Es una reconciliación permanente con esta estación melancólica, asociada al final del calor, que es la cumbre del año, así como la madurez parece ser la cumbre de la vida... Parece, pero tal vez no es. En el otoño de mi vida hay asuntos que veo con mucha mayor claridad que en el verano de la existencia, son más liberadoras, más tranquilizantes. En el verano, parece que uno tiene más que perder, pues ¡queda tanto por hacer, por disfrutar!... En tanto que en el otoño el tiempo se encarga de dejar caer las hojas, las vanidades, los deseos incumplidos...
El otoño alivia el espíritu, apartando lo que nunca ya será y deja en el suelo el blando tamiz de los hechos cumplidos y de las esperanzas rotas, alimentando y fecundando el suelo para que otros árboles crezcan con la riqueza y la experiencia dejada.
El otoño es un despertador permanente de la conciencia del tiempo, de la vida efímera y sin embargo rica en experiencia. Es una forma de detenerse, de contemplar como la vida pasa tan callando...
El árbol, en su esplendor dorado, es un monumento constante a la creación, a la vida, a la naturaleza y de ella misma.
Es una instancia al eterno presente, un recordatorio de que de nada sirve agarrarse a nada y sin embargo que el ahora está aquí siempre con nosotros.
3 comentarios:
Hermoso artículoª Gracias.
Realmente el árbol de la foto es esplendoroso, maravilloso. Yo adoro los árboles, me emociono mirándolos, creo que no hay una vidriera en una catedral que pueda acercarse en belleza, al juego de luces que aparece cuando se mira desde abajo a la copa de un castaño de indias. Cada día paso, conduciendo el coche, delante de un tejo grandioso que me tiene enamorada.
Creo que si me fijo, cada árbol tiene algo que es hermosamente único. Para mí son seres tranquilizadores, confiables. En mí época de universitaria, he recorrido todos los parques de Madrid alucinando con la enorme variedad del género arbóreo. Me gustan en otoño, y me encanta ver las ramas desnudas en invierno, cuando cae el sol y su forma es una silueta oscura contra las llamas del cielo al atardecer.
De niña, mirando por la ventana de mi habitación veía un alto ciprés alzándose frente a mí, como vivía en un quinto piso, podía verlo a la altura de su copa, entonces sentía un inefable anhelo de ser árbol, y cielo, y me parecía que me salía de mí cuerpo humano y podía elevarme y convertirme en nube que lo veía todo desde arriba. La sensación duraba unos instantes, pero su recuerdo aún perdura. A veces he vuelto a sentir algo parecido y casi siempre ha sido al contacto con la naturaleza, rodeada de árboles.
Tu reflexión, Miguel, acerca del otoño de la vida, me trae una sensación que se asemeja a la que me producen los árboles, ésos grandes y acogedores, que a mí me dan ganas de abrazar…
En verdad Charo que te agradezco tu comentario. EL mundo vegetal es para mi un compañero inseparable desde niño y me fascina su forma de organizarse en todo clima.
Cada uno nos proporciona un camino, cuando sabemos verlos.
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