domingo, 1 de enero de 2012

El Invierno


El invierno

Lo que más me impresiona del inverno son las plantas, que reflejan el ánimo de la Tierra en esta época y en el hemisferio norte. Muchas son de hoja caduca, así que dejan caer las hojas y forman lechos a su alrededor, casi siempre amarillos, al principio brillante y mullido, luego apagado y crujiente. Muchas plantas se alimentan de sus propias hojas que enriquecen y abonan la tierra, siempre y cuando no se las quiten para limpiar los parques y dejarlos impecables a la vista.

Las plantas grandes en invierno enseñan sus ramas y se hacen esquemáticas, desprovistas de ropaje y pareciera que están muertas, pues la vida, la clorofila se refugia en su interior y así se hacen menos vulnerables al frío de la estación.

La caída de las hojas en el otoño da paso al silencioso invierno, que en mi ciudad se vive sobre todo en los parques grandes, como el del Oeste. Silencio interrumpido por las aves que pasan en grandes bandadas, tordos, palomas, urracas, gaviotas adaptadas al interior, algún cuervo y miles de humildes gorriones. Ahora además hay pericos verdes americanos, que colonizan las ciudades de la Península, desde que el clima es más cálido y lo llenan de chillidos y de interminables conversaciones a gritos. Le dan vida y alegría al silencio del invierno.

Los árboles sin hojas me recuerdan la vida de los humanos, inevitablemente marcada también por las estaciones de la vida. De ellas, el invierno corresponde, en mi imaginación, a la ancianidad. El anciano suele haber perdido muchas de las ropas que tiene el joven, principalmente las que son innecesarias para ese tiempo. Declinan el cabello, los dientes, los sentidos se hacen menos eficaces, las articulaciones más rígidas, la columna tiende a encorvarse… Y en uno de esos inviernos, el frío penetra en el tronco desnudo y la vida se retira del todo, mientras la madera se pudre y fermenta produciendo vida para otras plantas. Puede que la vida actual apenas deje percibir estos signos. Las cremas y maquillajes, la cirugía plástica, el intento de arreglar el cuerpo para que parezca joven, alejado del invierno corporal que no se lleva en la moda y a los sumo e permite que sea otoñal… Pero las personas conocen su realidad interna y como se dice ,“la procesión va por dentro” y todos sabemos que el tiempo, el gran escultor de la vida y de la muerte, nos va acercando al final.

El invierno puede parecer triste a algunos, por su cercanía con el fin. Pero en la naturaleza, cuando la observamos de cerca y dejamos un poco de lado los paralelismos, es bien diferente. Es un momento de recogimiento, de adaptación al clima. El frío puede limpiar de plagas a las plantas fuertes y dejarlas preparadas para una nueva primavera, al igual que puede dar termino a una vida que fue plena o que no pudo llegar a serlo. Por eso hoy, cuando me paseaba por el parque y contemplaba las plantas recogidas, retiradas en su interior, silenciosas, me llegaba también una poderosa sensación de paz, de aire limpio y frío, de cielo azul intenso, mientras las sierras cercanas nos enviaban aire de nieve, algo cada vez menos frecuente en la ciudad.

Y traté de ver el invierno en mi interior, la sangre y el dinamismo más apartado. Es difícil pues, hoy por hoy, el invierno lleva a una actividad similar o incluso superior a otras estaciones. La laboriosidad de la ciudad moderna no tiene pausas. Por eso, me gusta recorrer la naturaleza en las diferentes estaciones, porque me conecta con estados de espíritu cambiantes. Un amigo me decía el otro día que el invierno trae fortaleza. Quien lo resiste llega más sano al siguiente tramo. Puede que si. A mi me trae, cuando lo permito, retirada, deseo de soledad, aquietamiento…

Y me quedé mirando a un grupo de álamos desnudos y grises, iluminados por el sol anaranjado del final de la tarde de este día de este año que inicia. Insensible a los vaivenes de los humanos, a los deseos, a las crisis, a las emociones. El árbol me transmitió casi enseguida esto. Y sentí la profunda gratitud de que existieran y fueran mi compañía.

Y una vez más amé a los parques, a las plantas, grandes y pequeñas, que acogen mis ansiedades y las dulcifican y parecen estar ahí, sin querer nada: solamente dando su presencia.

1 de enero de 2012

3 comentarios:

Sandovictor Hugo dijo...

Ya comenzamos el año y ya tenemos el deleite de despertar con otro de tus artículos. Felicitaciones!

Ch dijo...

Cuando leo tus escritos me hacen reflexionar, cuando reflexiono me gusta hacerlo por escrito, cuando he escrito siento el deseo de compartirlo.
Este texto sobre el invierno ha hecho manar un pequeño río de evocaciones en mí interior. He recordado uno de los cuentos que he leído a mis hijas a lo largo de algunos años, ahora ya no suelo hacerlo porque se han hecho “mayores”, aunque de vez en cuando recordamos esos viejos tiempos con una lectura nocturna.
El cuento en cuestión se titula “Los niños de las raíces”, en él se narra como los niños- planta duermen en las profundidades del suelo terrestre hasta que Madre tierra los despierta a la llegada de la primavera, para salir de nuevo a la superficie. Recuerdo en especial una ilustración en que se ve en procesión a una hilera de niños portando las flores que representan. Obviamente se trata de una alegoría de los ciclos de la naturaleza.
Otro cuento que me ha venido a la memoria es un sencillo relato en que se cuenta la historia de una pequeña oruga que quería ser mariposa para volar cerca del sol, y cómo, para conseguirlo, hubo de formar un capullo y mantenerse muy quieta, sintiendo que estaba a punto de morir, hasta que se obró el milagro de la transformación, y pudo hacer realidad su sueño.
Lo que ambos cuentos tienen en común es que se refieren a ése estado de latencia que parece consustancial a todo cambio o nuevo nacimiento. Siguiendo con las alegorías, el invierno sería la muerte, que dará paso a una nueva existencia, un tiempo de contracción, retirada a las profundidades, al capullo, para esperar que lo nuevo aparezca. Lo individual muere y renace en otra individualidad, la esencia se perpetúa así, manifestándose de una manera igual y diferente a la vez.
La otra marea de evocaciones proviene del recuerdo de mí abuela y los momentos que solía pasar con ella en la época de mí adolescencia. Recuerdo como la escuchaba narrar una y otra vez los acontecimientos de su juventud, cuando era feliz y no tenía más preocupaciones que pensar en el vestido que se pondría el próximo día de fiesta. Yo sentía su melancólica añoranza por aquel tiempo pasado, y pensaba lo duro que debió ser para ella cuando se casó y tuvo hijos, acabándose para siempre sus sueños de ser la princesa de un cuento de hadas.
Era anciana y yo la quería y sufría cuando decía que tenía ganas de morirse, porque no entendía que mí amor no fuera suficiente para que ella se sintiera feliz en la tierra, supongo que esto era egoísmo infantil, al fin y al cabo yo pasaba con ella solo algunos momentos de unos cuantos días, un mes al año. No podía dedicarme por completo a insuflarle ganas de vivir, pero cuando estaba con ella hacía todo lo posible…. de alguna manera acabé por absorber su melancolía, que me ha seguido acompañando hasta hoy.
Así es como ella vivía su ancianidad, sin embargo creo que hay algunas personas que llegan a esta etapa para transformarse en una especie de linternas que alumbran a quienes tienen alrededor, gracias a toda la sabiduría acumulada a lo largo de su existencia, trascendida toda ambición personal, con la humildad de saber que pronto dejarán este mundo y sin embargo llenas de amor por la vida y por sus semejantes. Se me ocurre para acabar un refrán que de fino no tiene nada, pero me parece que viene al pelo: “Hasta el rabo, todo es toro”.

miguel albiñana dijo...

Comparto tu gusto, Ch, por los cambios de estación y en particular por el de invierno. El solsticio trae el sueño profundo, tan simnilar a la idea de la muerte, aunque se mantenga en la misma existencia. Hace pensar en que la esencia permanece. Al menos durante el tiempo que viva la especie...
Y esas abuelas y abuelos! permanente recuerdo de que la vida decae... a veces con sabiduría y a veces con amargura...
Farolillos de cola que nos amplían la perspectiva de la vida...
Gracias por los comentarios a los dos.