Recordé una vieja canción francesa de un cura llamado Duval: "le ciel est rouge, el fera beau", que me trasladaban a otras épocas, a mi infancia, a mi madre tarareándola...
Quien sabe si al dia siguiente haría bueno: nada importaba ante la relación que se producía entre el cielo algodonoso y bermellón, anaranjado, ocre, amarillo... todo se trasladaba directamente a mi cuerpo, que, asombrado, callaba.
Por muy espectacular que sea la imagen que os comparto, gracias a la técnica de captación de fotografía, el momento que viví queda gravado, sigue siendo, permanece como en un eterno ahora.
Y esta es la gran paradoja de nuestra mente, capaz de recoger las sensaciones y reproducirlas "como si" fueran presentes, aunque ya no lo son.
Pero el agradecimiento permanece, la sinfonía de colores, el canto magnífico a la vida en el planeta Tierra.
3 comentarios:
un cielo hermoso, gracias por compartirlo.
Esos momentos como el que describes, cuando los vivo (menos a menudo de lo que desearía), me llevan a conectarme con algo que es eterno y entonces las barreras entre lo que soy y lo que me rodea desaparecen, como cuando dices que lo que veías se trasladaba a tú cuerpo que permanecía asombrado y silencioso, vaciado y llenado por la plenitud de un atardecer. Cuando esto ocurre siento que todo está bien, que tengo un lugar en el universo y también que todo está presente en el instante y en el lugar, aunque sea de otro tiempo y otro espacio. Me parece difícil describir estas experiencias con palabras, aunque merece la pena intentarlo.
Gracias Charo, entiendo que no es facilmente escriptible, que es subjetivo y sin embargo entiendo la experiencia...
Para mi es el eterno presente...
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