viernes, 13 de enero de 2012

Lectura de Saramago


Disfrutar de la creación literaria, de la ficción inteligente, creadora, tener sensaciones a medida que van apareciendo las líneas, el texto, la historia ¡qué antiguo suena esto! Desde los bardos antiguos, los cuentistas, los narradores...
He sentido una gratitud risueña al terminar esta obra de Don José. Sí, digo don porque me parece que es un reconocimiento mínimo a una persona plena de facuiltades, a un viejo luchador, reconocido además al final de su vida con un para mi gusto merecedo premio Nobel (1998).
"Las intermitencias de la muerte" es una ficción existencial, a veces profundamente cómica, afortunadamente traducida por su esposa, que para mi pasa al grado de escirtora con su puesta al castellano del texto portugués. Es de esos libritos que no pude soltar hasta terminar y que pone en escena la tragedia personalizada en la muerte (la muerte con mayúscula queda reservada a otro escenario), esa vieja calavera, la Catrina mexicana, la visitante casi siempre inoportuna, nuestra fiel acompañante en el tiempo de existencia, esa tragedia digo que bajo su oscuro y gélido manto oculta pasiones inesperadas.
La novela ayuda a la reflexión acerca del amor, de la soledad, del arte, de la mano de un escritor magnífico, que prodiga su espontánea creación desde una retirada sonrisa, que muestra su genio sin que se le pueda tocar, algo que sin duda debió reservar para sus más allegados.
Os recomiendo esta lectura junto a la siempre dignísima música de Johan Sebastian: la suite ocho, que he escuchado en esta versión: http://www.youtube.com/watch?v=XmBhUqJ5qZc

domingo, 1 de enero de 2012

El Invierno


El invierno

Lo que más me impresiona del inverno son las plantas, que reflejan el ánimo de la Tierra en esta época y en el hemisferio norte. Muchas son de hoja caduca, así que dejan caer las hojas y forman lechos a su alrededor, casi siempre amarillos, al principio brillante y mullido, luego apagado y crujiente. Muchas plantas se alimentan de sus propias hojas que enriquecen y abonan la tierra, siempre y cuando no se las quiten para limpiar los parques y dejarlos impecables a la vista.

Las plantas grandes en invierno enseñan sus ramas y se hacen esquemáticas, desprovistas de ropaje y pareciera que están muertas, pues la vida, la clorofila se refugia en su interior y así se hacen menos vulnerables al frío de la estación.

La caída de las hojas en el otoño da paso al silencioso invierno, que en mi ciudad se vive sobre todo en los parques grandes, como el del Oeste. Silencio interrumpido por las aves que pasan en grandes bandadas, tordos, palomas, urracas, gaviotas adaptadas al interior, algún cuervo y miles de humildes gorriones. Ahora además hay pericos verdes americanos, que colonizan las ciudades de la Península, desde que el clima es más cálido y lo llenan de chillidos y de interminables conversaciones a gritos. Le dan vida y alegría al silencio del invierno.

Los árboles sin hojas me recuerdan la vida de los humanos, inevitablemente marcada también por las estaciones de la vida. De ellas, el invierno corresponde, en mi imaginación, a la ancianidad. El anciano suele haber perdido muchas de las ropas que tiene el joven, principalmente las que son innecesarias para ese tiempo. Declinan el cabello, los dientes, los sentidos se hacen menos eficaces, las articulaciones más rígidas, la columna tiende a encorvarse… Y en uno de esos inviernos, el frío penetra en el tronco desnudo y la vida se retira del todo, mientras la madera se pudre y fermenta produciendo vida para otras plantas. Puede que la vida actual apenas deje percibir estos signos. Las cremas y maquillajes, la cirugía plástica, el intento de arreglar el cuerpo para que parezca joven, alejado del invierno corporal que no se lleva en la moda y a los sumo e permite que sea otoñal… Pero las personas conocen su realidad interna y como se dice ,“la procesión va por dentro” y todos sabemos que el tiempo, el gran escultor de la vida y de la muerte, nos va acercando al final.

El invierno puede parecer triste a algunos, por su cercanía con el fin. Pero en la naturaleza, cuando la observamos de cerca y dejamos un poco de lado los paralelismos, es bien diferente. Es un momento de recogimiento, de adaptación al clima. El frío puede limpiar de plagas a las plantas fuertes y dejarlas preparadas para una nueva primavera, al igual que puede dar termino a una vida que fue plena o que no pudo llegar a serlo. Por eso hoy, cuando me paseaba por el parque y contemplaba las plantas recogidas, retiradas en su interior, silenciosas, me llegaba también una poderosa sensación de paz, de aire limpio y frío, de cielo azul intenso, mientras las sierras cercanas nos enviaban aire de nieve, algo cada vez menos frecuente en la ciudad.

Y traté de ver el invierno en mi interior, la sangre y el dinamismo más apartado. Es difícil pues, hoy por hoy, el invierno lleva a una actividad similar o incluso superior a otras estaciones. La laboriosidad de la ciudad moderna no tiene pausas. Por eso, me gusta recorrer la naturaleza en las diferentes estaciones, porque me conecta con estados de espíritu cambiantes. Un amigo me decía el otro día que el invierno trae fortaleza. Quien lo resiste llega más sano al siguiente tramo. Puede que si. A mi me trae, cuando lo permito, retirada, deseo de soledad, aquietamiento…

Y me quedé mirando a un grupo de álamos desnudos y grises, iluminados por el sol anaranjado del final de la tarde de este día de este año que inicia. Insensible a los vaivenes de los humanos, a los deseos, a las crisis, a las emociones. El árbol me transmitió casi enseguida esto. Y sentí la profunda gratitud de que existieran y fueran mi compañía.

Y una vez más amé a los parques, a las plantas, grandes y pequeñas, que acogen mis ansiedades y las dulcifican y parecen estar ahí, sin querer nada: solamente dando su presencia.

1 de enero de 2012