor artículo.
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