EL MIEDO
“El miedo es un sufrimiento que produce la espera de un mal”
El miedo es sufrimiento, así dice el filósofo. Pienso, sin embargo, que el sufrimiento puede tener que ver más con un aferrarse a una situación y no dejar que fluya, tratar de controlar. El miedo es una sensación que nos previene de que algo que no deseamos que vaya a ocurrir. De ahí que Aristóteles lo defina como sufrimiento.
Todos conocemos el miedo. Esa sensación,
casi siempre angustiosa (algo por venir), que provoca:
“la presencia de un peligro real o
imaginario o el sentimiento de desconfianza que impulsa a creer que ocurrirá un
hecho contrario a lo que se desea”.
Pero eso no abarca todos las
posibilidades del miedo. En ocasiones, el miedo nos lleva a buscar situaciones
en que sintamos esa sensación de miedo, como ver una película de terror, o
subirnos a un tiovivo peligroso, o tirarnos en parapente. Es el miedo inducido.
Puede venir de nuestra voluntad o de una ajena: “dar miedo”.
El miedo se asocia con lo desconocido
y que está fuera de nuestro control. Por lo general, proviene de un hecho o
experiencia pasada que tememos que se repita. Este tipo de miedo está gravado
en el cuerpo o en el sistema emocional del organismo. De ahí pasa a nuestro
intelecto, que crea imágenes para evitar la repetición de situaciones indeseables
similares a las pasadas. Entonces tenemos miedo a que se renueve: que el perro
nos muerda, que el tipo nos pegue, que papá se enfade, que mamá nos deje…
A raíz de todas las situaciones que
se ocasionan, especialmente en la infancia, vamos creando un repertorio de escenarios
que no deseamos. Que, mediante nuestro control, creemos que podremos salvar.
El miedo tiene un componente
corporal, que está gravado desde el comienzo de nuestra vida, así como los
pájaros evitan el contacto con el humano, posible atacante. Es una salvaguarda
de nuestra seguridad.
El miedo tiene también un componente
emocional, que nos lleva a recuerdos dolorosos o tristes que pasan a ser
temidos en el presente o futuro.
Y, desde ahí, el miedo tiene un elemento
de pensamiento, que nos hace crear imágenes, recuerdos, o situaciones futuras,
con el objetivo de evitar que se reproduzcan. Cuando ello es recurrente, se
habla de miedo obsesivo. En realidad, parece un desesperado intento de la mente
para aliviar o solucionar una situación no concluida.
Como he dicho, este miedo puede
provenir de algo pasado, que se proyecta al presente o al futuro. En general, el miedo
trata de garantizarnos seguridad frente a hechos que pueden acarrear dolor o
sufrimiento. En este sentido, tiene una faceta constructiva, positiva para
nuestra vida. La cara obscura es que no siempre nos protege de algo real, sino
que se queda en lo imaginario, en la mera repetición, temor a la repetición, de
escenas pasadas que quedaron gravadas de manera profunda. Como dice el dicho:
“gato escaldado teme al agua”. Pero esta agua puede abrasadora y también ser
fría y refrescante o, en ocasiones, calentita y buena. Una vez instalada la
escena no resuelta, tiene tendencia a repasar, a ser recurrente en la mente. Y
de esta sensación repetitiva proviene el miedo neurótico o patológico. Y
entonces el presente “puede pasar” se convierte en condicional, en subjuntivo,
en pluscuamperfecto: podría, pudiera, hubiera podido pasar. Todas las formas
imaginables que condicionan el presente y se alejan de lo real.
Así como los gatos, los humanos
también pasan por situaciones similares, desde sus propios traumas pasados,
desde sus propias escaldaduras pasadas.
Por tanto, la sensación del miedo tiene una base sana que nos permite prever lo difícil y otra podríamos decir que insana, o no adecuada , que nos deja a la merced de lo que imaginamos.
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