sábado, 27 de junio de 2009

Marcos en ELEUSIS



RELATOS VIVIDOS. ELEUSIS

El viaje de marcos

Marcos y Guián han decidido emprender un viaje juntos. Se trata de un viaje iniciático por el mundo de los símbolos. Es el primer viaje de Marcos por esas tierras, más allá de las fornteras de lo real.
Guian ya ha estado en sus cercanías.
Marcos hizo un cuaderno de viaje, del que extrajo unas notas que ahora publico con su autorización.


<< Todavía bajo el efecto del choque poderoso, trato de concentrar mis pensamientos para recordar la experiencia tan lejana ya.

Algo, internamente, me dice que no será posible regresar jamás allá donde estuve, pues el retorno al lugar en que todo se comprende exige la renuncia, la pérdida de la consciencia, de la razón, de la individualidad. Además, son tantas las facetas, los ángulos desde los que se me dio la posibilidad de VER ¡De experimentar la otra parte!
Trato de recoger algunas.

Pienso en el momento en que, con los ojos cerrados, exclamé: “Ya no soy”, “he desaparecido: soy ahora lo que percibo, soy tu, aquello, todo”.
No debía de ser tan cierto pues, muy cerca, mi compañero en el viaje mítico, G, no estaba en lo mismo. Orgulloso de su yo, (como ahora veo que yo lo estaba del mío), estaba dispuesto a enfrentarlo con lo que él concebía el mío, sin calibrar siquiera las consecuencias del choque, de la pugna necesariamente brutal entre dos formas de percepción.

Recuerdo aquellos momentos, estando mi autopercepción fuera de órbita, aquello que la dominaba pensó que tenía que bajar a tierra. Hacía poco que había sentido la necesidad de dividirme, de partirme y mi fragmento inferior había dado a luz al ser humano, tras una potente y embriagadora sensación que, proveniente del sexo, había dejado salir una fulgurante fuerza, llena de fuego.

Ignoro qué, pero, atendiendo a una llamada de abajo, mi Ser se compadeció y cual padre que envía al hijo al sacrificio, empecé a describir y a sentir el dolor y la angustia que me haría bajar a lo terreno con una sensación de cordero pascual. Sería preciso referirme a los Evangelios cristianos para aclarar lo que transitaba. Mi subconsciente –teñido del mito cristiano- pensó en el color morado, color que asociaba con el de la pasión y de la misericordia; y, efectivamente, grandes y sublimes explosiones y ondas de este color acompañaron mi descenso desde el plano superior al inferior. Aquí mi ego y el Ser tomaron, de alguna forma, contacto con la “desdichada” realidad terrena, llena de infortunio comparada con la absoluta y omnipotente de arriba. Tengo que suponer que, al hacerlo, se despertaron las impresiones pasadas, como arquetipos junguianos. Me vi sacrificado como un Cristo, como Dionisos y al llamar al Ser humano, indiferente en sus pequeñas tareas individuales, sacudido por una indignación magnífica y llena de poder (¡cuanta omnipotencia veo ahora!).

Las visiones, hasta entonces esplendorosas y pletóricas de amor, se llenaron de colores tenebrosos. Comprendí entonces que nacía al odio y por unos instantes fui odio y cólera ad infinitum, con una fuerza ilimitada. Juzgué y condené al hombre (inepto que era yo de ver mi propia y limitada humanidad) que respondía a la misericordia y a la ternura con egoísmo y con indiferencia, siendo capaz de contemplar sus más lóbregas e imposibles manifestaciones en una especie de mundo astral, inasequible a la percepción ordinaria.
Tal vez fue entonces, al quedarme solo, cuando empecé a sentir los impulsos y las posibilidades sutiles de lo terreno. Todo era tremendamente real y algo me decía que pronto habría de olvidar las precisas y perfectas explicaciones que había tenido del origen y de la creación del Universo y de la participación de la mente humana en ese proceso y de mi mismo. Por entonces, lo que sí llegó a captar mi mente es que atravesé un sinfín de sensaciones: se me mostró la sensualidad, reflejada visualmente en olas de colores brillantes amarillos, dorados, marrones, verdes y viscosos, moviéndose untuosamente, cual aceite cuasi sólido, mientras mi cuerpo se llenaba de una fuerza que, concentrada en la zona del sexo, ascendía lentamente provocando movimientos semejantes al acto.

Pero lo subconsciente (o lo fluido en mi) pensó que en aquello no me quería detener. Pedí una clave para salir de allí. Creo que se trataba de un cristal de roca límpido, que reflejaba los siete colores y por ahí desaparecí para entrar en el mundo de las riquezas, de la codicia, plasmado en colores áureos, pero espesos, sin que de aquí pueda recordar nada más.
Sé que el arco iris me salvó una de nuevo y me llevó a un nuevo lugar.

Por entonces debió de ser cuando se me enseñaron mis vidas pasadas, que eran numerosas con gran clarividencia. Recuerdo escenas bélicas, alguna de menestral... poco más. Enseguida tuve la certeza de que algo aterrador iba a suceder. Algo que me iba diciendo que iba a tener que nacer. Mi relación con G (lo humano) me obligaba a volver a nacer y se me daban como diversas posibilidades, acordes con mis fuerzas, para ayudar a la humanidad. La ayuda a la humanidad era el único sentido de la existencia terrena y efímera. ¡Ay! Todas me parecían demasiado duras, demasiado pesadas, demasiado difíciles para mí... Y la voz interna proseguía: ”Pues entonces ya ves; sólo queda esto...”, “esta es tu única salida, esta es la vía para renacer ahora… “, oía. Yo me encogí, poniendo las manos en actitud oratoria, suplicante. Tuve la sensación de orar; y luego de que entraba en un vertiginoso tobogán que me arrastraba a gran velocidad. Como una corriente impetuosa (ese tobogán lo asocio ahora con el nacimiento, la salida del útero). La voz narraba muy deprisa: “nacerá...quinto de familia, madre que le querrá mucho, mente que se desarrollará, gran sensibilidad,” y una serie de detalles sobre lo que iba a ser mi siguiente encarnación, para la que me preparaba y descendía. Todo muy veloz, arrebatado, con la angustia de entender el proceso de la encarnación dentro de un vértigo intensísimo...
Finalmente, al final de ese descenso, estaba en posición fetal. ¡Había nacido! Estaba en el planeta Tierra… Vagamente, otras sensaciones recordadas me decían que, en otra vida, sería madre de tres hijos... (!)

Traté entonces de hacer un resumen de lo sucedido. Veía claro el paralelismo de mi relación con G y todo lo ocurrido, pero esa correspondencia tenía tantos y tantos simbolismos que me perdía en el marasmo de recuerdos y sensaciones...

Había sido tan tremendo, tan colosal, tan sobrehumano...
Traté de ordenarlo nuevamente.

Al principio, una gran tensión que subía por las piernas, seguida de un fuerte nerviosismo. Esto me acabó llevando a una habitación donde tuve un fuerte embate, sin poder controlar la enorme fuerza disponible. Mordí, grité, aullé… G se acercó y me calmó entonces y creo que ahora puedo ver la parte más positiva de su presencia. Un viajero experimentado, aunque no dotado de sensibilidad para el mito, sin cuya presencia no hubiera viajado.

Después, visiones espléndidas, todo repetido en varias imágenes, con grandes reflejos en los siete colores, pájaros gigantescos, águilas y gavilanes (sonaba música de Vivaldi).

Me llama G. Le ruego que ponga música de Bach y suenan los conciertos de Brandemburgo. En ese momento, la sensación física es muy poderosa. Me embriaga, me enajena y acaba anulando mi personalidad: comienza la Creación del Mundo. A mi lado está G y todo es prácticamente imposible de describir. Veo una gran ave, como un águila enorme, desarrollándose, desplegando sus alas, en explosión de infinidad de colores. La sensación es gozosa y de mi pecho nace una voz que siento fuerte, tratando de describirlo. A medida que crece y despliega sus alas, el Universo se expande, se desarrolla hasta el infinito. Un Universo de todas las posibilidades. Sin embargo, tras la expansión larga, brillante e intensísima, el ave se recoge poco a poco. Sus alas se van replegando, los colores se van apagando, todo se sublima hacia lo negro que, con sutiles vibraciones, de todos los colores dentro de la negritud, advierte del recogimiento de lo eterno. Dentro de sí, de la eternidad apagada, está la semilla de lo que será su nueva expansión, tras la noche cósmica. Un próximo vuelo dentro del vacío eterno.

Poco después, siento la necesidad de comprender el significado de los números. Los impares están representados por colores más fríos, que se plasman en el rostro de una mujer de sensuales rasgos. Los pares, positivos, representan lo masculino, el rojo y el amarillo fuertes. El mundo es comprensible a través de los números.

Vagamente, puedo recordar una disquisición que me acercó del 1 al 12, dándome un gran simbolismo para cada uno de ellos y un colorido muy especial.

La llegada del número 12 supuso un cambio. Como si supusiera que esto era la vuelta a empezar, el retorno, el final del ciclo. Cuando lo expreso, G se aleja de mi y yo permanezco en mi gozo, creando colores y formas, mares y océanos, traspasando mundos, desde la infinita sensibilidad a lo más brillante, desde lo alto a lo bajo, desde lo divino a lo humano.
G trató de escucharme y de llevarme a su mundo de pintura, de creación. Ahí entramos en choque ante dos mundos que no coincidían y que yo tardé mucho en simultanear. El mundo interno, el de la visión, y el externo, el de la práctica y de la concreción.

El resto ya lo sabéis.

Y así acaba mi relato. Visto treinta años después, veo la omnipotencia de mi mente y el deseo febril de ser escuchado; admirado por G, en cuanto se me pasó el efecto principal y que no requería de la presencia de nadie. Eso debió de ser un detonante de su paranoia, que me trajo bruscamente a la realidad. El se había puesto a pintar y yo consideraba que su pintura, comparada con mis grandiosas imágenes, era poca cosa. Hoy, años, muchos años después, percibo que él estaba creando, realizando su propia vivencia, mediante la plasmación concreta. Entre ambos, el contacto fue limitado por el propio ego.
Yo me limitaba a dejar mi fantasía volar. El estaba interesado en su vuelo y no en el mío.

Jamás supe nada de G después. Hubo una despedida fría, días más tarde. Y ahí quedó. Hoy le dedico en parte esta experiencia. Algo me dice que hace tiempo que no forma parte del mundo de los vivos.
Nunca lo sabré.

Este escrito es un intento de hacer algo útil y concreto de aquél tremendo viaje: mi primer gran viaje mítico.
La plasmación de lo interno y de lo externo. Por eso es también en parte un recuerdo de G. Y también de gratitud hacia una mujer que, desde México, me posibilitó esta experiencia, dando ejemplo de quien da y no pide nada a cambio.”



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1 comentario:

José dijo...

A veces me da por pensar que existen fuerzas secretas y misteriosas que unen entre sí a personas afines. Aunque solo sea por unos instantes. La intuición y la verdad interior nos ayudan a encontrar a las personas correctas.