viernes, 6 de mayo de 2011
el mito nacional
Nacion.al.ismo
Al igual que cada persona tiene su propia mitología, que le ayuda a entender el fenómeno de su existencia en el marco de una realidad cambiante y efímera, pienso que es importante recordar el mito social y grupal en el que vivimos, ya que buena parte de nuestro propio mito está en relación con el de la sociedad actual. Asumir y colocar la historia mítica, el reto con el que tratamos de integrar lo desconocido, lo misterioso o el tabú, nos permite vivir de una manera más consciente.
En este país, nos vemos, desde que recordamos, forzados a tener presente cual es el mito que nos mantiene unidos, cohesionados, ahora, en los últimos quinientos años y anteriormente también.
En un momento en que las fuerzas centrífugas de los nacionalismos compensan y se oponen a las centrípetas de una Europa unida, e incluso de un planeta interrelacionado, me pongo a reflexionar sobre lo aprendido.
Durante un tiempo, y en especial en el período franquista, se nos trataba de inculcar que la España en la que vivíamos era, o debía estar, siempre encaminada a ser, “una, grande y libre”. Era el mito imperial y ultracatólico. Nada podía ser más lejano a la realidad, aunque el poder militar y político del periodo así lo imponía. El país había dejado de ser grande hacía mucho tiempo, desde que perdió su imperio, nunca había sido uno, pues estuvo y estaba compuesto por nacionalidades diversas, de lenguas y culturas variadas y ciertamente no era libre, ni internamente por la represión política y religiosa, ni externamente, a medida que continuaba imponiéndose en el planeta el dominio de otros grandes imperios. La así denominada autarquía fue una fantasía nacionalista que no hizo sino retrasar aún más el progreso social y económico de la población y del país muy empobrecido por la guerra civil y la postguerra.
Pero el mito de nuestros gobernantes de entonces se imponía. Quería hacerse ver o parecer que desde Viriato, los romanos, los visigodos, los musulmanes y los reyes así llamados “católicos” este país se había vestido siempre el mismo ropaje unitario.
La llegada, o restablecimiento, de la democracia y la creación del sistema autonómico supuso un descenso a los infiernos y un debate no concluido acerca de lo que es o debería llegar a ser España y todavía hoy parece no tener fin la discusión o lucha política. Bien alimentada por gobernantes que, desde sus amplios y lujosos despachos, confían en mantener el poder sobre el territorio, local o estatal, y, en un caso, a desbancar a los representantes del Estado por otros, igualmente privilegiados, o bien, en otro caso, a destronar a los de las autonomías para extender su poder unitario.
Me paro a examinar ahora, por ejemplo, a Cataluña. Los nacionalistas independentistas confían en que algún día sus embajadores representarán a un país independiente del actual en no menos lujosas oficinas o automóviles y pagados con no menos opíparos sueldos y privilegios, sin importarles lo más mínimo que la destrucción del mito español traerá a ese país otros problemas, incluido el de las veguerías o el de problemáticas relaciones internas entre ellos y con sus posibles vecinos.
Por su parte, los nacionalistas españoles, en lugar de ponerse en posición de ser deseados, y hacer de la convivencia un pacto amado por la mayoría, no hacen sino criticar la actitud de sus contrincantes, ya sea desde la burla o desde la descalificación, olvidándose de que la pertenencia es, no tanto un deber, sino sobre todo un derecho que hay que merecer por amabas partes.
Mientras tanto, muchos asistimos impotentes a la destrucción de ámbitos importantes de convivencia, que hemos tenido o conocido casi toda nuestra vida y que son sustituidos por vagas promesas de mejora en el nivel de vida o en el futuro del país.
País, por cierto que fue y sigue siendo plural (comparémoslo con Francia nuestro poderoso vecino del norte), pequeño (una miradita a China o India basta para comprobarlo) y no solamente no libre sino que muy dependiente (una llamadita de teléfono de Obama a ZP basta para cambiar el rumbo de la política económica o social).
Entonces ¿dónde ha quedado nuestro mito español? Mito entendido como una necesidad de entender y aceptar la convivencia con una meta común, con una ilusión de todos, aún respetando las características especiales que conforman nuestra comunidad. Sería conveniente un repaso histórico. Recordar que el imperio terminó hace mucho tiempo, con sus aventuras y grandes desventuras, como la masacre de una enorme parte de la población conquistada (pongamos que ni mejor ni peor que otras conquistas, pero desde luego, nada para ufanarse). Imperio que tiene su correspondencia en cada una de las tan cacareadas autonomías, pues si los castellanos o vascos contribuyeron a la conquista de América, los aragoneses (o catalonoaragones como gusta decir ahora), no fueron menos crueles a la hora de conquistar Sicilia, Atenas o Constantinopla)…
Estamos y formamos parte de un planeta en ebullición, con grandes problemas debido entre otras cosas a la sobrepoblación, a la sobreexplotación, al nacionalismo, al capitalismo salvaje, a la competencia desmedida…. Y nos ponemos a pensar que esa es la única forma de salir de nuestro atolladero: es decir produciendo más, tratando de ser tan ricos como el que más, compitiendo más, explotando más… fabricando más coches, casas, latas, …
Claro que existen algunos idealistas que trabajan par ayudar a que el sistema cambie. Véase por ejemplo el tema de las ONG,s que ayudan a los “pobres” en medio de este lodazal. Algunas realmente loables, otras menos. Recientemente me explicaban lo que puede llegar a costar cada euro que se esfuerzan en donar a los “pobres” algunas caritativas organizaciones y es espeluznante: el esfuerzo difícilmente compensa el resultado. Entregar cada euro donado puede costar más de tres…Creamos dependientes para que, entre otras cosas, puedan seguir viviendo o viajando (incluso en primera clase) una serie de personas que quieren dedicar su vida a la ayuda “desinteresada”…
Si. Sé que este panorama puede resultar desolador. Pero siempre me acuerdo de un maestro mexicano en la Universidad, que nos decía: “deben pensar en ser afectivos, pero no por ellos menos efectivos”. El espíritu anglosajón suele tener más de lo segundo y no debemos perderlo de vista.
Hemos de hacer un replanteamiento de a donde nos llevan los nacionalismos, a donde el capitalismo, cual es nuestra forma de trascenderlo, de llegar a otro lado, sin que esto suponga de nuevo un proceso de destrucción masiva que sería sin duda peor todavía que la II Guerra Mundial.
¿Y España? Podríamos pensar cual es nuestro ideal de convivencia y como queremos transmitirlo a los demás y a las siguientes generaciones. Qué sería lo que nos puede mantener unidos, fuera de la recuperación de ideales ya caducos, alimentados por nacionalismos no menos caducos, en un planeta en plena transformación, en le que la especie humana es la principal responsable de que se mantenga un equilibrio ecológico, vital para nuestra existencia, desde luego, pero también con responsabilidad hacia las demás especies, minerales, vegetales, animales…
Puede que este ideal, transformado en un nuevo mito, nos diera ánimo para continuar juntos, en respeto a nuestras propias culturas y beneficiándonos de una historia común, defectuosa sin duda, pero llena también de riqueza y variedad.
Necesitamos variar el discurso personal, para que el social y el político varíen. Los poderosos no cederán fácilmente su poder sobre los demás. Es necesario convencer para poder vencer y superar las falsedades de un sistema que se auto-envanece al llamarse democrático por mucho que, sin embargo, sigue siendo el menos malo de los hasta ahora conocidos.
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2 comentarios:
Los nacionalismos, los nacionalismos y los nacionalismos. Esa palabra parece mas bien un martillazo que un saludo o un abrazo.
¿como podría un ismo ser un saludo o un abrazo? Reflexionare...:)
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