MIEDO, DUDA, ESPERANZA, CULPA (al filo de la Gestalt)
“
“El miedo no puede existir sin esperanza, ni la esperanza sin miedo”
Aquí la sentencia del filósofo holandés da un significado específico a
la idea de esperanza. A mi entender, se refiere a que la mente, gobernada por y
desde la idea del yo fijo y permanente, busca en el futuro la seguridad para ese
yo y, al no encontrarla, se enfrenta con la desconfianza que, a su vez, genera
miedo y angustia por el futuro.
Por otra parte, la mente yoica, al fabricar para el futuro
expectativas que no pueden ser confirmadas, se ve inmersa en el miedo a que no
se cumplan, y permanece entonces en la ansiedad/angustia impregnada de
esperanza. Es obvio que el futuro está siempre gobernado por la incertidumbre,
puesto que, tanto existencial como biológicamente, la vida está sujeta a
cambios imprevisibles y, en última instancia, a la muerte.
Por eso estima Spinoza que miedo y
esperanza van unidas indisolublemente. Y afirma que eliminar la esperanza hace
desaparecer el miedo. El eterno presente no tiene ni esperanza ni miedo, porque
simplemente es.
Y aunque quien tiene fe en vidas
futuras puede afirmar que no tiene miedo, puesto que espera una vida mejor (o
peor pero sujeta a mejoría), al no poder ser confirmado, deja viva la esperanza
que aparta del presente.
Conformemente, permanecer en el
presente relega toda esperanza y desvanece el miedo.
Cuando se habla así de esperanza, se alude
a una expectativa de que algo va a suceder. Ese algo, si sucede, supuestamente nos
hará felices. Y si no acontece, entonces nos decepcionará y nos volverá más
infelices. En este sentido, esperanza es un deseo incumplido que aguardamos que
se cumpla. La duda de que se efectúe o no nos produce ansiedad por que se
cumpla, y desgracia si no se origina. Spinoza, como tantos otros sabios, nos encamina
a dejar de lado toda falsa expectación y a permanecer en el aquí y ahora.
En este sentido, la Terapia Gestalt nos induce a recoger las
ideas de más o menos felicidad futuras y traerlas al presente, ya que es en el momento
actual, y en donde estamos, desde donde es posible cambiar la actitud presente
que es la que puede cambiar nuestro futuro. Y, para poder realizarlo, es
necesario cerrar procesos inconclusos, puesto que el futuro va inmerso en la
esperanza de realizar más adelante lo que no se plasmó en el pasado.
Me sirvo de la afirmación spinoziana para recoger la profunda
relación entre miedo y duda.
La duda es una mecanismo mental que
nos plantea un dilema, con más de una solución posible, bien ante una situación
a resolver, o bien que ya se resolvió pero nos plantea si fue del modo más
adecuado. En este segundo caso la
experiencia se cerró “en falso”, ya que ahora pensamos que podría, o debería,
haberse resuelto de otra manera. Se convierte en un asunto inconcluso con
posibilidad de crear culpa.
Mediante este tipo de culpa el yo pretende al menos dos cosas: una: crear un
aprendizaje para otra situación similar. Otra: imponerse un castigo,
desdoblándose en juez y parte, para aliviar el acto erróneo y culposo del
sujeto.
En el primer caso, la duda, ante más
de una posibilidad de acción, mantiene
un suspense, un tiempo en el que más de un resultado es posible, en apariencia al menos. Por ello,
tiene también un lado positivo. Nos permite reflexionar, y eventualmente elegir,
entre dos o más posibilidades. Aplicando la lógica, o la deducción, podremos
optar por la que consideremos más adecuada a la situación que nos acontece. Es,
por ende, un fruto de las posibilidades que nos ofrece la mente humana racional
en su evolución desde hace cientos de miles, millones de años.
Pero, así como la duda tiene su
ventaja, tiene también su inconveniente. Permanecer en ella, suspender la
acción, trae consecuencias que pueden ser nefastas. Puede, por ejemplo,
prolongar una situación mas allá de su conveniencia. La búsqueda de una
resolución que sea tan perfecta o definitiva puede que acabe dejándonos suspendidos,
inanes. Y ese suspenso es el que dará
lugar a la angustia y, consecuentemente, al miedo de nuevo.
La duda parte de un elemento
intelectual (pensamiento sin acción) y busca la mejor acción posible, pasada,
presente o futura. Pero, en el presente, suspender la acción más allá de lo
razonable trae miedo, y aporta un elemento emocional y corporal (angustia,
parálisis, sudación, etc.)
Cuando aparece en la mente la duda, nos impulsa a buscar seguridad en la acción. Cuando no la obtiene, al frenar el impulso, aparece el miedo y el yo se auto-condena. Se escinde en dos voces, diferentes, una de las cuales agrede y castiga a la otra. El yo se divide entre culpable y castigador, y entonces :
“El hombre puede soportar las desgracias que son accidentales y llegan de
fuera. Pero sufrir por propias culpas, ésa es la pesadilla de la vida.”
En el momento en que la mente se contempla a
sí misma y se bifurca, el juez interno se puede convertir en el más insensible
y duro de todos, y esa es la “pesadilla” que produce la culpa. El yo con el que
nos identificamos pasa a ser condenado por el yo ideal con el que nos igualamos
también.
La figura del yo dividido ha sido y
es objeto de mucho escrito literario (véase Dostoievski en Crimen y castigo), psicológico y filosófico.
Freud, al configurar la identidad en
tres elementos que se interrelacionan y debaten, dio el inicio para hablar y
debatir la lucha que se produce en el individuo entre sus ideales y su yo, que
es el núcleo de la culpa.
Ya hemos visto los elementos
positivos y negativos de la culpa.
Personalmente, y aunque acepto la
tesis de que este asunto puede ser objeto de un trabajo esencial psicológico o
terapéutico, pienso que la visión de la mente desde un ángulo distinto llegar a
ser primordial para poner en un lugar diferente los conceptos de duda, culpa y
miedo.
Durante el trabajo introspectivo
podemos darnos cuenta que el miedo, la culpa y la duda son elementos que
influyen en nuestra mente y en nuestro estado mental.
La mente es un inmenso productor de
pensamientos que se producen con o sin la atención de la persona. Las
experiencias pasadas y las expectativas futuras están marcando la deriva mental
casi constantemente, incluso durante la mayor parte del periodo de sueño. Puede
que sea la forma que tiene la propia mente de poner orden en los sucesos.
Sin embargo, lo que resulta más
importante es que todo pensamiento, incluido el del miedo, es un producto de la
mente que busca encontrar un equilibrio. Ese equilibrio puede estar
profundamente alterado por situaciones que cuesta integrar o incluir.
Sin que se excluya la ayuda
psicológica como parte importante del proceso de integrar el miedo, la duda y
la culpa, me resulta cada vez más interesante trabajar este tema desde otros
ángulos. Es evidente que se ofrecen cada vez mas posibilidades: la danza, el
teatro, el juego etc.…
Me parece que afrontar este asunto
desde la meditación es una herramienta importante si es que no fundamental.
Darse cuenta de que no dejamos de
producir pensamientos y que nuestra identidad no cesa de querer ser el
protagonista de los mismos. Observar como se producen, a donde van. Dejarlos ir
sin pretender que no vuelvan o que vengan otros. Aceptar que eso es así. Centrarse en elementos
diferentes como puede ser el mismo acto de respirar. Estos y muchos otros
elementos nos pueden dar una imagen diferente de nuestro mundo racional, en el
que está incrustado el miedo y también la duda y la culpa.
No se trata de mirar a otro lado.
Sino de mirar desde otro lado.
Asumir que nuestro yo no es una idea
fija, algo concreto que sufre enfermedades y logra salud permanente, sino que
es un proceso en constante evolución. Una línea que parece continua, pero que,
en el fondo, está compuesta por infinitos pequeños instantes a los que da
continuidad el darse cuenta.
Miedo, duda y culpa son formas en que
el yo busca, a veces a la desesperada, encontrar su propia estabilidad. Puede
ser que la encuentre desde la afirmación del yo. Y puede que también la
encuentre al darse cuenta de la misma volatilidad de eso que se llama yo.
Es importante, a mi juicio, que antes
de lanzarse al trabajo meditativo seamos cautos. Hay momentos en que
necesitamos ayuda terapéutica. Y eso no se puede obviar.
El trabajo meditativo necesita una
cierta estabilidad de la mente. Es importante para mi saber que, en caso de
dificultad, hay quien nos puede guiar y aconsejar.
Por ello, casi todo los caminos, al
menos en su comienzo, parten del encuentro con un maestro.
Y se dice que el maestro aparece
cuando el discípulo está preparado. Y el maestro lo es de la libertad puesto
que:
El maestro Krishnamurti siempre insiste en que es la persona la que ha de
elegir su experiencia. EL egoísmo de quien guía es un obstáculo para ello.
Puede que elimine provisionalmente el miedo y la duda, pero será a costa de una
dependencia que obstaculizará el crecimiento.
Miedo, culpa, duda y falsa esperanza son elementos cotidianos en nuestra
vida.
Es necesario verlos sin huir de ellos. Pues tenerlos cerca nos da claves
esenciales para asumir nuestra existencia.
“Acusar a los demás de nuestras propias
desgracias es consecuencia de nuestra ignorancia; acusarse a si mismo es
comenzar a entenderse; no acusar ni a otros ni a sí, ésa es la verdadera
sabiduría.”
Epícteto de Frigia
2 comentarios:
"La Libertad primera y última" Krishnamurti.
Muchas gracias por este esclarecedor artículo.
Nadando entre nuestras brumas,
al rato divisé un claro
y me recosté.
El Dante
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