domingo, 28 de junio de 2009

retrato de un generoso



Tal vez lo que más llama mi atención es la expresión de su boca. Risueña. De comisuras altivas y tiradas hacia arriba, permite la apertura total y la expresión completa de sus deseos inmediatos, si no están controlados por el miedo o la vergüenza.
Con gestos propios de un niño delicado y en permanente excitación, se le dificulta la autolimitación de las expectativas. Ha comprendido que la frustración forma parte de la existencia a costa de sufrimiento, no largo en duración, pero si intenso, como todo su ser.
Tiene una capacidad natural para la expresion emocional y gestual, que a veces le confunde: al exagerarla ya no sabe lo que es verdad.No puede distinguir conscientemente lo que exagera de lo que en verdad siente. Es consecuencia de su deseo de ser visto, de ser centro de atención a través de lo teatral, de lo positivo, de lo alegre.
Optimista descarado, pasa con frecuencia a decapitar al mundo, sin que esto tenga una larga duración.
Su dificultad para centrarse en una sola actividad le hace exaltarse con desenvoltura ante nuevas expectativas, dedicarle todo tipo de intensidad, para luego dejarlas caer con facilidad.
Dador compulsivo de afecto a quien desea entregarlo, acaba siendo su talón de aquiles, pues sucumbe a él sin percibir el trato personal, que puede llegar a ser inconscientemente comercial.La confusión entre dar y recibir hace bueno el dicho de "cuando recibes parece que das".
Muy sensible a la ofensa, puede retirarse a su cueva o ser presa de una violenta indignación.
Su cualidad afectiva y afectuosa es real y sin embargo el amor es su reto. Y su dificultad.

sábado, 27 de junio de 2009

Marcos en ELEUSIS



RELATOS VIVIDOS. ELEUSIS

El viaje de marcos

Marcos y Guián han decidido emprender un viaje juntos. Se trata de un viaje iniciático por el mundo de los símbolos. Es el primer viaje de Marcos por esas tierras, más allá de las fornteras de lo real.
Guian ya ha estado en sus cercanías.
Marcos hizo un cuaderno de viaje, del que extrajo unas notas que ahora publico con su autorización.


<< Todavía bajo el efecto del choque poderoso, trato de concentrar mis pensamientos para recordar la experiencia tan lejana ya.

Algo, internamente, me dice que no será posible regresar jamás allá donde estuve, pues el retorno al lugar en que todo se comprende exige la renuncia, la pérdida de la consciencia, de la razón, de la individualidad. Además, son tantas las facetas, los ángulos desde los que se me dio la posibilidad de VER ¡De experimentar la otra parte!
Trato de recoger algunas.

Pienso en el momento en que, con los ojos cerrados, exclamé: “Ya no soy”, “he desaparecido: soy ahora lo que percibo, soy tu, aquello, todo”.
No debía de ser tan cierto pues, muy cerca, mi compañero en el viaje mítico, G, no estaba en lo mismo. Orgulloso de su yo, (como ahora veo que yo lo estaba del mío), estaba dispuesto a enfrentarlo con lo que él concebía el mío, sin calibrar siquiera las consecuencias del choque, de la pugna necesariamente brutal entre dos formas de percepción.

Recuerdo aquellos momentos, estando mi autopercepción fuera de órbita, aquello que la dominaba pensó que tenía que bajar a tierra. Hacía poco que había sentido la necesidad de dividirme, de partirme y mi fragmento inferior había dado a luz al ser humano, tras una potente y embriagadora sensación que, proveniente del sexo, había dejado salir una fulgurante fuerza, llena de fuego.

Ignoro qué, pero, atendiendo a una llamada de abajo, mi Ser se compadeció y cual padre que envía al hijo al sacrificio, empecé a describir y a sentir el dolor y la angustia que me haría bajar a lo terreno con una sensación de cordero pascual. Sería preciso referirme a los Evangelios cristianos para aclarar lo que transitaba. Mi subconsciente –teñido del mito cristiano- pensó en el color morado, color que asociaba con el de la pasión y de la misericordia; y, efectivamente, grandes y sublimes explosiones y ondas de este color acompañaron mi descenso desde el plano superior al inferior. Aquí mi ego y el Ser tomaron, de alguna forma, contacto con la “desdichada” realidad terrena, llena de infortunio comparada con la absoluta y omnipotente de arriba. Tengo que suponer que, al hacerlo, se despertaron las impresiones pasadas, como arquetipos junguianos. Me vi sacrificado como un Cristo, como Dionisos y al llamar al Ser humano, indiferente en sus pequeñas tareas individuales, sacudido por una indignación magnífica y llena de poder (¡cuanta omnipotencia veo ahora!).

Las visiones, hasta entonces esplendorosas y pletóricas de amor, se llenaron de colores tenebrosos. Comprendí entonces que nacía al odio y por unos instantes fui odio y cólera ad infinitum, con una fuerza ilimitada. Juzgué y condené al hombre (inepto que era yo de ver mi propia y limitada humanidad) que respondía a la misericordia y a la ternura con egoísmo y con indiferencia, siendo capaz de contemplar sus más lóbregas e imposibles manifestaciones en una especie de mundo astral, inasequible a la percepción ordinaria.
Tal vez fue entonces, al quedarme solo, cuando empecé a sentir los impulsos y las posibilidades sutiles de lo terreno. Todo era tremendamente real y algo me decía que pronto habría de olvidar las precisas y perfectas explicaciones que había tenido del origen y de la creación del Universo y de la participación de la mente humana en ese proceso y de mi mismo. Por entonces, lo que sí llegó a captar mi mente es que atravesé un sinfín de sensaciones: se me mostró la sensualidad, reflejada visualmente en olas de colores brillantes amarillos, dorados, marrones, verdes y viscosos, moviéndose untuosamente, cual aceite cuasi sólido, mientras mi cuerpo se llenaba de una fuerza que, concentrada en la zona del sexo, ascendía lentamente provocando movimientos semejantes al acto.

Pero lo subconsciente (o lo fluido en mi) pensó que en aquello no me quería detener. Pedí una clave para salir de allí. Creo que se trataba de un cristal de roca límpido, que reflejaba los siete colores y por ahí desaparecí para entrar en el mundo de las riquezas, de la codicia, plasmado en colores áureos, pero espesos, sin que de aquí pueda recordar nada más.
Sé que el arco iris me salvó una de nuevo y me llevó a un nuevo lugar.

Por entonces debió de ser cuando se me enseñaron mis vidas pasadas, que eran numerosas con gran clarividencia. Recuerdo escenas bélicas, alguna de menestral... poco más. Enseguida tuve la certeza de que algo aterrador iba a suceder. Algo que me iba diciendo que iba a tener que nacer. Mi relación con G (lo humano) me obligaba a volver a nacer y se me daban como diversas posibilidades, acordes con mis fuerzas, para ayudar a la humanidad. La ayuda a la humanidad era el único sentido de la existencia terrena y efímera. ¡Ay! Todas me parecían demasiado duras, demasiado pesadas, demasiado difíciles para mí... Y la voz interna proseguía: ”Pues entonces ya ves; sólo queda esto...”, “esta es tu única salida, esta es la vía para renacer ahora… “, oía. Yo me encogí, poniendo las manos en actitud oratoria, suplicante. Tuve la sensación de orar; y luego de que entraba en un vertiginoso tobogán que me arrastraba a gran velocidad. Como una corriente impetuosa (ese tobogán lo asocio ahora con el nacimiento, la salida del útero). La voz narraba muy deprisa: “nacerá...quinto de familia, madre que le querrá mucho, mente que se desarrollará, gran sensibilidad,” y una serie de detalles sobre lo que iba a ser mi siguiente encarnación, para la que me preparaba y descendía. Todo muy veloz, arrebatado, con la angustia de entender el proceso de la encarnación dentro de un vértigo intensísimo...
Finalmente, al final de ese descenso, estaba en posición fetal. ¡Había nacido! Estaba en el planeta Tierra… Vagamente, otras sensaciones recordadas me decían que, en otra vida, sería madre de tres hijos... (!)

Traté entonces de hacer un resumen de lo sucedido. Veía claro el paralelismo de mi relación con G y todo lo ocurrido, pero esa correspondencia tenía tantos y tantos simbolismos que me perdía en el marasmo de recuerdos y sensaciones...

Había sido tan tremendo, tan colosal, tan sobrehumano...
Traté de ordenarlo nuevamente.

Al principio, una gran tensión que subía por las piernas, seguida de un fuerte nerviosismo. Esto me acabó llevando a una habitación donde tuve un fuerte embate, sin poder controlar la enorme fuerza disponible. Mordí, grité, aullé… G se acercó y me calmó entonces y creo que ahora puedo ver la parte más positiva de su presencia. Un viajero experimentado, aunque no dotado de sensibilidad para el mito, sin cuya presencia no hubiera viajado.

Después, visiones espléndidas, todo repetido en varias imágenes, con grandes reflejos en los siete colores, pájaros gigantescos, águilas y gavilanes (sonaba música de Vivaldi).

Me llama G. Le ruego que ponga música de Bach y suenan los conciertos de Brandemburgo. En ese momento, la sensación física es muy poderosa. Me embriaga, me enajena y acaba anulando mi personalidad: comienza la Creación del Mundo. A mi lado está G y todo es prácticamente imposible de describir. Veo una gran ave, como un águila enorme, desarrollándose, desplegando sus alas, en explosión de infinidad de colores. La sensación es gozosa y de mi pecho nace una voz que siento fuerte, tratando de describirlo. A medida que crece y despliega sus alas, el Universo se expande, se desarrolla hasta el infinito. Un Universo de todas las posibilidades. Sin embargo, tras la expansión larga, brillante e intensísima, el ave se recoge poco a poco. Sus alas se van replegando, los colores se van apagando, todo se sublima hacia lo negro que, con sutiles vibraciones, de todos los colores dentro de la negritud, advierte del recogimiento de lo eterno. Dentro de sí, de la eternidad apagada, está la semilla de lo que será su nueva expansión, tras la noche cósmica. Un próximo vuelo dentro del vacío eterno.

Poco después, siento la necesidad de comprender el significado de los números. Los impares están representados por colores más fríos, que se plasman en el rostro de una mujer de sensuales rasgos. Los pares, positivos, representan lo masculino, el rojo y el amarillo fuertes. El mundo es comprensible a través de los números.

Vagamente, puedo recordar una disquisición que me acercó del 1 al 12, dándome un gran simbolismo para cada uno de ellos y un colorido muy especial.

La llegada del número 12 supuso un cambio. Como si supusiera que esto era la vuelta a empezar, el retorno, el final del ciclo. Cuando lo expreso, G se aleja de mi y yo permanezco en mi gozo, creando colores y formas, mares y océanos, traspasando mundos, desde la infinita sensibilidad a lo más brillante, desde lo alto a lo bajo, desde lo divino a lo humano.
G trató de escucharme y de llevarme a su mundo de pintura, de creación. Ahí entramos en choque ante dos mundos que no coincidían y que yo tardé mucho en simultanear. El mundo interno, el de la visión, y el externo, el de la práctica y de la concreción.

El resto ya lo sabéis.

Y así acaba mi relato. Visto treinta años después, veo la omnipotencia de mi mente y el deseo febril de ser escuchado; admirado por G, en cuanto se me pasó el efecto principal y que no requería de la presencia de nadie. Eso debió de ser un detonante de su paranoia, que me trajo bruscamente a la realidad. El se había puesto a pintar y yo consideraba que su pintura, comparada con mis grandiosas imágenes, era poca cosa. Hoy, años, muchos años después, percibo que él estaba creando, realizando su propia vivencia, mediante la plasmación concreta. Entre ambos, el contacto fue limitado por el propio ego.
Yo me limitaba a dejar mi fantasía volar. El estaba interesado en su vuelo y no en el mío.

Jamás supe nada de G después. Hubo una despedida fría, días más tarde. Y ahí quedó. Hoy le dedico en parte esta experiencia. Algo me dice que hace tiempo que no forma parte del mundo de los vivos.
Nunca lo sabré.

Este escrito es un intento de hacer algo útil y concreto de aquél tremendo viaje: mi primer gran viaje mítico.
La plasmación de lo interno y de lo externo. Por eso es también en parte un recuerdo de G. Y también de gratitud hacia una mujer que, desde México, me posibilitó esta experiencia, dando ejemplo de quien da y no pide nada a cambio.”



<<>

lunes, 22 de junio de 2009

EL arcángel y la serpiente. Relatos vividos


Podría titularse “de ángel a hombre”.
Para mí, refleja el tránsito hacia una actitud más comprometida socialmente y el final de los sueños de persecución que tuve con cierta regularidad.
El enfrentamiento,la lucha con y la muerte de una poderosa serpiente en el curso de un sueño, dio lugar a este cuento.
Corresponde también al momento en que decidí dedicar tiempo a la psicoterapia.
Es el término de la etapa de formación
.


Bajo una fría luna azul, el arcángel seguía pensativo. Le era difícil, aún siendo arcángel, entender como, después de haber asistido a su nacimiento, de haber visto crecer aquellas esplendoroso alas cuajadas de plumas blancas, de bellísimos reflejos azulados, podía seguir todavía reflexionando sobre lo difícil de la existencia. Sentía sus pies perfectamente apoyados en el suelo. Podía correr y llegar a puntos lejanos sin temor a caerse, tanta era su confianza y seguridad. Con sus alas, podía trasladarse a cualquier lugar del Universo, allá donde sólo la imaginación puede llevar. Podía disfrutar de la Tierra y del Cielo y bañarse en los ríos y en los mares más hermosos, en los parajes más bellos jamás soñados. Su mente lúcida podía descubrir secretos inefables a la inagotable sabiduría y su intuición perspicaz le indicaba con precisión asombrosa el cómo y el cuándo de las cosas, ya que el porqué, desde que creció, sabía que era un concepto tan inalcanzable como agotador, a más de inútil. Su contacto con su derredor era excelente y podía constantemente seguir asombrándose de sí mismo y de lo que le rodeaba.

El arcángel era por lo demás un ser encantador, lleno de creatividad, tan apacible como enérgico, tan pacifico como fiero, tan simple y sencillo como sofisticado. Todo le agradaba, pues sabía elegir precisamente aquello que, en cada momento, precisaba su naturaleza. Era considerado por sus congéneres como un amigo cabal y fiel, buen consejero y participativo de sus propias experiencias.

Sin lugar a dudas, el arcángel tenía todo para ser dichoso en su larga existencia, efímera, desde luego; pero, consciente como era de ello, tampoco le molestaba nada, pues su disfrute estaba por encima del pasado, del presente o del futuro.

Recapacitaba este ser, tratando de concebir qué podía estar turbando de esa manera su existencia, en tanto el frío hacía brillar más su silueta, desprendiendo una leve sombra, alargada y quieta.

Una lechuza atravesó el aire, lanzando un sonido hermético y seco. Levantó la vista el arcángel y alcanzó a ver su rápido salto sobre un animalillo que se destacó, por un instante, en la pradera. Hubo un corto forcejeo, inmediatamente seguido por el ascenso triunfante del ave, que en su pico transportaba un ratoncillo de campo. La lechuza se perdió en el bosque y el lugar recobró su silencio profundo, apenas turbado por el rumor de la brisa sobre el cuerpo del celeste ser.

En ese momento, se estiró, sacudió sus alas y escuchó un silbido duro y penetrante. Consciente del peligro, giró rápidamente hacia atrás, dando un paso rapidísimo hacia el lado derecho. Enfrente se encontraba una formidable serpiente, erguida y amenazadora, dispuesta a arrojarse sobre él. En brevísimos instantes se cruzaron todas las posibilidades.

"Un arcángel no pelea con una serpiente", fue lo primero que llegó a su mente; y empezó a agitar sus alas pronto a elevarse. Después, se vio proyectado ya en otro lugar para proseguir su filosófica meditación acerca de la vida, de sus consecuencias e implicaciones para un arcángel como él.

Pero nuestro arcángel estaba ya un poco cansado (admitamos que esto puede suceder incluso a este tipo de seres) de su reflexión vital. ¿Y sí...? Ello sería desde luego un riesgo, pero ¡Qué excitante! Nunca hasta entonces había sentido una sensación ni un deseo parecidos.

Finalmente, se decidió. Entablaría batalla al coste que fuera, incluido el de su propia vida. Era una decisión impresionante, pero firme. Al fin, estaba definitivamente harto de pensar y aquello era un reto nuevo y fascinante. Lo que sucediera o dejara de suceder, ahora no tenía la menor importancia.

Ambos seres se miraron, conscientes de que les iba la vida en la lucha. La serpiente parecía estar más segura, si bien la consistencia etérea del alado la tenía un poco desconcertada. Lo más parecido con lo que había luchado era un águila, de la que había salido triunfante. En cambio, el arcángel sólo era consciente de su propia fuerza y de su voluntad de ganar o de perecer en el intento.

El reptil parecía tratar de hipnotizarlo con su silbido y sus penetrantes ojos rojos. Sus escamas, también rojizas, parecían despedir un calor salvaje y cubrían su cuerpo poderoso y bestial, terminado en una cola de siete anillos. Se deslizaba con una parte de su cuerpo, manteniendo muy erguido el resto, con la cabeza hacia adelante y la lengua ligeramente sacada. Tenía un aspecto de dragón y, en esa posición, era más alta que el arcángel, dando una impresión de indestructible.

La pelea fue espantosa y cruel. En un momento, el ser celeste se vio cercado y con todo su cuerpo envuelto entre los poderosos anillos. Sintió el crujir de sus alas y un dolor intolerable. Se despertó en él una fuerza y una ferocidad espantosa. Con una rabia increíble y viendo en peligro su vida, lanzó una dentellada al cuello de la serpiente. Sus pies parecían garras y lanzaba rugidos terroríficos. Se revolcaban en el suelo, en medio de tremendas imprecaciones, mientras la sangre cubría la tierra.

El arcángel sentía hervir su cuerpo, los músculos hinchados, la cara dilatada y, a pesar del dolor de la lucha, un placer inigualable ascendía por todo su cuerpo, llevando más fuerza a sus manos, que retorcían con desesperación la cabeza del enorme reptil.

Todo el bosque se había llenado de ansiedad y muchos de sus habitantes contemplaban la lucha titánica del cielo y de la tierra, en medio de una polvareda cobriza.

La serpiente, aún herida, parecía estar disfrutando también del combate y de la entrega del contrincante y ambos reían y gritaban de dolor. Las alas del ángel yacían en el suelo, deshechas en medio de un montón de plumas y de escamas sucias y llenas de lodo.

Finalmente, con un rugido exasperado, con la boca hecha espuma, haciendo acopio de toda su fuerza y aprovechando un descuido de su adversaria, el arcángel logró zafarse por un instante del abrazo y tomando una afilada roca la aplastó en la cabeza del reptil.

La serpiente se estremeció, contempló un momento los ojos de su rival. Sus ojos rojos lanzaron una mirada de pasión; se sacudió, se estremeció, tembló y se derrumbó lenta y silenciosamente a los pies de su adversario.

El arcángel, atónito, la contempló sin rencor. Incluso le lanzó una mirada de agradecimiento, asombrado de su propia reacción. A continuación, se desplomó a su lado, junto a quien, momentos antes, había sido su enemigo mortal. Poco a poco, comenzó a recuperarse y se fue arrastrando, agotado, hasta el cercano riachuelo, en donde lavó sus heridas y refrescó su maltrecho cuerpo. El agua estaba fría y transparente y se tiñó de rojo vivo. Al salir de ella, fue un hombre quien lo hizo. Ya no había alas. Ya no había plumas. Sólo el cuerpo de un ser humano bien formado.

No salía de su asombro ¡Ah! ¡Así que este era el precio! Estaba radiante con su nueva anatomía y una extraña fuerza ascendía desde su sexo. Su rostro había perdido el aire angelical para dar paso a otro enérgico y viril. El aire era suave, profundo y oloroso. El amanecer que despuntaba era fresco. La luz se anunciaba en el valle, una luz anaranjada, que hacía destacar el azul pálido del horizonte, en tanto, atrás, el Oeste permanecía en la obscuridad.

Sonrió y se revolcó todavía con confianza en el la verde yerba ¿Qué haría ahora? Caminó hacia el valle, sintiendo la dureza de las piedras del sendero en sus plantas desnudas, clavándose alguna espina, tropezando aquí y allá. Poco a poco, su cuerpo empezó a sentir mayor confianza y dominio. Halló alguna ropa con que cubrirse y se adentró en el valle.
A lo lejos, descubrió la silueta de un pueblito y hacia allí dirigió sus pasos firmes y decididos...


.............................

domingo, 7 de junio de 2009

El avión


Cuantos destinos diferentes, juntos para desaparecer en la profundidad del agua atlántica... Uno piensa en cada uno de ellos agarrado, aterrado, mientras la catástrofe se avecina, rechinan los goznes, retumba la muerte...

Cuantas vidas que terminan, en el momento que parecían continuar, o empezar, mientras el destino despiadado siega la vida...

Esa caida en picado, ese brillante objeto luminoso que , inerme y portador de sus últimos segundos de vida, cae en picado, desintegrandose en trozos incandescentes, que recibe el agua y que se sumerge mezclando los elementos en vapor.

Pienso en vosotros, hermanos, mientras un estremecimiento sacude mi cuerpo.

viernes, 5 de junio de 2009

EL TIEMPO


El tiempo

palabra que suelo asociar con su paso, con el reloj que marca las horas, con el calendario que deshoja sus días, sus meses, sus años. Fotos de tiempos pasados, recuerdos marcados en la memoria, unos mejores que otros, algunos peores que los demás...

El tiempo

melancolías que me recuerdan el paso fugaz por la vida, la mía, la de los demás, la de todo. A veces con dulzura; otras amargos recordatorios de lo que ya no puede volver.

El tiempo

que me dice , unas veces susurra, otras grita, que nada pasado regresa, que nada por venir es seguro.

Viejo camarada de mi camino, que se perderá en mi memoria.