miércoles, 19 de septiembre de 2012

Terapia Gestalt y trascendencia


Psicoterapia: ¿Qué pretende curar?

La Gestalt es una terapia moderna, de integración emocional, fundamentada en la revisión del como y el ahora de la experiencia personal y que pretende, mediante el acompañamiento  profesional,  que el individuo encuentre una vida más plena, desarrollando sus capacidades creativas. El terapeuta gestaltico tiene o debería tener una sólida formación profesional, así como haber pasado por una experiencia profunda en ese mismo ámbito y  contar con unas herramientas personales y aprendidas, entre las cuales  una esencial es el poder desplegar una amplia empatía y tener confianza en la capacidad de cada persona para alcanzar y  disponer de sus propios recursos.
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La psicoterapia occidental ha  pretendido ser una ciencia continuadora de la medicina. Ha partido del principio de que existe un mal que se ha incorporado al organismo y de que extirpandolo o combatiéndolo será posible estar más “sano”. Esta dependencia de la medicina ha lastrado a la psicoterapia, en parte a consecuencia de su relación, entre otras,  con la psiquiatría o con el psicoanálisis.
Tanto en un nivel personal como social, la Gestalt del siglo XXI considera que hay algo que curar: el sufrimiento, la infelicidad que puede causar el contacto con la realidad. A veces, esto la conecta más con la filosofía que con la medicina. El hecho de vivir acarrea dolor y no hace falta ser budista para darse cuenta.
La Gestalt, como terapia enraizada en la psicología gestalt del siglo XX, acepta la realidad como un fenómeno cambiante, tanto para el observador como para lo observado. Una configuración que, como un caleidoscopio, está siempre variando y altera también al observador. Así mismo, nos enraiza con lo que es la percepción y como cada persona percibe y digiere desde los sentidos esa percepción, que llamamos objetiva cuando es comprobable (método “científico”) y subjetiva si no lo es( lo que no le quita su propio valor a la subjetividad).
 En terminología gestáltica, se habla de la dificultad-incapacidad para vivir el presente, el ahora, en función de los bloqueos que producen las situaciones inconclusas o las interferencias que el pasado-futuro hacen pesar sobre el presente: ello crea un lastre sobre la atención sana y por lo tanto sobre la experiencia real. De ahí, la colisión entre lo que es y lo que nos gustaría que fuera (o debería), lo que produce malestar o sufrimiento. Por ejemplo, puedo tener un resfriado y pelearme con él, buscar causas  de porqué lo contraje, incluso acusarme de no haberme cuidado suficientemente etc. Esto agrava la molestia y no permite estar en contacto con el mundo desde el hecho de estar resfriado. En una escala mayor, puedo pelearme contra que un ser querido haya muerto o esté en trance de hacerlo, y ello me va a impedir contemplar la realidad de la pérdida, vivir el dolor, la despedida etc, etc.
Sin embargo, a la hora de curar, de “terapeutizar”, existe una confusión entre aquello que se quiere sanar y las causas reales o verdaderas del sufrimiento.
No se puede explicar, teórica o intelectualmente, el origen verdadero del sufrimiento, sino que cada persona ha de llegar a sus propias conclusiones.Ciencia, religión, filosofía nos dan sus explicaciones.
 No obstante, el terapeuta experto puede recoger las causas profundas del sufrimiento, incluido su origen en la historia personal del individuo, empatizar con ellas y así facilitar que la persona se entregue a la experiencia genuina. En el acompañamiento verdadero (la relación sanadora) se produce un cambio.  En ocasiones, la misma relación cliente/terapeuta es lo sanador. Otras veces, es la facilitación de la integración emocional y de la comprensión de la resistencia a vivirlo. Al hacerlo así,  el terapeuta experto permite que la persona deje atrás lo superficial y se adentre en lo substantivo. Puede alcanzar una salida a su conflicto personal y la gestalt (la experiencia) concluirá para dar lugar a una vivencia nueva y diferente.
Para que se consiga ayudar y facilitar este proceso a otras personas, para poder empatizar adecuadamente con el origen del sufrimiento y sanar en profundidad, considero preciso, por parte del terapeuta, haber llegado a alguna conclusión sobre el sentido y dirección de su propia  vida. En caso contrario, la terapia puede quedar limitad a  unas sesiones destinadas a hacer menos infeliz el desconsuelo, sin llegar a las raíces recónditas de la infelicidad o inclusive a teorizar dogmáticamente, sin que la comprension y asimilación  de las causas cambie lo esencial.
Este tipo de terapia estructural gestáltica es ciertamente váliosa, en especial cuando tiene en cuenta los orígenes profundos de la neurosis y no se queda en las causas superficiales o síntomaticas del problema. Sobre el asunto de los orígenes del sufirmiento, se ha discutido mucho. Hay hipótesis que estiman podía ser una causa psicosexual, al estilo del psicoanálisis original freudiano. También que se trata de un déficit psicoafectivo, en concordancia con nuevas hipótesis psicoanalíticas, o de una dificultad adaptativa al medio…Vemos como se pone el énfasis en lo sexual, en lo social o en lo afectivo.
Pero, como he mencionado ya en otras ocasiones, el sufrimiento va más allá de todos estos orígenes y se enmarca, como subrayó Maslow, en el aspecto más profundo de su así denominada pirámide de necesidades: en la primacía del encuentro del ser humano con su origen. En mi opinión, quien más específicamente ha descrito este aspecto ha sido Graf Dürkheim, al hablar del hombre y de su “doble origen”: el físico y el espiritual. Entendiendo por espiritual el enraizamiento del ser en un marco más amplio, en una filiación que va más allá de la meramente parental o incluso social, para tomar una dimensión universal.
El alcance de la terapia Gestalt se ha vinculado a las corrientes psicológicas así autodenominadas transpersonales, que trascienden la mera individualidad y la mejor “adaptación” del individuo a la sociedad y buscan y exigen, por tanto, un encuentro con la ”experiencia espiritual”. Esta práctica es diversa y a este respecto, me gusta citar el ejemplo del mitólogo Joseph Campbell, para quien su práctica trascendente, su enraizamiento en el ser, surgió al participar en el éxtasis de la competición deportiva, sin perjuicio de que de su obra parece deducirse un constante estar en la experiencia y contacto con lo divino.
En general, podemos hablar de etapas en el desenvolvimiento de la terapia, en el sentido “occidental” del término y que dependen del tipo de relación que establezcan cliente y terapeuta. Someramente, diré que suelen pasar al menos por: un alivio sintomático del conflicto, desarrollo del conocimiento personal, manejo más fluido del carácter y acceso a un nuevo sentido vital. No son etapas lineales, ni todas han de pasarse continuadamente, ni tampoco en compañía del mismo terapeuta, aunque puede suceder.
La toma de contacto con un nuevo sentido acarrea, en general, una forma distinta de relacionarse con el mundo, tanto interna como externamente y conlleva un cambio, que puede incluir tanto a las relaciones parentales, de pareja y afectivas en general, como de trabajo y expresión general de la creatividad.
Abrirse a una experiencia terapéutica es a veces una necesidad imperiosa y casi siempre la continuación de la aventura de la vida. Un aventura que para muchos de los que la hemos pasado es o ha sido de importancia primordial.


Autor: MIGUEL ALBIÑANA
Ex Presidente de la Asociación Española de Terapia Gestalt


jueves, 6 de septiembre de 2012

Silencio

Silencio.


La ciudad es bulliciosa. Miles de personas corren como si les fuera en ello la vida. Parece  que si no tomaran este metro o aquél autobus una catástrofe fuera a suceder y en su cara se lee la ansiedad por no perderlo. Como is cada minuto fuera imprescindible.
Muchos otros, tal vez con menos prisa, corren con o tras los ansiosos y el espectáculo, cuando en ocasiones miro a mi alrededor, es de precipicio, o de gente precipitada. Yo mismo me veo envuelto en la prisa cuando mi voz interior no me dice "¿qué prisa hay?, no llegas tarde a ninguna parte. Es solamente que te dejas llevar por la prisa ajena".
Estos dias últimos de vacaciones me dediqué a uno de mis actividades favoritas: caminar por la playa, larga, inmensa, cerca del atardecer. El mar, ese ser inmenso y vivo, jugueteaba con sus olas en la arena, despidiendo espuma blanca, que acariciaba mis pies. La arena, morena y resplandeciente por el rodar del agua y los rayos del final de la tarde parecía estar también viva. Lijada por el mar, refulgía y espejeaba las nubes cada vez que la ola se reunia con el océano.
Tuve varios instantes de quietud. No había prisa, nada iba a suceder más que lo presente. La inmensa bola naranja retirándose  hacia el horizonte, desapareciendo en el azul bruñido del agua despide el dia y tras ponerse ilumina el cielo y las nubes, tiñendo de colores rojos, anaranjados, rosados, amarillos, ocres...
Me quedo quieto, extasiado, mirando. Las nubes parecen una maravillosa pintura en el lienzo del cielo. La brisa toca mi piel y el aire penetra suave y húmedo en mi cuerpo.
Aparece una sensación de inmensa gratitud, de bienestar, de detenimiento. Por unos instantes mi vida está colmada y la visión, aún en constante movimiento, me cautiva.
Poco a poco, la mente va ocupando espacio con pensamientos de retener el momento, de pensar acerca de este instante eterno.
Retomo mi camino por la orilla  mientras la tarde va finalizando y la noche se apodera del mar, del cielo, de la tierra.
Pocas situaciones interiores suceden sin al menos algo de silencio.