domingo, 7 de septiembre de 2008

el cuarto corredor


La conversación ayer con una querida persona me ha inspirado estos pensamientos:

La energía se mueve a través del deseo, que podríamos calificar como una corriente que da impulso hacia un movimiento destinado a satisfacerlo.
La naturaleza del deseo es un conocimiento que lleva muy lejos en el origen de la vida, tanto en el planeta como, trascendentemente, en el Universo. Hasta hace bien poco correspondía al campo exclusivo de la filosofía, cuando no de la teología. Con el avance de las ciencias biomoleculares podemos encontrar respuestas también desde este ángulo.
No es mi intención profundizar ahora en la naturaleza del deseo.
El deseo, como impulso, transcurre por corredores básicos, que en el caso del humano, se han ido haciendo cada vez más complejos y encubriendo, de forma aparentemente, esos "corredores". Me refiero al impulso de autoconservación, al social y al sexual. De forma profunda, han sido analizados por diversas corrientes de opinión que han dado prioridad, por lo general, a alguno de ellos.Tras la aparente complejidad de los deseos es posible descubrir que alguno de los instintos está latente.
En la autoconservación, localizamos la necesidad de permanencia, mediante las satisfacciones básicas, principalmente la alimentación, el hogar, lo que nos puede ayudar a mantenernos en una homeostasis o equilibrio. Tiene que ver con cuidarse y ser cuidado.
En lo social, enfocamos la capacidad para relacionarnos con el mundo, principalmente con los seres similares a nosotros, pero también con los demás seres vivos. Lleva consigo la necesidad de reconocimiento, de influencia social y en su aspecto político, el poder, para bien o para dominio de los demás.
El instinto sexual, en el que tanto ha hecho énfasis la corriente freudiana, busca esencialmente la reproducción, la continuación de la especie. No sólo. El placer, la satisfacción del deseo de poseer/ser poseído, el dominio que puede llevar consigo, son algunas de las características de este corredor del deseo.
Los instintos no son estáticos ni en el tiempo ni en el espacio, sino que están sometidos, como el resto de la creación, a ellos. Quiere esto decir que según los tiempos de vida personal, según los tiempos planetarios y según los lugares, su intensidad y su proporción varían.
Evidentemente, en el aspecto individual también, puesto que cada creatura tiene sus propias variables al nacer y es además influida por su entorno en relación a la proporcionalidad del deseo, con casi infinita variedad de matices. "Cada edad tiene su afán".Algunos deseos los calificamos de "sanos" y otros de "enfermos", en función de si proporcionan felicidad al individuo o de si son considerados "agresivos" o adecuados para el entorno social ( muchas veces en función de una estadística mayoritaria).
El deseo, de esta manera, es la energía que nos mueve o que nos puede mover. No siempre nos mueve, puesto que sus objetivos son censurados tanto desde el propio individuo como desde el entorno: autocensura o censura social. La censura del deseo promueve la adaptación a los valores generalmente aceptados por el grupo, pero también viene promovida para una mejor consecución de las metas instintivas. Por ejemplo, la monogamia durante mucho tiempo y en muchas sociedades ha sido el mejor método para lograr una armonía social y ha sido reforzada con mandatos políticos y morales, léase religiosos. A medida que esta medida deja de ser imprescindible, o incluso necesaria, la sociedad va abriéndose a nuevas perspectivas. Lo mismo podría decirse de la poligamia practicada en sociedades en donde hay pocos hombres y más mujeres y lo que se pretende es impulsar los nacimientos. A ello se le añade el "valor" de que es el hombre el "patriarca" al que han de obedecer las mujeres. Terminado ese periodo, se produce un cambio, en general acompañado de trastornos políticos y sociales para adaptarse al nuevo entorno.
Pues bien, si el deseo se canaliza a través de estos instintos fundamentales, la energía que promueve el deseo es imprescindible para mantener en pie la vida constituida por esos instintos. Sin conservación, sociabilidad y sexualidad, podríamos decir que todo se "detendría". Las consecuencias de este paro pueden ser imaginadas por el lector. No me detengo ahora en esto.
Cabe preguntarse si existe algún otro canal o "corredor" para llevar a cabo los deseos.
Se nos ha hablado mucho del deseo de inmortalidad, por ejemplo. Casi todo lo que va unido a este deseo está relacionado con la prolongación "sine die" de alguno de los instintos a satisfacer, algo así como a mayor tiempo de satisfacción mayor y mejor satisfacción. Desde las huríes, a la visión beatífica, pasando por un sin fin de premios a los que dediquen sus energías de este mundo al "bien", son metas a alcanzar relacionadas con prolongar el placer de algo que se puede conseguir en este mundo por un tiempo breve y efímero. Se me puede decir que la visión beatífica (la contemplación por un ser individual y "eterno" en Dios , es decir en lo que Es/No Es, siguiendo el binomio Heráclito/Parménides) no corresponde a ninguno de los tres instintos. Que es una gratificación que no corresponde propiamente a ningunos de esos instintos, que busca algo desde otra instancia del ser individual. Por supuesto, se nos dirá también que es una facultad que solamente puede alcanzar el ser humano, y aún, el ser humano consciente de su altísima responsabilidad existencial ante su Ser.
Para llegar a alguna conclusión no intelectual (de las intelectuales tenemos ya abundantes y densos ejemplos en la filosofía occidental de raíces helenístico-judeocristianas) habremos primeramente de comprobar con la experiencia, cual es el sensor capaz de responder a este deseo, haciendo un a priori de que existe el tal deseo y el tal sensor.
Bastantes personas hemos podido experimentar una sensación no relacionada con los tres instintos al contemplar la creación y tener un sentido de pertenencia. Algo que Freud intenta explicar como la sensación oceánica, pero que pierde su sentido al retrotraerla a los estados regresivos uterinos. Si se trata de una regresión ya no es una vivencia "presente", del "aquí y ahora", sino una demanda melancólica de vuelta atrás, como una comparación con un presente menos satisfactorio que lo anterior.
La contemplación de un atardecer, de una flor, del océano, de un rostro bello... Las personas que, siguiendo diversas tradiciones místicas, alcanzan un estado "beatífico" mediante la oración, el baile ritual, la meditación oriental, la respiración holotrópica o incluso la ingesta de determinadas substancias que producen un cambio bioquímico (los rituales también los producen aunque de forma "natural"), pueden conocer, aunque difícilmente describir, estas sensaciones. Habitualmente, la poesía o algunas de las artes pueden facultar al receptor de estas sensaciones para transmitir a los demás la vivencia "contemplativa".
Según este "a priori" de que existe una sensación no directamente relacionada con los tres instintos básicos y de que ello puede originar un deseo en esa dirección (el deseo de ser "poseído" por lo divino, por lo "trascendente") nos encontraríamos que, al menos en el ser humano consciente, hay un cuarto "corredor" para el deseo, que es la búsqueda de la satisfacción de lo divino, y que sus manifestaciones pueden ser tantas como humanos haya, aunque el deseo podría ser uno: la unión con el ser, de acuerdo con lo que los "místicos" han procurado trasladarnos en sus vivencias tan diversas.
Bien.
Entonces nos encontramos con que los tres instintos no serían tres sino cuatro, puesto que lo que Naranjo califica de "única búsqueda" sería también canalizable a través del deseo (siempre y cuando no aceptemos la teoría agustiniana de que ese deseo lo concede la divinidad -divinidad creadora claro está- a su antojo, mediante el estado de "gracia", es decir un don que concede sin que sepamos porqué ni podamos hacer nada al respecto más que anhelarlo y pedirlo mediante la oración sincera).
En mi opinión y práctica, lo que sucede es que para que este deseo se instale, son necesarias unas condiciones. En primer lugar, es preciso llegar a él mediante alguno de los sentidos (dejémoslos en cinco por el momento) ¿Quien no ha experimentado un estado beatífico al gustar un delicioso alimento, al inhalar una fragancia de una flor, al contemplar un colorido o la sonrisa de un ser bello, al escuchar la tierna melodía de una voz o al recibir o entregar la caricia a alguien amado, al hacer el amor con pasión sincera y abierta...? Los sentidos nos conectan ciertamente con lo divino, entendiendo esto no como la mera satisfacción de un deseo, sino la satisfacción completa, al estilo de la descarga reichiana que nos deja ahítos y sin necesidad de repetir, agradecidos y sin anhelo, sin ansiedad por lo que ya pasó o por lo que pueda venir...
Con ello quiero decir que los sentidos son las puertas de entrada al deseo, las puertas de salida a su satisfacción y... la posibilidad de trascenderlos mediante la contemplación de lo divino que hay en ellos, es decir de la posibilidad de sentirse sin ansiedad, ni pasada ni futura. Son la posibilidad del aquí y ahora.
¿Quiere esto decir que solamente a través de los sentidos se puede llegar a ese cuarto "corredor"?
La respuesta ha intentado ser dada por los que han sido calificados de materialistas y por los que han sido considerados de espiritualistas.
Quiero decir, en primer lugar y desde este presente de mi vida, que no pienso que materia y espíritu estén separados. A lo más que me aventuro hoy es a pensar que son instancias desde donde se puede alcanzar al Ser. La negación del cuerpo a través de su mortificación o la negación del espíritu por medio de su represión son asuntos con los que la humanidad ha tenido que lidiar desde hace ya un buen tiempo (el camino medio de Buddha es un ejemplo opuesto).
Lo que pretendo decir es que para poder acceder a la contemplación por medios que no sean los sentidos (las puertas de acceso a la pertenencia) se ha de investigar en cual es la ansiedad que subyace a todo ser "consciente". Es decir, si, alcanzados los objetivos de los instintos, nos encontramos con que su satisfacción no modifica el estado de ansiedad (de deseo incontinente), es importante que nos demos una "vuelta", que investiguemos, por la "máquina" (al estilo de Gurdjieff) y tratemos de asir, mediante la experimentación, qué es lo que nos está ocurriendo: ¿Se trata de algo pasado? ¿Hemos visto ya esto a través de una investigación terapéutica profunda? Es algo que tiene que ver con el "carácter"? ¿Se trata de un asunto inconcluso que me impide vivir felizmente -¡ojo! felizmente no significa que no haya dolor?
Hecha esta investigación (pienso que es conveniente hacerla en compañía adecuada, ya que los autoanálisis pueden resultar engañosos) debemos preguntarnos si, desde la práctica de nuestra vida, hemos sido capaces en alguna ocasión de alcanzar un "bien", un estado en el que no esté directamente relacionado alguno de los instintos. Esa puede ser nuestra puerta de entrada al "cuarto corredor". Y digo ésta más que la que nos "preste" algún maestro o gurú, puesto que la nos preste en general será la suya, salvo honrosas y valiosas excepciones.
La experiencia personal es fundamental. Ello implica que, si nos dejamos orientar, ha de ser por un orientador que tenga la experiencia de facultar al buscador su propio camino.
En mi vida personal, he tenido ocasión de seguir caminos que no eran el mío, buscando fuera lo que ya tenía dentro.
Valgan estas líneas para agradecer a quienes confiaron en la sabiduría de mi propio organismo antes que en la suya.
A ellos les debo en buena parte estar ahora en el camino.

1 comentario:

José dijo...

Con lo tentador que es "comprarle" certezas al otro, descargar en el "maestro" la responsabilidad de la experiencia de la vida de uno, de la propia...vaya

Gracias por compartir este pensamiento.