“El futuro tiene muchos
nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo
desconocido. Para los valientes es la oportunidad.”
Víctor Hugo
El miedo como carácter.
Podríamos decir que el miedo puede quedar “instalado” en la forma en que cada persona percibe el mundo. En el modo de hacer contacto con el exterior, con las personas y con el mundo en general. Pero también con uno mismo. Un miedo al hacer contacto con el exterior y otro interno al percibir la imagen de uno mismo.
En el caso del miedo interno, podemos
verlo en una escena en que percibirse en el espejo asusta o nos condena. No nos
distinguimos bien o juzgamos (y condenamos) lo que nos advertimos: pensemos en
una desfiguración por accidente, o en la misma vejez, si es algo que rechazamos
internamente o simplemente el juicio acerca del propi yo.
En el miedo externo a veces es lo
desconocido, el miedo al monstruo, a la renovada agresión, al aislamiento, al
contacto en sí mismo…
Cuando la situaciones se van
instalando en el sí mismo, a través de la infancia y del paso del tiempo, dan
lugar al carácter en la persona.
Carácter es la forma especifica en
que cada individuo encara su relación con el mundo y consigo mismo. La palabra
proviene del griego, y de ahí pasa al latín character.
En su origen significa “el que grava”. En definitiva, lo que queda gravado
de forma permanente en nuestra mente y condiciona nuestra percepción y nuestra
manera de hacer el contacto. Cuando una emoción, o una forma de actuar, queda impuesta,
se repite casi autónomamente, con independencia de lo que suceda dentro o fuera
y sin que la voluntad o la consciencia intervengan. Esto hace que pueda
resultar inconsistente a veces, pues la noche no tiene porqué dar siempre
miedo: pero si se ha quedado gravado como algo amenazador, se derivará ese desasosiego
en un sinfín de conductas o emociones que pueden llegar al absurdo y cuyo
origen, en ocasiones, es difícil de averiguar. Un origen que, casi siempre, es
multifactorial.
Si aceptamos la hipótesis de que el
contacto puede servir para mantener las condiciones de estabilidad básicas
(auto-conservación), o para interrelacionarnos con los demás (sociabilidad) o
bien para ir hacia el mundo en actitud de conseguir, de lograr (conquista,
sexualidad, riesgo). Si vemos y aceptamos esa hipótesis, la existencia de esos
tres niveles o instintos, podemos ver como el miedo puede actuar y permear en
cada uno de ellos. Y, de esa manera, protegernos, o bien obstaculizarnos, y hasta privarnos,
desviarnos, de una manera equívoca de
nuestros auténticos objetivos.
Para los que gusten del conocimiento
del carácter según el Eneagrama y de
ahí su forma de explicar el temperamento y clasificar al humano, el miedo da
lugar a tres subtipos caracterológicos:
Si se deriva más hacia la auto-conservación da
un tipo más frágil, más dudoso, que sustituye el miedo por calidez y alianzas
para preservarse y evitar sentir el miedo.
Si impregna más el área social de la
persona, el tipo medroso se protege mediante la búsqueda de normas que le den
seguridad, de instituciones que sustituyan su propio valor y mitiguen sus
limitaciones frente a los demás. De esa forma, se protege de la sensación
miedosa que queda oculta.
Si el miedo emana y se inmiscuye en
el instinto de ir hacia el mundo, de la conquista, se disfraza de no-miedo y
busca que no se perciba ni se distinga, creando un personaje que da miedo en
lugar de el original que es el que tiene miedo y lo muestra (habitualmente
llamado contra-fóbico).
En los tres casos, el miedo retuerce
y deforma a la persona original y le hace adoptar un personaje o disfraz que le
aleja del ser primario, del verdadero yo. Su instinto queda empapado de esta
emoción, que en su origen era útil y que, con el tiempo, se hace inadecuado
cuando no ridículo.
El miedo es una sensación
principalmente emocional. Repercute casi inmediatamente en el cuerpo y da lugar
a alguno de estos tres reflejos: parálisis, fuga o ataque. Las tres condicionan
la respuesta futura, e influyen en el carácter o forma de ser de la persona.
Las tres son igualmente positivas y negativas, dependiendo de si tienen
adaptabilidad o son rígidas. Incluso en su rigidez forman parte de un mecanismo
adaptativo de supervivencia. Pero, en esa mismo mecanismo, está también el
problema, pues huir, o paralizarse, o atacar, no sirven para todas las
ocasiones por igual. Incluso pueden ser mecanismos que nos lleven al desastre
si no le ponemos consciencia.
La adaptabilidad al medio es una de
las cualidades que ha hecho posible el triunfo de nuestra especie humana. Por
ello el individuo y las sociedades adaptables tienen mejores posibilidades que
las rígidas. Ello sin minusvalorar la rigidez como forma de resistencia.
Finalmente, recordemos que la sensación
emocional y su repercusión corporal, pasan al intelecto o modo de pensamiento.
El cual, a su vez, y desde el “yo”, construye un argumento para justificar, en
el presente y futuro, cualquiera de las tres reacciones.
La persona se hace (y la hacen) así y
se piensa después y se afirma así. Valores como la prudencia, el respeto a la
norma o la valentía/heroísmo, vienen a respaldar la forma en que el carácter se
ha construido.
El individuo puede así unir sus tres
sistemas de sensación corporal y emocional con su juicio intelectual y validar
sus acciones o enjuiciarlas.
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