jueves, 4 de julio de 2013

Requiem de Verdi



Requiem



«Requiem æternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis» 
(«Concédeles el descanso eterno, Señor, y que brille para ellos la luz perpetua»).




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   Ayer fui a ver y a escuchar el Requiem de Verdi. Creo que, desde la primera vez que lo oí, fue una de las composiciones musicales que más me ha impresionado.
Verdi no era un hombre creyente en el catolicismo, según he podido leer en su biografía, ni particularmente religioso. Ya en su vejez compuso esta obra en honor de su amigo el escritor Manzoni, fallecido.
  A ambos les unía el amor a la patria italiana y fueron fervorosos agitadores contra la ocupación austriaca.

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 El Teatro Real estaba abarrotado de amantes de Verdi. No me extraña. Su romanticismo es fervoroso y exaltado y a mi su música se me lleva “cual piuma al vento”.
  Ayer estuve comedido. A pesar de lo cual mis ojo se humedecieron cuando el coro y la orquesta se unen en un exaltado himno, en el que pareciera que el alma es arrebatada al cielo.
  Y no hice nada por impedirlo ¡Es tan delicioso dejarse llevar en la conciencia de que es eso lo que se quiere!
  Sin embargo, no por ello los pensamientos e imágenes desaparecían. Amablemente los dejaba pasar, mientras mi mente se sentía unida al conjunto. El director, enjuto y agitado, se retorcía hacia todos los lados animando a cada uno de los sectores de su orquesta y coro.
  Los solistas, solemnes, dieron un recital maravilloso, en que el tono cristalino de las dos sopranos contrastaban con las voces recias y graves de los tenores.
Me imaginaba en mi fantasía a Manzoni dejándose llevar en un principio por la tristeza de dejar este mundo, esta vida, llena de color, de dulzura y de sufrimiento. Su lucha entre pelear por quedarse en el  mundo y la de dejarse llevar por la muerte, que trata de apagarle los sentidos.
  El dialogo entre coro e instrumentos, entre altos y bajos, entre los instrumentos entre sí, aunque incomprensible para mi, me permitía, sin dejar de escuchar ni de ver, mantener esta imagen de batalla.
  Dolor y aceptación. Lucha y entrega. Esperanza y vacuidad…Mi protagonista era Manzoni, aún en la evidencia de mi proyección.
  Sentía una gran admiración por Verdi, ese hombre sensible, generoso, altruista y lleno de gloria.
  Una hora y media sin más interrupciones que las inevitables toses de los que aprovechan la pausa para aliviar su ansiedad. Una hora y media de torbellino, de pasión, de entrega total.
  Para terminar en ese suavísimo, delicado y sereno final. Un final con el que el maestro parece que nos hubiera querido transmitir que lo que termina es inevitable y que es mejor aceptarlo así.
  El dolor de la separación, de la muerte, tras un inefable momento de vida.

  No quise quedarme a todas las merecidas ovaciones. Necesitaba salir y pasear tranquilamente , dejando que mi alma se aquietara. Que las emociones se pausaran.
  Y a pesar de eso la noche fue agitada.

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  Es lo que tienen las emociones desbocadas. Luego cuesta que los caballos descansen en su cuadra.






8 comentarios:

Raquel G. dijo...

Mis caballos andan a menudo desbocados, especialmente de noche. Finalmente me he dado cuenta de que sólo vuelven a la cuadra cuando dejo de vigilarles de cerca.
Este verano especialmente duro y agotador para mí me está enseñando a respetar a mis caballos cuando se desbocan y cuando descansan, cuando me pasan por encima y cuando duermen en paz.
Un abrazo, Miguel. Hermoso post.

Anónimo dijo...

Miguel, eres un poeta.

Un abrazo

SC

McNatural dijo...

qué grande es la libertad de abrir la cerca y dejar a nuestras vestas correr por los prados....
pero qué peligrosa también, tan cerca de la auto contemplación, de la lástima de uno mismo...
qué grande que la música pueda ponerme la piel de gallina, emocionarme ,... tosca, turandot, la boheme, Manolo, .... grande grande, y peligroso.

miguel albiñana dijo...

Si, la música, entrada del alma a los cielos... y puerta de las emociones...
Lo peligroso no es la música, creo, sino dejarse llevar por las emociones son la atención puesta...

Anónimo dijo...

Oh, sí! La música es super-grandiosa, sobre todo en el teatro real...Ah! y las emociones super-peligros. Uh!!

Anónimo dijo...

Los sarcasmos anónimos son todavía más cobardes...

Anónimo dijo...

El anonimato es como la máscara de carnaval, que sirve para darnos permiso a mostrar el lado oscuro, la sombra...normalmente un juego intrascendente.

Anónimo dijo...

Mea culpa (estaría bien que la culpa pudiera elimainarse por la orina).
He sido yo, lo reconozco, me tomé tres cervezas y me dió por ahí.
Aunque firme anónimo nos conocemos y creo que sabes a quien te dirijes cuando me llamas cobarde, así que en realidad no es de tí de quien me escondo, creo que a nadie más le importa quien pueda ser yo.
El sarcasmo es una agresión, de acuerdo, también te lo puedes tomar como un "vamos a tomarnos menos en serío" toda tragedia tiene un lado cómico, ¡ojála pudiera siempre ver el lado cómico de mís tragedias!
Quizá, Miguel, puedas leer otra vez mí estúpido comentario con otro tono y a lo mejor me des-condenas o al menos rebajas un poco el rigor de tú juicio.
Mea culpa...