jueves, 28 de febrero de 2013

Retratos humanos: el Pater familias




El “pater familias”

Le recuerdo siempre mayor, como si nunca hubiera sido joven. Un hombre responsable, maduro, objetivo, cuerdo: en definitiva,  justo. Creo que la pañaba que más le gusta decir era “razonable”, es decir “nada que se salga del tiesto”. Otra palabra que viene siempre a su boca y le define es “decoroso”, lo  que sirve lo mismo para una actitud conveniente que para un modo de vida. Igual para el comportamiento femenino que para saber estar en un lugar. La vida ha de ser llevada con decoro. Y la razón para hacerlo es interior desde luego, pero también porque hemos de vivir diferente de los pavos, o de los monos, conforme a nuestra naturaleza “humana”. El decoro -según su discurso- nos hace humanos y permite que la sociedad progrese.
Siendo yo muy niño, le veo con su sombrero de fieltro, con el ala ligeramente inclinada sobre la frente muy amplia,  de su cabeza despejada y en forma de óvalo casi perfecto. Anda siempre tranquilo, nunca corre, avanza como un elefante, seguro de su corpulencia y de su verdad.
Sus ojos azules tranquilos me producen respeto y basta una mirada severa para que sienta una cierta intranquilidad, cuando no un miedo cierto. Hay un aire ligeramente aristocrático en alguien que se sabe seguro de sí y que, por lo tanto, trata a todos por igual, sabiendo que él va a ser tratado con respeto. Le gusta saberse ético, correcto, con autoridad. Educado, culto, más enciclopédico que original, acude al manual igual que a las santas escrituras. Su tono es docto, cuando no doctoral y produce una admiración, mezclada con un poco de aburrimiento.
Su reloj funciona al igual que él, al segundo. Siempre puntual, tolera mal la impuntualidad, puesto que, pudiendo hacer las cosas bien, ¡cómo es posible hacerlas mal!
No es hombre de miedos existenciales y su vida es tranquila y convenientemente rutinaria. Su ansiedad se refiere más a que haya comida en el hogar o a que sus hijos logren carreras honorables y desde luego universitarias, que a pensar en la muerte y menos en  “otras” vidas.
Le molesta el ruido y todo aquello que se sale de quicio. Lo mismo si es música que si es un grito o un silbido fuera de lugar. Todo tiene un sitio y hay un lugar para cada cosa. El loco en el manicomio, el poeta en el campo, el general en el cuartel y los vasos en la alacena.
Su vida ha pasado por etapas muy diferentes. Nacido en un lejano lugar de las Américas, en el seno de una familia de alta burguesía, pronto ha tenido que tomar responsabilidades tempranas, al quedar huérfano prematuramente de padre. Ese padre que ha quedado en la memoria como un hombre al que recordar siempre por su buen carácter y por su ética humana. Ese que, antes de morir reúne a sus hijos y les dice simplemente: “hijos sed buenos no porque haya castigo ni vidas futuras, sino porque hay que serlo”.
De esas Américas, regresa a la patria francesa de sus abuelos y  recibe severa y correctísima educación en ese país orgullosamente cartesiano. Para luego vivir los enhiestos e inseguros años de la República española, la prematura carga de los hijos y la guerra civil. Etapa de privaciones y de empequeñecimiento económico y espiritual. Pero la gruesa capa de fortaleza le hace tirar con todas las responsabilidades añadidas, aún a costa de padecer ese asma que le costaría la vida muchos años después.
Hombre siempre dispuesto a ayudar y cercano a su familia, mi mejor recuerdo es su mano grande y firme en la mía pequeña, camino del colegio. “Algún día ya no querrás dármela”… Cierto. Y también que el recuerdo, bueno,  queda en mis profundidades para siempre.
Es época de perdones y por tanto no de reabrir viejas heridas, consecuencia de una rigidez y de un rigor de carácter que le hace decir que el educador ha de poner un tutor en el árbol joven para que crezca recto. Y ese tutor es, en ocasiones, respetuoso solamente en las formas y lejano en el corazón. Y es que las cosas se han de hacer bien y esa es la única forma de hacerlas… Pero nada es verdad ni es mentira. Y, según esos sus criterios, esos hijos-árboles tutorados no terminan de crecer todo lo rectos que quiere o que deberían.  Esta actitud que corrige toda conducta no adecuada, por ser  su vía la verdadera acaba produciéndole inquietud y desasosiego.
 Afortunadamente, esto ha quedado fuera de mi o al menos eso creo. Tal vez el gen materno tenga mucho que ver en ello y haya sido afortunadamente compensatorio.
Pero, aunque las cosas no salgan como debieran,  se conforma. Hay una especie de  realismo optimista, jovial,  también en su forma de ser. Un espíritu pragmático. Algo que afirma que más vale algo que nada.
 Ese pragmatismo ha quedado bien asentado en mis entrañas y se lo agradezco. Es una especie de don, que me permite ver  qué hay en la vida y que  puedo sacar el mejor provecho de las cosas, por pequeñas que resulten a primera vista. De manera similar a como, para él, el amor por lo correcto no quita importancia a las cosas cotidianas. Y cuánto puede disfrutar los buenos paseos, de una lectura literaria, o de la buena comida desde luego e incluso de la bebida, siempre que no se vaya más allá de los límites adecuados.
Puede que la hazaña que más admiro en la historia  de padre es el día que embarca, joven y apuesto, a lejanas tierras a buscar a la que quiere que sea su compañera de vida y además lo logra, aún sin tenerlas todas consigo de que lo vaya a lograr. Es su gran aventura romántica.

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Hoy me lo imagino a mi lado y de mi edad. Dos hombres ya bien maduros, cercanos,  charlando acerca de cómo les ha ido en la vida. Sin paternalismos ni jerarquías. Y siento un reconocimiento por la honestidad. Así cómo su rigor me pone rígido y lejano, su honestidad me produce liviandad y cercanía. También me llena la aceptación de ver lo humano, las dificultades para saltar hacia delante, para cambiar de rumbo, porque la familia, los hijos, la rutina, acaban lastrando a este tipo de carácter . Que, sin embargo, se comporta y vela, como decía el código civil español, “como un buen padre de familia”.

A quien sus vecinos, amigos, alumnos y familia acaban siempre por considerar que es “todo un caballero”. Lo que quiere decir que cumple con su palabra, que procura mantenerse siempre en un status adecuado, formal, civilizado.

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Gracias por lo recibido y por la enseñanza.

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Y que cada palo aguante su vela.



martes, 19 de febrero de 2013

Un mundo de fueguitos..

 




      En mi vida he tenido momentos de gran excitación. Instantes en que la intensidad era tan grande que recuerdo todo mi ser vibrando y una tremenda sensación expansiva. Algunas de estas experiencias están relacionadas con el contacto físico y amoroso. Otras, se refieren a emociones de carácter más intelectual, esos momentos en que un buen libro, una generosa conversación, la escucha de una música apasionada, como la que referí de Rachmaninov, un bello amanecer en el planeta, el sol poniente en el desierto mexicano...
       Me recuerda el fuego de la chimenea de mi casa de la montaña. A veces, era intenso y las llamas llegaban a la misma boca. Otras, parecía que el fuego s iba a mantener siempre igual, hasta que el estrépito de la caida de un leño incandescendente me recordaba la impermanencia. En ocasiones, las brasas calentaban cubiertas de una capa de ceniza gris...
     Así también he conocido personas que han quemado su existencia al fuego vivo. Añadían nuevos leños de intensidad apenas sentían que bajaba la llamarada de su vida. Unas acabaron con su leña vital pronto. Otras en cambio fueron capaces de tener una enorme reserva de energía, hasta alcanzar a una vida extensa. Otras personas viven o han vivido con un desgaste minimo, lo que no les ha garantizado una vida larga, ni tan siquiera segura.
    Hoy he reflexionado sobre como he manejado mi reserva de energía. En ocasiones, las menos, he necesitado manener un fuego extremo, mientras que la mayor parte han estado presididas por una forma bastante tranquila de ver las cosas, aunque siempre alejándome de la sensacón de hastío o, como suele decirse, de aburrimiento.
      Pienso que es saludable ver como manejamos nuestra fogosidad y en que lugares la buscamos.
Pues, me he dado cuenta de que la alta intensidad suele ir vinculada a la inseguridad mientras que la baja intensidad va de la mano de la seguridad.


    Claro que no siempre es así. Por eso os propongo, en este lluvioso y gris día de febrero, esta pequeña reflexión.

viernes, 15 de febrero de 2013

El último romántico

Rachmaninov.

El arte romántico y en particular la música, me carga la pila emocional. Aún cuando procuro dejar en alerta el darse cuenta, a veces es tan poderosa que solamente puedo percibir como se me lleva "cual piuma al vento"...
Y eso me sucedió ayer, cuando la Orquesta filarmónica de Londres acometió, en maravillosa sintonía con el pianista, el concierto No 3 para piano y orquesta de Rachmaninov.
El impulso es tan potente, tan fantástico, que basta dejarse llevar para que las lágrimas afloren, para que toda la pasión fluya sin control, para sentir el ánimo lleno.
A diferencia del anterior, a mi el 3o me parece más sereno, con pocas concesiones a la melancolía. Es puro sentimiento, posiblemente lleno de la santa Rusia, de la que el compositor quedó tan alejado, tras el triunfo de la revolución leninista.
Y tuve la sensacón de estar en otra época, ciertamente en otro "siglo" y sin embargo, de mantenerme profundamente conectado con el ideal de el siglo XIX, del que Sergei es, para mi gusto, uno de sus últimos grandes creadores.
Sobran palabras.
Os propongo que lo escucheis y que, si os paetece, compartamos sensaciones.
Existe en you tube esta antigua versión de Rachmaninov tocando su propio concierto. Es de 1939: http://www.youtube.com/watch?v=oA0kXDMKiLg

miércoles, 6 de febrero de 2013

El conglomerado patriarcal



El conglomerado patriarcal

Que el humán es un ser social es una afirmación fácilmente comprobable. Nacemos del seno de una madre, es cierto. Y, también casi siempre, dentro de un sistema familiar, con implicaciones históricas tribales. Y todo ello con hondas raíces patriarcales, en las que el poder es ejercido de arriba abajo.
Cuando digo patriarcal no quiero decir masculino. Existen mujeres que ejercen el patriarcado. Recordemos a M. Thatcher, a quien le gustaba pasar por ser “el mejor hombre de Europa” o actualmente Frau Merkel
Esto quiere decir que tenemos una historia, unas tradiciones que se imbrican en los abuelos, en los tíos, en un conjunto de familia, lo cual tiene una implicación profunda.
Aun cuando muchos de nuestros introyectos, los más delicados, los más aparentemente escondidos, proceden directamente de los padres, estos, a su vez, han sido influidos por el conjunto familiar y social.
Por tanto, la educación familiar, la crianza con los iguales, los valores sociales, perfilan, someten y condicionan nuestras creencias, nuestra forma de ver el mundo. Una rápida introspección permite que lo apreciemos…
Y, sin embargo,  por mucha que sea nuestra idea de que podemos quitarnos casi todo de encima, o de dentro, finalmente seguimos percibiendo la realidad en función de lo que nuestro cerebro, nuestra mente,  nuestro organismo en conjunto, ha vivido. Nuestro pasado condiciona nuestro presente, que condiciona nuestro futuro: individual y social.
Una de las creencias de nuestra civilización es que podemos llegar a ser independientes. Que no estamos siempre sometidos a la fuerzas sociales y de la naturaleza: que podemos triunfar frente a eso.
Fijémonos en la cultura del “héroe”: casi toda la literatura, el cine y mucho del arte (y de las falsas terapias) está vinculada a que podemos “zafarnos” de las fuerzas que nos rigen. Pensemos en el mito de Edipo. El que quiere salirse de su destino y acaba siendo engullido por él. Aunque, finalmente, su creador, Sófocles, le otorgue, en su segunda parte de Edipo en Colonna, un carácter sagrado y lo retire poco menos que al mundo heroico.
Edipo acaba (y sí, esto es literatura, no realidad) teniendo que aceptar que las cosas son así. Que hay fuerzas que rigen nuestro vida (y esto es mío): que, finalmente, tal vez hubiera sido mejor aceptar el destino tal como venía, pues frente a determinadas cosas nada puede hacerse.
¡Pero no! El héroe fuerza el destino. Se rebela. Busca una solución frente al desatino del destino.
Y esta es la civilización que nos preside. Nos presenta como héroes frente a toda dificultad,  frente a la Naturaleza, frente a la muerte. Y esto tiene brillos y sombras. Nos enaltece y nos destruye.
Frente al dios omnipotente, Zeus mata a Kronos y le corta los testículos. Y le sucede en su omnipotencia. Lo mismo o similar en la civilización babilónica, o persa u otras. El Hijo sucede al Padre usando sus mismos métodos, sus mismas armas. Hércules sacude al Olimpo con sus hazañas y acaba sucumbiendo hasta convertirse en héroe.
Es toda una forma de ver el Universo, que está tremendamente unida a nuestra forma de contactar con el mundo. La vida -según esta concepción heróica- es lucha, es combate, frente a la adversidad, frente al pecado, frente al diablo, interior o exterior, no importa ¡lucha!
Cielo o infierno, vida o muerte, felicidad o desgracia… tales son siempre las dualidades contra las que el héroe de esta vida tiene que enfrentarse.
Hemos aceptado, tal vez demasiado fácilmente, este planteamiento vital.
Puede que sea  porque siempre , o desde hace mucho, hemos vivido ahí, en esa concepción aprehendida. Basta ver la cultura de dominación en la que vivimos, particularmente en Occidente. Cultura de éxito o fracaso. Cultura de dinero, de fama, de explotación de recursos.  De exaltación del individualismo. Y, por tanto, también de negación, de fantasía, de corrupción: de aislamiento o soledad.
En el trabajo interior con los introyectos puede merecer la pena ahondar hasta donde la identificación con lo ya establecido funciona y rige  en nosotros. Requiere una seria reflexión acerca de lo que queremos y como lo pretendemos.
Dejamos a un padre para seguir a otro. No terminamos de percibir que el patriarca que nos libera acaba siendo dominante, fuera o dentro de nosotros.  Me rebelo contra él, para acabar imponiendo un sistema igual o parecido a quienes he liberado.
¿Cómo hacer? ¿Cómo salir de todo este enredo, tomando en cuenta que somos seres frágiles e implicados socialmente?
A veces, he podido ver como grandes “gurues” que pregonan la liberación son tomados, con o sin su consentimiento, como nuevos patriarcas, con las mismas reglas, con la misma forma de asegurar :“fuera de mi no hay liberación”…
¿Cómo es posible? Simplemente porque seguimos el mismo formato. Otro nos dice, no su camino, sino “el camino”.
Regreso al viejo Buda, fueran o no sus palabras: solamente la experiencia propia nos puede guiar. Al menos en lo que se viene llamando camino espiritual. Porque es obvio que necesitamos profesores de matemáticas, o de informática, o de finanzas… No a ese aprendizaje, sino al de la liberación personal…
La experiencia espiritual es única. Otros nos cuentan, nos dicen… Les seguimos y volvemos al sistema.
Es siempre una paradoja que haya personas que se institucionalicen, estando en contra de institucionalizarse. Es comprensible que se necesite una cierta vertebración. Si, si…
¿Podemos decir algo así como? ¡Dime como haces para meditar y luego déjame meditar y ya veré qué hago yo con eso!
O bien:
¡Dime como vives tu silencio interior. Y luego déjame vivir el mío, porque mi manera de vivirlo es diferente de la tuya!
¡Comparte tu experiencia, no me la impongas!
O tambien:
¡Si tu camino fue heroico, no pretendas que el mío lo sea como el tuyo. Tal vez, sencillamente, consiste en que no me veas con tus ojos patriarcales, heroicos!
Y escribo esto así. A bote pronto, porque me nace del fondo de la tripa y lo pongo en palabras…
Y, recuerdo la figura sencilla y seria de Krishnamurti, sentado a sus ochenta años en una simple silla de madera ante cientos de discípulos. Diciendo: “no sigáis ciegamente a ningún maestro”… mientras miles de discípulos estaban ciegamente decididos a seguir letra por letra sus palabras…
Frente a la figura del patriarca y del héroe, que tienen sin duda una historia y han reportado beneficios a nuestra especie y a nuestra cultura, ¿podemos promover una forma más cooperativa, más afable, más recogedora, más maternal?
Sin dejar de respetar la experiencia paterna, lineal, jerárquica, sistémica, ¿cabe profundizar en otra forma de relacionarse con los demás, con el trabajo, con los roles, con la Naturaleza?
Os hago esta reflexión y me gustará escuchar vuestra experiencia. Tenía programado ya un escrito sobre el matriarcado, pero he dejado salir primero este otro, como un desahogo, como un exabrupto, como una necesidad liberadora…