viernes, 27 de mayo de 2011

Silencio y escucha con Krishnamurti


Hace algunos años escribí este artículo, que acabo de retocar. Al hacerlo me doy cuenta de que hay algo ajeno a mi en quien lo escribió, aún cuando sigo refrendando todas sus afirmaciones, que me parecen de una actualidad personal total, como persona y como orientador.
Krisnamurti es un hombre de fe santa, inamovible y la poderosa afirmación de sus frases lo corrobora, si lo habeis leido.
Como Buddha, nos anima a no creer sin dudar y sin practicar.
Sé que para un blog personal puede resultar denso, pero en en esta etapa de mi vida es más mi deseo de compartir que cualquier otro impedimento.
Si me leeis, a lo mejor quereis comentar. Sois bienvenidos.
Aquí va pues:

"Si hemos de crear un mundo nuevo, una nueva civilización, un arte nuevo, no contaminado por la tradición, el miedo, las ambiciones, si hemos de originar juntos una nueva sociedad en la que no existan el «tú» y el «yo», sino lo nuestro, ¿no tiene que haber una mente que sea por completo anónima y que, por lo tanto, esté creativamente sola? Esto implica, ¿no es así?, que tiene que haber una rebelión contra el conformismo, contra la respetabilidad, porque el hombre respetable es el hombre mediocre, debido a que siempre desea algo; porque su felicidad depende de la influencia, o de lo que piensa su prójimo, su gurú, de lo que dice el Bagavad Gita o los Upanishads o la Biblia o Cristo. Su mente jamás está sola. Ese hombre nunca camina solo, sino que siempre lo hace con un acompañante, el acompañante de sus ideas. ¿No es, acaso, importante descubrir, ver todo el significado de la interferencia, de la influencia, ver la afirmación del «yo», que es lo opuesto de lo anónimo? Viendo todo eso, surge inevitablemente la pregunta: ¿Es posible originar de inmediato ese estado de la mente libre de influencias, el cual no puede ser afectado por su propia experiencia ni por la experiencia de otros, ese estado de la mente incorruptible, sola? Únicamente entonces es posible dar origen a un mundo diferente, a una cultura y una sociedad diferentes donde puede existir la felicidad."
El libro de la vida de Khrishnamurti.



EL SILENCIO Y LA ESCUCHA DE KRISNAMURTI*


Destinado, desde muy joven, por la Sociedad Teosófica Internacional a dirigir una organización dedicada a preparar a la humanidad para la llegada de un Maestro Mundial, Krishnamurti renunció a esa posición y poder, que le venían dados, para trabajar por su convicción de que todo individuo debe descubrir por sí mismo el secreto o verdad de la existencia, liberándose de cualquier condicionamiento.

Este es uno de los pilares de la enseñanza de Jiddu Nariahna : cada persona ha de encontrar su propio camino, su manera de enfocar y de entender la vida. De esa forma, contribuye al auténtico cambio social, a la verdadera transformación de la humanidad. Para conseguirlo, es inútil tratar de buscar la respuesta a la pregunta esencial (que podría resumirse en el “conócete a ti mismo”) en las pautas de nadie. Por tanto, -nos dice- no existen dogmas, doctrinas, religiones, maestros o ideologías verdaderas ni falsas a las que seguir, puesto que todas son una “idiotez suprema”. Es preciso asumir la completa facultad y libertad del hombre para conocer su origen y destino.

Podría trazarse una similitud entre esta afirmación y la de la psicología y el proceso terapéutico humanista, que parten, así mismo, de la capacidad innata de cada ser humano para encontrar la propia salud y el sentido de la vida. Se trata de establecer, o de re-establecer, la sabiduría del organismo para lograr los fines que le son inherentes, permitiendo que se den las condiciones adecuadas. Ahora bien ¿Como hacerlo? ¿Como caminar hacia ello? ¿Como liberar las propias capacidades de su bloqueo o encierro? En lugar de admitir que para el “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, nos hemos habituado a responder oteando o per-siguiendo los modos o sistemas de vida otros, nos hemos desviado de nuestro sendero. El condicionamiento social es el principal motivo de esta carencia de autonomía y no resulta fácil aceptar que somos capaces de asumirla. Nuestros sentidos se han entorpecido, cuando no están embotados. Precisamos despejar nuestra mente de pre-juicios a los que la memoria comparativa nos tiene atados.

La paradoja que conlleva esta afirmación tan querida de K. (o negación de la autoridad en tanto que modelo espiritual) incluye su propia docencia, puesto que seguir su consejo equivale a dejar de lado nuevamente la posibilidad de darse a la experiencia de investigar lo que es propio de cada uno. La verdad carece de caminos y en eso reside su belleza. Y en tanto la contemplemos a través de la imagen distorsionada o de las proyecciones de nuestros condicionados pensamientos, o de los de otros, no resulta posible llegar a ella. Necesitamos percibir la realidad, no como la sombra reflejada de la caverna platónica, sino directamente y sin intermediarios. Esa sombra serían las ideas pre-concebidas. La imagen real, en cambio, es la que se produce cuando nuestra atención a la realidad es total. La percepción es entonces completa.

En consecuencia, de la escucha interna, o, en particular, de la lectura de sus libros o charlas, si es atenta, sin demoras, permitiendo la experiencia “pensamiento-sensación”, puede producirse una chispa de luz. Para ello, es preciso que sea la vivencia personal la que acabe guiando a cada individuo. Habrá una tendencia a dejarse llevar por el guía externo, a aceptar lo dicho sin cuestionarlo. Los sentidos han de estar pues muy abiertos.

Es inexcusable llegar a crear un vacío, un silencio interno y externo, que sane la conciencia y permita contemplar la Verdad, la Realidad. Existen pautas verificables para alcanzarla: este silencio no es producto de un esfuerzo, voluntad o intención. Se admite -es cierto- que se pueden facilitar las circunstancias para que se produzca ese silencio, algo así como mantener el orden en la casa y dejar la ventana abierta para que entre el viento, sin que ello garantice nada. Ahora bien, tratar de, buscar, intentar, imitar, bloquea, más que facilita, la consecución de nuestra única meta. La escucha sin intención se aproxima mucho a esta facilitación. No ponemos más que la intensa atención que implica una relación intrapersonal o interpersonal, una apertura total a la experiencia propia y/o de la otra persona. No tratamos de nada, menos aún de aconsejar o de llevar al otro a nuestro terreno de experiencia. Sólo podemos prestar el darse-cuenta total cuando existe interés. Por ello, en el provecho e investigación de cada pregunta cabe que surja la propia respuesta, la propia verdad. Observemos entonces nuestras preguntas antes de buscar la contestación de otro.

La siguiente cuestión está en definir o delimitar lo que es la verdad. Sobre este punto el maestro nos propone reflexionar sobre la relación con uno mismo, con el prójimo y con el mundo, como si se tratara de lo único que existe. Encontramos aquí el eco del pensamiento existencial. La verdadera existencia , el ser real, está en la relación entre el observador y lo observado. Probemos a no poner a nadie por encima ni por debajo. Mediante la experimentación y la deducción vamos a llegar a darnos cuenta de que el observador es una ficción, un sueño calderoniano. La vivencia de la desaparición de la distinción entre observador y observado, la atención puesta en la relación pura, el presente, es la llave de la Puerta Sublime a la Verdad. Da paso a la percepción de la relación como experiencia. K se integra así en el más puro espíritu hinduista y budista.

Pero necesitamos salir del mero análisis intelectual y lograr que se introduzca, que se mezcle, el contenido emocional. Si nos quedamos en el condicionamiento como un simple concepto del intelecto perpetuamos la pelea entre pensamiento y acción. Sucede entonces que la energía no fluye y se consume inútilmente. Nos agotamos. Es la posibilidad de asumir el contenido emocional lo que nos aporta la vitalidad. En estas afirmaciones nos reunimos de nuevo ante la visión gestáltica e integradora de la sanación (terapia) del conflicto (error, división), tomando a la persona como un todo. Mente, cuerpo y emoción han de ir juntos.

Lo que nos mueve hacia la verdad es la relación, interna o externa. Relación con uno mismo y con el exterior. Pero nos engañamos al pretender buscar una forma de entenderla con una clave y un monitor ajeno que nos lo muestre. De esta forma, sólo logramos hacer perdurar el conflicto existente en nuestra mente. Mientras mantenemos la perspectiva de una autoridad externa como faro se engendra desorden. “Yo te puedo mostrar caminos pero la experiencia has de hacerla tuya”. La aceptación integral de que el cambio proviene desde uno mismo, desechando el temor y la inseguridad, produce una cantidad y una calidad de energía que lleva a la revolución radical desde dentro. De lograrlo, ya no existe correcto ni erróneo, puesto que el yo se ha liberado de los condicionamientos: es libre al fin ¡Cuidado! Cuanto más nos apegamos a esta aparente solución que nos señala, más nos alejamos de la propia. Con Krishnamurti tropezamos permanentemente con la paradoja de seguir a su sombra como un engaño. Lo único que nos desliga de ese espejismo es la libre experiencia. Es necesario probar.

Cuando menciona la palabra libertad, nos lleva a tratar de asumir y de cuestionar nuestro condicionamiento. Este consiste en que nuestra mente está fragmentada en pre-conceptos: bueno-malo, consciente-inconsciente, vida-muerte... Son pre-juicios. Reacio, y aún crítico, a tratar de entender las capas que conllevan cada pensamiento, sentimiento o motivo mediante el análisis, K. pretende que lleguemos a ver, a examinar nuestra realidad de una manera total, inmediata y sin tiempo mediante la atención. Esta inmediatez recuerda a la iluminación. No admite dilaciones. Exige entusiasmo, sin el que nada puede ocurrir. Atención no es concentración, sino que es interés presente: es “como vivir con una serpiente en la habitación”, estar sensible al más leve sonido que pueda producirse. Es aquí y ahora: si dejamos la solución para más adelante, quedamos atrapados en el círculo pasado-futuro del tiempo y postergamos la consecución. Exige una meditación reflexiva.

La atención nos lleva a encontrar el verdadero significado de la meditación. Difícil cuestión. Individualísima experiencia que revela la totalidad de uno mismo en un instante. Cómo hacerlo queda de nuevo a nuestro albedrío. Se trata de parar la mente a todo lo que no sea el instante mismo (hic et nunc: aquí y ahora). Mas sin tratar de hacer nada, observándolo con una conciencia sin preferencias. Evitamos comparaciones en tiempo, en espacio o interpersonales. En ese instante, se produce el cambio, o al menos se puede producir, pues no hay que buscarlo tampoco. Pretenderlo nos aleja del momento presente, nos opaca la observación.

Esa búsqueda, esa pre-tensión, es un producto del pensamiento, atareado y ansioso por encontrar un lugar y un tiempo de seguridad que le aleje de los miedos. Empero, la seguridad no existe, pues nuestra existencia está sometida a las coordenadas del tiempo y del espacio, mutables por excelencia. Como hijos que somos de esas coordenadas, fluimos sin cesar. Además, no se trata aquí de cuestionar el tiempo cronológico sino el psicológico, que es donde se halla el engaño.

El tiempo psicológico, ese intervalo entre la idea y la acción, es una invención, un intento vano de encontrar seguridad ante el fenómeno del cambio que nos angustia y que lleva consigo, nos acarrea, la aflicción, la inseguridad, el término, la muerte... Es un producto de la mente, dentro de la cual, por su propia naturaleza, nada permanente subsiste. Por eso, la idea que trata de revelarse, de alzarse contra ese fenómeno de la impermanencia, es como una pescadilla que se muerde la cola. El pensamiento será siempre algo pasado, el pensamiento siempre es viejo y, si queremos comprender hechos nuevos, no podemos hacerlo por medio de ese utensilio transido, pues no puede resolver, de forma práctica, ningún problema psicológico. Caemos en cuenta, tenemos un insight, sucede algo nuevo, cuando todo nuestro organismo se corresponde: emoción y cuerpo nos proponen una acción espontánea, nuestra, propia e inmediata: es un in-vento. Un viento desde dentro, jugando con la palabra.

Para comprender esta compleja madeja, K. nos pro-pone que intentemos observar el inicio del pensamiento. No es que estemos esperando una re-spuesta suya. Hemos de poner las bases para que el silencio se instale, apartando el ruido mental, para buscar ese inicio y dejar de controlar la solución posible. Es inútil discernir entre buenos y malos pensamientos: fomentamos la batalla interna. Inútil también tratar de traducir e interpretar lo que sucede: regresamos al condicionamiento pasado. Con el fin de hacer de la aventura algo presente, lozano y joven, sin memoria ni asociación, es preciso abandonar el intento de repetir la experiencia pasada o de definir la actual o de predecir la por venir: una rosa es una rosa, es una rosa, es una rosa... Quedarse en el momento mismo. En este aquí y ahora abandonamos la imagen o proyección que tenemos de lo que percibimos, pues ese recuerdo crea un espacio entre nosotros y lo que tratamos de aprehender. Miramos sin temor, escuchamos sin asociar nada pasado ni futuro. Estamos en relación.

Pero el temor se adueña del pensamiento. Pretende llevarnos a una falsa idea de seguridad mediante la compulsión de repetir la experiencia pasada de placer, a través del deseo o la evitación del dolor. El acto de pensar se interpone ante la posibilidad de una acción fresca y nueva, ya que conlleva el riesgo de lo desconocido que, a su vez, engendra miedo. No es tanto el deseo, la atracción hacia algo por medio de los sentidos, que es algo innato al ser humano, sino el esfuerzo por repetir y perpetuar el placer, la experiencia pasada o vicaria, lo que produce el sufrimiento. Tal vez nos ayude recordar la melancólica copla de Jorge Manrique:

“Cuan presto se va el placer
Como después de pasado da dolor
Como a nuestro parescer
Cualquiera tiempo pasado fue mejor”

Y mientras quedamos atados a regresar o a desear tiempos mejores, pasados o futuros, la vida no fluye, atascada por el pensar y por la búsqueda compulsiva del placer. Creo que es importante distinguir entre sufrimiento, como aferramiento a una vivencia pasada, y dolor. Dolor es una experiencia inequívoca y que acompaña inevitablemente al humano. El dolor, sin embargo, no es equiparable al sufrimiento pues es presente.

Ante esa situación de rechazo al dolor, el sujeto-observador pretende liberarse del temor. Escinde su sensación global de rechazo y miedo al dolor en miedos diversos a lo que considera que son vivencias diferentes, todas ellas relacionadas con experiencias pasadas o futuras (no hablamos aquí del temor instintivo, que compartimos con los animales, sino del psicológico). Pero el miedo es uno e indivisible, con independencia de los tipos de experiencias a las que tememos. Es difícil observar que somos, nos convertimos en temor. Que no hay diferencia entre el individuo que contempla el temor y el temor mismo. Sin tratar de sacar conclusiones racionales o de interponer el opuesto, el valor, el coraje . Si logramos no hacer nada (algo así como “observar la película” sin meterse en ninguno de los personajes), mediante la observación estricta, algo individualísimo sucede y nos ayuda a cambiar.

Dejando de lado el temor a la pérdida, observando este inicio del pensamiento sin reprimirlo, aceptando la importancia del placer o del dolor sin juicios, puede aparecer la alegría (como la explosión tras las sucesivas capas, de la que habla Perls). No llega como un acto de voluntad (del latin volo, querer), sino espontáneamente.

Una vez alcanzada la alegría (joie de vivre), se acerca el verdadero amor. El amor es un presente activo, no es ni pasado ni futuro. No está relacionado ni con el deber, ni con la voluntad, ni con la posesión, ni con el placer, ni desde luego con el sufrimiento, idealizado este último por el cristianismo. Se trata de una pasión sin motivo, que se produce al abandonar totalmente - o al dejarse de lado- el yo. No está inmerso en el tiempo, carece de ayer y de mañana. Cuando no sabemos qué hacer, podemos probar no hacer absolutamente nada. Nos encontramos de nuevo ante el vacío, el silencio y la escucha inintencionada de nuestro ser profundo. Aquí puede estar el inicio del pensamiento.

Entresaco la proposición siguiente, que es paradigma de la auto observación sin crítica:

“¿Podemos vivir con lo que realmente somos, sabiendo que somos monótonos, envidiosos, temerosos, que creemos ser afectuosos cuando no lo somos, que nos sentimos heridos, halagados, aburridos con facilidad? ¿Podemos vivir con todo eso, sin aceptarlo, sin rechazarlo, sólo observándolo sin criticarlo, deprimirnos o regocijarnos?”

La reflexión y la actitud ante la vida que nos propone Krishnamurti no es sencilla. No podemos dejar la responsabilidad de nuestra existencia, ni de su sentido, a nada ni a nadie. Es preciso cuestionar todos los sistemas y los valores aprendidos para permitir que la nueva visión se instale. Ello requiere una gran lucidez y el abandono de cualquier pre-juicio. Las claves que aparecen en su enseñanza, cimentadas en su propia vida, son verdaderas meditaciones acerca del contenido de la conciencia personal y colectiva humana. Han de ser individualizadas mediante la experimentación. La lectura de sus charlas puede con-mover y aún mover a una vivencia distinta, si nos permitimos dejarnos llevar por la plenitud de la sensación. Constituyen -en mi opinión- un verdadero ejemplo de escucha gestáltica, atenta al presente y también de respeto ajeno. El pensamiento-sensación, que tal vez algún lector ya experimenta, permite que lo escrito penetre, que la vivencia impresione, que los sentidos se inunden y no se posponga la comprensión para más tarde. Sin llevarse trabajo a casa. Sin dejar nada para después.

Al tiempo, recordamos que él no pretendió dejar una escuela, ni quiso tener seguidores. Es una realidad que (en vida del maestro) había (y hay hoy) miles de discípulos de su orientación, pues todo gran hombre acostumbra a dejar una huella. Tratar de poner nuestro propio pie en su pisada es lo que él nos previene que no hagamos. Intentó ser una referencia, jamás un líder al que seguir ciegamente. Un maestro de como soltar amarras para entregarse a la vivencia de existir sin ataduras.

La obra de K. no responde a todas las incógnitas. El solo hecho de que exista nuestra presencia en el Universo, la existencia del Universo mismo, requiere una investigación personal, a la que su método puede contribuir, pero no suplantar. Es preciso dejar que las preguntas se produzcan para, siguiendo su estilo, poder escuchar las propias salidas. Ciertamente nos inspira, pero no debemos esperar un guía, como Virgilio lo fue para el Dante. Cada uno encuentra el sentido de su propia comedia divina.

En un mundo en que podemos observar un exceso de oferta de supuestas respuestas a las incógnitas y problemas existenciales, (con tendencia a colocarnos y a vendernos las más suaves e indoloras), la labor de Krishnamurti es un aporte muy apreciable para el buscador de la verdad.

*Recomiendo la lectura de “Limpia tu mente” , de Jiddu Krishnamurti. Ed. M. Roca. 1999


MIGUEL ALBIÑANA






































viernes, 6 de mayo de 2011

el mito nacional


Nacion.al.ismo

Al igual que cada persona tiene su propia mitología, que le ayuda a entender el fenómeno de su existencia en el marco de una realidad cambiante y efímera, pienso que es importante recordar el mito social y grupal en el que vivimos, ya que buena parte de nuestro propio mito está en relación con el de la sociedad actual. Asumir y colocar la historia mítica, el reto con el que tratamos de integrar lo desconocido, lo misterioso o el tabú, nos permite vivir de una manera más consciente.
En este país, nos vemos, desde que recordamos, forzados a tener presente cual es el mito que nos mantiene unidos, cohesionados, ahora, en los últimos quinientos años y anteriormente también.
En un momento en que las fuerzas centrífugas de los nacionalismos compensan y se oponen a las centrípetas de una Europa unida, e incluso de un planeta interrelacionado, me pongo a reflexionar sobre lo aprendido.
Durante un tiempo, y en especial en el período franquista, se nos trataba de inculcar que la España en la que vivíamos era, o debía estar, siempre encaminada a ser, “una, grande y libre”. Era el mito imperial y ultracatólico. Nada podía ser más lejano a la realidad, aunque el poder militar y político del periodo así lo imponía. El país había dejado de ser grande hacía mucho tiempo, desde que perdió su imperio, nunca había sido uno, pues estuvo y estaba compuesto por nacionalidades diversas, de lenguas y culturas variadas y ciertamente no era libre, ni internamente por la represión política y religiosa, ni externamente, a medida que continuaba imponiéndose en el planeta el dominio de otros grandes imperios. La así denominada autarquía fue una fantasía nacionalista que no hizo sino retrasar aún más el progreso social y económico de la población y del país muy empobrecido por la guerra civil y la postguerra.
Pero el mito de nuestros gobernantes de entonces se imponía. Quería hacerse ver o parecer que desde Viriato, los romanos, los visigodos, los musulmanes y los reyes así llamados “católicos” este país se había vestido siempre el mismo ropaje unitario.
La llegada, o restablecimiento, de la democracia y la creación del sistema autonómico supuso un descenso a los infiernos y un debate no concluido acerca de lo que es o debería llegar a ser España y todavía hoy parece no tener fin la discusión o lucha política. Bien alimentada por gobernantes que, desde sus amplios y lujosos despachos, confían en mantener el poder sobre el territorio, local o estatal, y, en un caso, a desbancar a los representantes del Estado por otros, igualmente privilegiados, o bien, en otro caso, a destronar a los de las autonomías para extender su poder unitario.
Me paro a examinar ahora, por ejemplo, a Cataluña. Los nacionalistas independentistas confían en que algún día sus embajadores representarán a un país independiente del actual en no menos lujosas oficinas o automóviles y pagados con no menos opíparos sueldos y privilegios, sin importarles lo más mínimo que la destrucción del mito español traerá a ese país otros problemas, incluido el de las veguerías o el de problemáticas relaciones internas entre ellos y con sus posibles vecinos.
Por su parte, los nacionalistas españoles, en lugar de ponerse en posición de ser deseados, y hacer de la convivencia un pacto amado por la mayoría, no hacen sino criticar la actitud de sus contrincantes, ya sea desde la burla o desde la descalificación, olvidándose de que la pertenencia es, no tanto un deber, sino sobre todo un derecho que hay que merecer por amabas partes.
Mientras tanto, muchos asistimos impotentes a la destrucción de ámbitos importantes de convivencia, que hemos tenido o conocido casi toda nuestra vida y que son sustituidos por vagas promesas de mejora en el nivel de vida o en el futuro del país.
País, por cierto que fue y sigue siendo plural (comparémoslo con Francia nuestro poderoso vecino del norte), pequeño (una miradita a China o India basta para comprobarlo) y no solamente no libre sino que muy dependiente (una llamadita de teléfono de Obama a ZP basta para cambiar el rumbo de la política económica o social).
Entonces ¿dónde ha quedado nuestro mito español? Mito entendido como una necesidad de entender y aceptar la convivencia con una meta común, con una ilusión de todos, aún respetando las características especiales que conforman nuestra comunidad. Sería conveniente un repaso histórico. Recordar que el imperio terminó hace mucho tiempo, con sus aventuras y grandes desventuras, como la masacre de una enorme parte de la población conquistada (pongamos que ni mejor ni peor que otras conquistas, pero desde luego, nada para ufanarse). Imperio que tiene su correspondencia en cada una de las tan cacareadas autonomías, pues si los castellanos o vascos contribuyeron a la conquista de América, los aragoneses (o catalonoaragones como gusta decir ahora), no fueron menos crueles a la hora de conquistar Sicilia, Atenas o Constantinopla)…
Estamos y formamos parte de un planeta en ebullición, con grandes problemas debido entre otras cosas a la sobrepoblación, a la sobreexplotación, al nacionalismo, al capitalismo salvaje, a la competencia desmedida…. Y nos ponemos a pensar que esa es la única forma de salir de nuestro atolladero: es decir produciendo más, tratando de ser tan ricos como el que más, compitiendo más, explotando más… fabricando más coches, casas, latas, …
Claro que existen algunos idealistas que trabajan par ayudar a que el sistema cambie. Véase por ejemplo el tema de las ONG,s que ayudan a los “pobres” en medio de este lodazal. Algunas realmente loables, otras menos. Recientemente me explicaban lo que puede llegar a costar cada euro que se esfuerzan en donar a los “pobres” algunas caritativas organizaciones y es espeluznante: el esfuerzo difícilmente compensa el resultado. Entregar cada euro donado puede costar más de tres…Creamos dependientes para que, entre otras cosas, puedan seguir viviendo o viajando (incluso en primera clase) una serie de personas que quieren dedicar su vida a la ayuda “desinteresada”…
Si. Sé que este panorama puede resultar desolador. Pero siempre me acuerdo de un maestro mexicano en la Universidad, que nos decía: “deben pensar en ser afectivos, pero no por ellos menos efectivos”. El espíritu anglosajón suele tener más de lo segundo y no debemos perderlo de vista.
Hemos de hacer un replanteamiento de a donde nos llevan los nacionalismos, a donde el capitalismo, cual es nuestra forma de trascenderlo, de llegar a otro lado, sin que esto suponga de nuevo un proceso de destrucción masiva que sería sin duda peor todavía que la II Guerra Mundial.
¿Y España? Podríamos pensar cual es nuestro ideal de convivencia y como queremos transmitirlo a los demás y a las siguientes generaciones. Qué sería lo que nos puede mantener unidos, fuera de la recuperación de ideales ya caducos, alimentados por nacionalismos no menos caducos, en un planeta en plena transformación, en le que la especie humana es la principal responsable de que se mantenga un equilibrio ecológico, vital para nuestra existencia, desde luego, pero también con responsabilidad hacia las demás especies, minerales, vegetales, animales…
Puede que este ideal, transformado en un nuevo mito, nos diera ánimo para continuar juntos, en respeto a nuestras propias culturas y beneficiándonos de una historia común, defectuosa sin duda, pero llena también de riqueza y variedad.
Necesitamos variar el discurso personal, para que el social y el político varíen. Los poderosos no cederán fácilmente su poder sobre los demás. Es necesario convencer para poder vencer y superar las falsedades de un sistema que se auto-envanece al llamarse democrático por mucho que, sin embargo, sigue siendo el menos malo de los hasta ahora conocidos.