El teatro/mercado del
mundo de Calderón
Se cierra el telón y me quedo
enmimismado. Calderón me suele producir esta sensación de entrar en algo
profundo. Puede ser que desde que leí y luego vi representada “la vida es
sueño” hay algo siempre onírico, que se disuelve entre la realidad y el
ensueño.
En este caso, el auto sacramental de
“El gran mercado del mundo” nos pone ante la vida como una ocasión para hacer y
realizarse de acuerdo con el bien, sabiendo que el mal nos lleva por el camino
desviado y al castigo eterno. Las virtudes y las pasiones toman el papel de
personajes como sucede en su auto más famoso, “El gran teatro del mundo”.
No sabemos si don Pedro tuvo alguna
experiencia que le guiara a darse cuenta de que la vida es un sueño, es decir
que la realidad no es lo que parece. Es esta una afirmación querida de muchos
orientales, en particular de ramas del budismo que nos muestran como la
percepción de la realidad desde el yo es una pura invención de la mente,
querida y enseñoreada por el yo.
Lo que me llama la atención en Calderón
es que vivió en una época en que la España peninsular era regida por el catolicismo
más obscuro y perseguidor. La mayor parte de su vida bajo el reinado de Felipe
IV, con quien el imperio comienza a derrumbarse y la Iglesia a auparse a lo mas
alto del poder terrenal y espiritual. Y el final de su vida, bajo el reinado de
un rey enfermo y demente, Carlos II, un personaje cuya biografía produce
angustia.
Calderón muere ya mayor, a los 81 años,
en pleno dominio de ese rey, que augura lo peor social y políticamente a un
país sometido y que vive de su pasado. Metido a sacerdote, tal vez para
preservarse de las jerarquías y para poder al menos escribir, sus obras
traslucen una angustia existencial tapada bajo un catolicismo muy conservador y
lleno de represión.
Por eso, viendo la obra, bajo el
particular signo de su director, trataba de leer entre líneas cuales serían los
auténticos sentimientos y convicciones de este escritor, que a veces parece que
hubiera tocado la luz, y otras que estuviera sujeto a la más profunda
obscuridad de la fe ciega y represora.
Me fijo en este verso de “El gran
teatro”:
No olvides que es comedia nuestra vida
y teatro de farsa el mundo todo,
que muda el aparato por instantes
y que todos en él somos farsantes;
Prefiere decir que el mundo es
comedia más que tragedia, o teatro de farsa más que de miedo. Que todo está en
perpetua transformación, a cada instante. Que, por lo tanto nada permanece. No
vale la pena estar tan preocupado por las cosas.
Y que, al ser todos farsantes, es
decir actores pero también mentirosos, no necesitamos tomarnos nada muy en
serio, pues la vida pasa a través de nosotros.
Con lo que, yo deduzco, que más
nos vale darnos cuenta del rol que actuamos y de lo tremendamente en serio que
nos tomamos nuestro papel.
Sin darnos cuenta de que estamos rolando sin
parar, hasta que la vida se desvanece de nuestro actor o actriz.
Y la realidad se disuelve de
nuevo en el sueño.
O viceversa.
“… que todo bien es pequeño.
Que toda la vida es sueño,
Y los sueños, sueños son”
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