viernes, 18 de diciembre de 2015

Instante


Llega el invierno, soleado y tranquilo.
Momento de retiro, de distancia, de terminar de soltar. 
Al igual que los árboles las hojas.
Momento de dejarse en paz.


domingo, 6 de diciembre de 2015

El refugio




   El mundo vegetal es una realidad que me fascina. 

   La comunicación con el árbol nunca puede ser desde el pensar. Simplemente porque el árbol no piensa. 




   Nos imaginamos que el vegetal tiene una forma de sentir, pues vemos como su forma cambia con el tiempo, según las estaciones, el agua o los nutrientes que recibe y el trato que recibe de su entorno.

  Uno no abraza al árbol como lo haría a una persona. 

 Sin embargo, al detener un rato el pensamiento pueden aparecer sensaciones en nuestro cuerpo. En nuestro ser.

  A mi me requiere una enorme atención en el ahora, observando, como en un ejercicio de concentración, cuantas deseos o rechazos pasan por mi mente.

  Y la planta puede ser un maravilloso compañero de la atención, siempre que desechemos las fantasías, las imaginaciones, las perturbaciones al contacto real y único.

   Finalmente, estamos hechos de la misma materia que la planta.


  Y este inmenso y centenario plátano (en México papalo) de los jardines de Aranjuez me llevó a esta sensación de contacto con este ser vivo que fluye de la profundidad de la tierra hacia el cielo. Que busca la luz. Que se nutre de la tierra. Que respira el mismo aire que el humano.


  Todo lo que habita la Tierra es terreno.

 Compañeros somo todos de un tiempo y de un espacio.

jueves, 26 de noviembre de 2015

La puerta








 "Pariente del mineral, del vegetal y del animal, el hombre lleva dentro de sí, de su sangre, sus nervios y su carne y por supuesto también en su cerebro, una parte de la misma energía ciega que conduce el mundo."

Las Geórgicas del alma
en Cosmos 
Michel Onfray



     Este texto del pensador y filósofo francés me despertó una conciencia dormida, en el mismo momento en que el cielo daba su última luz y el sol irradiaba de rosa las nubes del horizonte.



   La atención puesta en la energía más íntima, que lo mueve todo, el cielo, las nubes, las plantas, mi corazón y mis anhelos.


 Aceptar la inclusión, es aceptar que formamos parte de esos tres planos, por mucho que el pensamiento nos separe y nos individualice.

viernes, 13 de noviembre de 2015

El escarabajo verde



   El camino esta en la sombra. Matas de plantas verdes entre frondosos árboles. Parece un paseo y, sin embargo, la atención es plena mientras baja y serpentea.

   El escarabajo se posa en el hombro. Parece asustado. Lo tomo en mis manos y se refugia en mi palma con 
las alas medio abiertas. 

   En su lenguaje, me dice que teme algo, y que todavía no sabe a qué le teme. Le hago un pequeño abrigo entre mis dedos mientras se recupera. Parece una joya verde y áurea.

  Al rato levanta el vuelo. Le espero un momento y, cuando veo que no regresa, reemprendo mi camino. Poco después vuelve y me susurra que ya conoce el motivo de su temor. 

   Le comprendo.

   Nos detenemos y con un papel de plata lo recojo de mi mano y le encuentro un lugar donde reposar.

  Se queda quieto. Inmóvil. Ahora parece cuadrado y sin vida.

  Ha muerto.

  Vuelvo mi mirada y cuando la regreso él ya no está.

  En su lugar hay un insecto fantástico, de reflejos rosados. Es largo y esbelto y parece tener muchas alas, o son patitas. 

  Es impresionante bello.

  Está hecho, sin duda, con esencia de escarabajo verde.

  Y recuerdo que ayer, en el film que vi, realmente no había muerte. Solamente transformación.

Y mi mente me sigue asombrando.

jueves, 5 de noviembre de 2015

otoño 2015

Otoño


   
Suelo asociar el otoño a la vegetación de esta zona. Los árboles se tornan amarillos, anaranjados, rojos. Poco a poco, las ramas se quedan desnudas, y el suelo se tapiza de color. Las pisadas se hacen crujientes sobre las hojas. Luego, la lluvia uniformiza todo.      Y el manto vegetal se une a la tierra, pasando a alimentar el suelo.

   Necesariamente cada año lo veo. Coincide con mi cumpleaños. Desde hace ya un tiempo mi cabello se otoñiza también. Lentamente se hace cada vez más canoso, el que no ha ido ya a formar parte también de la tierra. Como un anuncio de mi propio otoño.

   A cada uno nos afecta de forma distinta. En mí suele acentuar los tonos de la añoranza y también de la sensibilidad. Estos meses son meses en que, si nos tomamos el tiempo de pasear por entre los árboles, es difícil no ser sensible. Es un canto el del paisaje, un canto al cambio, al tránsito, a lo efímero. La caída de las hojas, los tonos amarillos dan paso enseguida al invierno, que se acerca.     Y la energía parece disminuir, la luz es corta, más gris.

   En estas tierras castellanas, luego vuelve el sol e ilumina el cielo de un azul intenso. Frío. Y entonces las sensaciones pasan a ser como el horizonte lejano. Pareciera que uno puede ver más allá de todo.

   El otro día veía al gato de Bilbilis. En sus ojos leía yo lo eterno. Lo que no tiene tiempo. Fuera llovía fuerte y los vidrios se empañaban. Y él se quedaba viendo todo y nada.

   A mi el otoño me recuerda la eternidad.


miércoles, 14 de octubre de 2015

Rebeldía








Rebeldía


Me asombra la rapidez con la que algunas personas entran y salen de mi vida



   





 Original, o etimológicamente, la  rebeldía es un acto de guerra en contra de algo o alguien (del latín bellum, guerra).

   Este término se usa con frecuencia en psicología para denominar un estado de ánimo mayoritario en la fase adolescente de la vida. El adolescente “declara la guerra”, se rebela,  al orden establecido en la casa de los padres y frente al orden cultural y social constituido. Es su manera de desarrollar y  afianzar su personalidad y de declararse individuo frente a los demás. Lo más frecuente suele ser que se junte, en este intento, con personas de su mismo grupo de edad y cree, o piense crear, una forma diferente de manifestarse ante los demás.

   Parece claro que biológica y socialmente esta fase puede ser constructiva para el grupo, que suele tolerar este periodo, si no con aceptación, al menos con resignación. La rebeldía genera o puede generar formas diversas que aportan novedad al grupo. Casi todos hemos pasado por esa fase, por lo que el nivel de tolerancia viene generado y propiciado por el recuerdo propio.

   Cuando un adolescente no genera estos impulsos rebeldes es frecuentemente tachado de “sobreadaptado”, o visto con cierto desprecio por sus iguales.

    En una fase posterior, el adolescente rebelde acaba reconociendo que hay cosas que ha podido cambiar y otras que no. Es lo habitual que acabe integrándose en el torrente social de una forma más o menos adaptada, aportando a los demás la creatividad de su forma rebelde de entender el mundo.

   La rebeldía está, en consecuencia,  vinculada biológicamente a una edad, a una fase de la vida. De adulto, sin embargo, cada persona mantiene un nivel mayor o menor de tolerancia frente a las normas o comportamientos sociales: un nivel de “rebeldía”. Pero el adulto entra en una fase de diálogo con sus pares, si logra integrarse, incluso manteniendo una posición diferente.

   Hablo aquí de la rebeldía entendida desde un punto de vista psicológico. Este término es usado también desde otros ámbitos, como el médico, el político, el militar o el artístico (recordemos el film “Rebelde sin causa” con el icónico actor James Dean).
En  terapia Gestalt no se encuentra en la lista de los mecanismos de interrupción del contacto.  Se suele afirmar decir que la rebeldía es un “ajuste” de la personalidad frente a circunstancias de espacio y tiempo.  Como todo ajuste, puede ser circunstancial o hacerse “crónico”. Mientras permanece poco o totalmente inaccesible a la conciencia, se trata de un mecanismo que puede ser perturbador, especialmente pasado el período de pubertad y hacerse crónico. Al dirigir la energía frente a situaciones que ya no pertenecen al presente, la persona puede verse envuelta en circunstancias penosas cuando no dolorosas para ella y para quienes le rodean. Por otro lado, contemplar el mundo desde la rebeldía ( o una relación con la autoridad) no permite una deseable y  sana evolución de la persona, que no puede o no llega a adaptarse a circunstancias distintas.

   Frente a la rebeldía frente a todo del adolescente, los padres (en una familia saludable) ponen límites que no son rígidos, en un constante tira y afloja, en el que el amor y el cuidado está presente.

   Pero cuando esta situación se produce frente a personas o instituciones que ya no son parentales, puede generar violencia y desasosiego y perjudicar seriamente la vida del adulto convertido en un “eterno adolescente”.

   Es particularmente notorio  en los casos en que buscamos refugio o consuelo, o simplemente consejo, ante una persona en la que confiamos o incluso  damos autoridad. El recuerdo adolescente nos puede llevar, bien a aceptar plena y confiadamente la autoridad o sabiduría que negamos a los padres o, por el contrario, a oponernos sin razón alguna (y en contra de nuestros propios intereses), al desconocer los secretos vericuetos de nuestra mente a la que damos  ciegamente crédito.

   En ocasiones, se menciona la rebeldía como una forma de interponerse en el contacto auténtico entre el terapeuta y su cliente. Este último rechaza las devoluciones de su terapeuta al estar inmerso en una forma irreal de ver la relación. A veces el terapeuta interpreta la rebeldía de su cliente para no reconocer su propia dificultad para hacer las devoluciones adecuadas.     Esta es especialmente frecuente en la orientación analítica clásica que acepta la “transferencia” como un hecho ineluctable que se produce en el marco de la relación de terapia.

   Ni la obediencia ciega ni la rebeldía son situaciones permanentes o verdaderas, o al menos no en todo tiempo y espacio. En quien confiamos hoy, podemos desconfiar después con la misma ceguera y falta de rigor. Pueden reproducirse situaciones del pasado en que acudimos a nuestro niño inseguro o a nuestro adolescente rebelde.

   Por ello es conveniente y necesario evaluar.

   Está claro que las reglas familiares las marcan los padres en su hogar. Cuando el hijo o la hija adultos no aceptan sus principios fundamentales han de elegir entre la discusión permanente o marcharse de la casa parental. Y está claro también que en el hogar de los hijos no mandan (o no deberían mandar) los padres.  Esto es válido para todos los órdenes aunque, en el orden social y cultural, quien rompe los vínculos es tachado de “marginal” o “marginado”.

   La evolución de la vida del individuo está marcada por fases de “crisis”, como son la infancia, la prepubertad, la adolescencia, la madurez, la llegada de la ancianidad… Todas ellas dan paso a formas diferentes de percepción y modos de vida.

   Sin embargo, esta evolución se ve a veces obstaculizada, cuando no interrumpida, si no hemos podido soltar lo viejo, lo que ya no sirve,  y aceptar lo que viene. En este proceso vital, la memoria y la concepción del “yo frente a lo que me rodea” es fundamental. Nos proporciona solidez y seguridad.

   Cuando escuchamos que la vida es un proceso, es precisamente a esto a lo que se refiere. Aún cuando, en ese paso, tengamos la sensación de que el observador que somos sigue siendo el mismo “de siempre”. Y lo es. Y también no lo es. Sigue siendo el mismo para que podamos asumir y responsabilizarnos de toda la existencia. Y no continua siendo el mismo en la medida en que la “Gestalt” de la vida está en constante cambio, observador incluido.

   La adaptabilidad al cambio de circunstancia interior y exterior es un asunto fundamental para poder vivir con vitalidad y con aceptación.

   Fuera de eso queda el anhelo, la melancolía o los estado de ansiedad y depresivos.

   Por ello, analizar la propia rebeldía, desde donde nos mueve a cada uno,  y a qué metas nos lleva,  es asunto principal de vida y de análisis de carácter.

   En un proceso terapéutico ambas partes han de estar conscientes de sus propios asuntos y percepciones.  En el asunto que nos concierne, sobre todo en lo que conlleva el rol de terapeuta, para no dejarse enganchar o arrastrar por la falsa percepción desde la rebeldía de su orientado. Pero también para no incluir la suya de forma inconsciente o automática.

   En el marco del crecimiento personal (espiritual si se prefiere) es importante confiar. Como decía el Buda, confiar sí pero poniendo a prueba las cosas que se escuchan o perciben. Parece una paradoja pero no lo es. Sin confianza no hay aprendizaje, y menos a ese nivel. El rebelde no puede aprender de otro, ni siquiera percibir adecuadamente lo que recibe,  pues tiene toda su energía puesta en “la guerra”. En la contra. Permanece siempre enfrentando lo que el otro le ofrece, afianzado en sus afirmaciones dialécticas para no dejarse vencer.

  Quien se entrega ciegamente, sin libertad, no puede aprender desde sí mismo.  Puede acabar o decepcionado o maniatado a verdades ajenas, como tantas veces repite Krishnamurti en su discurso.

   Ambas son fases de un proceso. Ambas han de terminar en el aprendizaje consciente.

   Todos hemos hecho la guerra exterior o interior, o ambas. Muchos hemos pensado que era mejor “hacer el amor y no la guerra”.

   Sin embargo, es la adaptación la que nos puede decir cuando es más útil una o la otra. A veces, hay que aceptar con modestia lo que nos viene propuesto desde fuera. Otras hay que pelear el propio juicio y afianzarse.

  Irving Yalom cita un estudio acerca de la rebeldía y de la obediencia como rasgos rígidos de la personalidad en la que dice textualmente:

“la dependencia o defensa extremas del salvador origina una patología caracterizada por pasividad, oralidad, inadecuación y carencia de funciones autónomas. En el extremo opuesto, la independencia, o la creencia de que uno es especial, puede acarrear una patología caracterizada por expansividad, síndromes paranoides, agresión o compulsividad”

   En realidad estas tendencias extremas pueden vivirse originalmente en la familia de origen y repetirse ciegamente después, por activa o por pasiva. Este sería el orden psicopatológico del asunto.

   En el aprendizaje, hemos de haber pasado esta etapa de inconsciencia para poder entregarnos con libertad. Libertad entendida como conciencia clara de lo qué es lo que necesito y a donde o a quien me dirijo a encontrarlo.

   La rebeldía es una herramienta. La confianza ciega también.

   Pero son de un orden,  de una etapa de vida, o de una circunstancia vital, que necesita atención plena en el ahora.


No hay más infierno que nuestras ansias

Lucrecio








sábado, 5 de septiembre de 2015

El credo

El credo

   Etimológicamente, la palabra proviene de kord o kerd, corazón. Poner corazón a algo.

   
Pero nada permanece en el origen y menos las palabras. Lo que en un tiempo fue símbolo verbal de algo, ahora puede serlo de otra cosa diferente. Así, con la palabra credo, suele entenderse en estos pagos algo que requiere de fe. Es decir algo que no suele tener comprobación “científica” y, por lo tanto, no entra en los parámetros de la “Ciencia”. Para ello habría de cumplir las reglas  de coherencia lógica, consonancia con otras partes de la ciencia, exclusividad etc. (McMullin).
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   La fe puede tener una consistencia teórica ( ex. libros), o provenir de nuestra creencia en lo que afirman maestros, sabios o gurús, o de creer en lo que dicen nuestros sentidos en estado ordinario (lógica) o extraordinario (visiones, sueños o experiencias psicodélicas).
   Afirmar algo como inamovible e incuestionable transforma la fe en dogma. En su origen, dogma significaba opinión. Por tanto sujeta a discusión. Hoy usamos esa palabra para simbolizar aquello que no admite ninguna contestación. De ahí decimos que una persona es dogmática cuando no cabe otra opinión que la suya.
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   Si hay algo en la ciencia occidental que la hace atractiva para mi es que, por principio, no es o no debe ser dogmática. Sus afirmaciones deben estar en permanente crítica. Y ha avanzado particularmente rápido cuando las creencias o dogmas religiosos le han permitido investigar y analizar todos los aspectos del Universo, incluido el propio observador.
   Es cierto que la ciencia suele partir de “paradigmas”. Es decir afirmaciones,  en principio ciertas, que sostienen sus investigaciones. Esos paradigmas han sido puestos en duda en ocasiones, con enorme repercusión. Como cuando Galileo derrumbó el paradigma de la Tierra centro del Universo y, muy a pesar de las jerarquías católicas y conservadoras, dio un paso enorme hacia la comprensión del mismo.
  Todos estamos sujetos a paradigmas universales (como la teoría del bigbang) que condicionan nuestra manera de percibir lo interno y lo externo. También estamos supeditados a paradigmas personales: así afirmamos que somos emocionales o generosos, o abusivos o impulsivos. Y desde ahí condicionamos, de una u otra manera, nuestra propia percepción y vamos reinventándonos una y otra vez.
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   Los credos, los dogmas y los paradigmas nos dan una aparente certeza en las cosas.      Nos aportan seguridad en un mundo cambiante, en especial nuestro propio mundo interno o la percepción de nosotros mismos.
   Sin embargo, también nos condicionan y nos restringen, pues no nos permiten observar de forma flexible y adaptativa. Los credos implican juicios, en general de bien y de mal, de error o de verdad…Generan firmeza para seguir en la vida y también falsas certezas. Son útiles sobre todo en situaciones de peligro o de alarma grave, pero fuera de ahí nos condicionan.
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  Imaginemos por un momento que creemos en la teoría del Karma. En consecuencia, todos aquellos pensamientos, sentimientos y acciones que no estén de acuerdo con la rectitud habrán de generar sufrimiento y siempre será así.
   Imaginemos que creemos en un dios personal justo. Todo lo que generemos de injusto repercutirá tarde o temprano en un castigo.
 Imaginemos que creemos que la comida carnívora es perjudicial física o moralmente. Estamos creando un camino hacia un futuro castigo o enfermedad.
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   Es obvio que socialmente la cuestión es importante. Las sociedades y sus gobiernos procuran reforzar sus mandatos con castigos morales (generalmente apoyados por los líderes religiosos), además de los sociales o físicos. Ello – es cierto- permite a la sociedad vivir dentro de un orden establecido.
  Sin embargo, desde un punto de vista estrictamente personal (si es que eso es posible), la aceptación sin criterio, sin autonomía, de los credos puede llegar a ser una barrera para entender cómo somos y cómo es lo que nos rodea.
   No se trata de cuestionar que nuestra actividad tiene limites. Bien decía Juárez que “el respeto al derecho ajeno es la paz”. De lo que estoy hablando es de que la seguridad que nos produce el credo es ficticia y un obstáculo para saber cuales son realmente los principios en que en verdad afirmamos nuestra existencia.
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  Hay un asunto que es así mismo de importancia. Cuando sentimos que hemos llegado a una verdad, es decir a algo que para nosotros es absoluta y meridianamente claro, procuramos comunicarlo a los demás. Por regla general, no solamente comunicarlo, sino convencer a los otros de aquello que consideramos cierto y que ahora es nuestro credo. No hace falta ser Jesús o Buda o Mahoma. Pensemos cuantas veces hemos tratado de convencer a otros que esa es la rosa más bella, o que el amor que sentimos es lo más maravilloso o que tal fulano es un egoísta o un atrabiliario. O que tras la vida viene la muerte. O la resurrección. O la fusión con la Suprema Luz. O la disolución del “ego”.
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   Cuanto más “trascendente o trascendental” es el asunto, más energía, más ilusión, más maña nos damos para expandirlo. A veces con la razón o la oratoria. A veces, con la fuerza. Bien pocas con el simple ejemplo.
  He tenido cerca, y todavía tengo, personas que pretenden estar en el camino de la verdad. O que ,simplemente, se sienten ya la verdad. Y trato de respetar esa creencia de ellos. Unas veces se trata de una verdad experiencial. Otras, se produce a raíz del encuentro con un maestro. Otras, puede ser un mero argumento lógico.
   Mientras no sea mi experiencia, yo lo cuestiono.
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   Yo sigo “creyendo” que el camino hacia la verdad tiene una enorme dosis de soledad. Miro con gratitud a los que me han enseñado o me enseñan lo que han visto de la vida.
   Y procuro vivir con la menor cantidad de creencias posible. A nivel personal, a nivel profesional y a nivel social. Cuestiono constantemente lo que veo y hago de ello un credo. Cuando escucho pongo atención a no hacer crítica de lo que escucho u observo. Claro que no siempre lo logro. Sin embargo, procuro ponerme en el papel del otro.
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   Esa es la gran enseñanza que he recibido.
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   Ese es mi credo.