EL RELEVO
Una de mis historias favoritas es
la que narra Lampedusa en su novela “El Gatopardo”. La leí antes de ver el film
de Visconti (1963) basada en el
relato. Tanto la novela como la película son para mi el paradigma del “fin de
una época”.
Ver a Burt Lancaster junto a la
bellísima Claudia Cardinale y al joven Alain Delon sigue siendo un goce para
cinéfilos. Y, junto a ellos, toda una serie de estupendos personajes que parecen
sacados de la vida real, incluso actual.
Es difícil encontrar una manera
tan verdadera de contar cómo la vida es un cambio constante, y la forma en que lo hacen
los individuos y las sociedades a las que pertenecen. En verdad que a veces los
cambios parecen más radicales de lo que luego son. Especialmente si lo miramos
en perspectiva. Y eso es precisamente lo que dice el protagonista cuando la
revolución italiana de los “camisas rojas” es envuelta en el sorpasso de la nueva monarquía de Víctor
Manuel de Saboya: “hay que cambiar algo para que nada cambie”.
Ahora vivimos un momento de
cambios dramáticos en este país, en España. Tras uno de los períodos más
estables, democráticos, y de desarrollo social y cultural, el largo reinado de
Juan Carlos termina con severas amenazas de disgregación, el desempleo, la
corrupción y una crisis profunda de valores.
Por encima y por debajo surgen
movimientos nuevos que pretenden transformaciones más o menos radicales. Otros son
meramente formales, como por ejemplo la sustitución de un rey por un presidente
elegido por sufragio. El paradigma “de un hombre un voto” parece la única
solución, en un momento en que precisamente ese paradigma parece estar en un
serio conflicto con la solución. Se nos dice, al modo estadounidense, que todo
se soluciona yendo a votar.
Pues bien. Estamos padeciendo
justamente que todo no se soluciona yendo a votar. Y claro es que ir a votar
puede ser la menos mala de las soluciones para muchos problemas.
Yo no creo que la Jefatura del
Estado esté en peores manos con un rey que con un presidente republicano
elegido. Podrá satisfacer, desde luego, el ansia de que todos tengamos las mismas
posibilidades de ser elegidos. Pero eso no necesariamente es lo mejor para esa
institución, si es que hay que tenerla. Un rey, alejado del fuego constante
partidista y de los asuntos emocionales que se manejan en muchas, si es que no
en todas, las elecciones, puede resultar más eficaz. Está claro que el modelo
republicano puede ser mejor y peor. La Presidencia de la Republica en 1931/39 no
fue precisamente modélica. No funciona mejor Francia que Gran Bretaña, ni mejor
Italia que Suecia, o Egipto que Marruecos…
Todo esto me lleva de nuevo al
Gatopardo. El protagonista, un noble italiano envuelto en la revuelta, apoya
por razones familiares y oportunistas a los revolucionarios, que luego se
convertirán en monárquicos. Cuando le ofrecen un cargo alto en el nuevo
Régimen, lo rechaza. Alega estar ya fuera de juego, ser demasiado tarde para
adaptarse. Con él finaliza una época.
Puede ser que algo me hace sentir
a mi que yo también estoy ya en otro momento de vida. He vivido casi toda ella
bajo el reinado de Juan Carlos. Con sus debilidades y con sus llanezas, le sigo
teniendo cariño. Ahora empieza su hijo. Le deseo suerte, porque a su suerte va
unida la de mis conciudadanos y la mía propia.
No creo que sea mejor votar ahora
monarquía o republica. Tengo otras prioridades. Y además puede que para mi ya
eso no es un asunto importante.
Al igual que Lancaster en el film
viscontiano, siento que para mi ya es tarde para andar cambiando de uniforme.
Y también creo que para que algo
cambie lo que hay que cambiar no es el uniforme.