Claudio Naranjo
Nos conocimos en 1983, en la ciudad de México, en donde yo trabajaba por entonces.
Fue a través de Guillermo G. Borja (Memo), por entonces mi terapeuta, quien lo
había adoptado como maestro.
Claudio produjo en mí una
impresión profunda desde el primer momento. A partir de aquel
tiempo, su enseñanza me ha seguido de
cerca y me ha animado a mantenerme en el camino de la psicoterapia, en el
camino simplemente. Supe de sus primeros trabajos en relación al Eneagrama y a
la estructura del carácter, allá por el año 1984. A partir de ahí y tras
la gran divulgación que se ha producido en este tema, su
investigación sigue siendo una guía para todos los que con él nos iniciamos.
Para mí, el recuerdo del vacío que se deriva de
cada uno de los rasgos y la búsqueda de sentido subyacente, es una
aportación que se mantiene en el curso de mi vida y de mi propia enseñanza.
Quisiera destacar tres aspectos de la
personalidad de Claudio que me han servido de enseñanza.
Creo que algo que siempre me ha gustado fue su sentido de la curiosidad.
En su itinerario de vida, en la que tantas personas relevantes se le han cruzado, ha sabido detenerse
cerca sin que eso altere su propia trayectoria. Siempre dije que me
hubiera gustado hacerle una entrevista sobre sus propios encuentros con gentes
notables, de los que alguna vez nos ha dado noticia. Una vida tan rica tiene
mucho que legar y Claudio supo hacerlo, dedicando estos años últimos a escribir
prolíficamente.
Esta curiosidad le hizo pasar por muy diversas enseñanzas, de las que
nos ha hecho partícipe en sus cursos, en sus talleres y en sus escritos. Y,
este mismo sentido, me recuerda, en tantos ratos pasados con él, como se dedicó con esmerada atención a las distintas
personas que por él pasaron, cientos o miles, en los muy diversos talleres que
ha ido creando y entre los que el SAT (searchers after truth) ha sido
uno de sus más creativos. Pocas
actividades he disfrutado tanto como aquellos meses pasados con los compañeros
y compañeras, entre 1987 y 1990, en
aquél prodigioso lugar que se llamó Babia, en Almería que habia fundado el
malogrado Ignacio Martín Pollo.
La figura de Claudio, su orientación en
momentos en que mi carácter empezaba a cambiar radicalmente, deslizándose por
la senda de la meditación profunda, fue primordial. La aceptación de la propia
locura, en el sentido de darme permiso para admitir las distintas posibilidades
de la realidad y de su percepción, han constituido para mi un principio básico
desde aquellos años. Y ver al maestro desde su propia realidad, como uno más, me ha adentrado en esa aceptación de mi
mismo y de las si mismos de los otros. Recuerdo una vez que le dije lo
difícil que me resultaba dirigirme a él. Evoco su mirada sin palabras, quitando
importancia a mi momento de timidez, ese instante de aceptación de lo que hay,
y mi propia mente diciéndome algo así como “no fuerces las cosas, todo llega en
su momento...”. Hoy veo al hombre, a su trayectoria de vida y el no
juicio está aquí conmigo. Las
cosas son como son y las personas también. Es quizás mi más amado instrumento
terapéutico.
Esta curiosidad que le llevó a las selvas
sudamericanas, a la investigación en el campo de los enteógenos, al
psicoanálisis junguiano, a la Gestalt, a enfoques terapéuticos diversos, a la
música, a la meditación desde prismas diferentes y un inmenso etc. Todo esto es
una enseñanza en sí misma sobre la variedad
del camino, la necesidad de seguir investigando, pues la vida, dentro de
su brevedad comparativa, es un prodigioso crisol de experiencias que nos ayudan
a ir aceptando, entendiendo, o conviniendo que no podemos entender. Los ojos de
curiosidad aceptante del maestro me ayudan en esos momentos difíciles de la
vida. Me auxilian reflejándose en los míos. Mi propia boca es ahora la que dice
“no sé porqué la Gran Madre ahoga a sus hijos, pero tal vez no ha llegado el
momento de saber”. Y, así, mi consciencia se va abriendo, dejando entrar ese
otro filo de la Inmensa Realidad.
Sabiduría. Es esta una cualidad que encaja no solamente en la capacidad
de saber y de relacionar los conocimientos entre sí. Sin duda, para una
personalidad intelectual como la mía, la capacidad de Claudio es deslumbrante.
No es sólo lo que vi que sabía, sino como era capaz de relacionar los
conocimientos entre sí. Lo mismo los mitos, que los aspectos más complejos del
psicoanálisis, la literatura universal... se entremezclan en este hombre sabio.
Con todo, esta sabiduría no es la que hoy más me emociona. Lo que más me
conmueve son esos momentos pasados en
meditación, en sus distintos estilos y en los que la mente se olvida de sí
misma, lejos ya del susto inicial ante la nada o el vacío. Ese conocimiento
también lo compartí con él, desde el desapego. Una cualidad que hoy requiero, a
medida que mi vida avanza y que la cuesta de la montaña se hace más solitaria.
El desapego es una
tercera cualidad que destaco de Claudio. Profundamente ligado a la sabiduría y
a la curiosidad, esta facultad me permite ver las dos caras de una misma
moneda. Por un lado, está la posibilidad de no inmiscuirse en nada accesorio en
la vida, en contemplar siempre como meta lo esencial. Es compatible con la
ambición de realizar los fines que cada quien debe plantearse, acordes con las
capacidades a desarrollar. Es un recordatorio de la transitoriedad, de la
evolución en la que estamos inmersos, en vida al menos.
Por otro lado, para mí,
es, así mismo, una toma de conciencia de que el desapego no es una falta de
interés hacia lo que me atañe, hacia lo que amo o hacia quienes amo. Muy al
contrario, es la constatación de que mi vida merece ser vivida incluso con su
carácter perecedero. Tomando lo que hay con la máxima implicación. Y, sin
embargo, dejando pasar aquello que ya no tiene sentido en el presente. De esta manera, el desapego va unido al entusiasmo
y a la tenacidad en las metas y en los afectos.
Tres cualidades en una persona que es un hito entre todos los que le hemos conocido y admirado. Como
Ulises, acercándose a Itaca, la vida de Claudio estuvo llena de experiencias,
de enseñanzas, de maestría que ha sabido y está pudiendo transmitir.
Que la paz te acompañe Claudio
Miguel
Albiñana
6 comentarios:
¡Que la paz te acompañe Claudio!
Fantástica descripción....que La Luz lo acompañe!
Gracias Miguel por estas profundas palabras. Él sigue presente en todos los que tuvimos la suerte de conocerle y de algún modo somos su legado. Un abrazo para ti y mi admiración por el maestro.
Descanse en paz. Su luz y enseñanza dejó huella a buen seguro a todos los que le conocisteis.
Si quieres conocer algo más sobre sus encuentros con hombres famosos, no dejes de leer su último libro publicado: Ascenso y descenso de la montaña sagrada, donde hace recuento, entre otras cosas, esos encuentros.
gracias por vuestros comentarios. Y gracias anónimo. Ya tengo el libro del que hablas.
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