El “pater
familias”
Le recuerdo
siempre mayor, como si nunca hubiera sido joven. Un hombre responsable, maduro,
objetivo, cuerdo: en definitiva,
justo. Creo que la pañaba que más le gusta decir era “razonable”, es
decir “nada que se salga del tiesto”. Otra palabra que viene siempre a su boca
y le define es “decoroso”, lo que
sirve lo mismo para una actitud conveniente que para un modo de vida. Igual
para el comportamiento femenino que para saber
estar en un lugar. La vida ha de ser llevada con decoro. Y la razón para
hacerlo es interior desde luego, pero también porque hemos de vivir diferente
de los pavos, o de los monos, conforme a nuestra naturaleza “humana”. El decoro
-según su discurso- nos hace humanos
y permite que la sociedad progrese.
Siendo yo muy
niño, le veo con su sombrero de fieltro, con el ala ligeramente inclinada sobre
la frente muy amplia, de su cabeza
despejada y en forma de óvalo casi perfecto. Anda siempre tranquilo, nunca
corre, avanza como un elefante, seguro de su corpulencia y de su verdad.
Sus ojos
azules tranquilos me producen respeto y basta una mirada severa para que sienta
una cierta intranquilidad, cuando no un miedo cierto. Hay un aire ligeramente
aristocrático en alguien que se sabe seguro de sí y que, por lo tanto, trata a
todos por igual, sabiendo que él va a ser tratado con respeto. Le gusta saberse
ético, correcto, con autoridad. Educado, culto, más enciclopédico que original,
acude al manual igual que a las santas escrituras. Su tono es docto, cuando no
doctoral y produce una admiración, mezclada con un poco de aburrimiento.
Su reloj
funciona al igual que él, al segundo. Siempre puntual, tolera mal la
impuntualidad, puesto que, pudiendo hacer las cosas bien, ¡cómo es posible
hacerlas mal!
No es hombre
de miedos existenciales y su vida es tranquila y convenientemente rutinaria. Su
ansiedad se refiere más a que haya comida en el hogar o a que sus hijos logren
carreras honorables y desde luego universitarias, que a pensar en la muerte y
menos en “otras” vidas.
Le molesta el
ruido y todo aquello que se sale de quicio. Lo mismo si es música que si es un
grito o un silbido fuera de lugar. Todo tiene un sitio y hay un lugar para cada
cosa. El loco en el manicomio, el poeta en el campo, el general en el cuartel y
los vasos en la alacena.
Su vida ha
pasado por etapas muy diferentes. Nacido en un lejano lugar de las Américas, en
el seno de una familia de alta burguesía, pronto ha tenido que tomar
responsabilidades tempranas, al quedar huérfano prematuramente de padre. Ese
padre que ha quedado en la memoria como un hombre al que recordar siempre por
su buen carácter y por su ética humana. Ese que, antes de morir reúne a sus
hijos y les dice simplemente: “hijos sed buenos no porque haya castigo ni vidas
futuras, sino porque hay que serlo”.
De esas
Américas, regresa a la patria francesa de sus abuelos y recibe severa y correctísima educación
en ese país orgullosamente cartesiano. Para luego vivir los enhiestos e
inseguros años de la República española, la prematura carga de los hijos y la
guerra civil. Etapa de privaciones y de empequeñecimiento económico y
espiritual. Pero la gruesa capa de fortaleza le hace tirar con todas las
responsabilidades añadidas, aún a costa de padecer ese asma que le costaría la
vida muchos años después.
Hombre siempre
dispuesto a ayudar y cercano a su familia, mi mejor recuerdo es su mano grande
y firme en la mía pequeña, camino del colegio. “Algún día ya no querrás
dármela”… Cierto. Y también que el recuerdo, bueno, queda en mis profundidades para siempre.
Es época de
perdones y por tanto no de reabrir viejas heridas, consecuencia de una rigidez
y de un rigor de carácter que le hace decir que el educador ha de poner un
tutor en el árbol joven para que crezca recto. Y ese tutor es, en ocasiones,
respetuoso solamente en las formas y lejano en el corazón. Y es que las cosas
se han de hacer bien y esa es la única forma de hacerlas… Pero nada es verdad
ni es mentira. Y, según esos sus criterios, esos hijos-árboles tutorados no
terminan de crecer todo lo rectos que quiere o que deberían. Esta actitud que corrige toda conducta
no adecuada, por ser su vía la
verdadera acaba produciéndole inquietud y desasosiego.
Afortunadamente, esto ha quedado fuera
de mi o al menos eso creo. Tal vez el gen materno tenga mucho que ver en ello y
haya sido afortunadamente compensatorio.
Pero, aunque
las cosas no salgan como debieran, se conforma. Hay una especie de realismo optimista, jovial, también en su forma de ser. Un espíritu pragmático. Algo que
afirma que más vale algo que nada.
Ese pragmatismo ha quedado bien asentado
en mis entrañas y se lo agradezco. Es una especie de don, que me permite ver qué hay en la vida y que puedo sacar el mejor provecho de las
cosas, por pequeñas que resulten a primera vista. De manera similar a como,
para él, el amor por lo correcto no quita importancia a las cosas cotidianas. Y
cuánto puede disfrutar los buenos paseos, de una lectura literaria, o de la
buena comida desde luego e incluso de la bebida, siempre que no se vaya más
allá de los límites adecuados.
Puede que la
hazaña que más admiro en la historia de padre es el día
que embarca, joven y apuesto, a lejanas tierras a buscar a la que quiere que sea
su compañera de vida y además lo logra, aún sin tenerlas todas consigo de que
lo vaya a lograr. Es su gran aventura romántica.
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Hoy me lo
imagino a mi lado y de mi edad. Dos hombres ya bien maduros, cercanos, charlando acerca de cómo les ha ido en
la vida. Sin paternalismos ni jerarquías. Y siento un reconocimiento por la
honestidad. Así cómo su rigor me pone rígido y lejano, su honestidad me produce
liviandad y cercanía. También me llena la aceptación de ver lo humano, las
dificultades para saltar hacia delante, para cambiar de rumbo, porque la
familia, los hijos, la rutina, acaban lastrando a este tipo de carácter . Que,
sin embargo, se comporta y vela, como decía el código civil español, “como un
buen padre de familia”.
A quien sus
vecinos, amigos, alumnos y familia acaban siempre por considerar que es “todo
un caballero”. Lo que quiere decir que cumple con su palabra, que procura
mantenerse siempre en un status adecuado, formal, civilizado.
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Gracias por lo
recibido y por la enseñanza.
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Y que cada
palo aguante su vela.