viernes, 10 de septiembre de 2010

La libertad


Desde que nacemos nuestro organismo va desenvolviéndose a través de las fuerzas innatas de su ser. De ese conjunto que es la realización, la conjunción en uno solo de dos entes vivos, el óvulo y el espermatozoide, portadores de dimensiones posibles para el individuo. La genética, esa formidable ciencia desarrollada principalmente en el siglo XX, nos ayuda a conocer las potencialidades de la persona, no solamente en su dimensión física, sino psíquica y emocional. En buena parte somos aquello que podremos desarrollar.
De esta manera, no podemos llegar a ser nada que no esté contenido en nuestro potencial, pero podemos dejar de ser mucho de aquello que nuestro potencial nos permitiría. Por ello, el segundo factor importante es el ambiental, el lugar y el círculo familiar y social en donde nos vamos a formar, en donde el carácter se erigirá, tal vez como dueño casi absoluto de la persona o puede que, como arcilla maleable, en la que la personalidad se irá erigiendo y formando un individuo con rasgos más elegidos.
Siempre me impresiona esta triple fórmula: genes, carácter y personalidad.
Solemos poner mucho énfasis en uno de los aspectos pero es la asombrosa mixtura de los tres lo que produce el ser humano. El aspecto más "libre" se encontraría en la personalidad, ese territorio en donde, a través de la consciencia, los dominios del yo, cada quien encuentra fórmulas para ir dominando el fatum de los genes y del carácter y se va labrando un territorio personal, una forma de ser consciente y en cierto modo más libre, puesto que es en la elección en la que se apoya firmemente la puesta en marcha de la liberta de acción.
Una libertad que consiste esencialmente en elegir aquello que es más adecuado para el yo, para el desarrollo del ser, y en el cual está poderosamente enraizado el otro, no solamente el individuo otro sino lo otro, el mundo, lo exterior.

Puesto que ¿de qué serviríoa una libertad que nos lleve a la destrucción, personal o del otro o de lo otro? Sería una libertad puramente teórica. La auténtica libertad llega cuando lo único que podemos es elegir es lo más adecuado para uno y el mundo y en ese momento la libertad ya no tiene más importancia que la de ser una idea.
El hecho de vivir es un camino para alcanzar la consciencia de la accion adecuada, por la que nuestro compromiso con nosotros mismo y con la vida nos lleva a encontrar lo mejor, que no siempre es lo más placentero, pero sí lo más conveniente para nuestro desarrollo. Este será el dominio de la ética personal.
Para mi la libertad verdadera es sinónimo de la acción noble, la que no se traiciona a sí misma, la qeu una vez realizada nos hace alcanzar la serenidad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El rey, con un gesto sencillo, señaló su planeta, los otros planetas y las estrellas.
—¿Sobre todo eso? —volvió a preguntar el principito.
—Sobre todo eso. . . —respondió el rey.
No era sólo un monarca absoluto, era, además, un monarca universal.
—¿Y las estrellas le obedecen?
—¡Naturalmente! —le dijo el rey—. Y obedecen en seguida, pues yo no tolero la indisciplina.
Un poder semejante dejó maravillado al principito. Si él disfrutara de un poder de tal naturaleza,
hubiese podido asistir en el mismo día, no a cuarenta y tres, sino a setenta y dos, a cien, o incluso a
doscientas puestas de sol, sin tener necesidad de arrastrar su silla. Y como se sentía un poco triste al
recordar su pequeño planeta abandonado, se atrevió a solicitar una gracia al rey:
—Me gustaría ver una puesta de sol... Deme ese gusto... Ordénele al sol que se ponga...
—Si yo le diera a un general la orden de volar de flor en flor como una mariposa, o de escribir una
tragedia, o de transformarse en ave marina y el general no ejecutase la orden recibida ¿de quién sería la
culpa, mía o de él?
—La culpa sería de usted —le dijo el principito con firmeza.
—Exactamente. Sólo hay que pedir a cada uno, lo que cada uno puede dar —continuó el rey. La
autoridad se apoya antes que nada en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, el pueblo hará
la revolución. Yo tengo derecho a exigir obediencia, porque mis órdenes son razonables.
—¿Entonces mi puesta de sol? —recordó el principito, que jamás olvidaba su pregunta una vez
que la había formulado.
—Tendrás tu puesta de sol. La exigiré. Pero, según me dicta mi ciencia gobernante, esperaré que
las condiciones sean favorables.
—¿Y cuándo será eso?
—¡Ejem, ejem! —le respondió el rey, consultando previamente un enorme calendario—, ¡ejem,
ejem! será hacia... hacia... será hacia las siete cuarenta. Ya verás cómo se me obedece.

Esperanza dijo...

Termino de leerte y me levanto y abro un viejo libro que habita en la estantería, el Bhagavad Gîtâ. Y visito de nuevo las páginas de su tercera estancia titulada: Recto Cumplimiento de la Acción.

Me estoy preguntando si puedo expresar, no sin temor a equivocarme, que tu idea de la libertad verdadera es sinónimo del cumplimiento del propio deber o Dharma.