lunes, 7 de octubre de 2013

Nuevamente otoño amigo

     El aire se ha vuelto fresco en la sombra. Y el sol todavía calienta, recordando el verano ya ido.

   La luz es de contrastes brillantes y el aire aparece transparente tras las llucias pasadas.

   El camino se llena de hojas secas. Los primeros en soltarlas son los castaños de Indias y los plátanos, que forman una alfombra marrón a mis pies. Crujen con el paso de mis sandalias, y me recuerdan cuando, de niño, me alegraba pisar los montones de hojas secas en el viejo parque de Zaragoza.

   El cielo, azul intenso como en estas tierras de la meseta, contrasta con el verde refulgente de los prados, que huelen a hierba recien cortada.

   El sonido de mis pasos se quiebra con el alegre y chistoso bullicio de los pericos verdes,
inmigrantes sin fronteras de tierras más calurosas.

   Y las urracas saltan con sus elegantes trajes blanco y negro azulado.

   El paso de las estaciones tiene algo de seguro, de pacífico. La certeza de que a una estación le sucede otra y así es y ha sido y probablemente será en lo que me que de de terrena existencia.

   Mientras, mi mente recoge pensamientos y entre ellos el de la amistad. La existencia de personas que me  aceptan y a las que acepto, más allá de los defectos que puedan tener para una conciencia perfeccionista.

  La amistad se confunde con el paisaje y el aire fresco se refrota en mi rostro de esta bella mañana de principios de octubre.

    Y me acuerdo del libro de Epicuro que ando terminando y de su máxima, seguramente pensada en su Jardin, Escuela ateniense perdida en la historia:

  "De los bienes que la sabiduría ofrece para la felicidad de la vida entera, el mayor con mucho es la adquisicion de la amistad.
  El mismo conocimiento que nos ha hecho tener confianza en que no existe nada terrible eterno ni muy duradero, nos hace ver que la seguridad en los mismo términos limitados de la vida consigue su perfección sobre todo en la amistad""

  Ya Aristoteles lo había señalado. Y Epicuro, aunque no es un seguidor del Estagirita, reconoce la verdad y la importancia de la amistad. Este sentimiento que nos permite reconocernos como humanos.

  Un sentimiento que, más allá de la seguridad neurótica de la que hablaba Freud, nos hace sentir reconocidos por encima de los lazos de sangre.

  Mi amigo petirrojo se acerca y me canta, como antaño en mi retiro de la Sierra. Es redondito y amoroso. Su pecho es rojizo y su vuelo en derredor.

¡Amigos!