OIR Y ESCUCHAR: EL VÍNCULO EMPÁTICO.
La audición es un fenómeno físico, orgánico, asociado al sentido del oído.
Los sonidos producen una vibración en el órgano que los transmite al cerebro. Éste
lo interpreta en forma de imágenes, sensaciones o palabras. Las palabras son,
por su parte, representaciones
simbólicas de cosas o acciones.
Cuando oímos
se pone en marcha todo un mecanismo de interpretación y de alerta. Ello puede
dar lugar a que se desencadenen distinto tipo de reacciones, entre ellas
biológicas, como la estimulación de glándulas productoras de neurotransmisores.
Estas repercusiones vienen, a su vez, condicionadas por estímulos pasados y
presentimientos futuros y comportan variaciones en nuestra forma de interpretar
la realidad.
Por otra
parte, la realidad no puede ser concebida como algo “externo” a nosotros,
puesto que formamos parte de ella. En este sentido, sujeto (yo) y objeto (mundo
externo) forman un conjunto, una Gestalt de formas cambiantes. Según la forma
en que interpretemos la realidad, ésta es percibida de una u otra manera. A su
vez, la realidad exterior modifica
nuestra propia percepción o concepción de nosotros mismos. La noción física y
psicológica moderna es poco compatible con un sujeto observador “neutral” que
“anota” lo que sucede.
El oído tiene
determinadas capacidades. Unas son
generales a la especie. Otras son específicas de algunos individuos. Así,
decimos de alguien que tiene un oído “fino” o “duro”. En este sentido, el
sentido del oído es cuantificable en relación a otros. Por otro lado, cada
persona “oye” lo que en cada momento puede: dice el dicho que “no hay peor
sordo que el que no quiere oír”. Se trata pues de una escucha selectiva según
el sujeto, lo que le rodea y su momento vital. En realidad, al dicho se le
podría sustituir el “quiere” por el “puede”.
En su significado
etimológico, escuchar implica “aplicar la oreja” (auscultare en latín), unido a la raíz indoeuropea klei, que derivó en latín hacia
inclinarse. Así pues. escuchar implica –etimológicamente- aplicar la oreja
inclinándose.
En una
relación de contacto entre un ser y otro, la escucha forma parte indisoluble de
la misma. Escucha viene siendo oír con empatía, entendiendo lo que al otro le
pasa sin juzgarlo. Es imposible
establecer un vínculo con el otro, de carácter horizontal, sin que haya
escucha. Subrayo horizontal porque para constituir otro tipo de relaciones no
es imprescindible. El amo intolerante no escucha (si es que oye) a sus siervos,
ni toma en cuenta sus deseos. El marido machista no escucha a su mujer e
implanta una correspondencia rígida y vertical. Sin embargo hay una relación. Esta
relación, que es de subordinación, tiene poca “cantidad” de escucha, aunque
haya oído, ya que lo que al otro le sucede no altera la dinámica de la relación
(así decimos “fue sordo a mis súplicas”).
Lo mismo
podría decirse de estados emocionales alterados (como la ira, o por el efecto
de sustancias que alteran la conciencia). Por ello, una persona puede tener un
fino oído y poca capacidad de escucha. Y también puede suceder lo opuesto: personas
con dificultad para oír que tienen una excelente capacidad para escuchar. Aún
cuando oigan poco, usan el resto de sus sentidos y una atención plena para
poder escuchar.
En el caso de
la relación terapéutica, se da además, y en relación a la escucha, un vínculo
horizontal y disímil. Horizontal en la medida en que nadie es “más” que el
otro. Y disímil porque se juega con roles diferentes. Uno trata de ayudar al
otro a que entienda su vida en el marco de su existencia y a que pueda tomar
decisiones más libres, alejadas del marco rígido del carácter. El otro, el
cliente, porque permite que el terapeuta penetre en su intimidad y en su vida
presente (pero también pasada y futura) para alcanzar un nivel mayor de
conciencia, de libertad y de felicidad. Eso es posible gracias al
establecimiento de la confianza.
Aunque he hablado
de oír y escuchar en su sentido más literal, la escucha en el terreno de la
terapia tiene un sentido bastante más amplio.
En terapia
Gestalt, puede decirse que es el elemento “sine que non” puede existir una
relación. Por eso, en el entrenamiento para terapeutas, este tema aparece bajo
muy variadas formas. Los futuros gestaltistas son animados una y otra vez
a abrir sus canales de escucha y a
utilizar no tan solo el oído, la oreja, para entender lo que el otro transmite,
sino a “inclinarse” lo más posible para comprender en su totalidad la expresión
del otro.
Como señala
Rollo May, para poder escuchar a otro hace falta cierta “capacidad” para la
empatía. Sin duda puede ejercitarse, y eso es lo que se pretende en una
formación terapéutica. Pero resalto de nuevo que la empatía tiene límites. En
caso de odio declaarado o de atracción sexual excesiva (o de estados contra-transferenciales manifiestos) la empatía se deforma o
desaparece. Y con ella la escucha. El terapeuta debe entonces cuestionarse su
rol o/y acudir a supervisión.
En terapia
Gestalt usamos la escucha en un amplio horizonte. Pues abarca atender al
sentido de las palabras (explicación racional o razonada), pero también a sus
pausas, su ritmo y su entonación. Y a como se aplican los silencios entre
ellas. Y de qué manera el cuerpo apoya o desaprueba el sentido de lo que se dice.
O bien los ojos. Y la sudoración que viene con lo que se dice. Así mismo, los
movimientos que quieren ayudar a matizar o subrayar los sentidos. Pero también
los suspiros que tal vez terminan una palabra… Y todo ello es escucha. Una
escucha que en Gestalt calificamos de escucha atenta. Atenta porque todos
nuestros sentidos están con la persona que se expresa, aunque no entendamos el
significado” concreto” de sus palabras.
Puede que no
sea una forma “únicamente” gestáltica. Pero es esencial en nuestra forma
gestaltista y holística de entender la escucha. En nuestro enfoque terapéutico.
Y exige una
atención plena.
La atención
plena es posible si bajamos el nivel interpretativo. Cada vez que alguien me
habla, el cerebro (o la mente, si se prefiere) trata de colocar lo que se dice
y como es dicho (o expresado) en función de situaciones ya conocidas. Entre
estas situaciones figuran las que el terapeuta ama, teme, rechaza, le irritan,
le duermen…
Por tanto, si
su cliente bosteza puede interpretar que se aburre. O que está cansado. O que
es una persona poco formalista… Al proceder a hacer devoluciones, o a registrar
la situación para otras futuras devoluciones, corremos el riesgo de interpretar
y perdernos así la posibilidad de la empatía y de permitir al otro que continúe
ahondando en sí mismo.
Y este es un
obstáculo para la escucha.
La escucha
atenta busca permitir que el otro se exprese y que se “dé cuenta” de cómo hace,
como expresa, como siente, e incluso que repercusiones tiene su proceder. En
este último caso el otro (terapeuta) le puede devolver que su gesto le molesta
(aunque no sea para el cliente un gesto “hecho para molestar”). Este último
caso, que procede en determinadas situaciones de un proceso, se encuentra en el
ámbito de la transparencia, que es usada para beneficio del paciente y no para
alivio del terapeuta.
Por ello, la
escucha en terapia gestáltica requiere un entrenamiento. Es obvio que es
adecuada para muchas otras situaciones fuera del ámbito ¡Cuantas veces
quisiéramos sentirnos escuchados y no rebatidos, ayudados, aconsejados,
reprimidos o castigados…! ¡Cuantas veces diríamos al otro que se calle y nos
permita expresarnos! (recordemos la frase regia de ¡porqué no te callas!)
Esta
escucha atenta es beneficiosa para todos. Seguramente desaparecerían muchos
programas de masas basados en no escuchar sino en gritar más fuerte que otros. Seguro
que el sistema de muchos políticos se derrumbaría si escucharan lo que otro
pudiera decir con sinceridad y no para rebatirse mutuamente.
En el ámbito
de la psicoterapia la escucha atenta es la pieza fundamental. Si no la hay
habrá otra cosa que puede, no digo que no, ser útil en otros casos:
diagnóstico, interpretación conforme a modelos preestablecidos, catalogación,
confesión, paternalismo o ejercicios para provocar estímulo.
Sin la escucha
atenta será difícil que avancemos en el terreno de formar un vínculo de
confianza con el otro. Puede que nos adentremos en otro tipo de relación
vertical. Puede que nos sintamos más “profesionales” o más “gurús”, pero será difícil que entendamos lo que se nos dice
Y, a mi
juicio, nos estaremos alejando de lo que, en Gestalt, se entiende como
escucha.
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