miércoles, 25 de junio de 2008

el parque


El parque está hermoso hoy. La hierba verde refulge a primera hora de la mañana, entre los cedros grandes que balancean las ramas, reposados y tranquilos. Camino ligero por una senda umbría, un regalo en un parque público en donde todo ha de estar ya a la vista de todos en aras de la seguridad y de la decencia. Me gusta sentir las ramitas acariciandome y la soledad húmeda que se resguarda entre los arbustos. Los mirlos hembras, más pequeños y grises son atrevidos en comparación con los machos más tímidos que corren rápido a mi paso. Son casi mi única compañía, en este día en que los jubilados se quedan en las lindes, y la gente trabaja. Paso cerca de unos solitarios mendigos que me miran con curiosidad mientras recuentan sus ínfimas pertencias que desenvuelven del atadillo en que las guardan... Continuo mi camino y atravieso la carretera con precaución, territorio de coches que se dirigen con velocidad a sus destinos, para saltar a la otra orilla, mi favorita, en donde encuentro otra compáñía de árboles, ginkos, pinos grandes que depositan en el suelo piñones renegridos, prodigios envueltos en una madera firme y recubiertos de una tela ambar, que protegen el fruto. Me traslado, al romper uno con una piedra, a mi infancia en el parque, buscándolos como tesoros, que recogía en un frasco, en una escasa aventura infantil. El píñón me trae recuerdos de la ciudad en que nací, de mis soledades de entonces, de las ilusiones algunas cumplidas y otras dejadas en el camino de mi vida...
Avanzo. Una vieja caseta de cemento, refugio de ametralladoras que detenían el avance franquista y que ,siniestra, muestra su arpillera, ahora taponada con cemento. El lugar se hace cada vez más hermoso, mientras, entre chopos erguidos, el sol inunda el verde de un caminillo, cabeceado de avellanos. Siempre me han gustado los avellanos, cons sus varas flexibles y sus frutos verdosos, como escondidos para el intruso. Una ola de felicidad me inunda, la compañía de las plantas, el agua que murmulla, el silencio en medio de la ciudad. Me llega el pensamiento de la compañía , de compartir mi sensación de bienestar y también cuan dificil es que alguien ahora pueda acompañarme en esto. Me descansa sentir que mi felicidad ahora no depende de nadie. Está aquí. Nadie con su ausencia me la arrebata. Respiro, todavía el frescor de la mañana. El anuncio del calor de este verano, que ha venido precedido de la primavera hermosa y lluviosa que apenas acaba de finalizar.
He sentido la necesidad de compartir esto y gracias a este medio que me ha facilitado J lo puedo hacer ahora, como una hoja que dejo caer, en medio de la vida, por si algo la mira y estará bien y si nadie la mira también ...
Al final todo se conserva en la infinita mente del Universo.

3 comentarios:

José dijo...

Después de encender el ordenador para comenzar mi jornada, he venido a visitarte.

Me agacho a recoger esta hoja que dejas caer, la miro, la admiro y sigo mi camino en la certeza de saberla única y bella.

Leo textual de tu regalo de ayer "una vez evaporada la necesidad de poseer un ser, los objetos pierden su valor afectivo"

Me apetece escribir de nuevo. Y se me ocurren mil porqués y solo un paraqué

Guilherme Friaça dijo...

pues ya somos dos a agacharnos y a recoger la hoja.

Sandovictor Hugo dijo...

Hey. Hermoso paseo el tuyo. Ha sido una bella descripción de lo que más me gusta de Madrid: sus áreas verdes Además haber incluido a los mendigos, los mirlos machos más lentos que los mirlos hembras, tu cruce de ese riachuelo de coches que van a tanta velocidad y que buscan una nueva víctima. Todo para terminar en esa caseta de cemento desde donde la República resistía agonizante. Te hemos visto como un niño caminando en un bosque lleno de flores, lodo y pólvora y cal también. Está de más que te diga que viajé con tu artículo.