sábado, 15 de septiembre de 2018

Dordogne (la vibración)



La vibración (En Dordogne)

   

   El sonido de la moto se va perdiendo a lo lejos, dejando como una estela cada vez menos definida. Poco a poco, van apareciendo nuevos sonidos, como el zumbido de la abeja,  y el del moscardón. Más a lo lejos,  el murmullo que llega de la lejana carretera y puede que las voces humanas más a lo lejos todavía.

   La tarde va cayendo y el sol ilumina los bosques de verdes distintos, que coronan a las pequeñas colinas, en una maravillosa sinfonía alrededor del color de la  vida.

   

   Mi atención se enfoca más ahora al momento cercano, mientras la campana de la Iglesia del pueblito cruza el aire con su tañer.

   El sonido en los oídos se hace más intenso, más íntimo. Me recuerda el que hacen las abejas en el panal. Me trae el recuerdo, pero no es  igual. Es más como quien se va acercando al gemir de la fuente, a la que uno va a beber con prudencia.

   Me retiro más cerca de este sonido, permitiendo que se mezcle con el del exterior, con el fruto que cae mansamente del árbol, con el alegre canto del petirrojo, con el leve silbido del viento.

   Y regreso hacia adentro.

   Vienen las palabras del maestro que me trae aquí susurrándome al oído que permanezca conmigo, en mi sensación, que no la interprete, que no la sesgue, que no la filtre entre la tan grande sabiduría de otros.

   Aparece la visita a la cueva milenaria, que me ha traído el obscuro pasado de mi especie, lleno de misterio, y para mi de sufrimiento, de dolor, de ignorancia. Pero también de intensidad,  de descubrimiento y de contacto con lo natural y con lo sobrenatural.

   Y tantas veces la vida transcurre así. Del pasado oscuro a la claridad, para retrotraerse a la ignorancia y la duda.

   Quien cree que el ahora es la solución de todo a veces no se da cuenta de que solamente la sabia combinación del no tiempo, que no es ni pasado ni presente ni futuro, trae la paz a nuestra atención inquieta y sometida a los vaivenes de la ignorancia .

   El zumbido. Ese que me regresa a mi sin perder pie de lo que me rodea, esa paradoja de la consciencia, esa humilde sensación del ahora.

El valle se tiñe de rosa y el río serpentea a lo lejos, entre castillos y cuevas, entre viñas y bosques, entre pueblos y cielo.


 Ahora a mi mente llega que amo, pues amo este delicioso estar, en esta región que se me antoja amable, acogedora, antigua, sin tiempo: la belle Dordogne.